lunes, mayo 08, 2017
EL ELOGIO DE LA SOMBRA - 1933 - JUNICHIRO TANIZAKI
A tenor de lo que dicen la mayoría de las "reseñas" que se pueden encontrar por la red o las que dicen sus traductores y editores, EL ELOGIO DE LA SOMBRA vendría a ser poco menos que el Vitrubio japonés. Y en efecto, las primeras páginas del libro dedican cierta atención a la arquitectura y el diseño -como el problema de las instalaciones modernas sobre la arquitectura tradicional, los excesos de la iluminación eléctrica o el valor ambiental del retrete-, que nos hacen concebir la esperanza de dar con una mirada muy distinta de lo habitual. Pero desde un deseo literario de agradar con frases rimbombantes, a Tanizaki se le va pronto la pinza lo mismo hacia detalles muy concretos de la comida o el teatro, que hacia abstracciones bastante peregrinas sobre la elegancia y la belleza buscando siempre una confrontación más que dudosa entre lo oriental y lo occidental hasta cargarnos más de lo soportable y... cargarnos (sin la primera r) en los entusiastas de todo lo japo (Sánchez Dragó a la cabeza).
Va un ejemplo (pag 46 de la reciente edición de Satori):
"Se dice que la comida japonesa no está hecha para ser comida, sino para ser mirada. Yendo un poco más lejos, yo me atrevería a decir que, más que una comida para mirar, es una comida para meditar sobre ella, y que esto ocurre por efecto de la música del silencio, que está orquestada conjuntamente por la luz de la vela que parpadea en la oscuridad y los objetos lacados".
Tonterías de esas las hay a cada paso, especialmente cuando se concentra en elogiar los "tokonomas" desde las sombras de sus rincones, por lo que... no es de extrañar que con sus circunloquios no acabara de entender yo muy bien qué era eso del tokonoma:
¿Dónde está entonces la clave del misterio?Expliquemos el truco: está en la magia de las sombras. Bastará con hacer desaparecer las sombras que se forman en los rincones para que el tokonoma vuelva a ser un simple espacio vacío..."
Como si cualquier rincón de cualquier habitación, lo mismo en Tokio que Tumbuctú no estuviera hecho de luces y sombras...
Comenté en la reseña sobre Kawabata que animado por los comentarios que se hacían de su sentido transgresor en materia de sexo, en el pasado mes de diciembre leí un par de obras de Tanizaki (La Llave y Cuentos de Amor) que me dejaron más frío que si hubiera leído el listín de Telefónica.
Empiezo a sospechar que hay mucha impostura en la cultura japonesa, mucha hipocresía en su ceremonial y mucho cuento en la pretendida sutileza y delicadeza de su arte y de sus artistas. Por no decir, mucho desdén, mucho desapego por los sentimientos de los demás y mucha arrogancia. Y para muestra, uno de los retratos más conocidos de Tanizaki.
No sé lo que haríais vosotros, pero si alguien me hiciera a mí una foto así, no sólo trataría de impedir que se publicara sino que me sentiría muy ofendido. Y no sólo con el fotógrafo, sino incluso conmigo mismo.
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