lunes, marzo 31, 2008

ANGUCIANA



Sí, ya sé que tengo algo desatendido este blog LHD, lo siento, pero es que me he diversificado bastante en esto de la escritura y la documentación, y aparte de inventar CASCOTES hace unos meses (lo digo de nuevo porque veo por los contadores que algunos no se han enterado y que el LHD sigue teniendo muchas más visitas que el CCT), desde hace unas semanas ando también entretenido contando cómo eran los “lugares” de mi pueblo, o sea, Anguciana.

Eso de las fotografías antiguas y de las miradas blanditas sobre los pueblos rurales es una fiebre nostálgica que está muy de moda; pero aunque pueda hacer concesiones a esa enfermedad (o debilidad) y el tono de ese nuevo blog sea más amable y personal, no quiero perder nunca de vista el enfoque arquitectónico de lo que escribo sobre mi pueblo, y por ello me parece coherente que todos estos blogs aparezcan enlazados como parte de una misma obra o de un mismo empeño.

Como me puedo diversificar pero no multiplicar, si no aparece nada en el LHD es porque estoy en el CASCOTES o en ANGUCIANA.

Ah! y como sigo haciendo muchas excursiones al monte y proyectando muchas más, he pensado que lo mejor sería quitar de este blog todas las entradas que llevan la etiqueta de “montañas” (arquitecturas de dios, o de las leyes de la naturaleza, o de la tierra, o de lo que sean) y llevármelas a uno más específico de ese tema donde lo pueda seguir rellenando sin interferir con las arquitecturas más urbanas y de los hombres.

No es que el LHD se esté muriendo ni mucho menos. Al revés, yo diría que no para de dar frutos.
Y aunque os sea más difícil llegar a ellos (normal cuando el árbol crece), estáis invitados, como siempre, a seguir cogiendo de él.

lunes, marzo 17, 2008

CIERTAS CUITAS SOBRE LA CIUDAD INCIERTA


(Un entusiasta lector del librito que bajo el título que arriba figura editó Julián Lacalle en sus Pepitas de Calabaza, me ha pedido que también cuelgue en la red la Presentación que hice del mismo. Este agradecido lector llamado Juan Manuel Grijalvo, vive en Ibiza, tiene una “website” en la que, junto artículos suyos, noticias y enlaces de todo tipo, va colocando todos los textos y autores que le interesan, http://www.grijalvo.com/ y allí que me veo. Como los doce artículos que conformaron este librito están en Una Voz en un Lugar, pondré también en su índice el link a este post para que de alguna manera esté aquí localizable. No es que sea un texto que me entusiasme, pero diciendo cosas siempre se nos escapa alguna verdad y va alguien y las recoge. Muchas gracias, Juan Manuel, por encontrarlas y hacer eco de ellas).

Presentación

Contrariamente de lo que se piensa, los libros no los hacen los escritores sino los editores. A lo sumo, los autores que figuran en la portada suministran el grueso del texto, igual que los fabricantes de ladrillos ponen los materiales de las casas –aunque en el caso de éstos nadie dice que son ellos quienes hacen las casas.

En los libros de mucho fuste y ringorrango la Presentación corre a cargo de alguna egregia Personalidad que bendice al editor a la vez que echa un hisopazo sobre el escritor. Pero como sé que el modesto editor de este libro busca las bendiciones en los lectores y no en los renombrados presentadores, me arrogo la labor de presentación, no tanto para restar protagonismo al editor como para hacer la declaración con la que he empezado, esto es, que los libros los hacen los editores y no los escritores; y más que nunca en este caso.

Durante mucho tiempo cometí el error de creer que la escritura en los periódicos tenía algún sentido, y me di a ello con inusitada ilusión. Suponía que la inmediatez de la prensa serviría para que mis palabras, mis razones o mis opiniones entrasen en diálogo a un nivel superior al que lo hacen en la conversación o, dado las pocas conversaciones interesantes que logro tener en mi ciudad, para que entrasen de algún modo en conversación. Pero los periódicos hacen de los artículos que uno envía gratuitamente poco menos que material de relleno entre los anuncios y las noticias de actualidad, que son los contenidos que, por ese orden, interesan de verdad, no sólo a los editores, sino también a los lectores. He tardado mucho tiempo en darme cuenta de que al mezclarse en los periódicos los anuncios, las noticias de actualidad y las opiniones, y al dar igual tratamiento y valor a las opiniones de quien las quiere confrontar que a las de quien las quiere imponer, la prensa es el medio idóneo para el ahuecamiento de las palabras y el nihilismo verbal, o dicho de otro modo, para el uso de la palabra en la función unívoca del adoctrinamiento y el adocenamiento de las masas. Para quien esté interesado en el asunto le señalaré que la clave puede que esté en el uso y redacción de los titulares.

Sólo cuando me convencí de lo nefasto e inútil que era escribir para los periódicos se me ocurrió intentar salvar algo de lo ya escrito juntándolo en libros. Agrupé por temas los que yo creía que eran mis mejores artículos y lo envié a las editoriales nacionales. Pero el error me seguía persiguiendo: el que sabe hacer ladrillos no sabe hacer casas. Así que, independientemente de la calidad de los artículos (que por lo general gustan bastante), la agrupación que yo hice con el nombre de Una Voz en un Lugar, no le ha convencido hasta la fecha a ningún editor. (La otra agrupación de artículos que publiqué en forma de libro con el nombre de El Retablo de Ambasaguas no tiene mérito porque me lo editó el Colegio de Arquitectos al que pertenezco para devolverme el favor de haberlo dirigido durante un par de años).

Es por ello que celebro y estoy encantado de que un editor entusiasta me pida ahora doce de mis artículos para confeccionar un librito. No tengo ni idea de por qué ha escogido estos doce de entre los casi doscientos artículos que he escrito y publicado en los últimos veinte años, pero sus razones tendrá.

Lo cierto es que ahora conforman ya un libro y eso les rescata definitivamente de la nada a la que la prensa les condena, no sólo con el periódico del día siguiente, como usualmente se dice, sino tal y como aquí decimos, mediante el batiburrillo del propio periódico en que se publica.

Pero también los libros tienen algún inconveniente. El más serio, a mi juicio, es que adquiera vida propia, esto es, que se aleje del autor. Si para ser humana (y no divina) la palabra ha de ser palabra-en-diálogo, la autonomía propia y consustancial del libro convierte fácilmente a éste en un producto de editor o (aún peor) en la obra de arte de un artista (un dios).

A Dios gracias (adios, gracias) ni Julián pretende ser un productor ni yo un artista, así que, dado que el lector no tiene un periódico en las manos, estamos todos salvados.

Logroño, 4 de febrero del 2002

viernes, marzo 14, 2008

VPO (III): EL PROBLEMA



El llamado “problema de la vivienda” es considerado en este país como un asunto de “escasez”. He consultado en el censo del INE a ver cuál era la relación entre número de habitantes y número de viviendas del último censo del 2001 pero no viene o no lo he encontrado. Sí he dado con el de 1991, que era de 2,25 hb por vivienda (38,8 millones de habitantes por 17,2 millones de viviendas) que no está nada mal, aunque con el boom de la construcción registrado en estos últimos quince años, es de esperar que esa relación haya incluso mejorado y que esté cerca de 2 hb por vivienda que es una cifra más que aceptable: una pareja por casa. El problema de la vivienda en España no es por tanto un problema de escasez sino en todo caso, de reparto, o más bien de “concepto”.
Me parece por tanto necesario enfocar el “problema” desde otras perspectivas.

El “problema” de la vivienda en España consiste haber creado una cultura o un modo de pensar en que la casi totalidad de las viviendas se han reducido a ser, por un lado, un producto de la maquinaria productiva del país y por otro, un fondo de ahorro para el ciudadano. Un modo de pensar, dicho sea de paso, que los arquitectos que han dado forma a ese producto rara vez han puesto en crisis.

A poco que uno viaje y observe se da cuenta de que en otras culturas las viviendas tienen otras connotaciones. En Estados Unidos, por ejemplo, la vivienda es principalmente un signo de status. Según varía la fortuna del ciudadano a lo largo de su vida, va cambiando de barrio y vivienda sin la menor pereza, y al parecer, sin gran dificultad. O los americanos son unos desarraigados (que lo son) o tienen muchos menos problemas que nosotros para cambiar de empleo y ciudad, y para comprar y vender sus viviendas.

En nuestra cultura, sin embargo, el viejo arraigo al pueblo, al barrio y a la casa paterna de una sociedad agrícola ha sido sustituido por la escasa movilidad laboral (el funcionariado, por ejemplo, constituye una enorme masa estanca cada vez más atascada o ligada a un lugar a partir del Estado de las Autonomías y de la paulatina desaparición de los Cuerpos Nacionales). Así mismo, los importantes gastos y trabas derivados de la compraventa de viviendas, o la ligazón casi emotiva que crea una enorme y dilatada hipoteca, parecen ser causas disuasorias de la movilidad de residencia.

Pero en esencia la vivienda no tiene porqué ser un producto que hipoteque nuestras vidas o nos ate a un lugar, y mucho menos esas viviendas-pisos que no son sino más que unos simples nichos de almacenamiento humano sin ningún tipo de gracia o encanto. El parque de viviendas creado en los últimos cincuenta años es tan feo, que lo más espantoso que puede pensar uno al mirarlo es que nos ate de por vida.

Por eso y para aclarar el “problema de la vivienda” me parecería muy útil empezar a distinguir entre lo que podrían ser viviendas dignas, viviendas hermosas, viviendas símbolo, viviendas cómodas, viviendas capaces de imprimir un carácter a sus moradores, viviendas heredables, viviendas con raíces, etc., por un lado; y viviendas utilitarias, viviendas piso, viviendas nido, viviendas nicho, viviendas anodinas y anónimas, por otro. Con sólo hacer esa pequeña y sencilla distinción ya se empezaría a ver cómo cambia el enfoque del “problema”.

miércoles, marzo 12, 2008

VPO (II): A LA IGUALDAD POR LA LOTERIA


Lo primero que se aprendía en la escuela cuando yo era niño era que la desigualdad humana era un hecho incontestable: unos eran más altos y otros más bajos, unos mayores y otros pequeños, unos las cogían al vuelo y otros tenían que esforzarse más, unos corrían como galgos y otros eran más torpes, y así sucesivamente. Y lo segundo, lo segundo que se aprendía, era que muchas de esas diferencias, que de momento sólo tenían una expresión en las notas o en el dominio en el recreo, a la postre tendrían que ver con el diferente éxito en la vida o con su traducción económica: unos acabarían siendo más ricos y otros más pobres.

Más allá de la escuela aprendimos otras dos cosas: una, que esas pequeñas desigualdades humanas no tenían un justo correlato con el nivel posterior de éxito o riqueza; y dos, que el éxito y las riquezas eran a su vez mecanismos que disparaban exponencialmente las diferencias iniciales, por lo que era preciso pensar en algún sistema que las corrigiera. Como lo primero era un asunto muy aleatorio y difícil de resolver, el consenso estuvo en lo segundo: se convirtió en una verdad muy extendida que era preciso inventar “mecanismos de compensación o redistribución de la riqueza”.

Pero dado que los encargados de la redistribución de las riquezas iban a ser por lo general quienes no habían accedido a ellas, o sea, los menos inteligentes, los menos valiosos, los menos hábiles, etc., la única fórmula simple y universal que se les ocurrió era que “los ricos paguen más”.

Cuando se implantó en este país el famoso impuesto de la renta, con sus cuotas crecientes según los ingresos, yo empezaba a ganar dinero y entendí perfectamente y acepté que quien ganara más pagase más. Ahora bien, lo que nunca he llegado a entender (lo que nunca he podido aceptar porque entonces todo se me tambalea) es que una vez hecha la declaración de la renta tuviera que seguir escuchando el sonsonete de que quien más tenga, más pague, o a quien más dinero tenga, más trabas se les ponga a la hora de escoger el colegio público a sus hijos…, por ejemplo. Hubo unos años en este país en que era tal la obsesión de pedirte la declaración de la renta para cualquier trámite administrativo que llegué a pensar que iba a llegar el día en que tendría que ir con la declaración de la renta a la panadería y que tendría que pagar por la barra de pan un poco más que mi vecino de arriba y un poco menos que mi vecino de abajo.

Bueno, viene toda esta digresión a plantear una pregunta (que no sé si se hace mucha gente) de si los mecanismos de ajuste de las riquezas han de pararse en la contabilidad de los ingresos o deben seguir hasta el valor de los productos. Yo no tengo mucha idea de economía, pero lo de que una misma casa (el producto más caro del mercado) pueda valer cuarenta millones de pesetas para uno si es libre, o diecisiete millones de pesetas para otro si es VPO, me parece tan injusto como el problema que pretendía resolver.

Y ya no digamos si el mecanismo por el que uno consigue las segundas es la lotería.
Y ya no digamos, si al cabo de unos años el afortunado al que le ha tocado una puede venderla al precio de libre…

¿VPO?
No, gracias.

(…y los del PP presumiendo de que ellos hacen más VPO que los de PSOE…)

lunes, marzo 10, 2008

VPO (I): EL ESCANDALO DEL SUELO



Ahora que ha acabado la tormenta electoral quizás sea bueno hablar un poco de política, y eso que no es tema de este blog de arquitectura. Pero como en el tema de las viviendas de protección oficial confluyen ambas cosas (política y arquitectura) y no creo que sea bueno separarlas, voy a empezar a tocar este tema tan importante como delicado.

Y lo voy a hacer con una cita de Ignacio Paricio en el último número de la revista Arquitectura Viva, número sobre el que ya he dejado una nota ya en el Cascotes: Arquitectura Viva, Vivienda Normal.

Tengo a Paricio por uno de los arquitectos más generosos e inteligentes de este país y de ello he dejado constancia en el Manual de Crítica de la Arquitectura. Pero el hecho de que publique en Arquitectura Viva y que en sus artículos haya una de cal y muchas de arena (en el tono sobre todo y en las concesiones al editor), no deja de ser una pena.
Esta es la de cal en materia de la política general de vivienda en España, una política en la que los partidos políticos que han concurrido al juego electoral apenas difieren:

"La forma tradicional que adopta la intervención pública es absurda: la venta de vivienda protegida, es decir, el regalo a unos pocos de un suelo cuyo valor en venta es superior al coste del piso. Una lotería insultante para aquellos a los que no les toca. El suelo público jamás debería dejar de serlo. Alquileres, concesiones temporales de uso, parecen caminos más adecuados. Y sobre todo, hay que ofrecer soluciones beneficiosas a todos los afectados y a todos los estratos, no sólo a los más bajos, puesto que muchos, un poco por encima de los máximos actuales, tampoco accederán a la vivienda de promoción privada”.

martes, marzo 04, 2008

NATURALIDAD EN LA MODERNIDAD


Mi conocida aversión a la arquitectura moderna tiene que ver con su rápida elevación a los altares de la Historia es decir, con su impostura o su imposición cultural vía progre o por la izquierda. Y es que no tiene uno más que ir a la exposición de Arquitecturas 2005 – 2006 del Colegio de La Rioja (o a la semejante que hagan en cualquier otra provincia desde donde me lean) para comprobar los resultados de ese pensamiento único, tan generalizado como aburrido.

Pero no toda la modernidad es así. Sería muy tonto por mi parte no reconocer que se puede ser natural, espontáneo y sencillo siendo moderno. Y en ese sentido, seguramente el mejor arquitecto de esa modernidad tranquila y amable, el descubrimiento más emotivo que me ha ocurrido en mi observación de la arquitectura moderna, haya sido el de la figura y la obra de Arne Jacobsen.

A Jacobsen se le conoce en el mundo por las formas femeninas de la silla hormiga, es decir por su producto más erótico y expresivo (Mariscal dixit), pero a mí el Jacobsen que más me interesa es justo el más tranquilo, el menos aparatero y exitoso.

No soy ni mucho menos un experto en la obra y vida de Jacobsen y la verdad es que me gustaría tener más datos sobre su personalidad para saber si encaja o no con mis intuiciones. Pero esa imagen suya tan amable, fumando en su pipa y dibujando, siempre me ha cautivado.

En el hall88, Javier Dulín relató con entusiasmo nuestra visita al Santa Catherine College de Oxford de 1964. Como todavía no lo han quitado de internet los jerifaltes del COAR os doy el link para que le podáis echar un vistazo: Colegios de Oxford. Maqueté entonces su texto con algunas de las fotos que ambos habíamos hecho conjuntamente, pero como en aquel formato tan reducido y en blanco y negro no decían gran cosa, voy a poner aquí cuatro fotos más en color para que se entienda mejor el estupendo rato que pasamos aquella tarde de un viaje de estudios con la Escuela de Artes y Oficios.






Sin embargo, el gran viaje a la obra de Jacobsen fue el que hicimos con el COAR a Copenhague Aarhus y Hamburgo, donde visitamos muchas de sus obras más significativas. No es mi intención ni mucho menos hacer aquí un reseña sobre toda la obra de Jacobsen, sino colgar tan solo unas pocas fotos que hablen de esa “naturalidad” que veo en su modernidad. Una naturalidad tan auténtica que hasta puede que algunos de sus edificios nos parezcan vulgares, como el Ayuntamiento de Rodrove de 1954,

o sencillamente feos, como el National Bank de Copenhague, de 1966,



o algo caóticos, como esas casas de Bellevue (1930-35) cuya espontánea composición deviene tan desordenada como la de cualquier arquitecto de apartamentos de nuestra costa.


Pero bueno, hay que fijarse bien en las fechas y en el contexto mundial y no dar tanta importancia a los resultados. Y es por eso me apetecería saber más de Jacobsen hombre, y por lo que, si alguien me cuenta algo de su biografía personal, le quedaría muy agradecido.

Con todo, os dejo con una foto de la Hew Haus en Hamburgo (1962-69) que da buena cuenta de la “finura” que tanto gusta a la progresía moderno-académica,

y con otra imagen urbana del magnífico Ayuntamiento de Aarhus (1937) que nos devolverá siempre a ese momento mágico en que la arquitectura ya empezaba a ser moderna sin dejar de ser buena arquitectura, o sea, arquitectura sin apellidos .