domingo, abril 08, 2018

OPERA Y ARQUITECTURA




A nada que pongamos ese par de palabras en google sale una tercera, SIDNEY, es decir, el primer gran edificio de la arquitectura contemporánea dedicado a la Opera. Un edificio con una imagen tan popular, que muestra hasta qué punto la Arquitectura es capaz incluso dejar en un segundo plano la tradicional grandiosidad artística de la Opera.

Pero si les traigo a colación el edificio de la Opera de Sidney no es precisamente para alabarlo sino para ponerlo como referencia del comienzo de ese ciclo ciertamente trágico que estamos viviendo desde entonces, en que la arquitectura deja de ser una disciplina integradora de las artes decorativas, deja de ser un grandioso pero modesto ejercicio de urbanidad, para convertirse en eso que se viene llamando LA ARQUITECTURA ESPECTÁCULO.

Estrictamente contemporáneo del  Auditorio de Berlín del que hablábamos en el programa anterior, la construcción de la Opera de Sidney tiene una historia rocambolesca en la que se pasó de un presupuesto de 3 millones de dólares a un coste final de más de 100 millones de dólares de la época, con lo que el autor, el danés Jorn Utzon, fue justamenteexpulsado de la dirección de la obra. Los avatares del concurso, de la obra y la expulsión del arquitecto darían para todo un libreto de Opera o de Opereta.

A la vista de esta historia y de alguna más que les podría contar, como la desgracia de los dos arquitectos de la Opera de Viena, o la sorpresa del jurado del Concurso del Euskalduna de Bilbao, he llegado a pensar estos días si mi aversión a la ARQUITECTURA ESPECTÁCULO no irá de algún modo unida a mi escaso interés por la Opera, atreviéndome  a definir la OPERA, en el mismo sentido negativo, como la MÚSICA ESPECTÁCULO.  Música rebajada a querer dar  espectáculo.

Pero para no ser tan negativo, al menos en el inicio del programa, les cuento que siendo adolescente cayó en mis manos un disco con varias oberturas de Wagner y por supuesto, sentí con ellas parecidas emociones a las que había experimentado con la música sinfónica. Pongamos cuando menos unos compases de la Obertura de Tanhausser para dejar de lado tanta negatividad como veo yo en la Opera.

Mi viejo vinilo es de una versión de la Deutsche Grammophon de la Orquesta Lamoureux dirigida por Igor Markevitch.

Pero si se acepta un youtube valga este:

 

A ver si me explico mejor. Después de escuchar esta magnífica música sinfónica que raya en lo sublime, yo siempre me pregunto cómo es posible rebajarla para contar de un modo histriónico, cursi, y pesado una vieja leyenda o un cuento infantil trasnochado. Siento mucho decir para todos los aficionados que  cada vez que he probado a ver una ópera he sentido un cierto rechazo hacia tanto derroche de medios para tan fatuo resultado. Hasta podría decir que he sentido vergüenza ajena de ver a tanta gente adulta empleada en algo tan infantil como las hadas, las walkirias o barbazul. Un poco como me pasa cuando veo fútbol:  un montón de señores hechos y derechos poniendo toda su furia y pasión ante un juecito de entretenimiento con una pelota. Por dios, cómo es posible gastar tanto esfuerzo y tantos dineros en levantar  magníficos edificios para ese tipo de espectáculos. Cómo es posible que todos los grandes músicos se hayan pirrado por hacer Opera… Ya lo siento, de verdad, pero yo no lo entiendo.

Ahora bien, por volver a ser positivo les diré que viendo tanta astracanada en la Opera alemana, y ya no digamos en la italiana, lo que no me parece lógico es que se haya vituperado tanto a nuestra “Opera Nacional”, la pequeña Opera Española, es decir, a la Zarzuela. Pues  en el fondo son lo mismo, cuentos con música. Aunque nunca iría a ver una Zarzuela, porque seguro que me pasaría todo el rato sintiendo vergüenza ajena, yo le tengo un cierto cariño a la Zarzuela, o cierto respeto, porque así como digo que siempre me ha parecido que los grandes compositores se rebajan a sí mismos y rebajan la grandeza de la música sinfónica cuando hacen Opera, los aficionados, por la otra parte, podrían usar la Opera o también la Zarzuela como medio de acercamiento al mundo de la música. Rindo así un emotivo recuerdo a mi madre, que fue la persona que me hizo amar desde niño la gran música, y cuya formación musical empezó justamente yendo de la manita de su padre al Teatro de la Zarzuela de Madrid estrenando zapatos, como me contaba ella.  El teatro de la Zarzuela de Madrid es un edificio escondido y bastante olvidado, y aunque arquitectónicamente no sea gran cosa, es lógico que sienta mucho cariño por él.

     

             
Por poner un aria de ejemplo se me ocurre la pieza Caminar de la Zarzuela Las Golondrinas de Usandizaga que solía cantar mi madre. Y como he encontrado en youtube una grabación de la época, así se la pongo.

 

He tenido el empeño y la suerte de ver alguna opera en el Liceo de Barcelona, en el Metropolitan de Nueva York e incluso en el Bolshoi de Moscú, y también he visitado la Opera de Viena, la Escala de Milán, el Fetspielhaus de Wagner en Bayreuth y hasta el Teatro di San Carlo en Nápoles, pero en ninguno de ellos he sentido especial emoción ni por la música ni por la arquitectura. Sólo hay quizás un edificio dedicado a la Opera que siempre me ha impresionado muy favorablemente y es el que construyó Tony Garnier en París. Seguramente fue porque lo visité cuando me caí del caballo de la modernidad y empecé a descubrir los verdaderos valores urbanos de la arquitectura del siglo XIX. Y es que aunque todo su aparato decorativo nos pueda parecer más o menos frívolo o decadente, lo cierto es que está sujeto a una planta y una sección excepcionales. Si tienen la curiosidad de buscar en internet la planta y la sección de la Opera de París, háganlo porque se quedarán pasmados.



No creo que haya una Opera musical que esté a la altura de ese edificio tan serio y tan urbano. No puede haberla. Porque mientras Opera es música al servicio del espectáculo, música convertida en espectáculo,  el edificio de la Opera de París, sin embargo, es uno de los mejores ejemplos de aquella arquitectura del siglo XIX, que antes que hacer espectáculo de sí misma, lo que pretendía era integrar las artes decorativas y engrandecer la ciudad.

Y ya puestos en París, pues qué menos que ponerles un fragmento de la obertura de Carmen, opera que descubrí siendo casi un niño porque una vez que vino de veraneo a nuestra casa del pueblo una tía que se llamaba Carmen, mi hermana mayor, Pilar, que entonces me aventajaba en descubrimientos musicales, tuvo la genialidad de recibirla poniendo en el viejo tocadiscos que teníamos, justo en la puerta de casa, la célebre Obertura de Bizet.



La versión radiofónica creo que quedó mejor que el guión escrito. Como yo no los escucho, ya me diréis si es verdad: enlace aquí