sábado, noviembre 09, 2019
MÚSICA Y ARQUITECTURA
Encontrar o seguir con cierto orden un hilo de argumentación a través de un blog es tarea poco menos que imposible, porque los blogs no dejan de ser cuadernos de apuntes. Así que lo mismo que hice en el post anterior con mis artículos sobre JAPÓN, voy a poner en este post ordenadamente los enlaces a los guiones que escribí para mis colaboraciones con Radio Nacional, Radio Clásica, sobre Música y Arquitectura durante el curso 2017-2018. Si no se han caído, en cada post están los enlaces a los youtubes que sirven de ilustración musical y al final de cada post está el enlace a cada podcast del programa radiofónico, ...si es que Radio Clásica tiene a bien guardarlos.
1. MÚSICA Y ESPACIOS ABIERTOS
Música de Alboca en las campas del Gorbea
Cánticos de siega en el Atlas marroquí / El misterio de las voces búlgaras
Música antes de la batalla
2. MÚSICA Y ESPACIOS URBANOS
Las bandas municipales en pasacalles. Amparito Roca de Jaime Teixidor
Los kioskos para bandas. Música de Beethoven para bandas de viento.
Músicos callejeros. Dúo para clarinetes de Mozart.
3. LA MÚSICA Y LA CASA
Música para la agonía. Les Pleurs de Saint Colombe
El piano en casa. Vals en La menor de F. Chopin
La música enlatada o... en youtube. Oratorio de Navidad. JS Bach
4. MÚSICA Y TEMPLO
La catedral de la polifonía. Nuper rosarum flores. Guillaume Dufay
La música y el artista. Bach en Leipzig. Est ist Olbrach, cantado por Panito
El órgano como catedral de la música. Aleluya. Haendel
5. LA MÚSICA EN PALACIO
Concierto de Lully para la cena del Rey en Versalles
Bocherini: de Arenas de San Pedro a un velero inglés pasando de Jordi Savall
Haydn, de músico de palacio a triunfador en Viena
6. LOS PALACIOS DE LA MÚSICA
Brahms en el Palau de la Música de Domenech y Muntaner
Mahler en la Philharmonie de Berlín
Mendelssohn en el Auditorio de Madrid
7. OPERA Y ARQUITECTURA
Música y espectáculo. Sidney de Utzön y Tanhauser de Wagner
La Opera española, mi madre y Usandizaga
Carmen y la Opera de Garnier en París
8. MÚSICA EN PEQUEÑOS LUGARES
El dixieland y La Caveau de la Huchette en París
La música que da Baile. Cab Calloway
Un pub y un lieder de Brahms cantado por Jessie Norman
9. MÚSICA Y MUERTE
La capilla del bosque de Asplund, la muerte de mi padre y Radiohead
Los Three equali de Beethoven y el cementerio de Viena
Rendir homenaje a un muerto. Josquin Despres a Johannes Ockemgem
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lunes, septiembre 09, 2019
JAPÓN
Preparando un viaje a Japón para los arquitectos logroñeses en el año 2017, fui dejando en este y otros blogs una serie de notas, apuntes, fotos y enlaces, a los que alguna vez tendría que dar alguna utilidad, o por lo menos, poner en orden. Aquel viaje fue abortado y yo fui olvidando mis propios apuntes; pero gracias al interés demostrado por mi vecino Alberto Vidal (gran escritor de haikus) hacia la figura de mi tío Luis Diez del Corral y sus escritos sobre Japón, le comenté hace unos días que quizás le pudieran también interesar mis notas sobre la arquitectura y cultura de aquel lejano país.
Le di unos enlaces, se puso a pasar mis post a papel (Alberto es impresor) y lógicamente se perdió, porque como es sabido, yo soy un escritor impulsivo y desordenado, y desde que descubrí la escritura en blogs he multiplicado por mil estos defectos. Cuando me enseñó impresos el caos de algunos de mis posts, me arrepentí de haberle hecho perder el tiempo y le prometí cuando menos poner en orden mis escritos sobre Japón.
Ahí va más o menos ordenada una lista de ellos:
1. TANGE PARA EMPEZAR El arquitecto más conocido de Japón me da pie a introducir y comentar varios temas y edificios.
2. ACERCÁNDONOS A EDO-TOKIO. Como todo viajero moderno entra por avión a la capital, aquí hice una primera aproximación a aquella extraña conurbación que mi tío intentó comparar con Berlín.
3. EL GENKAN. Dejamos los grandes temas y entramos en los más domésticos. La entrada de la casa japonesa me lleva a recordar que yo fundé una revista llamada El Hall y que los zapatos tirados por el suelo no me gustan nada.
4. VIVIR EN EL SUELO. Apuntes de todo tipo sobre el TATAMI.
5. EL MISTERIO DEL WASHI Y LAS PUERTAS CORREDERAS. Donde mezclo desde imágenes del cine hasta la manía de mis alumnos de preferir las puertas correderas a las giratorias.
6. TOKONOMA. Mezclando lo que fui entendiendo de los lugares así llamados con mis patrones de Alexander, llegué a decorar mínimamente un rincón de la casa de mi hija.
7. LOS TEJADOS JAPONESES. Una aguda observación de mi tío Luis que vi perfectamente ilustrada en el cine de Ozu.
8. TOKIO-GA. Si "Cielo Sobre Berlín" nos acercó en su día a la capital alemana, la película de Wim Wenders sobre Japón y el cine de Ozu nos puede dar también algunas claves sobre la capital japonesa. Aquí un pequeño comentario en mi blog de cine.
9. ELOGIO DE LA SOMBRA. Buscando algo de "teoría" sobre la arquitectura japonesa termino algo chamuscado.
10. EL RUMOR DE LA MONTAÑA. Desengañado de la "teoría" busco el alma japonesa en la
literatura y me dejo también las pestañas.
11. LOS TRES MÁS BELLOS PAISAJES DE JAPÓN. Para alejarse de las letras nada como mirar los más bellos paisajes, aunque como dice mi tío, si no tienen historia detrás (o sea, letras) le dicen mucho menos.
12. UN ATARDECER DESDE LA TERMINAL DE YOKOHAMA. Un paisaje arquitectónico, contemporáneo, y hecho por un español, visto con los ojos de mi hija arquitecta.
13. NETSUKE. Como en los viajes siempre hay que comprar recuerdos, aquí una idea.
14. LOS ÚLTIMOS DE JAPÓN. De cómo acabó el proyectado viaje a Japón para arquitectos del año 2017.
15. MI AÑO MURAKAMI. Por aquello de no haber ido a Japón, me castigué a leer un montón de novelas de Murakami, el escritor contemporáneo más famoso de por allí.
Y ya vale. Tengo algunas notas más por ahí sobre cine japonés o cine sobre Japón (por ejemplo, sobre la decepcionante Lost in Tokio de Sofía Coppola, o la bellísima Despedidas), pero me parece que con estos quince articulillos ya puede uno acercarse, alejarse o perderse en Japón guiado (o desguiado) por mi desorden escribidor.
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sábado, junio 29, 2019
HABITACIÓN
Ramón Masat, Tomelloso, Ciudad Real 1960
(Al hilo del eslogan que el recién elegido alcalde Pablo Hermoso de Mendoza ha propuesto a la ciudad de Logroño: "Crear, crecer y cuidar" (junio del 2019), subo a la red este apasionado artículo aparecido en la página 12 del Diario La Rioja de 9 de septiembre del 2000, cuyo contenido creo que linda con la noción del tercero de los términos)
Hace cuatro o cinco años, en la Jornada de Clausura del I
Congreso Nacional de Arquitectura celebrado en Barcelona, la arquitecta Carmen
Pinós dijo una de esas frases-eslogan que los periodistas recogen con prontitud
y fidelidad, y que fue publicada al día siguiente en casi todos los medios de
comunicación nacionales con la propia noticia de la celebración del Congreso.
“La Arquitectura es algo tan importante que no deberíamos dejarla sólo en manos
de los arquitectos” -dijo la ya por entonces ex-esposa y ex-colaboradora del
ahora recién desaparecido arquitecto Enric Miralles.
Yo no tengo
ningún aprecio por la arquitectura de Pinós ni por la de Miralles, pero aquella
maldita frase me ha estado dando vueltas en la cabeza -como otras veces el
pepino del gazpacho en el estómago- y trayéndome muchas veces a la memoria a
esa “artista” de la arquitectura que no me interesa lo más mínimo. De alguna
manera yo estaba de acuerdo con la frasecita de marras pero no me encajaba con
la personalidad de quien la decía. Así que en una de las calurosas noches del
mes de Agosto en que es tan fácil desvelarse por el sudor, dí con el remedio.
No señora,
la Arquitectura es cosa de arquitectos y nada más que de arquitectos,
mismamente como la Medicina es cosa de médicos. Son saberes específicos y
desarrollados en teorías y manuales a los que no todo el mundo tiene fácil
acceso. Otro asunto es la habitación del hombre; como otra cosa es también la
salud. “La Habitación es algo tan importante que no deberíamos dejarla sólo en
manos de los arquitectos” es la frase
correcta -me dije entre las sábanas desordenadas por el calor-, aunque dudo
mucho que si Carmen Pinós la hubiera dicho así los periodistas la hubiesen
apuntado tan deprisa en sus cuadernos. Y es que la idea de “habitar” ha caído
en el olvido y no da para un titular.
Sigo un
poco más con la semejanza respecto a la Medicina para constatar que los médicos
han operado lingüísticamente de forma inversa: no sólo no se han olvidado de la
palabra Salud sino que se han apropiado de ella, y a los Centros donde ejercen
su Medicina hoy se les llama pretenciosamente Centros de Salud. Pero aunque los
Arquitectos no se denominen expertos en Habitación, lo cierto es que la
sociedad ha hecho la misma dejación en su responsabilidad habitadora que en el
caso de la Salud. La Habitación se la hemos dejado a los arquitectos y la Salud
a los médicos; pero la Habitación, -digámoslo como tesis o como
jaculatoria-, no es cosa de arquitectos
ni la Salud es cosa de médicos, aunque no por ello vamos a negar la validez y
la autonomía de los saberes de los arquitectos y de los médicos.
La
confusión entre habitar y construir es uno de los grandes males de nuestro
tiempo; es una de las tragedias de las Escuelas de Arquitectura y, digámoslo de
paso, es también la causa del solemne aburrimiento de esta página de
Arquitectura del diario La Rioja. Y es que los saberes respecto a la historia
de los estilos, la autoría de tal o cual edificio, los análisis compositivos de
una fachada y de sus detalles constructivos, por no decir también las alabanzas
e inciensos a todo el santoral que esa historia y esos saberes han ido creando,
son tan aburridos que, incluso yo, que soy arquitecto y lector metódico, rara
vez consigo acabarme esta página.
En
consecuencia con lo que digo, mi obligación es intentar explicar poco a poco (y
a ser posible sin aburrir) qué es lo que ha de entenderse cuando decimos
Habitación en vez de Arquitectura. No me va a ser fácil, porque ni yo mismo lo
tengo claro, pero en mi ayuda ha acudido en el mismamente caluroso mes de
agosto una fotografía de Ramón Masat colgada en la Sala de Exposiciones del
Ayuntamiento que dice todo lo que yo quiero decir, y encima con una gran
belleza.
Como la
mayoría de las fotografías de Masat, no posee título y sólo tiene como
referencia, Tomelloso (Ciudad Real), 1960; pero bien podría titularse
“Habitación” y así nos daría la primera pista en nuestra investigación.
Nosotros entendemos comúnmente el habitar en el aspecto restringido de
ocupación de un espacio construido (una casa está habitada cuando hay alguien
habitualmente en ella), pero esta fotografía muestra que habitar no sólo es
ocupar un lugar sino también “ocuparse de él”. Y es en ese sentido cuando
debemos decir que una casa está habitada no sólo cuando hay gente dentro sino
cuando alguien “se ocupa” habitualmente de ella. Mientras que el “ocupa” es un
invasor (y escrito con K expresa aún mejor ese sentido de agresividad), el que
se ocupa de la casa es el que la habita. Habitar es hacer la casa: como el
pájaro hace su nido o el caracol segrega su cáscara.
Cada día,
la casa y el trozo de calle al que da frente la casa son aseados por su habitante. Y cada año en
primavera, la casa es blanqueada de nuevo, y una mujer dibuja la línea
decorativa que expresa la diferencia entre la casa y la calle.
La distancia entre la manera de habitar nuestras casas y
ciudades (nuestra manera de habitar Logroño sobre todo) y la fotografía tomada
por Ramón Masat es tan grande que la emoción nos embarga. Me consta, sin
embargo, que en cada tiesto de balcón, en cada trocito de acera barrido por un
tendero, o en cada visillo de ventana de nuestra ciudad, hay gestos similares.
No son esos los gestos de los arquitectos modernos (quienes lógicamente
aborrecen los tiestos y los visillos) ni hay políticos al lado haciéndose las
fotos con su inauguración o empresarios y constructores haciendo millones, pero
yo os digo, habitantes de Logroño y La Rioja, que esa es la más hermosa
Arquitectura que imaginarse uno pueda: la que nunca hay que dejar en manos de
los arquitectos.
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martes, abril 09, 2019
ARQUITECTURA Y DELITO
0. La conferencia
Para
quienes hemos escogido la escritura como medio de comunicación, las
conferencias suelen ser un pequeño martirio porque la paciencia con la que
vamos buscando las palabras o hilvanando las frases en nuestros escritos poco o
nada tienen que ver con la habilidad de quien sabe plantarse ante un público y
un micrófono durante una hora seguida, hablando sin parar. La superioridad del
arte de la oratoria sobre el de la escritura es absoluta porque mientras ésta
es una actividad fantasmal en la que el autor se aleja y esconde en la soledad
del lápiz y el papel (ahora ordenador), aquella nos depara siempre la
intensidad propia de la presencia física. La escritura, como también el cine,
se elabora sobre el truco de horas y horas de trabajo, dando a la postre una
imagen de sus autores muy superior a su auténtico valor. Así que cuando el
escritor debe enfrentarse al reto de decir las cosas de una manera directa y en
tiempo real, cae en la cuenta de sus limitaciones y lo pasa francamente mal
(justamente lo contrario de aquél que apenas nunca ha tenido nada que decir y
le ponen un micrófono delante, –todo hay que decirlo).
Las
conferencias son para el escritor auténticas curas de humildad, razón por la cual
debe aceptarlas sin rechistar.
Por
suerte, hasta la fecha no me han “invitado” a muchas de estas terapias, y
quienes lo han hecho han sido casi siempre amigos. Pero eso aún es peor porque
en tal caso sucede que a las propias molestias de la humillación hay que añadir
el miedo a decepcionar a tus anfitriones.
De todos
modos, a pesar del penoso trance de la sesión terapeútica y de la sensación de
culpabilidad que te causa el fraude hacia quienes depositaron su confianza en
tí llamándote para dar una charla, resulta que al final de todo sales con un
buen material de frases y palabras, y no pocas energías para ponerlas de nuevo
por escrito, empezando el ciclo una vez más. Con las notas y esquemas juntados
y pensados antes de la conferencia, con las apreturas y sudores de la sesión de
cuerpo presente, y con las preguntas y comentarios que surgen a continuación,
acopias una documentación que no puedes en ningún caso dejar que se pierda sin
ponerla pronto por escrito. Al revés de lo que pueda parecer sensato,
últimamente me ha dado por escribir las conferencias después de darlas: un poco
pues, a modo de memorandum, y un poco, también, para volver a salir de lo bajo
que has caído.
La que
escribo a continuación titulada originalmente
“Delcoración” y finalmente
“Arquitectura y delito”, tuvo lugar en Palma de Mallorca el día 24 de
octubre del 2002 a invitación del decorador y profesor de decoración Francisco
Romero, en el marco de la segunda edición de la feria regional MODEC. Vayan a
él dedicadas estas líneas como gratitud por su confianza y como reparación de
mis carencias oratorias.
1. La arquitectura
La voz
arquitectura se ha desgastado tanto que para volver a encontrarle sentido o
ponerla en su sitio hay que repensar todo en origen.
La
construcción del hábitat propio por parte del hombre pudiera verse como una
continuidad con los nidos que se hacen los pájaros, las madrigueras de los
conejos o los panales de las abejas; un “hacer” inocente al que los hombres no
suelen llamar arquitectura sino construcción a secas. Sin embargo, William
Morris, un pensador poco sospechoso de arrimar el ascua a su sardina (pues no
era arquitecto), definía la arquitectura como toda alteración en la superficie
terrestre destinada a satisfacer sus necesidades; así que al margen de
cuestiones gremiales, bien podríamos entendernos con esa definición, –o acaso
con una addenda explícita en la que se dijera que las necesidades que trata de
satisfacer el hombre con la arquitectura son las de su hábitat. O sea, las
mismas que las del conejo o la abeja.
La
arquitectura es la actividad del hombre que hace su hábitat en la superficie de
la tierra (...y ahora un poco más allá de esa superficie, en las estaciones
espaciales...). Un hábitat que comienza con la construcción del nido o la casa,
pero que dada la propia complejidad de hombre, se extiende pronto a otros
territorios como las conexiones entre las casas, o a los utensilios pequeños
que las hacen más habitables.
El uso
de la palabra arquitectura podría por tanto extenderse a los campos de lo que
hoy se entiende como ingeniería civil o a los del diseño de objetos, y con ello
empezar a sentir todo nuestro hábitat en la tierra como un continuum sin
sobresaltos. Tan hábitat es la autopista o el aeropuerto por el que llego a la
ciudad de Palma, como la silla en que ahora me siento. Todas las cosas hechas
por la mano del hombre modificando o acomodando la naturaleza para su
habitación pueden merecer el nombre de “arquitectura”, porque entre otras cosas
no parece haber otro más adecuado, y porque en los tres casos siempre se usa el
mismo método de pensar lo que se va a hacer –proyectar–, antes de ponerse a
ello.
Y así,
el arquitecto, que por etimología es el archi tectum,
o sea, el primer albañil, es quien piensa lo que se va a hacer con la tierra y
sobre la tierra para acomodarla mejor a sus necesidades de habitación; y lo
mismo a la hora de tender un puente sobre el río como al dar las trazas para
hacer una mesa. Puesto que el hombre es un ser complejo y jerarquizado
orgánicamente, su hábitat también lo es; y la construcción del mismo, al tener
que organizarse de un modo igualmente complejo, precisa de una jerarquía en el
hacer que comienza en el hacer del arquitecto. Diríase que la mejor razón en
usar la palabra arquitectura para la actividad de construir el hábitat humano
radica en la figura de un director del proceso, el arquitecto. Incluso en el
mundo de la construcción de objetos donde la complejidad inicial podría ser
menor, con la industrialización del proceso la figura de un primer artífice o
arquitecto (al que se le viene llamando diseñador) se hace tanto o más
necesaria que en la construcción del puente o de la casa.
2. La decoración
El habitat del hombre precisa de la arquitectura y comienza en ella pero la
arquitectura, y ese es el meollo de esta conferencia, no es suficiente. La
arquitectura es un hacer que da lugar a la aparición de nuevos objetos en el
mundo –puentes, casas, candelabros–, que relacionamos directamente con el
habitar. Pero a imagen y semejanza del hombre, los objetos que el hombre hace
se desdoblan siempre entre una esencia y una presencia, un ser de la cosa y un estar ahí de la cosa. Un desdoblamiento que puede tener
lugar en dos actos distintos o en dos momentos distintos, pero que pueden darse
también simultáneamente sin que por ello desaparezca la doblez.
La
escisión entre un “ser” y un “ser-ahí” (o estar), la diferencia entre un “esto
es” y un “así está bien” parecen haber sido expresadas mediante palabras con la
raíz diz
o dec que luego darían lugar a términos como decoro
o decoración. Y del mismo modo que el hombre “es”, pero su “figura” se
transforma o adapta en función de sus actos, en función de las circunstancias,
en función de quién esté delante etc. etc., del mismo modo que el ser humano se
viste para una boda, se modera ante una autoridad o se pinta los labios para
llamar la atención del otro sexo; su habitación adopta también presencias
cambiantes en función de que vayan a ser ocupadas por un bebé o destinadas a
cocina, sus muros se visten de forma distinta si van a soportar las lluvias del
norte o si van a dar al interior de la casa, sus columnas acomodan sus adornos
al pórtico de recepción o a la fachada
trasera, y así sucesivamente.
Diríase
que la acomodación de la arquitectura a las circunstancias le da a ésta un
cariz más efímero y circunstancial y en ese sentido, más ligado también a la
condición humana. Así que cabe enunciar que frente a la aspiración de eternidad
en la que suele incurrir la arquitectura (y el hombre), la decoración le viene
a recordar a ésta (y a éste) su finitud. Decorar es, en el sentido más hermoso
y profundo, humanizar la arquitectura: devolverla al tiempo efímero del hombre.
Y en
tanto que la arquitectura no sólo es todo aquello que tiene relación con la
edificación sino también con las grandes obras públicas o con los pequeños
objetos, la decoración tiene justa cabida en todas ellas. La desolación de los
grandes aeropuertos, las autopistas, las presas o los puentes, suelen
ablandarse cuando por ellas tiene que pasar un gran jefe de estado y aparecen
adornadas de banderas, alfombras, vegetación o farolillos. La llegada de la
navidad o de las fiestas suele ser también buena ocasión para decorar los
tristes espacios cotidianos, aunque en general hay que señalar la poca atención
que se presta a la humanización de todas las grandes obras que la evolución
técnica ha permitido hacer en el pasado siglo veinte. Es posible que todo sea
porque unos arquitectos “fundamentalistas del ser” proscribieron la decoración
en sus manifiestos teóricos y hasta la quisieron llevar a los tribunales como
si de un delito se tratara. Ya va siendo hora por tanto, de que el nuevo siglo que ha comenzado
ajuste cuentas de una vez por todas con esos predicadores que plantearon que la
arquitectura por sí sóla era ya el hábitat del hombre. Por oposición al célebre
título del artículo de Adolf Loos en el que criminalizaba el ornamento, yo les
propondría recordar esta conferencia con el nombre de “Arquitectura y Delito”
como titular de lo que ha sido la arquitectura del siglo XX.
Por lo
que respecta al territorio de los objetos industriales, la decoración aparece
nuevamente como actividad humanizadora de los mismos en tanto que pretende
rescatarlos de la uniformidad que les procura la cadena de producción. El
tapizado personal de la silla, el tirador artesanal sobre la puerta de serie,
la calcomanía sobre el cristal, o las iniciales en el cubierto son las nuevas
huellas de una humanización con las que los nuevos objetos indistintos se incorporan
al habitat humano. Unas huellas que de algún modo vienen a sustituir o a
recuperar aquellas otras huellas de imperfección que los artesanos dejaban en
los objetos preindustriales que tanto ahora apreciamos.
Dícese
que la decoración a veces no es decoro sino ocultación, engaño o mentira. En el
desdoblamiento entre el “ser” y el “presentarse” pudiera ser que se diese
cierta continuidad o relación, pero también pudiera ocurrir que ambas
manifestaciones poco o nada tuvieran que ver y que a esa falta de relación
entre el ser y el presentarse pudiera entenderse como falsedad. De los tres
tipos de decoración de la arquitectura que aprendí de los catedráticos Iñiguez
y Ustarroz, esto es, la decoración simbólica, la analógica y la ornamental, la
exigencia de continuidad entre el primer hacer y el segundo no siempre es
exigible. Por ejemplo la presencia de versos coránicos sobre las pechinas de la
Iglesia de Santa Sofía en Constantinopla en vez de iconos cristianos no afecta
apenas a la lectura espacial del lugar y sólo alude a su actual culto y
propiedad. Los escudos, rótulos o logotipos con que significamos los hábitats
humanos en ese primer tipo de decoración rara vez tienen que ver con el
lenguaje constructivo y arquitectónico por lo que la discontinuidad entre la
arquitectura y la decoración simbólica es casi una constante. La sala en la que doy esta conferencia se ha decorado
para la ocasión con el cartel de la feria que nos acoge y nadie diría que con
eso estamos engañando a la arquitectura de la sala, sino todo lo
contrario.
De entre
las tres decoraciones, la preferida de los arquitectos es sin duda la
decoración analógica pues se aplica a expresar o ampliar no ya el destino o
circunstancia de la habitación sino sus propias formas arquitectónicas: el
hueco de la puerta que se reproduce en la moldura que la circunda, la estría de
la columna que se hace eco de su propia verticalidad o el tendido de mortero
sobre un muro que expresa su carácter laminar. Pero, ¿es eso cierto del todo?
¿no sabemos acaso que el muro no es una lámina continua sino un agregado de
pequeñas piezas que quizás sería más sincero expresar mediante la textura
rítmica de un ornamento superficial? ¿son sinceras y no engañosas las estrías
de una columna romana cuyo mármol exterior sólo es el forro de una columna de
ladrillos?
La
decoración ornamental, la más denostada de todas por su aparente desconexión
con la arquitectura a la que adorna, la decoración de la Alhambra de Granada o
la de los papeles pintados de nuestra habitación, puede que nos remita, para
fastidio de los arquitectos fundamentalistas de la pureza, a lo más profundo
del hecho constructivo, esto es, al latido y repetición de las pequeñas piezas
con que se construye.
Muy
tontos han tenido que ser los arquitectos modernos del siglo XX para no darse
cuenta de la diferencia entre un vestido y un disfraz, entre un maquillaje o
una máscara. Y muy ridículos son todos los que toman a la desnudez
arquitectónica como una manifestación de lo auténtico cuando todos sabemos que
la desnudez humana es una de las presentaciones más elaboradas y costosas.
3.La palabra
Pero aún con todo, el hacer de la arquitectura y el humanizar de la
decoración no son aún suficientes para que sus realizaciones lleguen a ser el
hábitat del hombre. Dice Hölderlin en uno de los más profundos y hermosos
poemas jamás escritos sobre el hábitat que
muchas cosas ha experimentado el hombre y
a muchas celestiales ha
dado ya nombre
desde que somos
Palabra-en-diálogo
y podemos los unos oír a
los otros
(...)
Lleno está de méritos el
Hombre;
más no por ellos sino por
la Poesía
que hace de esta tierra su
morada.
Lo que
explicado en prosa viene a decir que, si para que las cosas del mundo sean
nuestra morada es preciso que la poesía les de nombre, no menos lo han de
necesitar esas cosas que hacen los hombres mediante la arquitectura y la
decoración. Para que las grandes obras de hormigón o los pequeños floreros
formen parte de nuestro hábitat deben ser previamente pasados por la palabra, y
sólo cuando encuentren la palabra adecuada o el nombre justo, esto es, cuando
la poesía entre en ellos, formarán parte de nuestra morada.
De ahí
la necesidad de la crítica que, en principio, no es otra cosa que palabra y que
si da con la palabra justa podrá llamarse poesía.
Suelo
contar para ilustrar este tercer hacer en el proceso de configuración de
nuestro habitat una anécdota humana muy sencilla y doméstica: mi mujer se
levanta por la mañana ojerosa y despeinada; luego se encierra en el baño
durante un buen rato y sale peinada, pintada y con un rostro resplandeciente;
regresa a la habitación y se viste con ropa limpia y aseada, y finalmente se
despide de mí antes de salir al trabajo mientras yo me quedo maravillado por la
transformación. Cuando vuelve al mediodía le pregunto si nadie le ha dicho lo
guapa que ha ido hoy al trabajo, y me contesta que no, que su trabajo es un
lugar inhóspito donde ya te pongas lo que te pongas nadie nunca te dirá nada.
Desde luego que tiene razón: nada más inhabitable que un lugar donde no se dice
nada de la hermosura del ser y de la belleza de su presentación.
En el
mismo sentido del decir sobre el hábitat, Jorge Luis Borges escribía: “qué lindo ser habitadores de una ciudad que
haya sido comentada por un gran verso” . Y así, los olmos de Soria o el
paseo entre San Polo y San Saturio cantados por Machado o los mismos patios
bonaerenses definidos por el mismo Borges (“el
patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa” ) consiguen
la cualidad de ser definitivamente partes de la habitación del hombre.
Pero la
palabra justa y adecuada a veces puede también causar un daño enorme. Cuéntase
que cuando el emperador Maximiliano José inauguró el edificio de la Opera en
Viena, comentó con desagrado el desacierto de un planta baja realmente pequeña
y fuera de escala para cumplir con dignidad la función de su relación con la
calle. Al día siguiente uno de los dos arquitectos autores del edificio
abrumado por la humillación del emperador (y por su acierto crítico) se quitó
la vida. Todo se hubiera arreglado si el emperador hubiera visto los planos
previamente a la construcción del edificio, pues tanto en arquitectura como en
decoración se procede sobre proyectos que deben ser discutidos y comentados
antes de ejecutarse.
La
crítica es poética en tanto se esfuerce en encontrar la palabra justa para
nombrar a las cosas, pero la crítica es también, para su desgracia, manifiesto
del yo crítico y juicio que da vida a los objetos o los condena a muerte.
Para
hacer de la crítica poética y no opinión ni juicio, yo recomiendo evitar en lo
posible la expresión “me gusta” y dilatar todo lo que se pueda el “juicio de
valor”. No es fácil, ya lo sé, pero ese es el secreto de la crítica. Cuento en
mi “Manual de Crítica de la Arquitectura” que existe una notable diferencia
entre la expresión inglesa “I like it” y la expresión latina “ eso me gusta”,
porque el orden de los sujetos está invertido y mientras en la primera queda
claro que hablamos del yo, en la segunda parece que estuviéramos hablando de la
cosa. En el mestizaje de lenguas al que nos encaminamos deberíamos aceptar en
este caso la modalidad inglesa para entender que con ese tipo de expresión no
hacemos crítica del objeto sino descripción del sujeto. Cuando hablamos de
nuestros gustos sobre las cosas nos estamos describiendo a nosotros mismos sin
pudor, por lo que convendría tenerlo muy en cuenta. Pero si la expresión del
gusto personal se queda a las puertas de la crítica, el juicio final se pasa al
otro extremo, pues una vez emitido, toda la argumentación se dispone al
servicio del juicio y no de la cosa. Una vez dicho que una cosa es mala o
buena, lo que se pretende a continuación es justificar el juicio y no dar con
los nombres de la cosa.
Para
ejercer la crítica como poética, para nombrar a la arquitectura y su
presentación se han escrito no pocos manuales a lo largo de la historia y se
han fijado un buen puñado de palabras que actúan como referencias. Vitrubio nos
proporcionó La Utilitas, la Firmitas y la Venustas. Alberti las transformó en
Necesitas, Oportunitas y Voluptas. Luego aparecieron Sicurezza y Commodita, y
así sucesivamente. La analítica ha arrojado otro buen puñado de nombres para
acercarse a la arquitectura, tales como forma, color, luz, juego de volúmenes,
espacios, secciones, texturas, proporción, signos, expresión, estilo,
tendencia, composición, complejidad y contradicción, cualidad sin nombre, etc.
etc. Todos ellos nos pueden guiar en la labor poética, esto es, en la búsqueda
de la expresión adecuada al objeto que está pidiendo que hablamos de él para
convertirse en nuestra morada. La diferencia entre un buen crítico que hace
habitable el mundo y del mal crítico que sólo habla de sí o juzga es facilísimo
de ver. Como es muy sencillo ser lo segundo y bastante difícil lo primero,
porque exige siempre preparación y disciplina. Rara vez ya se encuentra a nadie
que al salir del cine diga simplemente que le ha gustado o no la película, y
hasta el crítico más inepto ya hace sus pinitos diciendo que la historia era
mala pero los actores lo hacían bien, que la música no acompañaba a la acción o
que la fotografía era muy impactante. Que la habitación humana reciba peor
trato crítico que un producto de entretenimiento debería ser motivo de
vergüenza.
4. El diálogo
Pero el verso de Hölderlin no sólo habla de dar nombre a las cosas
celestiales y a las cosas hechas por el hombre para hacer de ellas nuestra
morada, sino que al hombre que da nombres lo define como palabra-en-diálogo.
La
palabra del hombre que nombra las cosas no es por lo tanto fija y concluyente
sino, como el hombre mismo, abierta, efímera y mudable. La palabra que nombra a
la arquitectura y a su presentación decorativa ha de ser a su vez objeto de
nuevas palabras en diálogo para que el mundo sea finalmente habitable. La
palabra del hombre es pues palabra-en-dialogo, de manera que para cerrar el
ciclo, la crítica de la crítica se constituye así en el cuarto y definitivo
hacer del conjunto de actividades que construyen nuestra morada.
Decíamos
en el punto anterior que hay mucha opinión y mucho juicio en vez de crítica,
pero en este cuarto punto se ha de decir que aún se hace menos crítica de la
crítica. Rara vez en estos tiempos la palabra crítica de la arquitectura es
contestada y puesta en su sitio, así que me voy a permitir terminar esta
conferencia mencionando lo que hay y lo que cabe hacer.
El
lenguaje crítico de nuestros días está mediatizado por la sobreabundancia de
información y por las necesidades comerciales del negocio de la prensa y ofrece
un panorama claramente bipolar.
Por un
lado, la crítica de arquitectura, ejercida mayormente por hombres en revistas
de escasa tirada pero muy caras, viene expresada en un lenguaje abstracto y
pseudorreligioso en el que lo único entendible suele ser el santoral de
arquitectos que poco a poco se va configurando para la elevación a los altares
de una Historia que le sigue después, o hasta casi se podría decir que de
inmediato. La Historia pisa los talones a la crítica y ambas funcionan como el
cazador y su perro obteniendo piezas para Arte. Luis Fernández Galiano es en
ese sentido uno de los pointers más trabajadores de este país. Claro que habida
cuenta del negocio de la prensa y de los grandes estudios es lícito pensar que
no todo es religión de Arte y servicio a la Historia sino que toda esa
producción de nombres propios e imágenes fotográficas de arquitectura esconde
también un deseo de notoriedad de los artistas y un trasiego de favores,
invitaciones, jurados, premios y encargos. La actual crítica de arquitectura no
se ocupa por lo tanto del noventa y nueve por ciento de las cosas que hace el
hombre sino tan sólo de ese uno por ciento que alimenta las religiones o el
negocio de la Historia y el Arte. Y de ese modo la gente ha acabado por
confundir arquitectura con ese uno por ciento hecho por los artistas y por
entender que el otro noventa y nueve por ciento hecho por los hombres no es
arquitectura, –lo que entra claramente en contradicción con la definición de
Morris dada al principio.
Por otro
lado la crítica de la decoración, ejercida mayoritariamente por mujeres en
revistas comerciales de amplia tirada y bajo precio, expresada en un lenguaje
de cóctel y flirteo, lejos de llevar hacia los altares al segundo hacer del
hábitat, lo rebaja hacia la nada más sinsustancial. El tipo de publicación en
el que viene esta crítica (por llamarla de algún modo) al estar mucho más
ligado al consumo de masas que las revistas de arquitectura, muestra con mucho
más descaro la componente económica y publicitaria de buena parte de sus contenidos.
Y como en el caso de las bebidas edulcoradas, en vez de calmar la sed, lo que
hacen es inducir a seguir comprando más y más revistas de este tipo para que
nunca logremos entender lo que es la compleción y naturaleza del hábitat
humano.
Las vanguardias
y los estilos van tomando cuerpo mediante el lenguaje culto y abstracto de los
críticos de la arquitectura, mientras que las modas y tendencias, aparecen y
desaparecen mediante el chispeante cotilleo de las revistas “delcoración”. Las primeras alimentan los
capítulos de los libros de la historia del arte y de paso, las ambiciones de
los políticos que desean subirse al carro; y las últimas sirven como
aceleradores de las cadenas de la producción y el consumo.
La
necesidad de habitar digna y armónicamente la tierra subyace bajo todo ese
palabrerío sin que se atiendan y nombren sus circunstancias y quehaceres. Y de
ese modo, el mundo avanza aceleradamente, de la mano de un poderío técnico
desvocado, hacia la desolación, cuando no a la destrucción.
Sirvan
pues estas palabras para hacer un poco más habitable el mundo mediante el
recordatorio de la definición de arquitectura, la reivindicación de la
naturaleza del decoro, la consideración poética de la crítica, la crítica de la
crítica y como no, la puesta en diálogo de su propio contenido y expresión.
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viernes, febrero 15, 2019
SUPERESTRUCTURAS DE INFRADISEÑO
(En diciembre del 2003 escribí y publiqué este artículo en el nº 76 del periódico elhAll del Colegio de Arquitectos de La Rioja, y al año siguiente apareció publicado en el número 62 de la revista Archipiélago. El artículo estaba colgado en la web del COAR hasta que recientemente (comienzos del 2019) he visto que ha desaparecido. Como necesitaba enlazarlo en la Introducción del vol II de la Guía de Arquitectura de Logroño, vuelvo a ponerlo aquí con la idea de que esté a mejor recaudo)
La forma de la ciudad, y hasta la
del territorio son, cada vez en mayor medida, las propias formas de las
infraestructuras del tráfico rodado, pues dado el tamaño cada vez mayor de
éstas y su prioridad en la jerarquía funcional de la ciudad o del territorio,
hace tiempo que los puentes, autovías, circunvalaciones, cruces,
señalizaciones, rotondas etc. etc. han dejado de ser meras “infra” estructuras
para convertirse en verdaderas “súper” estructuras formales configuradoras del
paisaje urbano.
Sorprende por tanto la poca
atención que la sociedad en general o la crítica arquitectónica y artística en
particular les dedican en cuanto a su diseño, como si por el hecho de que
fueran estrictamente “funcionales” no estuvieran abiertas a la creación formal,
o por el hecho de que por ser profesionalmente competencia de los ingenieros
quedasen al margen de la cultura del proyecto. Una cultura que, -me adelanto a
señalar-, no debemos creer que tiene que ver solamente con los aspectos
estéticos del proyecto sino, tal y como voy a tratar de demostrar en el
presente artículo revisando algunas obras reciente en Logroño y La Rioja, con
la propia resolución de los problemas funcionales.
La cultura del proyecto, es
decir, la de la creación humana que se formula como respuesta a un programa de
necesidades y que se constituye en base a una serie de propuestas que
inmediatamente entran en un proceso de ajuste, desarrollo y debate interno,
entre otras cosas porque la propia propuesta formal se dialectiza de inmediato
con el programa de necesidades previo, es una cultura que, hay que decirlo con
la mayor tristeza, parece que solo es patrimonio de la disciplina de la
arquitectura, y por supuesto, no de toda, sino de una muy pequeña parte de ésta
(y por supuesto, para nada de esa arquitectura de las revistas de moda que
procede con las mismas estrategias que las obras de la ingeniería). Cierto es
que la mayor parte de la producción arquitectónica de nuestros días no difiere
en sus procesos de la ingeniería más alejada de la cultura del proyecto pero,
como digo, la esencia de la cultura del proyecto no hay que ir a buscarla en
los arquitectos de relumbrón (auténticos maestros de la ingeniería de las
relaciones con los mass media) sino en los pequeños actos que, cada arquitecto
que no haya olvidado lo que se le enseñó en la escuela, pone en práctica de
tanto en tanto en su cotidiano trabajo de creación.
Pero vamos
con la simple aplicación del método del proyecto a algunas obras recientes de
la ingeniería de calles y carreteras en nuestra provincia para ver hasta que
punto se hace necesaria su aplicación.
Por
ejemplo, y para empezar, analizaremos el caso del diseño de rotondas. Sería
interesante para la historiografía local saber quien fue el político o el
funcionario riojano que descubrió en algún viaje por Europa la utilidad de las
rotondas en los cruces de calles y carreteras y el entusiasmo con que las
aplicó en nuestra tierra, y no tanto para aplaudirle como para decirle que todo
diseño que pretenda resolver un problema, no sólo posee una forma geométrica
concreta, sino también unas determinadas proporciones que, de ser
transgredidas, ya no sólo no resuelven el problema original sino que crean
otros nuevos aún peores que los que pretendían solucionar.
Tal y como
expuse en un viejo artículo sobre el transporte urbano (Ciudad y transporte, elcaso de Logroño, rev. Archipiélago n. 11), la rotonda es un diseño estupendo que resuelve el cruce de carreteras
según el lógico principio de que para dar fluidez a un cruce donde llegan
muchos vehículos desde cuatro vías distintas, no hay más que ceder el paso al
que ha llegado antes que tú. Un principio que se aplica en Nápoles sin
necesidad de las rotondas, pero que franceses, alemanes o ingleses, parecen
incapaces de entender sin una formula indicativa y organizadora de por medio.
Esa formula, la rotonda, resuelve el problema de las prioridades cuando sus
dimensiones tienen determinadas medidas, pero cuando esas medidas se
sobrepasan, dando lugar a círculos gigantes con dos o más carriles, el problema
no es que se solucione sino que se multiplica. La rotonda se convierte entonces
en una nueva vía rápida de circulación para el que ha entrado en ella, con el
consiguiente peligro para el que se quiere incorporar, así como una vía
cortísima para quien quiera maniobrar entre carriles, viéndose forzado a
cruzarlos en peligrosa diagonal. Y si a ello le añadimos unas barandillas que
impiden la visibilidad desde ciertas vías cuando te acercas a la rotonda (como
en la de circunvalación con república Argentina o con avenida de Madrid) o una
jardinería de arbustos (en varios casos), o unos descentramientos de ejes que
parece que la rotonda es tu propia vía (como en la rotonda de circunvalación
con la carretera a la Estrella viniendo de Pamplona), hay que decir que la
mayoría de las rotondas que se han construido (que no diseñado) durante los
últimos veinte años en Logroño son un verdadero despropósito ante el que los
arquitectos (o los que quieran debatir a fondo sobre los proyectos) no podemos
quedarnos cruzados de brazos sin por lo menos alzar la voz.
Podría ser
que los ingenieros dieran escasa importancia a las rotondas en cuanto a su
diseño por ser para ellos poco menos que asuntillos sin importancia, y que todo
su empeño se hubiera volcado en resolver cuestiones mayores como, por ejemplo,
la gran trama de embarques y desembarques que plantea la gigantesca
circunvalación con que trató de resolverse el conflictivo nudo de la estrella,
pero si analizamos fríamente todo el lío de entradas y salidas de la circunvalación
no ya sólo en ese cruce sino en los que le anteceden por el oeste,
comprobaremos que la obra más cara de la historia de la Rioja ha sido también
la más torpe en diseño y la más confusa en su resultado. Y es que después de un
par de años en funcionamiento, los únicos que deben saber cómo se sale de
Logroño hacia Zaragoza han de ser forzosamente los que no son de Logroño o los
que no tienen sentido de la orientación; y los que acierten a entrar en Logroño
por la rotonda y vía que tenían pensada, se han que sentir como si les hubiera
tocado la lotería.
La razón de tal calamidad es plantear una circunvalación de
alta velocidad en la que para evitar la coincidencia de entradas y salidas en
cada tramo entre intersecciones, desde Alcampo hasta la Avenida de Madrid éstas se resuelven haciendo
una de entrada y otra de salida, con el consiguiente lío y despiste para quien
trate de maniobrar; y desde Avenida de Madrid hasta la carretera de la Estrella
se duplican innecesariamente por arriba y por debajo, despistándote nuevamente.
Llegando de Zaragoza todavía no he conseguido coger la Avenida de Lobete,
aunque no desisto de ello y confío en que algún día lo logre, aunque entrando a
Logroño desde la Estrella ya he desesperado de querer entrar por Lobete para ir
directamente de un hospital a otro, y me doy por perdido.
Todas esas vueltas y revueltas en salidas y entradas que te
obliga a hacer el pésimo diseño de la circunvalación ultrarrápida, no sólo
supone un consumo de espacio impresionante (aunque se pinte de césped y se
compute como nuevas zonas verdes de la ciudad....) sino que acaba por colapsar
las entradas priorizadas, de modo que la rotonda de la circunvalación con Chile
ya empieza a ofrecer notables atascos en varias de sus bocas.
De haberse estudiado un poco más a nivel de
diseño ¡con todo el presupuesto que se le había destinado! (y ahora se me
entenderá que no hablo de diseño de ornamentación y embellecimiento, sino de
“diseño estrictamente funcional”) la homogeneidad de la trama urbana en su encuentro
con la circunvalación, no se habría cometido tamaño desatino, pero ahí lo
tenemos desorganizando a otra escala el trasiego de Logroño entre los tres
hipermercados como si de una destartalada y nueva Gran Vía Juan Carlos I se
tratara.
Por no extenderme mucho y acabar
con las circunvalaciones, recientemente he visto publicado en el diario local
la variante de Tirgo (reproduzco aquí la infografía) y conociendo de primera
mano el tráfico de las vías de intersección no he podido sino echarme las manos
a la cabeza una vez más ante la desproporción entre el problema y la
solución.
En aras a
la brevedad dejo sin comentar algunas obras cuya torpeza es tan manifiesta que
no precisan más argumentos, como la reforma del Puente Madre con toda la fila
de chupa chups a un lado, los peligrosísimos cortes a cuchillo de las cunetas
de las carreteritas más estrechas a que nos tiene acostumbrados la Consejería
de Obras Públicas con el estúpido argumento de que la vegetación se comería si
no la calzada, por no hablar de un sinfín de cruces de entre los que el de
Casalarreina ha sido tristemente célebre; y acabaré esta llamada de atención a
la torpeza y estupidez del diseño de las infraestructuras con una mención
especial para los dos últimos puentes “colgantes” “o cableados” (cabreantes,
habría que decir más bien) de Logroño, el del Iregua y el de las Norias,
profusa e ilustratívamente iluminados como si se tratase de los nuevos
monumentos urbanos, y que según se puede ver aún en el primero y se pudo ver
durante la construcción del segundo, todo el “cuelgue” no es más que un
carísimo adornito (un “cuelgue” de los de canuto) con el que la ingeniería
quiere salir en las revistas de la moda al lado de las grandes vedettes de la
arquitectura. Dada la dimensión de los tableros y la economía de medios que
toda arquitectura debe de intentar, es obvio que estos dos engendros han hecho
del tercer puente sobre el Ebro, (justamente el que lleva al Carrefour para
desdicha de los que le negaron la licencia en Logroño) una obra pública mucho
más digna y sencilla, y por tanto, mucho más meritoria arquitectónicamente hablando.
viernes, febrero 01, 2019
LA ENCINA DE LA LOMBA
En 1994 La Consejería del Medio Ambiente publicó un libro
sobre árboles y arboledas de la Rioja que celebré con un buen puñado de
excursiones y en el que lamenté que no estuviera incluida “la encina de la
Lomba”. No es que por haber salido en ese libro algunos de los más venerables
árboles de La Rioja estuvieran más protegidos (a los cedros del Espolón, por
ejemplo –pag 112-, no les sirvió de mucho haber sido incluidos en él) pero es
posible que con un poco más de atención pública, quienes destruyeron aquella
singular encina veinte años después de que el libro fuera editado, igual
se lo hubieran pensado dos veces.
Como pueden ver por la ilustración que acompaña estas
líneas, la “encina de la Lomba” no era un árbol singular por su antigüedad o
por su rareza botánica. Era una simple encina -o más bien tres, como pude
comprobar cuando un día me acerqué hasta él...-,
...pero su excepcionalidad radicaba
en su ubicación, en su aislamiento en una gran finca de cereal al otro lado del
barranco de Santa Lucía de Ocón. Una
cualidad, la de la ubicación, que los ecologistas o naturalistas no parecen
tener tanto en cuenta como aquellos que miramos los paisajes buscando puntos
visuales de apoyo o incluso referencias humanas. La “encina de la Lomba” era
para todos los que la hemos contemplado con interés y emoción (y me acuerdo en
especial de mi amigo Carlos Lloret que siempre la elogiaba cuando venía a Santa
Lucía) algo así como un punto de apoyo en el que la mirada evitaba perderse
cuando se mira vagamente el paisaje. Un nodo,
un vórtice, un ojo, una pupila.
El año 2014 fue muy triste para mí. Durante sus largos meses
estuve pendiente de la lenta muerte de mi madre, que aconteció justo después de
navidad. Y seguramente por ello apenas presté atención a otras desapariciones
menos íntimas o personales, como la de la ”encina de la Lomba”. Me pasó lo
mismo con el horror de la plaza de mi pueblo, Anguciana, construida durante los
meses en que mi padre se moría. Y así, cuando veo la desolación de esa plaza o
la ausencia de la ”encina” en la finca de enfrente de Santa Lucía, no puedo
dejar de pensar en lo íntimamente ligadas que están a las ausencias de quienes
me dieron la vida.
La Lomba era una gran finca de cereal de una tierra bastante
pobre y pedregosa que solía quedarse en barbecho entre cosechas para ser
pastada por las vacas. Según me contó el
anciano pastor de Santa Lucía cuando finalizaba el siglo pasado, todo el monte
de la margen izquierda del barranco estuvo cultivado cuando él era niño pero
con la regresión del campo había vuelto a revertir en bosque de encinas. Todo,
menos la gran “Lomba” que seguía ahí con su encina en medio, como un enorme
dinosaurio de otra época.
Las nuevas técnicas agrícolas y la expansión del viñedo han
transformado radicalmente el destino de la finca arrasando (por veinte
miserables cepas…) la encina que la singularizaba. Huyendo de la monotonía de las hileras de alambres por donde crecen
las vides, la atención del contemplador se desvía ahora hacia la parte inferior de
la Lomba donde han construido una gran balsa para el riego por goteo con una
lámina negra de impermeabilización, y donde resuena en el barranco un motor de
gasoil durante innumerables días y noches de verano.
Yo no tengo nada contra el devenir y el destino (nada se
puede tener contra eso), pero sí tengo un mensaje para todas esas gentes que
quieren hacer de los viñedos riojanos Patrimonio Cultural de la Humanidad: que
ahí en la Lomba, donde ya no está aquella hermosa encina, tienen un buen borrón.
(artículo remitido a la revista Piedra de Rayo en octubre del 2017, que por la jubilación de su director tiene visos de quedar sin publicarse en papel)
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