A nada que pongamos ese par de palabras en google sale una
tercera, SIDNEY, es decir, el primer gran edificio de la arquitectura
contemporánea dedicado a la Opera. Un edificio con una imagen tan popular, que
muestra hasta qué punto la Arquitectura es capaz incluso dejar en un segundo
plano la tradicional grandiosidad artística de la Opera.
Pero si les traigo a colación el edificio de la Opera de
Sidney no es precisamente para alabarlo sino para ponerlo como referencia del
comienzo de ese ciclo ciertamente trágico que estamos viviendo desde entonces, en
que la arquitectura deja de ser una disciplina integradora de las artes
decorativas, deja de ser un grandioso pero modesto ejercicio de urbanidad, para
convertirse en eso que se viene llamando LA ARQUITECTURA ESPECTÁCULO.
Estrictamente contemporáneo del Auditorio de Berlín del que hablábamos en el
programa anterior, la construcción de la Opera de Sidney tiene una historia
rocambolesca en la que se pasó de un presupuesto de 3 millones de dólares a un
coste final de más de 100 millones de dólares de la época, con lo que el autor,
el danés Jorn Utzon, fue justamenteexpulsado de la dirección de la obra. Los
avatares del concurso, de la obra y la expulsión del arquitecto darían para
todo un libreto de Opera o de Opereta.
A la vista de esta historia y de alguna más que les podría
contar, como la desgracia de los dos arquitectos de la Opera de Viena, o la
sorpresa del jurado del Concurso del Euskalduna de Bilbao, he llegado a pensar
estos días si mi aversión a la ARQUITECTURA ESPECTÁCULO no irá de algún modo
unida a mi escaso interés por la Opera, atreviéndome a definir la OPERA, en el mismo sentido
negativo, como la MÚSICA ESPECTÁCULO. Música rebajada a querer dar espectáculo.
Pero para no ser tan negativo, al menos en el inicio del
programa, les cuento que siendo adolescente cayó en mis manos un disco con
varias oberturas de Wagner y por supuesto, sentí con ellas parecidas emociones
a las que había experimentado con la música sinfónica. Pongamos cuando menos
unos compases de la Obertura de Tanhausser para dejar de lado tanta negatividad
como veo yo en la Opera.
Mi viejo vinilo es de una versión de la Deutsche Grammophon
de la Orquesta Lamoureux dirigida por Igor Markevitch.
Pero si se acepta un youtube valga este:
A ver si me explico mejor. Después de escuchar esta
magnífica música sinfónica que raya en lo sublime, yo siempre me pregunto cómo
es posible rebajarla para contar de un modo histriónico, cursi, y pesado una
vieja leyenda o un cuento infantil trasnochado. Siento mucho decir para todos
los aficionados que cada vez que he
probado a ver una ópera he sentido un cierto rechazo hacia tanto derroche de
medios para tan fatuo resultado. Hasta podría decir que he sentido vergüenza
ajena de ver a tanta gente adulta empleada en algo tan infantil como las hadas,
las walkirias o barbazul. Un poco como me pasa cuando veo fútbol: un montón de señores hechos y derechos
poniendo toda su furia y pasión ante un juecito de entretenimiento con una
pelota. Por dios, cómo es posible gastar tanto esfuerzo y tantos dineros en
levantar magníficos edificios para ese
tipo de espectáculos. Cómo es posible que todos los grandes músicos se hayan
pirrado por hacer Opera… Ya lo siento, de verdad, pero yo no lo entiendo.
Ahora bien, por volver a ser positivo les diré que viendo
tanta astracanada en la Opera alemana, y ya no digamos en la italiana, lo que
no me parece lógico es que se haya vituperado tanto a nuestra “Opera Nacional”,
la pequeña Opera Española, es decir, a la Zarzuela. Pues en el fondo son lo mismo, cuentos con música.
Aunque nunca iría a ver una Zarzuela, porque seguro que me pasaría todo el rato
sintiendo vergüenza ajena, yo le tengo un cierto cariño a la Zarzuela, o cierto
respeto, porque así como digo que siempre me ha parecido que los grandes
compositores se rebajan a sí mismos y rebajan la grandeza de la música
sinfónica cuando hacen Opera, los aficionados, por la otra parte, podrían usar
la Opera o también la Zarzuela como medio de acercamiento al mundo de la
música. Rindo así un emotivo recuerdo a mi madre, que fue la persona que me
hizo amar desde niño la gran música, y cuya formación musical empezó justamente
yendo de la manita de su padre al Teatro de la Zarzuela de Madrid estrenando
zapatos, como me contaba ella. El teatro
de la Zarzuela de Madrid es un edificio escondido y bastante olvidado, y aunque
arquitectónicamente no sea gran cosa, es lógico que sienta mucho cariño por él.
Por poner un aria de ejemplo se me ocurre la pieza Caminar
de la Zarzuela Las Golondrinas de Usandizaga que solía cantar mi madre. Y como he
encontrado en youtube una grabación de la época, así se la pongo.
He tenido el empeño y la suerte de ver alguna opera en el
Liceo de Barcelona, en el Metropolitan de Nueva York e incluso en el Bolshoi de
Moscú, y también he visitado la Opera de Viena, la Escala de Milán, el
Fetspielhaus de Wagner en Bayreuth y hasta el Teatro di San Carlo en Nápoles,
pero en ninguno de ellos he sentido especial emoción ni por la música ni por la
arquitectura. Sólo hay quizás un edificio dedicado a la Opera que siempre me ha
impresionado muy favorablemente y es el que construyó Tony Garnier en París.
Seguramente fue porque lo visité cuando me caí del caballo de la modernidad y
empecé a descubrir los verdaderos valores urbanos de la arquitectura del siglo
XIX. Y es que aunque todo su aparato decorativo nos pueda parecer más o menos
frívolo o decadente, lo cierto es que está sujeto a una planta y una sección
excepcionales. Si tienen la curiosidad de buscar en internet la planta y la
sección de la Opera de París, háganlo porque se quedarán pasmados.
No creo que haya una Opera musical que esté a la altura de
ese edificio tan serio y tan urbano. No puede haberla. Porque mientras Opera es
música al servicio del espectáculo, música convertida en espectáculo, el edificio de la Opera de París, sin embargo,
es uno de los mejores ejemplos de aquella arquitectura del siglo XIX, que antes
que hacer espectáculo de sí misma, lo que pretendía era integrar las artes
decorativas y engrandecer la ciudad.
Y ya puestos en París, pues qué menos que ponerles un
fragmento de la obertura de Carmen, opera que descubrí siendo casi un niño porque
una vez que vino de veraneo a nuestra casa del pueblo una tía que se llamaba
Carmen, mi hermana mayor, Pilar, que entonces me aventajaba en descubrimientos
musicales, tuvo la genialidad de recibirla poniendo en el viejo tocadiscos que
teníamos, justo en la puerta de casa, la célebre Obertura de Bizet.
La versión radiofónica creo que quedó mejor que el guión escrito. Como yo no los escucho, ya me diréis si es verdad: enlace aquí