miércoles, junio 23, 2010

CADA TREINTA AÑOS

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Según mis cálculos (aproximados) cada treinta años aparece en el mundo una silla absolutamente revolucionaria en materiales y formas:

1890:



1920:



1950:



1980:




Atención pues Historiadores: este año toca nacimiento de una jran silla.

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Un amigo lector me envía esta web a ver si alguno de los diecisiete modelos incluidos en ella pudiera ser el candidato. Al verla me ha recordado aquella frase de Lluscá en tiempos de la postmodernidad (cuando el diseño era cualquier cosa): "una silla es una silla y una tortilla, una tortilla". Aunque, puesto que de sillas y tiempo se trata quizás le cuadre mejor el tan castellano consejo de "no confundir el culo con las témporas".

miércoles, junio 16, 2010

EL MURMULLO DE LAS PIEDRAS

(publicado en La Rioja el 24 de octubre de 1998 e incluído en EL RETABLO DE AMBASAGUAS, COAR, Logroño 2000)

Todos los logroñeses estamos contentos de volver a tener El Espolón con nosotros, de atravesarlo en nuestros recorridos o de poder sentarnos un rato en sus bancos a disfrutar de ese magnífico espacio que une la ciudad vieja con las primeras expansiones externas a sus muros. Muchos están además contentos porque El Espolón se ha puesto un traje nuevo, y le siente o no le siente bien, es nuevo, y eso es siempre motivo de alegría. Otros elogian las farolas fernandinas porque saben que están bien, y se evitan preocupaciones por entender o por probar diseños novedosos. A muchos les gusta también que esté desmesuradamente lleno de luz, porque así parece que el centro de la ciudad está siempre de fiesta. Dentro del pesimismo con que yo acogí las obras en aquel artículo titulado “A corazón abierto”, (La Rioja 31 de octubre de 1996) ya decía que a pesar de tantas cosas como no me gustaban del proyecto, el Espolón iba a sobrevivir, y ahí está.

Hay motivos de contento para muchos, desde luego, pero también he podido oír en la calle o leer en este diario comentarios de duda, incertidumbre y desasosiego de gentes cuya sensibilidad va más allá de la alegría del traje nuevo, de la complacencia con lo conocido o de la euforia del derroche. Estas personas se fijan en el suelo y empiezan a decir que no les gusta, o que lo encuentran raro, y las veo que se quedan como pensativas preguntándose por qué: pues en realidad las losas son nuevas, y son de granito del mejor y han costado mucho dinero.... Sus dudas son parecidas a las de aquellos que oyen una lengua extranjera y no la entienden, pero notan en el tono de quien habla algo raro y poco amistoso.

Sin ser un experto, yo entiendo algo del lenguaje de las piedras, así que he paseado por El Espolón para escuchar sus murmullos y traducirles a esas personas con cierta sensibilidad lo que las piedras dicen. Porque las piedras dicen cosas, ¿saben?, las piedras no son mudas: hablan constantemente acerca de quienes las cortaron y colocaron. El oficio de arquitecto y el de comitente de las obras es de los más arriesgados que existen porque cuando las cosas se hacen mal las piedras hablan mal de uno durante años y años. Aunque cuando se ha sido amoroso con ellas, también hay que decirlo, cuando se las ha sabido entender y colocar, cuando se ha respetado su ser, también las piedras lo agradecen durante siglos, e incluso milenios.

Pues bien, las piedras de El Espolón dicen muchas, muchísimas cosas, algunas que casi no entiendo por mi falta de conocimiento de su idioma y otras que sí. Lo más claro que las he oído decir, y que les puedo traducir a los logroñeses, es que están muy enfadadas porque se les ha tratado como si fueran las baldosas o los azulejos de un suelo vulgar, y que no están dispuestas a soportarlo. Que gritarán y se romperán, que se levantarán por un lado o por otro para que nos demos tropezones con ellas o se hieran los niños al caer y que además, nos ofrecerán su rostro más feo y enfadado mientras vivan.
Yo, al principio, no quería dar crédito a lo que oía porque era muy fuerte y porque yo quiero mucho al Espolón, pero me temo que tienen toda la razón. Las piedras de El Espolón han sido colocadas como si fueran los azulejos de una azotea y no como piedras que son, así que no es de extrañar que vayan a dar mucha guerra amargando nuestros paseos y nuestros descansos en ese magnífico lugar.

Y es que la piedra es un material noble, pesado y muy duro que exige un trato de respeto y de distinción para cada una de las piezas que se llevan a la obra. Hay que entender por ello que a la piedra no le gusta que le corten en piezas estandarizadas de la misma dimensión, porque es cierto que así se parecen al azulejo o al terrazo. Y mucho menos que la troceen en cientos de piezas informes para adaptase a los caprichosos dibujos de un compás sobre el papel. La piedra tiene su orgullo, ¡vaya si lo tiene!, y amenaza con manifestarlo. Porque la piedra, después de muchos siglos de arquitectura, se había ya acostumbrado al cincel y a la bujarda del cantero y no admite que la corte indiscriminadamente un simple albañil con la rotaflex -esas máquinas de discos cortantes que emiten un chirrido horrible y levantan una irrespirable nube de polvo- como a un vulgar gres cerámico, dándole formas impensables para ella.

Tampoco le gusta a la piedra estar tan cerca una de otra y sin un poco de bisel y una sensata junta por medio, porque si su colocación no es perfecta, ó en cuanto se muevan un poco, va a sobresalir una sobre la otra mostrando una hiriente arista. No le gusta configurar, -también me dicen-, unos planos geométricos con rasantes lineales, encuentros en arista para los pasos de peatones y cambios de pendientes tan exagerados, porque la piedra es material orgánico que quiere una expresión más suave y alabeada. Está ofendida ante tantos cortes y adaptaciones a las numerosísimas tapas de registro que alteran sus formas y dibujos, y que dejan unas juntas chapuceras. No está contenta tampoco con la cara lisa que le han dado, que ni muestra las posibilidades del brillante pulido, ni las rugosidades propias de su naturaleza. ¿Y qué es eso de tener que andar a juego con unos adoquines rojos prefabricados ¡y encima artificiales!?

Alguien se ha equivocado con el granito de El Espolón, alguien que ha pensado que la piedra no tiene alma, ni tradición , ni estilo, ¡ni orgullo!, y que piensa que por encima de la piedra está la técnica que él maneja, la técnica de la gran sub-base de hormigón sobre la que pegar baldosas y la técnica de la rotaflex para amoldarlas a su gusto. Pues, bien, de eso se queja la piedra, y eso es lo que murmulla, y eso es lo que probablemente algunos logroñeses sensibles y de oído fino han empezado a advertir.
Y hasta ahí, de momento, lo que he podido oir al noble granito, porque a la vista de desatinos más evidentes, como las formas y dibujos superficiales en que están colocadas en algunas partes, - por ejemplo en el tramo de Vara de Rey-, siguiendo directrices o ejes ajenos a cualquier racionalidad, o como la falta de sentido geométrico de la mayor parte de los encuentros entre piedra y adoquín, eso cree la piedra que ya no lo tiene que decir ella, porque es tan claro, que lo tienen que ver hasta los más recalcitrantes complacientes con el estreno, el conformismo formal y el derroche. O hay que tener la vista muy gorda para no verlo, y la sensibilidad muy abotargada para no darle importancia.