Campas de Arraba en el Monte Gorbea
En el número 50 del LHD (hace de eso ya once años) prometía a mis lectores algunos relatos o reflexiones sobre mis experiencias musicales en relación con la arquitectura, pero fue pasando el tiempo, los lhds y otros blogs..., y el asunto se fue quedando en el tintero. Y así, cuando menos me lo esperaba, o sea, al comienzo de este primer curso de jubilado en el que mi programa de actividades estaba bastante abierto, va y me llaman de Radio Clásica de Radio Nacional de España a ver si quiero colaborar unos minutejos al mes con un programa llamado LONGITUD DE ONDA.
Atendiendo a mi natural desconfianza con la prensa y los medios de comunicación (y a que ya vale de aprovecharse del tiempo libre de los jubilados...) el cuerpo me pedía decir que no; pero..., atendiendo a mi deuda con el LHD y con las satisfacciones que me han dado la música y la arquitectura, ay, no me podía negar. Al fin y al cabo, Yolanda Criado y Fernando Blázquez, que así se llaman los conductores de ese programa, me regalaban el pretexto para repasar más o menos ordenadamente algunas de mis muchas vivencias musicales en relación con los lugares en que se produjeron así como a repensar sobre la mutua influencia entre arquitectura y música.
El proyecto abarca nueve programas a emitir los primeros jueves de mes, para los cuales tengo enviar previamente un pequeño guion con dos o tres cortes musicales a modo de ilustración. Establecido un pequeño boceto de los títulos de los nueve programas, la semana pasada les remití el guion del primero de ellos al que puse por título MÚSICA Y ESPACIOS ABIERTOS. Los directores de Longitud de Onda me habían pedido que escribiera un texto que se pudiera leer como si no estuviera escrito (!!!) es decir, en un estilo coloquial o algo así. Yo siempre he tratado de escribir huyendo de florituras literarias pero lo de escribir para leer y que no se note que se lee, ja ja ja, me parece como un poco fraude. Pero en fin, sea lo que fuere o lo que salga luego en los programas de radio (miedo me da que encima se guarden en podcast), yo ya he empezado mi trabajo y como su auténtica coartada o verdadero objetivo es el de compartirlo con los lectores del LHD, aquí los voy a ir poniendo. Este es mi primer guion:
MÚSICA Y ESPACIOS ABIERTOS
"Aunque ustedes me han invitado a su
programa para poner en relación la música con la arquitectura, voy
a empezar mi modesta colaboración tratando de evocar la música allí
donde no ha puesto la mano el hombre, allí donde no hay
arquitectura. Música y no-arquitectura, podríamos decir; o por
expresarlo de otro modo, con un titular más positivo, música y
espacios abiertos.
Y es que al decirlo de esta última
manera -música y espacios abiertos- me viene a la memoria una de las
experiencias musicales más intensas de mi vida. Una experiencia que
de algún modo me gustaría compartir con los oyentes de este
programa. Para que vean si fue intensa, no tengo más que decirles
que sucedió hace casi cuarenta años y que la recuerdo perfectamente.
Iba yo de excursión al Monte Gorbea con mi mujer, en el año 1978,
cuando al pasar por las campas (creo que se llaman de Arraba / ver foto en el encabezamiento del post),
oí la música de un extraño y solitario instrumento que me dejó
completamente turbado. No llegamos a ver al instrumentista pero
alguien con quién nos cruzamos nos dijo que se trataba de un alboca.
El hecho de no ver al músico seguramente añadió algo de misterio a
aquella experiencia musical, pero sin duda fue la grandeza y belleza
de las campas del Gorbea lo que sirvió de soporte a dicha
experiencia. De haber oído el agudo tañido de la alboca en una
calle, en un escenario, o aún peor, en un programa de la televisión,
es seguro que no me hubiera producido semejante impacto. Para
entonces ya habría escuchado yo la Pastoral de Beethoven o la
Primavera de Vivaldi, esas famosas obras para grandes orquestas (de
espacios cerrados) que tratan de evocar los espacios abiertos de la
naturaleza. El contrapunto entre una cosa y la otra se me antoja
extraordinario. No es cuestión de elegir entre lo uno y lo otro,
pero sí de sugerir que la grandeza de cualquier escenario de la
naturaleza puede hacer de la más humilde música popular de un
instrumento monódico algo comparable a las más grandes obras de la
música.
Muchos años después, cuando me hice
músico y aprendí a tocar la dulzaina, la llevé al monte en muchas
ocasiones para que alguien pudiera sentir aquello que había
experimentado yo en aquella excursión al Gorbea.
Y así, descubrí también que la propia naturaleza podía colaborar con mi música. Al tocar entre las peñas del macizo de Codés o en las más cercanas de la sierra de Cantabria pude sentir y vibrar con la ampliación de sus ecos. O al tocar un día la dulzaina con mis hijas mientras esperábamos a cruzar el Canal de la Mancha, pude escuchar también la aportación del ruido del mar a modo de bajo continuo. Las campas bucólicas no eran los únicos escenarios posibles de la música de los espacios abiertos. Había muchos otros lugares hermosos que podían servir de soporte musical.
Tocando en la cima del Pico del Aguila cerca de Logroño
Y así, descubrí también que la propia naturaleza podía colaborar con mi música. Al tocar entre las peñas del macizo de Codés o en las más cercanas de la sierra de Cantabria pude sentir y vibrar con la ampliación de sus ecos. O al tocar un día la dulzaina con mis hijas mientras esperábamos a cruzar el Canal de la Mancha, pude escuchar también la aportación del ruido del mar a modo de bajo continuo. Las campas bucólicas no eran los únicos escenarios posibles de la música de los espacios abiertos. Había muchos otros lugares hermosos que podían servir de soporte musical.
De hecho, el lugar más entrañable
que recuerdo en cuanto a música y naturaleza es el soto del río de
mi pequeño pueblo, Anguciana, en La Rioja, porque en aquel lugar no
era necesario llevar instrumento musical alguno. Siendo yo un niño,
mi padre me llevó un día al soto, justo al amanecer, para que oyera
la extraordinaria sinfonía de los cantos de los pájaros en
primavera....
Después de contarles todo esto ya se
pueden imaginar que se me hace imposible ponerles aquí una pieza
musical que les pueda trasladar a ustedes a las campas, a las peñas
de las montañas o al amanecer en el soto de un río; pero..., para
que por lo menos sirva de ilustración de esto que les cuento, para
que le concedan a los espacios abiertos la cualidad de incomparable
escenario musical les voy a poner un pequeño fragmento de música de
alboca que he encontrado en un youtube cuyo autor también ha querido
permanecer en el anonimato (o firmando como albokeroe.com),
permitiendo expresamente cualquier reutilización. Este es el enlace:
https://youtu.be/rkP7NkqfvkU
(Parar al llegar al 2:55)
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No todo en el campo son bellos
paisajes, pajarillos y pastoreo bucólico. Antes de la mecanización,
el campo (o digamos el agro para entendernos mejor) ha sido lugar de
duro trabajo para millones de hombres y mujeres a lo largo de la
historia. Y mi segunda gran experiencia musical en espacios abiertos
tiene que ver con ello. Me ocurrió en un viaje por Marruecos en el
año 1999. Íbamos en autobús desde Marrakesch hacia Ouazarzate y al
pasar por un puerto de los montes del Atlas hicimos una parada
técnica para tomar algún refresco e ir al water. Era un barzucho
donde apenas había nadie y al parar el motor del autobús se
respiraba la típica paz de las montañas. El caso es que en cuanto
se acallaron las voces de los viajeros entrando al bar, me llegó a
los oídos un lejano pero estridente sonido que parecía de un coro
de voces femeninas, y me quedé clavado junto al autobús. ¿Qué era
eso? me pregunté. Aguzamos el oído y la vista y descubrimos que se
trataba del cántico de un grupo de mujeres que estaban segando
hierba o cereal al otro lado del valle.
Cánticos de ánimo y alegría para compensar el duro trabajo de la siega bajo el sol del Atlas. Recuerdo que la emoción que me produjo aquella música casi hizo que se me cayeran las lágrimas. Años después con el invento de google puse en el buscador y en todas sus variantes “cánticos de la siega en Marruecos” por ver si podía revivir aquella emoción, pero nunca tuve suerte. Lo más parecido que encontré fue un vídeo de cánticos de siega en las montañas de Ecuador. Y bueno, por asociación musical, también pensé en los blues más arcaicos de los esclavos negros en las plantaciones de algodón del sur norteamericano.
Poblado de la zona Tizi-n-Tichka bajando hacia Ouazarzate
Cánticos de ánimo y alegría para compensar el duro trabajo de la siega bajo el sol del Atlas. Recuerdo que la emoción que me produjo aquella música casi hizo que se me cayeran las lágrimas. Años después con el invento de google puse en el buscador y en todas sus variantes “cánticos de la siega en Marruecos” por ver si podía revivir aquella emoción, pero nunca tuve suerte. Lo más parecido que encontré fue un vídeo de cánticos de siega en las montañas de Ecuador. Y bueno, por asociación musical, también pensé en los blues más arcaicos de los esclavos negros en las plantaciones de algodón del sur norteamericano.
Cuando
le conté esta experiencia a un amigo mío que sabe de música mil
veces más que yo, me recomendó escuchar la recopilación que hizo
García Matos del folclore español en los años cincuenta en la que
seguramente habrá cantos de siega. Pero como con todo eso del
folclore nos podríamos perder, para evocar ese espacio entre
montañas, esa pequeña terraza de cereal donde se produjo aquella
música maravillosa de un coro de mujeres, he preferido traer aquí a
un coro de voces femeninas que siempre hemos escuchado en disco o
escenarios pero que seguramente surgieron en espacios similares. Un
fragmento del grupo EL MISTERIO DE LAS VOCES BULGARAS.
https://youtu.be/mrcgDhpS3uo
desde el 0:24 al 2:58
Seguramente los oyentes o personas más
entendidas sabrán encontrar músicas íntimamente ligadas a los
espacios abiertos más originales que lo que he podido extraer yo de
mi modesta vida musical, pero bueno, me encantaría que de esta
asociación saliera un repertorio con más enjundia de lo que yo he
sido capaz.
The March of the Cameron Men, trincheras de la Primera Guerra Mundial
Por acabar este pequeño apunte, me gustaría también mencionar una música en espacios abiertos que afortunadamente... no he tenido la desgracia de escuchar en su auténtico sentido, pero que debió ser muy frecuente en la larga historia de las guerras europeas: la música de los campos de batalla, la música de los tambores de los ejércitos de Napoleón, por ejemplo, o la que evocaba recientemente Félix de Azúa en un artículo en El País, la música de los gaiteros escoceses precediendo a sus tropas en famosas batallas como la de Culloden, o, como en el caso que les traigo aquí, en las desoladas trincheras de la Primera Guerra Mundial al que pertenece esta pequeña marcha de un minuto de los Cameron Men. Música que precede a la muerte, al fracaso o al triunfo, música terrible que nosotros escuchamos como cualquier cosa pero que en el espacio abierto del campo de batalla tenía que cobrar un sentido bien diferente.
Música y espacios abiertos,
músicas casi siempre monódicas, agudas y estridentes, seguramente no
muy cultas y desarrolladas, pero siempre emotivas e impactantes por la
grandeza del soporte o la circunstancia en que se produce.
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Ups, veinticuatro horas después veo que ya está colgado el podcast de la emisión radiofónica realizada el jueves 5 de octubre. Vive dios que no quiero escucharlo. Pero ustedes son muy libres.