sábado, noviembre 09, 2019

MÚSICA Y ARQUITECTURA


Encontrar o seguir con cierto orden un hilo de argumentación a través de un blog es tarea poco menos que imposible, porque los blogs no dejan de ser cuadernos de apuntes. Así que lo mismo que hice en el post anterior con mis artículos sobre JAPÓN, voy a poner en este post ordenadamente los enlaces a los guiones que escribí para mis colaboraciones con Radio Nacional, Radio Clásica, sobre Música y Arquitectura durante el curso 2017-2018. Si no se han caído, en cada post están los enlaces a los youtubes que sirven de ilustración musical y al final de cada post está el enlace a cada podcast del programa radiofónico, ...si es que Radio Clásica tiene a bien guardarlos.


1. MÚSICA Y ESPACIOS ABIERTOS

Música de Alboca en las campas del Gorbea
Cánticos de siega en el Atlas marroquí / El misterio de las voces búlgaras
Música antes de la batalla


2. MÚSICA Y ESPACIOS URBANOS

Las bandas municipales en pasacalles. Amparito Roca de Jaime Teixidor
Los kioskos para bandas. Música de Beethoven para bandas de viento.
Músicos callejeros. Dúo para clarinetes de Mozart.


3. LA MÚSICA Y LA CASA

Música para la agonía. Les Pleurs de Saint Colombe
El piano en casa. Vals en La menor de F. Chopin
La música enlatada o... en youtube. Oratorio de Navidad. JS Bach


4. MÚSICA Y TEMPLO

La catedral de la polifonía. Nuper rosarum flores. Guillaume Dufay
La música y el artista. Bach en Leipzig. Est ist Olbrach, cantado por Panito
El órgano como catedral de la música. Aleluya. Haendel


5. LA MÚSICA EN PALACIO

Concierto de Lully para la cena del Rey en Versalles
Bocherini: de Arenas de San Pedro a un velero inglés pasando de Jordi Savall
Haydn, de músico de palacio a triunfador en Viena


6. LOS PALACIOS DE LA MÚSICA

Brahms en el Palau de la Música de Domenech y Muntaner
Mahler en la Philharmonie de Berlín
Mendelssohn en el Auditorio de Madrid


7. OPERA Y ARQUITECTURA

Música y espectáculo. Sidney de Utzön y Tanhauser de Wagner
La Opera española, mi madre y Usandizaga
Carmen y la Opera de Garnier en París


8. MÚSICA EN PEQUEÑOS LUGARES

El dixieland y La Caveau de la Huchette en París
La música que da Baile. Cab Calloway
Un pub y un lieder de Brahms cantado por Jessie Norman


9. MÚSICA Y MUERTE

La capilla del bosque de Asplund, la muerte de mi padre y Radiohead
Los Three equali de Beethoven y el cementerio de Viena
Rendir homenaje a un muerto. Josquin Despres a Johannes Ockemgem

lunes, septiembre 09, 2019

JAPÓN




Preparando un viaje a Japón para los arquitectos logroñeses en el año 2017, fui dejando en este y otros blogs una serie de notas, apuntes, fotos y enlaces, a los que alguna vez tendría que dar alguna utilidad, o por lo menos, poner en orden. Aquel viaje fue abortado y yo fui olvidando mis propios apuntes; pero gracias al interés demostrado por mi vecino Alberto Vidal (gran escritor de haikus) hacia la figura de mi tío Luis Diez del Corral y sus escritos sobre Japón, le comenté hace unos días que quizás le pudieran también interesar mis notas sobre la arquitectura y cultura de aquel lejano país.

Le di unos enlaces, se puso a pasar mis post a papel (Alberto es impresor) y lógicamente se perdió, porque como es sabido, yo soy un escritor impulsivo y desordenado, y desde que descubrí la escritura en blogs he multiplicado por mil estos defectos. Cuando me enseñó impresos el caos de algunos de mis posts, me arrepentí de haberle hecho perder el tiempo y le prometí cuando menos poner en orden mis escritos sobre Japón.

Ahí va más o menos ordenada una lista de ellos:

1. TANGE PARA EMPEZAR El arquitecto más conocido de Japón me da pie a introducir y comentar varios temas y edificios.

2. ACERCÁNDONOS A EDO-TOKIO. Como todo viajero moderno entra por avión a la capital, aquí hice una primera aproximación a aquella extraña conurbación que mi tío intentó comparar con Berlín.

3. EL GENKAN. Dejamos los grandes temas y entramos en los más domésticos. La entrada de la casa japonesa me lleva a recordar que yo fundé una revista llamada El Hall y que los zapatos tirados por el suelo no me gustan nada.

4. VIVIR EN EL SUELO. Apuntes de todo tipo sobre el TATAMI.

5. EL MISTERIO DEL WASHI Y LAS PUERTAS CORREDERAS. Donde mezclo desde imágenes del cine hasta la manía de mis alumnos de preferir las puertas correderas a las giratorias.

6. TOKONOMA. Mezclando lo que fui entendiendo de los lugares así llamados con mis patrones de Alexander, llegué a decorar mínimamente un rincón de la casa de mi hija.

7. LOS TEJADOS JAPONESES. Una aguda observación de mi tío Luis que vi perfectamente ilustrada en el cine de Ozu.

8. TOKIO-GA. Si "Cielo Sobre Berlín" nos acercó en su día a la capital alemana, la película de Wim Wenders sobre Japón y el cine de Ozu nos puede dar también algunas claves sobre la capital japonesa. Aquí un pequeño comentario en mi blog de cine.

9. ELOGIO DE LA SOMBRA. Buscando algo de "teoría" sobre la arquitectura japonesa termino algo chamuscado.

10. EL RUMOR DE LA MONTAÑA. Desengañado de la "teoría" busco el alma japonesa en la
literatura y me dejo también las pestañas.

11. LOS TRES MÁS BELLOS PAISAJES DE JAPÓN. Para alejarse de las letras nada como mirar los más bellos paisajes, aunque como dice mi tío, si no tienen historia detrás (o sea, letras) le dicen mucho menos.

12. UN ATARDECER DESDE LA TERMINAL DE YOKOHAMA. Un paisaje arquitectónico, contemporáneo, y hecho por un español, visto con los ojos de mi hija arquitecta.

13. NETSUKE. Como en los viajes siempre hay que comprar recuerdos, aquí una idea.

14. LOS ÚLTIMOS DE JAPÓN. De cómo acabó el proyectado viaje a Japón para arquitectos del año 2017.

15. MI AÑO MURAKAMI. Por aquello de no haber ido a Japón, me castigué a leer un montón de novelas de Murakami, el escritor contemporáneo más famoso de por allí.


Y ya vale. Tengo algunas notas más por ahí sobre cine japonés o cine sobre Japón (por ejemplo, sobre la decepcionante Lost in Tokio de Sofía Coppola, o la bellísima Despedidas), pero me parece que con estos quince articulillos ya puede uno acercarse, alejarse o perderse en Japón guiado (o desguiado) por mi desorden escribidor.

















sábado, junio 29, 2019

HABITACIÓN


Ramón Masat, Tomelloso, Ciudad Real 1960


(Al hilo del eslogan que el recién elegido alcalde Pablo Hermoso de Mendoza ha propuesto a la ciudad de Logroño: "Crear, crecer y cuidar" (junio del 2019), subo a la red este apasionado artículo aparecido en la página 12 del Diario La Rioja de 9 de septiembre del 2000, cuyo contenido creo que linda con la noción del tercero de los términos)


         Hace cuatro o cinco años, en la Jornada de Clausura del I Congreso Nacional de Arquitectura celebrado en Barcelona, la arquitecta Carmen Pinós dijo una de esas frases-eslogan que los periodistas recogen con prontitud y fidelidad, y que fue publicada al día siguiente en casi todos los medios de comunicación nacionales con la propia noticia de la celebración del Congreso. “La Arquitectura es algo tan importante que no deberíamos dejarla sólo en manos de los arquitectos” -dijo la ya por entonces ex-esposa y ex-colaboradora del ahora recién desaparecido arquitecto Enric Miralles.

         Yo no tengo ningún aprecio por la arquitectura de Pinós ni por la de Miralles, pero aquella maldita frase me ha estado dando vueltas en la cabeza -como otras veces el pepino del gazpacho en el estómago- y trayéndome muchas veces a la memoria a esa “artista” de la arquitectura que no me interesa lo más mínimo. De alguna manera yo estaba de acuerdo con la frasecita de marras pero no me encajaba con la personalidad de quien la decía. Así que en una de las calurosas noches del mes de Agosto en que es tan fácil desvelarse por el sudor, dí con el remedio.

         No señora, la Arquitectura es cosa de arquitectos y nada más que de arquitectos, mismamente como la Medicina es cosa de médicos. Son saberes específicos y desarrollados en teorías y manuales a los que no todo el mundo tiene fácil acceso. Otro asunto es la habitación del hombre; como otra cosa es también la salud. “La Habitación es algo tan importante que no deberíamos dejarla sólo en manos de los arquitectos”  es la frase correcta -me dije entre las sábanas desordenadas por el calor-, aunque dudo mucho que si Carmen Pinós la hubiera dicho así los periodistas la hubiesen apuntado tan deprisa en sus cuadernos. Y es que la idea de “habitar” ha caído en el olvido y no da para un titular.

         Sigo un poco más con la semejanza respecto a la Medicina para constatar que los médicos han operado lingüísticamente de forma inversa: no sólo no se han olvidado de la palabra Salud sino que se han apropiado de ella, y a los Centros donde ejercen su Medicina hoy se les llama pretenciosamente Centros de Salud. Pero aunque los Arquitectos no se denominen expertos en Habitación, lo cierto es que la sociedad ha hecho la misma dejación en su responsabilidad habitadora que en el caso de la Salud. La Habitación se la hemos dejado a los arquitectos y la Salud a los médicos; pero la Habitación, -digámoslo como tesis o como jaculatoria-,  no es cosa de arquitectos ni la Salud es cosa de médicos, aunque no por ello vamos a negar la validez y la autonomía de los saberes de los arquitectos y de los médicos.

         La confusión entre habitar y construir es uno de los grandes males de nuestro tiempo; es una de las tragedias de las Escuelas de Arquitectura y, digámoslo de paso, es también la causa del solemne aburrimiento de esta página de Arquitectura del diario La Rioja. Y es que los saberes respecto a la historia de los estilos, la autoría de tal o cual edificio, los análisis compositivos de una fachada y de sus detalles constructivos, por no decir también las alabanzas e inciensos a todo el santoral que esa historia y esos saberes han ido creando, son tan aburridos que, incluso yo, que soy arquitecto y lector metódico, rara vez consigo acabarme esta página. 

         En consecuencia con lo que digo, mi obligación es intentar explicar poco a poco (y a ser posible sin aburrir) qué es lo que ha de entenderse cuando decimos Habitación en vez de Arquitectura. No me va a ser fácil, porque ni yo mismo lo tengo claro, pero en mi ayuda ha acudido en el mismamente caluroso mes de agosto una fotografía de Ramón Masat colgada en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento que dice todo lo que yo quiero decir, y encima con una gran belleza.

         Como la mayoría de las fotografías de Masat, no posee título y sólo tiene como referencia, Tomelloso (Ciudad Real), 1960; pero bien podría titularse “Habitación” y así nos daría la primera pista en nuestra investigación. Nosotros entendemos comúnmente el habitar en el aspecto restringido de ocupación de un espacio construido (una casa está habitada cuando hay alguien habitualmente en ella), pero esta fotografía muestra que habitar no sólo es ocupar un lugar sino también “ocuparse de él”. Y es en ese sentido cuando debemos decir que una casa está habitada no sólo cuando hay gente dentro sino cuando alguien “se ocupa” habitualmente de ella. Mientras que el “ocupa” es un invasor (y escrito con K expresa aún mejor ese sentido de agresividad), el que se ocupa de la casa es el que la habita. Habitar es hacer la casa: como el pájaro hace su nido o el caracol segrega su cáscara. 

         Cada día, la casa y el trozo de calle al que da frente la casa son  aseados por su habitante. Y cada año en primavera, la casa es blanqueada de nuevo, y una mujer dibuja la línea decorativa que expresa la diferencia entre la casa y la calle.

     La distancia entre la manera de habitar nuestras casas y ciudades (nuestra manera de habitar Logroño sobre todo) y la fotografía tomada por Ramón Masat es tan grande que la emoción nos embarga. Me consta, sin embargo, que en cada tiesto de balcón, en cada trocito de acera barrido por un tendero, o en cada visillo de ventana de nuestra ciudad, hay gestos similares. No son esos los gestos de los arquitectos modernos (quienes lógicamente aborrecen los tiestos y los visillos) ni hay políticos al lado haciéndose las fotos con su inauguración o empresarios y constructores haciendo millones, pero yo os digo, habitantes de Logroño y La Rioja, que esa es la más hermosa Arquitectura que imaginarse uno pueda: la que nunca hay que dejar en manos de los arquitectos. 


      

martes, abril 09, 2019

ARQUITECTURA Y DELITO


            0. La conferencia

            Para quienes hemos escogido la escritura como medio de comunicación, las conferencias suelen ser un pequeño martirio porque la paciencia con la que vamos buscando las palabras o hilvanando las frases en nuestros escritos poco o nada tienen que ver con la habilidad de quien sabe plantarse ante un público y un micrófono durante una hora seguida, hablando sin parar. La superioridad del arte de la oratoria sobre el de la escritura es absoluta porque mientras ésta es una actividad fantasmal en la que el autor se aleja y esconde en la soledad del lápiz y el papel (ahora ordenador), aquella nos depara siempre la intensidad propia de la presencia física. La escritura, como también el cine, se elabora sobre el truco de horas y horas de trabajo, dando a la postre una imagen de sus autores muy superior a su auténtico valor. Así que cuando el escritor debe enfrentarse al reto de decir las cosas de una manera directa y en tiempo real, cae en la cuenta de sus limitaciones y lo pasa francamente mal (justamente lo contrario de aquél que apenas nunca ha tenido nada que decir y le ponen un micrófono delante, –todo hay que decirlo).
            Las conferencias son para el escritor auténticas curas de humildad, razón por la cual debe aceptarlas sin rechistar.
            Por suerte, hasta la fecha no me han “invitado” a muchas de estas terapias, y quienes lo han hecho han sido casi siempre amigos. Pero eso aún es peor porque en tal caso sucede que a las propias molestias de la humillación hay que añadir el miedo a decepcionar a tus anfitriones.

            De todos modos, a pesar del penoso trance de la sesión terapeútica y de la sensación de culpabilidad que te causa el fraude hacia quienes depositaron su confianza en tí llamándote para dar una charla, resulta que al final de todo sales con un buen material de frases y palabras, y no pocas energías para ponerlas de nuevo por escrito, empezando el ciclo una vez más. Con las notas y esquemas juntados y pensados antes de la conferencia, con las apreturas y sudores de la sesión de cuerpo presente, y con las preguntas y comentarios que surgen a continuación, acopias una documentación que no puedes en ningún caso dejar que se pierda sin ponerla pronto por escrito. Al revés de lo que pueda parecer sensato, últimamente me ha dado por escribir las conferencias después de darlas: un poco pues, a modo de memorandum, y un poco, también, para volver a salir de lo bajo que has caído. 
            La que escribo a continuación titulada originalmente  “Delcoración” y finalmente  “Arquitectura y delito”, tuvo lugar en Palma de Mallorca el día 24 de octubre del 2002 a invitación del decorador y profesor de decoración Francisco Romero, en el marco de la segunda edición de la feria regional MODEC. Vayan a él dedicadas estas líneas como gratitud por su confianza y como reparación de mis carencias oratorias.


            1. La arquitectura

            La voz arquitectura se ha desgastado tanto que para volver a encontrarle sentido o ponerla en su sitio hay que repensar todo en origen.
            La construcción del hábitat propio por parte del hombre pudiera verse como una continuidad con los nidos que se hacen los pájaros, las madrigueras de los conejos o los panales de las abejas; un “hacer” inocente al que los hombres no suelen llamar arquitectura sino construcción a secas. Sin embargo, William Morris, un pensador poco sospechoso de arrimar el ascua a su sardina (pues no era arquitecto), definía la arquitectura como toda alteración en la superficie terrestre destinada a satisfacer sus necesidades; así que al margen de cuestiones gremiales, bien podríamos entendernos con esa definición, –o acaso con una addenda explícita en la que se dijera que las necesidades que trata de satisfacer el hombre con la arquitectura son las de su hábitat. O sea, las mismas que las del conejo o la abeja. 
            La arquitectura es la actividad del hombre que hace su hábitat en la superficie de la tierra (...y ahora un poco más allá de esa superficie, en las estaciones espaciales...). Un hábitat que comienza con la construcción del nido o la casa, pero que dada la propia complejidad de hombre, se extiende pronto a otros territorios como las conexiones entre las casas, o a los utensilios pequeños que las hacen más habitables.
            El uso de la palabra arquitectura podría por tanto extenderse a los campos de lo que hoy se entiende como ingeniería civil o a los del diseño de objetos, y con ello empezar a sentir todo nuestro hábitat en la tierra como un continuum sin sobresaltos. Tan hábitat es la autopista o el aeropuerto por el que llego a la ciudad de Palma, como la silla en que ahora me siento. Todas las cosas hechas por la mano del hombre modificando o acomodando la naturaleza para su habitación pueden merecer el nombre de “arquitectura”, porque entre otras cosas no parece haber otro más adecuado, y porque en los tres casos siempre se usa el mismo método de pensar lo que se va a hacer –proyectar–, antes de ponerse a ello.
            Y así, el arquitecto, que por etimología es el archi  tectum, o sea, el primer albañil, es quien piensa lo que se va a hacer con la tierra y sobre la tierra para acomodarla mejor a sus necesidades de habitación; y lo mismo a la hora de tender un puente sobre el río como al dar las trazas para hacer una mesa. Puesto que el hombre es un ser complejo y jerarquizado orgánicamente, su hábitat también lo es; y la construcción del mismo, al tener que organizarse de un modo igualmente complejo, precisa de una jerarquía en el hacer que comienza en el hacer del arquitecto. Diríase que la mejor razón en usar la palabra arquitectura para la actividad de construir el hábitat humano radica en la figura de un director del proceso, el arquitecto. Incluso en el mundo de la construcción de objetos donde la complejidad inicial podría ser menor, con la industrialización del proceso la figura de un primer artífice o arquitecto (al que se le viene llamando diseñador) se hace tanto o más necesaria que en la construcción del puente o de la casa. 


            2. La decoración

            El habitat del hombre precisa de la arquitectura y comienza en ella pero la arquitectura, y ese es el meollo de esta conferencia, no es suficiente. La arquitectura es un hacer que da lugar a la aparición de nuevos objetos en el mundo –puentes, casas, candelabros–, que relacionamos directamente con el habitar. Pero a imagen y semejanza del hombre, los objetos que el hombre hace se desdoblan siempre entre una esencia y una presencia, un ser  de la cosa y un estar ahí  de la cosa. Un desdoblamiento que puede tener lugar en dos actos distintos o en dos momentos distintos, pero que pueden darse también simultáneamente sin que por ello desaparezca la doblez.
            La escisión entre un “ser” y un “ser-ahí” (o estar), la diferencia entre un “esto es” y un “así está bien” parecen haber sido expresadas mediante palabras con la raíz diz  o dec  que luego darían lugar a términos como decoro o decoración. Y del mismo modo que el hombre “es”, pero su “figura” se transforma o adapta en función de sus actos, en función de las circunstancias, en función de quién esté delante etc. etc., del mismo modo que el ser humano se viste para una boda, se modera ante una autoridad o se pinta los labios para llamar la atención del otro sexo; su habitación adopta también presencias cambiantes en función de que vayan a ser ocupadas por un bebé o destinadas a cocina, sus muros se visten de forma distinta si van a soportar las lluvias del norte o si van a dar al interior de la casa, sus columnas acomodan sus adornos al pórtico de recepción o a la fachada  trasera, y así sucesivamente.
            Diríase que la acomodación de la arquitectura a las circunstancias le da a ésta un cariz más efímero y circunstancial y en ese sentido, más ligado también a la condición humana. Así que cabe enunciar que frente a la aspiración de eternidad en la que suele incurrir la arquitectura (y el hombre), la decoración le viene a recordar a ésta (y a éste) su finitud. Decorar es, en el sentido más hermoso y profundo, humanizar la arquitectura: devolverla al tiempo efímero del hombre.
            Y en tanto que la arquitectura no sólo es todo aquello que tiene relación con la edificación sino también con las grandes obras públicas o con los pequeños objetos, la decoración tiene justa cabida en todas ellas. La desolación de los grandes aeropuertos, las autopistas, las presas o los puentes, suelen ablandarse cuando por ellas tiene que pasar un gran jefe de estado y aparecen adornadas de banderas, alfombras, vegetación o farolillos. La llegada de la navidad o de las fiestas suele ser también buena ocasión para decorar los tristes espacios cotidianos, aunque en general hay que señalar la poca atención que se presta a la humanización de todas las grandes obras que la evolución técnica ha permitido hacer en el pasado siglo veinte. Es posible que todo sea porque unos arquitectos “fundamentalistas del ser” proscribieron la decoración en sus manifiestos teóricos y hasta la quisieron llevar a los tribunales como si de un delito se tratara. Ya va siendo hora por  tanto, de que el nuevo siglo que ha comenzado ajuste cuentas de una vez por todas con esos predicadores que plantearon que la arquitectura por sí sóla era ya el hábitat del hombre. Por oposición al célebre título del artículo de Adolf Loos en el que criminalizaba el ornamento, yo les propondría recordar esta conferencia con el nombre de “Arquitectura y Delito” como titular de lo que ha sido la arquitectura del siglo XX.  
            Por lo que respecta al territorio de los objetos industriales, la decoración aparece nuevamente como actividad humanizadora de los mismos en tanto que pretende rescatarlos de la uniformidad que les procura la cadena de producción. El tapizado personal de la silla, el tirador artesanal sobre la puerta de serie, la calcomanía sobre el cristal, o las iniciales en el cubierto son las nuevas huellas de una humanización con las que los nuevos objetos indistintos se incorporan al habitat humano. Unas huellas que de algún modo vienen a sustituir o a recuperar aquellas otras huellas de imperfección que los artesanos dejaban en los objetos preindustriales que tanto ahora apreciamos.
            Dícese que la decoración a veces no es decoro sino ocultación, engaño o mentira. En el desdoblamiento entre el “ser” y el “presentarse” pudiera ser que se diese cierta continuidad o relación, pero también pudiera ocurrir que ambas manifestaciones poco o nada tuvieran que ver y que a esa falta de relación entre el ser y el presentarse pudiera entenderse como falsedad. De los tres tipos de decoración de la arquitectura que aprendí de los catedráticos Iñiguez y Ustarroz, esto es, la decoración simbólica, la analógica y la ornamental, la exigencia de continuidad entre el primer hacer y el segundo no siempre es exigible. Por ejemplo la presencia de versos coránicos sobre las pechinas de la Iglesia de Santa Sofía en Constantinopla en vez de iconos cristianos no afecta apenas a la lectura espacial del lugar y sólo alude a su actual culto y propiedad. Los escudos, rótulos o logotipos con que significamos los hábitats humanos en ese primer tipo de decoración rara vez tienen que ver con el lenguaje constructivo y arquitectónico por lo que la discontinuidad entre la arquitectura y la decoración simbólica es casi una constante. La sala en  la que doy esta conferencia se ha decorado para la ocasión con el cartel de la feria que nos acoge y nadie diría que con eso estamos engañando a la arquitectura de la sala, sino todo lo contrario. 
            De entre las tres decoraciones, la preferida de los arquitectos es sin duda la decoración analógica pues se aplica a expresar o ampliar no ya el destino o circunstancia de la habitación sino sus propias formas arquitectónicas: el hueco de la puerta que se reproduce en la moldura que la circunda, la estría de la columna que se hace eco de su propia verticalidad o el tendido de mortero sobre un muro que expresa su carácter laminar. Pero, ¿es eso cierto del todo? ¿no sabemos acaso que el muro no es una lámina continua sino un agregado de pequeñas piezas que quizás sería más sincero expresar mediante la textura rítmica de un ornamento superficial? ¿son sinceras y no engañosas las estrías de una columna romana cuyo mármol exterior sólo es el forro de una columna de ladrillos?
            La decoración ornamental, la más denostada de todas por su aparente desconexión con la arquitectura a la que adorna, la decoración de la Alhambra de Granada o la de los papeles pintados de nuestra habitación, puede que nos remita, para fastidio de los arquitectos fundamentalistas de la pureza, a lo más profundo del hecho constructivo, esto es, al latido y repetición de las pequeñas piezas con que se construye.
            Muy tontos han tenido que ser los arquitectos modernos del siglo XX para no darse cuenta de la diferencia entre un vestido y un disfraz, entre un maquillaje o una máscara. Y muy ridículos son todos los que toman a la desnudez arquitectónica como una manifestación de lo auténtico cuando todos sabemos que la desnudez humana es una de las presentaciones más elaboradas y costosas.


            3.La palabra

            Pero aún con todo, el hacer de la arquitectura y el humanizar de la decoración no son aún suficientes para que sus realizaciones lleguen a ser el hábitat del hombre. Dice Hölderlin en uno de los más profundos y hermosos poemas jamás escritos sobre el hábitat que

            muchas cosas ha experimentado el hombre y
            a muchas celestiales ha dado ya nombre
            desde que somos Palabra-en-diálogo
            y podemos los unos oír a los otros
            (...)
            Lleno está de méritos el Hombre;
            más no por ellos sino por la Poesía
            que hace de esta tierra su morada.

            Lo que explicado en prosa viene a decir que, si para que las cosas del mundo sean nuestra morada es preciso que la poesía les de nombre, no menos lo han de necesitar esas cosas que hacen los hombres mediante la arquitectura y la decoración. Para que las grandes obras de hormigón o los pequeños floreros formen parte de nuestro hábitat deben ser previamente pasados por la palabra, y sólo cuando encuentren la palabra adecuada o el nombre justo, esto es, cuando la poesía entre en ellos, formarán parte de nuestra morada.
            De ahí la necesidad de la crítica que, en principio, no es otra cosa que palabra y que si da con la palabra justa podrá llamarse poesía.
            Suelo contar para ilustrar este tercer hacer en el proceso de configuración de nuestro habitat una anécdota humana muy sencilla y doméstica: mi mujer se levanta por la mañana ojerosa y despeinada; luego se encierra en el baño durante un buen rato y sale peinada, pintada y con un rostro resplandeciente; regresa a la habitación y se viste con ropa limpia y aseada, y finalmente se despide de mí antes de salir al trabajo mientras yo me quedo maravillado por la transformación. Cuando vuelve al mediodía le pregunto si nadie le ha dicho lo guapa que ha ido hoy al trabajo, y me contesta que no, que su trabajo es un lugar inhóspito donde ya te pongas lo que te pongas nadie nunca te dirá nada. Desde luego que tiene razón: nada más inhabitable que un lugar donde no se dice nada de la hermosura del ser y de la belleza de su presentación. 
            En el mismo sentido del decir sobre el hábitat, Jorge Luis Borges escribía: “qué lindo ser habitadores de una ciudad que haya sido comentada por un gran verso” . Y así, los olmos de Soria o el paseo entre San Polo y San Saturio cantados por Machado o los mismos patios bonaerenses definidos por el mismo Borges (“el patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa” ) consiguen la cualidad de ser definitivamente partes de la habitación del hombre.
            Pero la palabra justa y adecuada a veces puede también causar un daño enorme. Cuéntase que cuando el emperador Maximiliano José inauguró el edificio de la Opera en Viena, comentó con desagrado el desacierto de un planta baja realmente pequeña y fuera de escala para cumplir con dignidad la función de su relación con la calle. Al día siguiente uno de los dos arquitectos autores del edificio abrumado por la humillación del emperador (y por su acierto crítico) se quitó la vida. Todo se hubiera arreglado si el emperador hubiera visto los planos previamente a la construcción del edificio, pues tanto en arquitectura como en decoración se procede sobre proyectos que deben ser discutidos y comentados antes de ejecutarse.
            La crítica es poética en tanto se esfuerce en encontrar la palabra justa para nombrar a las cosas, pero la crítica es también, para su desgracia, manifiesto del yo crítico y juicio que da vida a los objetos o los condena a muerte.
            Para hacer de la crítica poética y no opinión ni juicio, yo recomiendo evitar en lo posible la expresión “me gusta” y dilatar todo lo que se pueda el “juicio de valor”. No es fácil, ya lo sé, pero ese es el secreto de la crítica. Cuento en mi “Manual de Crítica de la Arquitectura” que existe una notable diferencia entre la expresión inglesa “I like it” y la expresión latina “ eso me gusta”, porque el orden de los sujetos está invertido y mientras en la primera queda claro que hablamos del yo, en la segunda parece que estuviéramos hablando de la cosa. En el mestizaje de lenguas al que nos encaminamos deberíamos aceptar en este caso la modalidad inglesa para entender que con ese tipo de expresión no hacemos crítica del objeto sino descripción del sujeto. Cuando hablamos de nuestros gustos sobre las cosas nos estamos describiendo a nosotros mismos sin pudor, por lo que convendría tenerlo muy en cuenta. Pero si la expresión del gusto personal se queda a las puertas de la crítica, el juicio final se pasa al otro extremo, pues una vez emitido, toda la argumentación se dispone al servicio del juicio y no de la cosa. Una vez dicho que una cosa es mala o buena, lo que se pretende a continuación es justificar el juicio y no dar con los nombres de la cosa.
            Para ejercer la crítica como poética, para nombrar a la arquitectura y su presentación se han escrito no pocos manuales a lo largo de la historia y se han fijado un buen puñado de palabras que actúan como referencias. Vitrubio nos proporcionó La Utilitas, la Firmitas y la Venustas. Alberti las transformó en Necesitas, Oportunitas y Voluptas. Luego aparecieron Sicurezza y Commodita, y así sucesivamente. La analítica ha arrojado otro buen puñado de nombres para acercarse a la arquitectura, tales como forma, color, luz, juego de volúmenes, espacios, secciones, texturas, proporción, signos, expresión, estilo, tendencia, composición, complejidad y contradicción, cualidad sin nombre, etc. etc. Todos ellos nos pueden guiar en la labor poética, esto es, en la búsqueda de la expresión adecuada al objeto que está pidiendo que hablamos de él para convertirse en nuestra morada. La diferencia entre un buen crítico que hace habitable el mundo y del mal crítico que sólo habla de sí o juzga es facilísimo de ver. Como es muy sencillo ser lo segundo y bastante difícil lo primero, porque exige siempre preparación y disciplina. Rara vez ya se encuentra a nadie que al salir del cine diga simplemente que le ha gustado o no la película, y hasta el crítico más inepto ya hace sus pinitos diciendo que la historia era mala pero los actores lo hacían bien, que la música no acompañaba a la acción o que la fotografía era muy impactante. Que la habitación humana reciba peor trato crítico que un producto de entretenimiento debería ser motivo de vergüenza. 


            4. El diálogo
           
            Pero el verso de Hölderlin no sólo habla de dar nombre a las cosas celestiales y a las cosas hechas por el hombre para hacer de ellas nuestra morada, sino que al hombre que da nombres lo define como palabra-en-diálogo.
            La palabra del hombre que nombra las cosas no es por lo tanto fija y concluyente sino, como el hombre mismo, abierta, efímera y mudable. La palabra que nombra a la arquitectura y a su presentación decorativa ha de ser a su vez objeto de nuevas palabras en diálogo para que el mundo sea finalmente habitable. La palabra del hombre es pues palabra-en-dialogo, de manera que para cerrar el ciclo, la crítica de la crítica se constituye así en el cuarto y definitivo hacer del conjunto de actividades que construyen nuestra morada.
            Decíamos en el punto anterior que hay mucha opinión y mucho juicio en vez de crítica, pero en este cuarto punto se ha de decir que aún se hace menos crítica de la crítica. Rara vez en estos tiempos la palabra crítica de la arquitectura es contestada y puesta en su sitio, así que me voy a permitir terminar esta conferencia mencionando lo que hay y lo que cabe hacer.
            El lenguaje crítico de nuestros días está mediatizado por la sobreabundancia de información y por las necesidades comerciales del negocio de la prensa y ofrece un panorama claramente bipolar.
            Por un lado, la crítica de arquitectura, ejercida mayormente por hombres en revistas de escasa tirada pero muy caras, viene expresada en un lenguaje abstracto y pseudorreligioso en el que lo único entendible suele ser el santoral de arquitectos que poco a poco se va configurando para la elevación a los altares de una Historia que le sigue después, o hasta casi se podría decir que de inmediato. La Historia pisa los talones a la crítica y ambas funcionan como el cazador y su perro obteniendo piezas para Arte. Luis Fernández Galiano es en ese sentido uno de los pointers más trabajadores de este país. Claro que habida cuenta del negocio de la prensa y de los grandes estudios es lícito pensar que no todo es religión de Arte y servicio a la Historia sino que toda esa producción de nombres propios e imágenes fotográficas de arquitectura esconde también un deseo de notoriedad de los artistas y un trasiego de favores, invitaciones, jurados, premios y encargos. La actual crítica de arquitectura no se ocupa por lo tanto del noventa y nueve por ciento de las cosas que hace el hombre sino tan sólo de ese uno por ciento que alimenta las religiones o el negocio de la Historia y el Arte. Y de ese modo la gente ha acabado por confundir arquitectura con ese uno por ciento hecho por los artistas y por entender que el otro noventa y nueve por ciento hecho por los hombres no es arquitectura, –lo que entra claramente en contradicción con la definición de Morris dada al principio.
            Por otro lado la crítica de la decoración, ejercida mayoritariamente por mujeres en revistas comerciales de amplia tirada y bajo precio, expresada en un lenguaje de cóctel y flirteo, lejos de llevar hacia los altares al segundo hacer del hábitat, lo rebaja hacia la nada más sinsustancial. El tipo de publicación en el que viene esta crítica (por llamarla de algún modo) al estar mucho más ligado al consumo de masas que las revistas de arquitectura, muestra con mucho más descaro la componente económica y publicitaria de buena parte de sus contenidos. Y como en el caso de las bebidas edulcoradas, en vez de calmar la sed, lo que hacen es inducir a seguir comprando más y más revistas de este tipo para que nunca logremos entender lo que es la compleción y naturaleza del hábitat humano.
            Las vanguardias y los estilos van tomando cuerpo mediante el lenguaje culto y abstracto de los críticos de la arquitectura, mientras que las modas y tendencias, aparecen y desaparecen mediante el chispeante cotilleo de las revistas  “delcoración”. Las primeras alimentan los capítulos de los libros de la historia del arte y de paso, las ambiciones de los políticos que desean subirse al carro; y las últimas sirven como aceleradores de las cadenas de la producción y el consumo.
            La necesidad de habitar digna y armónicamente la tierra subyace bajo todo ese palabrerío sin que se atiendan y nombren sus circunstancias y quehaceres. Y de ese modo, el mundo avanza aceleradamente, de la mano de un poderío técnico desvocado, hacia la desolación, cuando no a la destrucción.
           
            Sirvan pues estas palabras para hacer un poco más habitable el mundo mediante el recordatorio de la definición de arquitectura, la reivindicación de la naturaleza del decoro, la consideración poética de la crítica, la crítica de la crítica y como no, la puesta en diálogo de su propio contenido y expresión.
                       
                                                                                                         

           

viernes, febrero 15, 2019

SUPERESTRUCTURAS DE INFRADISEÑO




(En diciembre del 2003 escribí y publiqué este artículo en el nº 76 del periódico elhAll del Colegio de Arquitectos de La Rioja, y al año siguiente apareció publicado en el número 62 de la revista Archipiélago. El artículo estaba colgado en la web del COAR hasta que recientemente (comienzos del 2019) he visto que ha desaparecido. Como necesitaba enlazarlo en la Introducción del vol II de la Guía de Arquitectura de Logroño, vuelvo a ponerlo aquí con la idea de que esté a mejor recaudo)



La forma de la ciudad, y hasta la del territorio son, cada vez en mayor medida, las propias formas de las infraestructuras del tráfico rodado, pues dado el tamaño cada vez mayor de éstas y su prioridad en la jerarquía funcional de la ciudad o del territorio, hace tiempo que los puentes, autovías, circunvalaciones, cruces, señalizaciones, rotondas etc. etc. han dejado de ser meras “infra” estructuras para convertirse en verdaderas “súper” estructuras formales configuradoras del paisaje urbano. 

Sorprende por tanto la poca atención que la sociedad en general o la crítica arquitectónica y artística en particular les dedican en cuanto a su diseño, como si por el hecho de que fueran estrictamente “funcionales” no estuvieran abiertas a la creación formal, o por el hecho de que por ser profesionalmente competencia de los ingenieros quedasen al margen de la cultura del proyecto. Una cultura que, -me adelanto a señalar-, no debemos creer que tiene que ver solamente con los aspectos estéticos del proyecto sino, tal y como voy a tratar de demostrar en el presente artículo revisando algunas obras reciente en Logroño y La Rioja, con la propia resolución de los problemas funcionales.

La cultura del proyecto, es decir, la de la creación humana que se formula como respuesta a un programa de necesidades y que se constituye en base a una serie de propuestas que inmediatamente entran en un proceso de ajuste, desarrollo y debate interno, entre otras cosas porque la propia propuesta formal se dialectiza de inmediato con el programa de necesidades previo, es una cultura que, hay que decirlo con la mayor tristeza, parece que solo es patrimonio de la disciplina de la arquitectura, y por supuesto, no de toda, sino de una muy pequeña parte de ésta (y por supuesto, para nada de esa arquitectura de las revistas de moda que procede con las mismas estrategias que las obras de la ingeniería). Cierto es que la mayor parte de la producción arquitectónica de nuestros días no difiere en sus procesos de la ingeniería más alejada de la cultura del proyecto pero, como digo, la esencia de la cultura del proyecto no hay que ir a buscarla en los arquitectos de relumbrón (auténticos maestros de la ingeniería de las relaciones con los mass media) sino en los pequeños actos que, cada arquitecto que no haya olvidado lo que se le enseñó en la escuela, pone en práctica de tanto en tanto en su cotidiano trabajo de creación.
           
            Pero vamos con la simple aplicación del método del proyecto a algunas obras recientes de la ingeniería de calles y carreteras en nuestra provincia para ver hasta que punto se hace necesaria su aplicación.

            Por ejemplo, y para empezar, analizaremos el caso del diseño de rotondas. Sería interesante para la historiografía local saber quien fue el político o el funcionario riojano que descubrió en algún viaje por Europa la utilidad de las rotondas en los cruces de calles y carreteras y el entusiasmo con que las aplicó en nuestra tierra, y no tanto para aplaudirle como para decirle que todo diseño que pretenda resolver un problema, no sólo posee una forma geométrica concreta, sino también unas determinadas proporciones que, de ser transgredidas, ya no sólo no resuelven el problema original sino que crean otros nuevos aún peores que los que pretendían solucionar.

            Tal y como expuse en un viejo artículo sobre el transporte urbano (Ciudad y transporte, elcaso de Logroño, rev. Archipiélago n. 11), la rotonda es un diseño estupendo que resuelve el cruce de carreteras según el lógico principio de que para dar fluidez a un cruce donde llegan muchos vehículos desde cuatro vías distintas, no hay más que ceder el paso al que ha llegado antes que tú. Un principio que se aplica en Nápoles sin necesidad de las rotondas, pero que franceses, alemanes o ingleses, parecen incapaces de entender sin una formula indicativa y organizadora de por medio. Esa formula, la rotonda, resuelve el problema de las prioridades cuando sus dimensiones tienen determinadas medidas, pero cuando esas medidas se sobrepasan, dando lugar a círculos gigantes con dos o más carriles, el problema no es que se solucione sino que se multiplica. La rotonda se convierte entonces en una nueva vía rápida de circulación para el que ha entrado en ella, con el consiguiente peligro para el que se quiere incorporar, así como una vía cortísima para quien quiera maniobrar entre carriles, viéndose forzado a cruzarlos en peligrosa diagonal. Y si a ello le añadimos unas barandillas que impiden la visibilidad desde ciertas vías cuando te acercas a la rotonda (como en la de circunvalación con república Argentina o con avenida de Madrid) o una jardinería de arbustos (en varios casos), o unos descentramientos de ejes que parece que la rotonda es tu propia vía (como en la rotonda de circunvalación con la carretera a la Estrella viniendo de Pamplona), hay que decir que la mayoría de las rotondas que se han construido (que no diseñado) durante los últimos veinte años en Logroño son un verdadero despropósito ante el que los arquitectos (o los que quieran debatir a fondo sobre los proyectos) no podemos quedarnos cruzados de brazos sin por lo menos alzar la voz.

            Podría ser que los ingenieros dieran escasa importancia a las rotondas en cuanto a su diseño por ser para ellos poco menos que asuntillos sin importancia, y que todo su empeño se hubiera volcado en resolver cuestiones mayores como, por ejemplo, la gran trama de embarques y desembarques que plantea la gigantesca circunvalación con que trató de resolverse el conflictivo nudo de la estrella, pero si analizamos fríamente todo el lío de entradas y salidas de la circunvalación no ya sólo en ese cruce sino en los que le anteceden por el oeste, comprobaremos que la obra más cara de la historia de la Rioja ha sido también la más torpe en diseño y la más confusa en su resultado. Y es que después de un par de años en funcionamiento, los únicos que deben saber cómo se sale de Logroño hacia Zaragoza han de ser forzosamente los que no son de Logroño o los que no tienen sentido de la orientación; y los que acierten a entrar en Logroño por la rotonda y vía que tenían pensada, se han que sentir como si les hubiera tocado la lotería.

             La razón de tal calamidad es plantear una circunvalación de alta velocidad en la que para evitar la coincidencia de entradas y salidas en cada tramo entre intersecciones, desde Alcampo hasta la  Avenida de Madrid éstas se resuelven haciendo una de entrada y otra de salida, con el consiguiente lío y despiste para quien trate de maniobrar; y desde Avenida de Madrid hasta la carretera de la Estrella se duplican innecesariamente por arriba y por debajo, despistándote nuevamente. Llegando de Zaragoza todavía no he conseguido coger la Avenida de Lobete, aunque no desisto de ello y confío en que algún día lo logre, aunque entrando a Logroño desde la Estrella ya he desesperado de querer entrar por Lobete para ir directamente de un hospital a otro, y me doy por perdido.

             Todas esas vueltas y revueltas en salidas y entradas que te obliga a hacer el pésimo diseño de la circunvalación ultrarrápida, no sólo supone un consumo de espacio impresionante (aunque se pinte de césped y se compute como nuevas zonas verdes de la ciudad....) sino que acaba por colapsar las entradas priorizadas, de modo que la rotonda de la circunvalación con Chile ya empieza a ofrecer notables atascos en varias de sus bocas.

             De haberse estudiado un poco más a nivel de diseño ¡con todo el presupuesto que se le había destinado! (y ahora se me entenderá que no hablo de diseño de ornamentación y embellecimiento, sino de “diseño estrictamente funcional”) la homogeneidad de la trama urbana en su encuentro con la circunvalación, no se habría cometido tamaño desatino, pero ahí lo tenemos desorganizando a otra escala el trasiego de Logroño entre los tres hipermercados como si de una destartalada y nueva Gran Vía Juan Carlos I se tratara.

Por no extenderme mucho y acabar con las circunvalaciones, recientemente he visto publicado en el diario local la variante de Tirgo (reproduzco aquí la infografía) y conociendo de primera mano el tráfico de las vías de intersección no he podido sino echarme las manos a la cabeza una vez más ante la desproporción entre el problema y la solución.  

            En aras a la brevedad dejo sin comentar algunas obras cuya torpeza es tan manifiesta que no precisan más argumentos, como la reforma del Puente Madre con toda la fila de chupa chups a un lado, los peligrosísimos cortes a cuchillo de las cunetas de las carreteritas más estrechas a que nos tiene acostumbrados la Consejería de Obras Públicas con el estúpido argumento de que la vegetación se comería si no la calzada, por no hablar de un sinfín de cruces de entre los que el de Casalarreina ha sido tristemente célebre; y acabaré esta llamada de atención a la torpeza y estupidez del diseño de las infraestructuras con una mención especial para los dos últimos puentes “colgantes” “o cableados” (cabreantes, habría que decir más bien) de Logroño, el del Iregua y el de las Norias, profusa e ilustratívamente iluminados como si se tratase de los nuevos monumentos urbanos, y que según se puede ver aún en el primero y se pudo ver durante la construcción del segundo, todo el “cuelgue” no es más que un carísimo adornito (un “cuelgue” de los de canuto) con el que la ingeniería quiere salir en las revistas de la moda al lado de las grandes vedettes de la arquitectura. Dada la dimensión de los tableros y la economía de medios que toda arquitectura debe de intentar, es obvio que estos dos engendros han hecho del tercer puente sobre el Ebro, (justamente el que lleva al Carrefour para desdicha de los que le negaron la licencia en Logroño) una obra pública mucho más digna y sencilla, y por tanto, mucho más meritoria  arquitectónicamente hablando.
             



viernes, febrero 01, 2019

LA ENCINA DE LA LOMBA




En 1994 La Consejería del Medio Ambiente publicó un libro sobre árboles y arboledas de la Rioja que celebré con un buen puñado de excursiones y en el que lamenté que no estuviera incluida “la encina de la Lomba”. No es que por haber salido en ese libro algunos de los más venerables árboles de La Rioja estuvieran más protegidos (a los cedros del Espolón, por ejemplo –pag 112-, no les sirvió de mucho haber sido incluidos en él) pero es posible que con un poco más de atención pública, quienes destruyeron aquella singular encina veinte años después de que el libro fuera editado, igual se lo hubieran pensado dos veces. 

Como pueden ver por la ilustración que acompaña estas líneas, la “encina de la Lomba” no era un árbol singular por su antigüedad o por su rareza botánica. Era una simple encina -o más bien tres, como pude comprobar cuando un día me acerqué hasta él...-, 



...pero su excepcionalidad radicaba en su ubicación, en su aislamiento en una gran finca de cereal al otro lado del barranco de Santa Lucía de Ocón.  Una cualidad, la de la ubicación, que los ecologistas o naturalistas no parecen tener tanto en cuenta como aquellos que miramos los paisajes buscando puntos visuales de apoyo o incluso referencias humanas. La “encina de la Lomba” era para todos los que la hemos contemplado con interés y emoción (y me acuerdo en especial de mi amigo Carlos Lloret que siempre la elogiaba cuando venía a Santa Lucía) algo así como un punto de apoyo en el que la mirada evitaba perderse cuando se mira vagamente el paisaje.  Un nodo, un vórtice, un ojo, una pupila.


El año 2014 fue muy triste para mí. Durante sus largos meses estuve pendiente de la lenta muerte de mi madre, que aconteció justo después de navidad. Y seguramente por ello apenas presté atención a otras desapariciones menos íntimas o personales, como la de la ”encina de la Lomba”. Me pasó lo mismo con el horror de la plaza de mi pueblo, Anguciana, construida durante los meses en que mi padre se moría. Y así, cuando veo la desolación de esa plaza o la ausencia de la ”encina” en la finca de enfrente de Santa Lucía, no puedo dejar de pensar en lo íntimamente ligadas que están a las ausencias de quienes me dieron la vida.


La Lomba era una gran finca de cereal de una tierra bastante pobre y pedregosa que solía quedarse en barbecho entre cosechas para ser pastada por las vacas.  Según me contó el anciano pastor de Santa Lucía cuando finalizaba el siglo pasado, todo el monte de la margen izquierda del barranco estuvo cultivado cuando él era niño pero con la regresión del campo había vuelto a revertir en bosque de encinas. Todo, menos la gran “Lomba” que seguía ahí con su encina en medio, como un enorme dinosaurio de otra época.

Las nuevas técnicas agrícolas y la expansión del viñedo han transformado radicalmente el destino de la finca arrasando (por veinte miserables cepas…) la encina que la singularizaba. Huyendo de la monotonía  de las hileras de alambres por donde crecen las vides, la atención del contemplador se desvía ahora hacia la parte inferior de la Lomba donde han construido una gran balsa para el riego por goteo con una lámina negra de impermeabilización, y donde resuena en el barranco un motor de gasoil durante innumerables días y noches de verano. 

Yo no tengo nada contra el devenir y el destino (nada se puede tener contra eso), pero sí tengo un mensaje para todas esas gentes que quieren hacer de los viñedos riojanos Patrimonio Cultural de la Humanidad: que ahí en la Lomba, donde ya no está aquella hermosa encina,  tienen un buen borrón.





(artículo remitido a la revista Piedra de Rayo en octubre del 2017, que por la jubilación de su director tiene visos de quedar sin publicarse en papel)