miércoles, marzo 12, 2008

VPO (II): A LA IGUALDAD POR LA LOTERIA


Lo primero que se aprendía en la escuela cuando yo era niño era que la desigualdad humana era un hecho incontestable: unos eran más altos y otros más bajos, unos mayores y otros pequeños, unos las cogían al vuelo y otros tenían que esforzarse más, unos corrían como galgos y otros eran más torpes, y así sucesivamente. Y lo segundo, lo segundo que se aprendía, era que muchas de esas diferencias, que de momento sólo tenían una expresión en las notas o en el dominio en el recreo, a la postre tendrían que ver con el diferente éxito en la vida o con su traducción económica: unos acabarían siendo más ricos y otros más pobres.

Más allá de la escuela aprendimos otras dos cosas: una, que esas pequeñas desigualdades humanas no tenían un justo correlato con el nivel posterior de éxito o riqueza; y dos, que el éxito y las riquezas eran a su vez mecanismos que disparaban exponencialmente las diferencias iniciales, por lo que era preciso pensar en algún sistema que las corrigiera. Como lo primero era un asunto muy aleatorio y difícil de resolver, el consenso estuvo en lo segundo: se convirtió en una verdad muy extendida que era preciso inventar “mecanismos de compensación o redistribución de la riqueza”.

Pero dado que los encargados de la redistribución de las riquezas iban a ser por lo general quienes no habían accedido a ellas, o sea, los menos inteligentes, los menos valiosos, los menos hábiles, etc., la única fórmula simple y universal que se les ocurrió era que “los ricos paguen más”.

Cuando se implantó en este país el famoso impuesto de la renta, con sus cuotas crecientes según los ingresos, yo empezaba a ganar dinero y entendí perfectamente y acepté que quien ganara más pagase más. Ahora bien, lo que nunca he llegado a entender (lo que nunca he podido aceptar porque entonces todo se me tambalea) es que una vez hecha la declaración de la renta tuviera que seguir escuchando el sonsonete de que quien más tenga, más pague, o a quien más dinero tenga, más trabas se les ponga a la hora de escoger el colegio público a sus hijos…, por ejemplo. Hubo unos años en este país en que era tal la obsesión de pedirte la declaración de la renta para cualquier trámite administrativo que llegué a pensar que iba a llegar el día en que tendría que ir con la declaración de la renta a la panadería y que tendría que pagar por la barra de pan un poco más que mi vecino de arriba y un poco menos que mi vecino de abajo.

Bueno, viene toda esta digresión a plantear una pregunta (que no sé si se hace mucha gente) de si los mecanismos de ajuste de las riquezas han de pararse en la contabilidad de los ingresos o deben seguir hasta el valor de los productos. Yo no tengo mucha idea de economía, pero lo de que una misma casa (el producto más caro del mercado) pueda valer cuarenta millones de pesetas para uno si es libre, o diecisiete millones de pesetas para otro si es VPO, me parece tan injusto como el problema que pretendía resolver.

Y ya no digamos si el mecanismo por el que uno consigue las segundas es la lotería.
Y ya no digamos, si al cabo de unos años el afortunado al que le ha tocado una puede venderla al precio de libre…

¿VPO?
No, gracias.

(…y los del PP presumiendo de que ellos hacen más VPO que los de PSOE…)