sábado, marzo 03, 2018

LOS PALACIOS DE LA MÚSICA




Habíamos visto con Haydn cómo, a finales del siglo XVIII, la música dejaba de hacerse para sonar en los palacios y se reivindicaba en su belleza y en su poder por encima de los poderes de la aristocracia. Con Haydn y Mozart no sólo cambia la música de eso que llaman “estilo”, pasando de barroca a clásica; y no sólo es que la sinfonía se vaya configurando como el edificio musical por excelencia, sino que justo en ese tiempo aparece Beethoven, el verdadero genio, el artista, el Brunelleschi de la música, erigiéndose por encima del resto de la humanidad como un dios, haciendo de las sinfonías auténticos “palacios de la música”.  Con su gran fachada (primer movimiento) sus antesalas y pasajes (andantes y scherzos) y su gran salón interior o final (el cuarto y definitivo movimiento).

Es cierto que cada cual tiene una iniciación distinta a la música pero seguramente, la manera más frecuente de acercarse a la gran música sea escuchando sinfonías. Yo me inicié así, con la 40 de Mozart, con la 104 de Haydn (la Londres),  la Tercera de Beethoven,  la Tercera de Brahms la cuarta de Mendelsohn, la incompleta de Schubert  etc. etc.  Siempre escuchándolas en aquellos vinilos que era fácil encontrar por casa. Lo de ir a los Auditoriums o Palacios de la Música para escuchar en directo toda esta gran música fue cosa posterior.

Era yo estudiante de arquitectura en Barcelona en el año 1970 y con mi compañero Morgades nos hicimos cargo de la discoteca del Colegio Mayor. Nuestro trabajo era seleccionar y comprar discos para esa discoteca: la mitad del presupuesto para clásica, de la que teníamos menos referencias,  y la otra mitad para la música del momento (Pink Floyd, King Crimson, Led Zeppelin, Deep Purple,  Frank Zappa o Leonard Cohen). Nos enteramos entonces de que en el Palau de la Música, el famoso edificio modernista de Domenech y Muntaner (1908), la orquesta de la ciudad dirigida por Antoni Ros Marba (el que le hacía los arreglos a Serrat) daba conciertos los domingos por la mañana a precios realmente populares y empezamos a ir asiduamente. El Palau de la Música de Barcelona, tristemente famoso recientemente por haberse convertido en cueva de recaudación del impuesto a los contratos y obras públicas para la financiación del nacionalismo, fue mi primer palacio de la música. 
Y aún recuerdo la emoción con que pude escuchar allí en una de aquellas matinales, una sinfonía de Brahms, por aquellos años mi músico preferido, no solo por su romanticismo, sino quizás también porque  era el músico preferido de Borges, escritor al que le profesaba  similar devoción.


Mirando o pensando en la bellísima fachada del edificio de Domenech y Muntaner voy a invitarles a escuchar por lo menos algunas de las primeras frases del primer movimiento de la Cuarta Sinfonía de Brahms (1885) que tiene un arranque igual de arrebatador.  





2) Después de aquella iniciación en Barcelona donde el edificio y la música de Brahms siguen  unidos en mi recuerdo, mis experiencias arquitectónicas y musicales han ido por caminos distintos. Como observador de arquitectura he visitado muchos auditorios (el último como os contaba, el mes pasado en Oporto, la Casa de la Música de Rem Koolhaas) y siempre que he podido he buscado que fueran con algún concierto (en Oporto por ejemplo estaban ensayando la cuarta de Brückner  cuando lo visité), pero como eso no siempre ha sido posible y la experiencia arquitectónica no ha ido de la mano de la musical, el juego que les propongo es que lo hagan ustedes mismos: pensar en una sinfonía que conozcamos bien y en un auditorio que nos haya emocionado. O viceversa.

 Y como muestra les voy a llevar al edificio que Hans Scharoum construyó a comienzos de los sesenta en las desoladas ruinas de lo que fue la Alexander Platz, es decir, la Philharmonie de Berlín, edificio famoso por muchos conceptos, el más notable de ellos seguramente por lo de poner la música en el centro de la sala, y los palcos en cascada, justo lo opuesto al concepto de caja de la Musikverein de Viena o de la misma Casa de la Música de Oporto. Pero como antes hemos puesto una fachada y luego les pondré un no menos emocionante salón final, les cuento que la parte que más me impactó de la Philharmonie de Berlin fueron sus pasillos interiores, las rampas de acceso y los espacios fracturados y vanguardistas del foyer.  


Y para corresponder a ellos vamos a escuchar el tercer movimiento de la Segunda sinfonía de Mahler (1894), el scherzo, una pieza compleja y cargada de simbolismo que no es cosa de comentar aquí, aunque esa pérdida de fe con que proponía Mahler este pasaje de su Sinfonía quizás tenga que ver con los derroteros que empezaba a tomar la arquitectura con obras como el propio exterior de la Philharmonie de Berlín (1960).

minuto 32:18



(como el enlace de inserción no deja reproducirlo, pongo el enlace youtube aquí para ir a la pieza musical clicando sobre el mismo)

3) Para acabar voy a juntar el Palacio de la Música que tienen más cerca ustedes, el Auditorio de Madrid (1990) con una obra sinfónica que no descubrí hasta hace muy poco y que fui a escuchar a una iglesia de Friburgo porque en el Coro Universitario que la interpretaba cantaba mi hija Teresa. Me refiero a la Segunda de Mendelsohn (1840) una sinfonía totalmente religiosa que se cuela de tapadillo en los templos de la música profana que son también  los templos de la burguesía dominante de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del XX.  

En el capítulo sobre Mendelsohn del libro de Eugenio Trías, que les recomiendo leer, se hace una reivindicación de su alegría de vivir, de su facilidad de componer y de su conversión al cristianismo que me parece muy delicada y muy valiosa ahora que tanto se habla de las actitudes positivas. 

José María García Paredes no es, como casi ningún arquitecto moderno, santo de mi devoción (no hay más que ver sus auditorios de Granada o Valencia) pero el Auditorio de Madrid, cuando lo vi por primera vez, casi recién construido, a finales de los ochenta, me pareció cuando menos un edificio serio o bastante sobrio donde la arquitectura, con notable esfuerzo por parte del autor, trata de ponerse al servicio de la música en vez de hacer una exhibición de la propia arquitectura o aún peor, de proponerse como un canto al propio arquitecto, como en tantos otros auditorios modernos.



Como dice su hija Angeles García Paredes, también arquitecta,  es un edificio que sólo quiere ser la caja de resonancia de una orquesta sinfónica. Y por ello María Angeles decía que veía en su padre más a un luthier que a un arquitecto.  Eso me recordó un comentario de Jünger en alguna de sus memorias en que decía que él disfrutaba de las catedrales medievales como cajas de resonancia de la música de sus corales y sus órganos. Seguramente el Auditorio de Madrid tiene más de Templo de la Música que de Palacio, y el Coro final de la Segunda Sinfonía de Mendelsohn, la Lobgesang, que les propongo escuchar, más de Oratorio que de Sinfonía. 

minuto 56:07





La versión en directo en Radio Nacional de España quedó bastante más chunga. No la he querido ni oír pero la tienen en este enlace. Los periodistas tenían prisa y me pidieron que abreviara. Y tanto abrevié que luego les sobró tiempo y no sólo pusieron íntegro el coro final del Lobgesan sino que pusieron también el dueto previo (!).