Habíamos visto con Haydn cómo, a finales del siglo XVIII,
la música dejaba de hacerse para sonar en los palacios y se reivindicaba en su
belleza y en su poder por encima de los poderes de la aristocracia. Con Haydn y
Mozart no sólo cambia la música de eso que llaman “estilo”, pasando de barroca
a clásica; y no sólo es que la sinfonía se vaya configurando como el edificio
musical por excelencia, sino que justo en ese tiempo aparece Beethoven, el
verdadero genio, el artista, el Brunelleschi de la música, erigiéndose por
encima del resto de la humanidad como un dios, haciendo de las sinfonías auténticos
“palacios de la música”. Con su gran
fachada (primer movimiento) sus antesalas y pasajes (andantes y scherzos) y su
gran salón interior o final (el cuarto y definitivo movimiento).
Es cierto que cada cual tiene una iniciación distinta a la
música pero seguramente, la manera más frecuente de acercarse a la gran música
sea escuchando sinfonías. Yo me inicié así, con la 40 de Mozart, con la 104 de
Haydn (la Londres), la Tercera de
Beethoven, la Tercera de Brahms la
cuarta de Mendelsohn, la incompleta de Schubert etc. etc.
Siempre escuchándolas en aquellos vinilos que era fácil encontrar por
casa. Lo de ir a los Auditoriums o Palacios de la Música para escuchar en directo
toda esta gran música fue cosa posterior.
Era yo estudiante de arquitectura en Barcelona en el año
1970 y con mi compañero Morgades nos hicimos cargo de la discoteca del Colegio
Mayor. Nuestro trabajo era seleccionar y comprar discos para esa discoteca: la
mitad del presupuesto para clásica, de la que teníamos menos referencias, y la otra mitad para la música del momento
(Pink Floyd, King Crimson, Led Zeppelin, Deep Purple, Frank Zappa o Leonard Cohen). Nos enteramos
entonces de que en el Palau de la Música, el famoso edificio modernista de
Domenech y Muntaner (1908), la orquesta de la ciudad dirigida por Antoni Ros
Marba (el que le hacía los arreglos a Serrat) daba conciertos los domingos por
la mañana a precios realmente populares y empezamos a ir asiduamente. El Palau
de la Música de Barcelona, tristemente famoso recientemente por haberse
convertido en cueva de recaudación del impuesto a los contratos y obras
públicas para la financiación del nacionalismo, fue mi primer palacio de la
música.
Y aún recuerdo la emoción con que pude escuchar allí en una de aquellas
matinales, una sinfonía de Brahms, por aquellos años mi músico preferido, no
solo por su romanticismo, sino quizás también porque era el músico preferido de Borges, escritor
al que le profesaba similar devoción.
Mirando o pensando en la bellísima fachada del edificio de
Domenech y Muntaner voy a invitarles a escuchar por lo menos algunas de las
primeras frases del primer movimiento de la Cuarta Sinfonía de Brahms (1885) que
tiene un arranque igual de arrebatador.
2) Después de aquella iniciación en Barcelona donde el edificio
y la música de Brahms siguen unidos en
mi recuerdo, mis experiencias arquitectónicas y musicales han ido por caminos
distintos. Como observador de arquitectura he visitado muchos auditorios (el
último como os contaba, el mes pasado en Oporto, la Casa de la Música de Rem
Koolhaas) y siempre que he podido he buscado que fueran con algún concierto (en
Oporto por ejemplo estaban ensayando la cuarta de Brückner cuando lo visité), pero como eso no siempre
ha sido posible y la experiencia arquitectónica no ha ido de la mano de la
musical, el juego que les propongo es que lo hagan ustedes mismos: pensar en
una sinfonía que conozcamos bien y en un auditorio que nos haya emocionado. O
viceversa.
Y como muestra les
voy a llevar al edificio que Hans Scharoum construyó a comienzos de los sesenta
en las desoladas ruinas de lo que fue la Alexander Platz, es decir, la
Philharmonie de Berlín, edificio famoso por muchos conceptos, el más notable de
ellos seguramente por lo de poner la música en el centro de la sala, y los
palcos en cascada, justo lo opuesto al concepto de caja de la Musikverein de
Viena o de la misma Casa de la Música de Oporto. Pero como antes hemos puesto
una fachada y luego les pondré un no menos emocionante salón final, les cuento
que la parte que más me impactó de la Philharmonie de Berlin fueron sus
pasillos interiores, las rampas de acceso y los espacios fracturados y
vanguardistas del foyer.
Y para corresponder a ellos vamos a escuchar el tercer
movimiento de la Segunda sinfonía de Mahler (1894), el scherzo, una pieza
compleja y cargada de simbolismo que no es cosa de comentar aquí, aunque esa
pérdida de fe con que proponía Mahler este pasaje de su Sinfonía quizás tenga
que ver con los derroteros que empezaba a tomar la arquitectura con obras como
el propio exterior de la Philharmonie de Berlín (1960).
minuto 32:18
(como el enlace de inserción no deja reproducirlo, pongo el enlace youtube aquí para ir a la pieza musical clicando sobre el mismo)
3) Para acabar voy a juntar el Palacio de la Música que tienen
más cerca ustedes, el Auditorio de Madrid (1990) con una obra sinfónica que no
descubrí hasta hace muy poco y que fui a escuchar a una iglesia de Friburgo
porque en el Coro Universitario que la interpretaba cantaba mi hija Teresa. Me
refiero a la Segunda de Mendelsohn (1840) una sinfonía totalmente religiosa que
se cuela de tapadillo en los templos de la música profana que son también los templos de la burguesía dominante de la
segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX.
En el capítulo sobre Mendelsohn del libro de Eugenio Trías,
que les recomiendo leer, se hace una reivindicación de su alegría de vivir, de
su facilidad de componer y de su conversión al cristianismo que me parece muy
delicada y muy valiosa ahora que tanto se habla de las actitudes positivas.
José María García Paredes no es, como casi ningún arquitecto
moderno, santo de mi devoción (no hay más que ver sus auditorios de Granada o
Valencia) pero el Auditorio de Madrid, cuando lo vi por primera vez, casi
recién construido, a finales de los ochenta, me pareció cuando menos un
edificio serio o bastante sobrio donde la arquitectura, con notable esfuerzo
por parte del autor, trata de ponerse al servicio de la música en vez de hacer
una exhibición de la propia arquitectura o aún peor, de proponerse como un
canto al propio arquitecto, como en tantos otros auditorios modernos.
Como dice su hija Angeles García Paredes, también
arquitecta, es un edificio que sólo
quiere ser la caja de resonancia de una orquesta sinfónica. Y por ello María
Angeles decía que veía en su padre más a un luthier que a un arquitecto. Eso me recordó un comentario de Jünger en
alguna de sus memorias en que decía que él disfrutaba de las catedrales
medievales como cajas de resonancia de la música de sus corales y sus órganos. Seguramente
el Auditorio de Madrid tiene más de Templo de la Música que de Palacio, y el
Coro final de la Segunda Sinfonía de Mendelsohn, la Lobgesang, que les propongo
escuchar, más de Oratorio que de Sinfonía.
minuto 56:07
La versión en directo en Radio Nacional de España quedó bastante más chunga. No la he querido ni oír pero la tienen en este enlace. Los periodistas tenían prisa y me pidieron que abreviara. Y tanto abrevié que luego les sobró tiempo y no sólo pusieron íntegro el coro final del Lobgesan sino que pusieron también el dueto previo (!).