jueves, noviembre 30, 2006

94. BEYOND THE SEA (2005) KEVIN SPACEY




Cuando entré en la big band de Renato, allá en la escuelita de la plaza Murrieta, estaban tocando el Mack the Knife. No lo olvidaré nunca porque ya dejaban ese tema y se pasaban al Saint Louis Blues, que fue con el que yo empecé a frasear. Beyond the Sea, la película de Spacey actualmente en cartelera, comienza también con el Mack the Knife, el tema que más fama le dio a Bobby Darin, pero se corta nada más empezar para dar paso al relato de su vida. Con el tiempo me voy dando cuenta de que la vida se parece mucho a un montón de hilos revueltos que las palabras pueden tejer luego en sus textos creando relaciones, descubriendo coincidencias o buscando nuevos efectos. La película sobre la vida de Darin que vi el miércoles por la noche fue como abrir un cajón lleno de hilos desmadejados, así que voy a ver si consigo hacer algún nudillo con ellos en el blog de hoy.

Tras la presentación de la película con la interrupción mencionada dentro del manido recurso cinematográfico de filmar que se está filmando, Spacey sitúa el origen de toda la historia en una enfermedad infantil y una calle del Bronx. La enfermedad es un hilo que me llevaría a otras semejanzas autobiográficas que no vienen al cuento, así que me quedo con esa calle de ensueño que sesenta años después ya sólo podemos entender como un escenario. Un lugar mágico donde los roncos bocinazos de los coches se mezclan con las primeras notas de una trompeta, donde la descarga de un piano para instalarlo en una casa se convierte en una fiesta colectiva o donde los peatones se transforman en bailarines al son de un standard. Ya no hay más calles en toda la película. En paralelo a la veloz historia de esa espléndida música que dura menos que una flor, la ciudad desaparece. La desolación californiana de la última parte de Beyond the Sea creo que tiene mucho que ver con esa terrible pérdida de la ciudad, ese olvido y ausencia de la calle.

Pero por entre medio del film hay más escenarios que atar. Cuando la trouppe de Bobby llega a Italia y bajan las maletas del taxi me hizo mucha gracia que la casa del fondo se pareciera mucho a la entrada de la casa del jardinero de la corte del Schloss Charlotenhoff (también llamados “baños romanos”) que K. F. Schinkel hizo en el parque Sans Souci de Postdam en 1833. Como no me fijé mucho pensé que sólo era un parecido (aún no estoy seguro de que lo sea hasta la que vea otra vez).

Eso sí, cuando dos escenas más adelante, aún en la villa italiana, se organiza otro ballet de musical americano bajo la Neue Orangerie hecha por L. Persius en 1851 para el mismo parque (de ese lugar sí que estoy seguro), entonces me revolví en la butaca pensando que Schinkel y Persius también estarían dado golpes en sus tumbas. Ese enorme bucle entre la arquitectura ecléctica de la primera mitad del siglo XIX y la falsedad de la escenografía cinematográfica que nos pone en Italia cuando están rodando en lugares reales a cincuenta kilómetros de Berlín tiene su chiste un poco más adelante, cuando en el Hotel Flamingo de Las Vegas Bobby Darin le pregunta al botones que de dónde es, y al decirle que de Alemania, el cantante americano le responde: gran ciudad sí, gran ciudad. El Bronx, Postdam, la ilusión italiana, Las Vegas..., vaya nudo me ha salido. Pero en la garganta, claro. En la garganta. En la lista de los chismes (coches, móviles, internet) que matan al tiempo, al espacio y a los hombres (v LHDn92) se me había olvidado el cine (por no hablar de la tele). A la memoria me vienen aquellas primeras reflexiones sobre cine y ciudad que leí hace muchos años en el libro “Los intelectuales contra la ciudad” de Morton y Lucía White (ed Infinito), pero ya sacaré otro día esos hilos, que me queda poco folio y quiero hacer mención a los lugares centrales de la película: esas increíbles salas de música en las que toda una fenomenal orquesta se encaja en un reducido escenario (¡en el que caben hasta bailarinas!) y en las que el público se sienta en torno a mesitas y veladores perfectamente colocados y excelentemente iluminados.

Para los que nos hemos hecho adultos en el último cuarto de siglo, cuando las big bands ya son sólo arqueología de aficionados y los últimos recintos musicales de jazz a los que hemos tenido acceso no pasan de ser garitos más o menos incómodos, locales como el Copacabana sólo son posibles en el cine. Por eso yo me apunto a ver cualquier película en la que salgan esos sitios: porque la perfecta conjunción entre aquella música y aquella arquitectura (tema que empecé a tocar en el LHDn50) creo que sólo puede verse y gozarse en la ilusión de una pantalla blanca.

miércoles, noviembre 29, 2006

93. ENTRE MEDIANERAS



De tanto en tanto, algún concejal poco atareado mira por encima de la línea de las tiendas y los huecos entre fachadas y descubre la existencia de unas enormes paredes vacías de contenidos que parecen estar llamándole a hacer algo por su ciudad. La decoración de medianeras es una de esas actividades de bajo presupuesto con las que un munícipe puede ejercer durante unos meses de mecenas de las artes pláticas y salir en los periódicos media docena de veces a mayor gloria de su partido político. El carácter efímero de los soportes garantiza que por muy malo que sea el resultado siempre se te tiene coartada, pero lo cierto es que hay algunas medianeras así decoradas que se resisten a desaparecer y que llevan años y años dando la turrada (en Logroño por lo menos tres).

Los estudiantes o “jóvenes artistas emergentes” que se hacen con tales encargos, bien por adjudicación colectiva o por concurso, encuentran en ellos la oportunidad de su vida, es decir, la de mostrar su ego a la ciudad en unas dimensiones exponenciales sobre sus habituales lienzos, provocando sin saberlo un roto urbano de mayor calado que el que se pretendía resolver. En primer lugar, porque la medianera es un lugar secundario que no debe imponerse en la escena urbana sobre las más importantes fachadas; y en segundo lugar porque con sus artísticas ocurrencias, bien figurativas, informales o cromáticas, rompen con el tradicional papel de “fondo” que debe tener la escena arquitectónica respecto al protagonismo de la vida urbana. Una fachada no puede debe ser nunca un cuadro, y una medianera, mucho menos.

He hecho un repaso por mis álbumes de fotografías de viaje y me he dado cuenta de que tengo una estupenda colección de medianeras de todo el mundo, pero no precisamente de las artísticas, sino de las vacías, de las que resultan de una vecindad desigual y de un evidente descuido del arquitecto y promotor que edificaron más alto o más aislado. Mi interés por esos enormes paños desolados debe tener el mismo origen que el que me movió a escribir un bisoño articulillo sobre los espacios vacíos de la ciudad y que titulé “Huecos Urbanos” (se publicó en una hojilla sin difusión y lo rescaté para el compendio de escritos titulado Una Voz en un Lugar, que desistí de publicar después de dos o tres años intentándolo, así que igual algún día lo cuelgo por aquí). Citaba en él por dos veces una entrevista que le hicieron a Wim Wenders en la revista Quaderns de Arquitectura 177, en la que mostraba su fascinación por la ciudad incompleta o herida: “Lo roto hunde sus raíces más profundamente en la memoria que lo completo –decía-; lo roto tiene como una superficie rugosa a la que nuestra memoria se agarra; en la superficie lisa de lo completo, la memoria resbala…”; y luego concluía melancólico sobre su desaparición: “Por definición, la ciudad exige que se haga algo en esas zonas, y esa es su tragedia”.

Pero el origen de la medianera no es un roto sino un hallazgo; y en realidad no es rugosa, sino una gran “superficie lisa” nacida con el gran invento de la agregación urbana: el del ángulo recto en planta (véase el cap del Espacio en el Manual de Crítica p152). En el envés de esa calle recién creada que podemos ver en la planta de un poblado como el del Cerro de la Cruz en Cortes (Navarra) ya están ahí presentes y sin resolver los testeros y medianeras de sus casas.

Los retranqueos de la normativa neoyorquina, tantas veces denostados desde la geometría de la calle tienen mucho que ver con el retorno a la arquitectura aislada, a la arquitectura escultórica, esa que en Europa tuvo como paradigma a los bloques aislados en el parque. En tanto que piezas volumétricas, los edificios renuncian a su papel de escena y reivindican su protagonismo sobre la propia vida que convoca la ciudad. Los edificios ensimismados y escultóricos no crean vida a su alrededor, sino que la niegan. No son fondos, sino formas.

Por eso, cuando voy de viaje y veo una buena medianera, por muy fea que sea o por muy mancillada que la hayan dejado las empresas anunciantes o los artistas y concejales (que vienen a ser lo mismo en su empeño anunciador), pienso que estoy a salvo. Y por si mi memoria me falla y no se agarra lo suficiente a sus lisas superficies, les hago fotos. Para atrapar el recuerdo de que he estado en una verdadera ciudad.


martes, noviembre 28, 2006

92. CALLE SAN JUAN. Logroño



Ayer cerró Félix de Azúa el blog que desde hace justo un año venía haciendo en el boomeran de PRISA. Antes de que se pusiera a ello, yo tenía una idea bastante vaga de lo que podía ser un blog así que ha sido siguiendo día a día el de Félix como me he hecho una idea del fenómeno. Más o menos un blog consiste en que uno escribe un articulillo diario, lo cuelga en la red y el sistema ofrece a los lectores la posibilidad de hacer comentarios. Al poco de empezar ya me di cuenta de que el invento era un sinsentido pues los comentaristas eran por lo general gentes sin nombre ni lugar que apenas desarrollaban los materiales que Azúa ofrecía en cada entrega. También desde los primeros días y en lógica respuesta a ese guirigay de comentarios anónimos, Félix tomó por norma no hacer la más mínima alusión a los escritos de los lectores. Al principio, los comentaristas se ofendían por ello, pero pronto se acostumbraron y dejaron de exigir que les respondiera. Azúa siguió a su bola, y los anónimos escribientes que aparecían en su blog se dedicaron a ejercicios de lucimiento y a hacer que se relacionaban entre sí. El invento de poner a unos y a otros en fácil comunicación parecía no servir de mucho. Era un placer tener cada día un texto de Félix, pero era muy triste ver lo poco que daba de sí.

No es de extrañar que mis amigos de la calle San Juan se riesen de mí cada vez que les mencionaba la existencia de los blogs. Su forma de vivir y relacionarse está tan ligada a la presencia física que ni siquiera les puedo enviar mis artículos por internet. Si quieres darnos un artículo para la Piedra del Rayo -me dicen-, vienes por aquí, nos lo das, y aprovechamos para tomarnos un par de vinos. Ni siquiera les puedo avisar por móvil, pues no gastan de esos chismes.

Poco antes de cerrar el blog, Félix escribió un memorable artículo sobre los teléfonos móviles. Desvelaba en él que el proyecto de la modernidad incluía el doble asesinato del tiempo y del espacio. Dada la brevedad del artículo se entretuvo en contar la agonía del tiempo (eso que ya nadie tiene, excepto mis amigos de la calle San Juan) pero apenas entró en los estertores del espacio, que eran más de mi interés. Cuando lo acabé de leer pensé que el blog en que exponía tan acertada teoría participaba en un asesinato mayor, esto es, el de esos comentaristas que hacían hábito de la negación de sus nombres. Salí en el mismo blog varias veces para advertírselo pero no me hicieron ni caso. Era como hablar a los muertos.

Pero el caso es que el miércoles pasado, Iñigo, uno de los amigos de la calle San Juan nos dio un buen susto. Su mujer nos llamó a mediodía preguntándonos por él pues no había ido a recoger a las niñas al colegio tal y como le había prometido. Fue pasando la tarde, cayó la noche, y seguíamos sin saber nada de su paradero. A las siete y media nos movilizamos todos para salir a buscarle. Carlos pensó que podría haber ido al monte a fotografiar alguna de las neveras de piedra sobre las que estaba haciendo un artículo y que podría haberse caído en alguna de ellas. Llamó a todos los pueblos donde hay neveras y pudieran localizar su coche, me llamó a mí para ver si le podía llevar en el mío (Carlos no tiene ni coche ni carnet); cogimos linternas y mi cuerda de escalar y nos pusimos en marcha.

También cogí mi móvil, claro, porque Carlos tampoco tiene. Fuimos a la nevera de Leza y allí no estaba (no olvidaré lo bien que se portó un hombre del pueblo en acompañarnos de noche hasta ella). Mi teléfono no paraba de sonar con llamadas de la mujer del desaparecido y de otros amigos que se habían puesto en su búsqueda. Seguíamos sin rastro. Pasadas ya las nueve de la noche fuimos a Nalda, donde un chico del pueblo se ofreció a llevarnos en su todoterreno hacia el monte donde están las neveras, pero según subíamos llegó la llamada feliz: habían encontrado el coche de nuestro amigo en un camino de Ojacastro. Le agradecimos su generosidad al tipo del todo terreno y cuando ya bajábamos de Nalda nos volvieron a llamar para decir que habían encontrado a nuestro amigo sano y salvo en el fondo de la nevera. Al parecer se había descolgado en ella para hacer unas fotos y ya no pudo salir de allí. Su única esperanza es que nos moviéramos y le encontrásemos pues por aquel paraje no pasó nadie en todo el día y, obviamente, él no usa móvil.

Los inventos que nos comunican –los coches, los móviles, internet-, son aparatos muy útiles. Si nuestro amigo hubiera llevado un móvil en el bolsillo, no nos hubiera dado ese susto. Pero al margen de su utilidad, también asesinan al tiempo, al espacio y a los hombres. Yo enredo mucho, quizás demasiado, con esos chismes, y sé que corro muchos riesgos con ellos, más incluso que Iñigo andando solo por esos montes de dios. Pero, por suerte, también tengo a los amigos de la calle San Juan para rescatarme.

lunes, noviembre 27, 2006

91. BRASIL



El geógrafo y catedrático Guillermo Morales, que iba a haber venido al viaje que hicimos el pasado septiembre a Brasil (especialmente para enseñarnos Curitiba) pero que al final no vino, me llamó ayer por teléfono, o sea, casi dos meses después, para preguntarme qué impresión habíamos sacado de aquel país. Le contesté como pude, pero luego me quedé pensativo porque no es lo mismo que te pregunten por un viaje justo cuando has regresado (v LHDn59) que cuando ya ha pasado un tiempo. El abigarrado muestrario de imágenes y sensaciones que no hubiera cabido ni en veinte entregas de este blog, se ha quedado reducido a tres o cuatro ideas mucho más fáciles de poner por escrito en un solo día.

La primera de ellas es más un par de latiguillos de conversación que una idea, aunque a mí me suenan a latigazos: Brasil está como Cuba, pero sin esperanza: allí no hay un Fidel que se vaya a morir, sino un Lula a reelegir (como así ha sido).

Es como Cuba por el clima tropical y la población mestiza y alegre: la música, la fiesta, la poca ropa y el baile son, como en la isla caribeña, las señas de identidad del país. Pero igual que en Cuba, las ciudades están hechas polvo y la pobreza de la población se hace presente por doquier.

La gran diferencia respecto a Cuba es que, en Brasil, además de pobreza y deterioro urbano hay riqueza, mucha riqueza. Tienen petróleo para autoabastecerse, recursos minerales y una naturaleza exuberante. El colonialismo, el comercio y la explotación del campo y de la esclavitud han concentrado desde hace siglos el dinero en una pequeña clase alta que hace ostentación de casas, coches, lujos varios y medidas particulares de seguridad.

Como en Cuba, hay un sinfín de calles igual de prostituidas tanto en venta de cuerpos como de dignidad, aunque hay una diferencia esencial, y es la del grado de seguridad ciudadana. En Brasil, como en casi toda Latinoamérica, la vida parece valer muy poco, y la cultura popular respecto a esta cuestión es igual de estúpida: los crímenes son contados entre risitas como comedias protagonizadas por tipos pillos y listos y no como tragedias sufridas por las víctimas. No estuvimos en Sao Paulo, donde los índices de criminalidad son los más elevados del país, pero en un simposio de urbanismo (casualmente organizado por Guillermo Morales, v Elhall82) conocí a un consultor de la administración paulista que conseguía sacarme de mis casillas cada vez que hacía referencia al tema.

Más que un gravísimo problema social a solucionar, el crimen siempre parecía ser para él, algo así como un juego del destino, un accidente más de la naturaleza. Y lo peor es que iba de “socialulista”, es decir, un socialismo que en materia de seguridad está a años luz del “sociacastrismo” real.

Como en casi toda América, el exceso de riqueza en Brasil no es una vergüenza social sino un espectáculo de masas, y la pobreza una obscenidad. Sólo así puede entenderse que en las librerías especializadas no haya más que libros de Niemeyer y sea imposible encontrar un mínimo estudio (no digo ya planos) sobre el impresionante fenómeno de la invasión urbana que se ha producido en los últimos sesenta años. A las favelas no se puede entrar, porque ahí sí que tu vida no vale nada. No es aconsejable, te dicen. Sólo pueden verse desde los bordes de la autopista, desde los montes lejanos o desde el avión. El aterrizaje en Salvador de Bahía sobrevolando su complicada orografía de colinas plagadas de barrios autoconstruidos, o el recorrido entre el aeropuerto y la ciudad de Río de Janeiro por entre la inmensa corona norte de favelas, se convierten en las experiencias urbanísticas más sobrecogedoras de un viaje a Brasil.

Dentro ya de los cascos urbanos más consolidados, el panorama tampoco es muy halagüeño. Siempre tienes la sensación de que son ciudades venidas a menos, ciudades que en algún momento -sea en los primeros momentos coloniales, en la celebración burguesa de su independencia y riqueza, o en la alegría de la modernidad-, vivieron algún tipo de esplendor. Las zonas más antiguas están por lo general degradadas y rotas y por entre los huecos siempre se ofrece un perfil erizado de feos rascacielos. El tráfico y el estado de los pavimentos y aceras son por lo general muy agresivos, y el ruido urbano, ensordecedor.

Lo de Brasilia ya no me cabe hoy. Es una fantasmada urbanístico-arquitectónica que merece capítulo específico, así que lo dejaré para otro “lunes negro”.

(Como no es posible ilustrar estas cuatro ideas con una sola foto, pongo la última que hice en el viaje sólo a modo de relleno o de apertura. Está hecha en Salvador de Bahía, en los alrededores de uno los centros comerciales más modernos de la ciudad (el de Barra) donde nos dejó la guía unas horas antes de llevarnos al aeropuerto para que hiciéramos gasto y… ¡estuviéramos seguros!).



domingo, noviembre 26, 2006

DISTINCIÓN URBANA




Esta mañana, corriendo la popular Santurce-Bilbao en el tramo entre Portugalete y Sestao, un colega ha comentado a mi lado la enorme diferencia de calidad que hay entre San Sebastián y Bilbao -favorable a la primera, claro. Pero no se refería a la arquitectura, ni al paisaje, ni al nivel de los corredores, sino a la cara de pasmados que poníann los que nos veían pasar. En la Behobia-San Sebastián -decía-, la gente no para de animar y aplaudir, mientras que aquí te miran como si no entendieran lo que pasa.

No sé que habrá pensado el colega en el último kilómetro que discurría por el paseo peatonal junto al Guggenheim de Bilbao, pero me temo que algo mucho peor. Allí la gente no es que estuviera pasmada al paso de los corredores populares, sino que parecía que les molestáramos en su paseo dominical pues se metían por en medio de la carrera sin importarles, no ya la posibilidad de tropezar y hacer caer a algún fatigado corredor, sino hasta el propio orden (y belleza) del evento.

Como de Vitoria, Pamplona y Logroño no puedo decir en ese sentido mas que pestes, para dejar buen sabor de boca traigo el recuerdo de la última Maratón de Valencia, en la que al pasar por una de las calles situadas más o menos hacia el km 12 o así, vi un cartel que me emocionó. Decía así:

ESTAMOS ORGULLOSOS DE QUE LOS MARATONIANOS PASEIS POR NUESTRO BARRIO.

No parecía un barrio muy elegante, pero no me cabe duda de que los que pusieron aquella pancarta lo convirtieron aquel día en uno de los lugares más “distinguidos” del mundo.

sábado, noviembre 25, 2006

CAMBIO DE RUMBO


Visto el experimento de colocar los LHDs de arquitectura en la estructura que proporciona este blog, ya se pueden obtener algunas conclusiones que anuncian un cambio de rumbo.

La primera conclusión es que el ejercicio de la escritura diaria sobre temas de arquitectura es muy saludable (por supuesto, en días laborables); así que mientras haya fuerzas seguiré en ello. Forma parte de mi trabajo y profesión.

El LHD ya había nacido como diario aunque no como blog, pero como estaba inspirado en ellos, su conversión en blog fue de lo más natural. Pero del formato pdf del LHD inicial al formato rígido del blog hubo una pérdida notable de información visual pues la estructura de blogspot no permite componer imágenes, controlar su orden, tamaño, jerarquía, etc., y además cuesta bastante tiempo subirlas. Y tratándose de arquitectura esa penuria es fatal.

El blog ha ido creciendo (ya van cuarenta y tantas entregas) e incluso últimamente lo he usado para almacenar los LHDs anteriores a su nacimiento; pero como su sistema de localización no es muy cómodo ni flexible, no será fácil hacer un índice por materias para localizar los viejos artículos.

Por otra parte blogspt es una web gratuita, por lo que no hay ninguna garantía de continuidad y de un día para otro podría desaparecer sin mayor aviso.

Como recientemente me han ofrecido la posibilidad crear un dominio propio y diseñarme una web, es posible que en breve vuelva al formato original de los LHDs en pdf y que los vaya colgando ahí.

De momento y para no cargarlo más, dejo de colgar en este blog los LHDs atrasados tal y como he venido haciendo los últimos días de fiesta, y espero seguir escribiendo nuevas entregas en él hasta el número 100.

A partir de esa cifra redonda vendrá la reestructuración, es decir, la web propia con los LHDs de arquitectura.

¿Qué hacer con este simpático blog? Aún no lo sé muy bien, pero creo que puede ser interesante para dar cuenta de cosas muy sencillas y elementales a los amigos que uno puede encontrarse a lo largo del día (los amigos que le encuentren a uno, claro). Algo efímero, pasajero y sin mayor relevancia, o sea, para decir una opinión sin necesidad de argumentarla. Por ejemplo:

NO SE OS OCURRA IR AL CINE A VER BORAT. DA DENTERA. HE SIDO VICTIMA DE LAS CRITICAS DE CINE DE EL PAIS.

Otro ejemplo:

EL PAIS trae hoy como primer titular lo siguiente:
LOS OBISPOS ADMITEN LA INDULGENCIA PARA LOS ETARRAS QUE DEJEN LA VIOLENCIA.
Es fantástico ¿verdad?
1) Lo que más le importa al gran periódico laico español es lo que dicen los obispos; 2) con la indulgencia en el bote, los etarras ya van a poder ir al cielo de los obispos; cosa que tiene que traer sin cuidado a los que no van a ir al cielo de los obispos, que son la mayoría de los lectores laicos de EL PAIS, y 3) ¿cómo y dónde tienen que dejar la violencia? Es de suponer que en el confesionario ¿no? Pues como siempre. Eso no es noticia de titular.
¿A qué vendrá entonces poner ese gran titular abriendo el periódico de hoy sábado, día de la manifestación nacional de las víctimas del terrorismo?
Adivina, adivinanza.

Y el tercer ejemplo, ¡también de EL PAIS! (Ya le tocará a LA RIOJA, ya). Otro titular de primera página de hoy sábado 25 de noviembre:

EL EX ESPIA RUSO ENVENENADO CON UNA SUSTANCIA RADIACTIVA CULPA A PUTIN DE SU MUERTE

Estupendo uso del presente de indicativo. El desarrollo de la noticia no debería ir en las PAGINAS DE INTERNACIONAL sino en las PAGINAS DEL MAS ALLA.

Vale por hoy. Ya se ve por donde puede ir esto. Es obvio que habrá que cambiarle el nombre al blog. No sé si sabré hacerlo, o habrá que mudarse a otro.


viernes, noviembre 24, 2006

90. TAL PARA CUAL



Decía la periodista de arquitectura Anatxu Zabalbeascoa (v LHDn72) para presentar a Josep Llinás como triunfador del año -premio FAD 2006 por la biblioteca Jaime Fuster en Barcelona- que es un arquitecto popular sin ser espectacular, y que su arquitectura, además de estar hecha de retales, es discreta. Y a partir de ahí venía la entrevista: una serie de preguntas muy malas y respuestas bastante confusas que apenas entraban en las definiciones de los titulares y que te iban llevando de aquí para allá hasta dejarte sin ninguna idea clara de lo que querían decir entre ambos.

Llinás toreó en Logroño en mayo del año pasado presentando una exposición sobre Alejandro de la Sota. Saqué una impresión paupérrima de él, pero uno siempre piensa que pudo tener una mala tarde, o que nuestra plaza es de segunda y que los artistas pasan en ella de lucimientos innecesarios. En mi cuaderno de notas de ese día apunté: “menudo peñazo de conferencia; ¿a quién le va a interesar la arquitectura si se cuenta así?; se le podrá disculpar la incapacidad narrativa pero me temo que, por lo bajo, sus principios son muy endebles”.
 
Discreto es un calificativo muy ambiguo. Puesto en una presentación de periodismo publicitario parece una virtud, pero puesto en boca de un crítico taurino, más bien significa soso, flojo, poco interesante, prescindible, vago.

Justamente de vagancia (o de pereza, por ser precisos) era de lo que acusaba Llinás a los arquitectos que hacen la “arquitectura media” de la ciudad. “Yo sería más crítico con los arquitectos perezosos que con las grandes figuras mediáticas” -decía. Pero esto no encaja con lo de la discreción. Entre la “mediocridad” de la “arquitectura media” y las “intervenciones mediáticas”, Llinás se decantaba claramente por las segundas. Lo cual encaja mucho mejor con la imagen del edificio que le ha dado el premio que con la presentación de la famosa periodista de nuestro diario de máxima difusión nacional. Como a mí también me encaja que para hacer arquitectura mediática lo mejor es tener un discurso muy endeble.

Pero para confundir aún más al telespectador del Babelia, un poco más adelante Llinás ponía de vuelta y media a la mediática torre Agbar de Jean Nouvel diciendo nada más y nada menos que “eso no es arquitectura” sino exhibición de poder. El supermediático Gehry, sin embargo, le parece lo máximo en arquitectura. Dice de él que es algo así como “la celebración de la vida”, y como parece que se gustó en la expresión, se la aplica también a Jujol al final de la entrevista: “Cualquier ocasión que tiene (Jujol) la emplea para celebrar la vida” ¿Es la arquitectura celebración de la vida? me pregunto. Y para responderme vuelvo al recuerdo de la conferencia del año pasado: no parece lógico que quien entienda la arquitectura como celebración de la vida la cuente aburriendo solemnemente al personal.

Para entender todo este galimatías no hay como subrayar algunas expresiones de la periodista. Por ejemplo esa de “calzó un edificio fluido” que le aplica al edificio de Llinás en Grácia (2001), o la de “sus intervenciones humildemente atrevidas” que le formula en la última pregunta. Últimamente queda muy fino llamar oxímoron a esos juegos de palabras que antiguamente llamábamos contradicciones insostenibles. Es lo que ha traído el desplome del marxismo.

Siendo comprensivo una vez más con el arquitecto, uno puede aún pensar que es la periodista la que le confunde. Pero cuando entra finalmente en materia de obra y autoría se le acaba a uno la condescendencia. Si como dice Llinás, uno sale retratado en sus trabajos a poco que se esfuerce en ello; si como pretende el autor de la Biblioteca Joan Fuster, la arquitectura finalmente revela el carácter del autor, entonces ya no nos puede quedar ninguna duda: Llinás ya no podrá ser nunca ese tipo de cabeza bien formada, expresión pobre, gesto serio y mirada perdida, sino esa caja torturada, mareada, aplastada e ininteligible que convierte en desolación una amable placita de la parte alta de Barcelona; un arquitecto más de los muchos que posan para los periódicos diciendo cualquier cosa para hacernos perder el tiempo en su lectura; o ya sin duda, aquel pelma que nos aburrió soberanamente en una conferencia de arquitectura hablando, nada menos, que de la obra más graciosa de Alejandro de la Sota.

Sí, ya sé que soy muy exigente, pero a la hora de hacer crítica mi referencia es la única crítica seria que se hace en este país, es decir, la taurina: cuando uno va de figura, tiene que ser un figura.



jueves, noviembre 23, 2006

89. PINTURA ABSTRACTA



Entendido que la pintura abstracta es una pintura que se pinta a sí misma, su valor decorativo es innegable.

Siguiendo los métodos de la Bauhaus, lo primero que les pido a los futuros decoradores es que hagan pintura abstracta. Y hay que ver lo bien que lo hacen. Todos los años (desde hace ya más de quince) les propongo que hagan una “composición” con punto y línea, luego otra con manchas y formas geométricas, y finalmente una o dos más con líneas, manchas, texturas y hasta color. Y como vengo haciendo fotografías de sus trabajos antes de devolvérselos, estoy seguro de que tengo una de las más grandes y mejores colecciones de arte abstracto del mundo. O como se dice ahora, un “banco de imágenes” fabuloso. Pongo cuatro pequeñas imágenes de muestra ahí arriba porque esto de subir muchas fotos a blogspot es complicado, pero si algún día me quedo sin tema para escribir, siempre podré echar mano del “banco” para ir colgando una a una y deleitar a mis visitantes.

Atemorizados ante la lógica dificultad de la representación figurativa, los adolescentes despliegan una gran creatividad en cuanto les dices que garabateen libremente un papel. Se diría que todavía tienen fresca la infancia y que aún pueden recuperarla.

La identificación entre pintura abstracta e infancia no es nueva: Pablo Picasso solía decir que a los diecisiete años ya pintaba como Velázquez pero que a los noventa no había conseguido pintar como un niño. También recuerdo la anécdota del pintor abstracto Sadurní Pons que cuando se quedaba sin inspiración iba a casa de su amigo Joan Isart y le pedía que le dejara ver los dibujos de su hija para cargar las pilas.

Como complemento a los ejercicios de otoño sobre arte abstracto, en febrero solemos llevar a nuestros futuros decoradores a ARCO y se lo pasan en grande, pues a diferencia de toda la gente que aún sigue quedándose perpleja ante la pintura abstracta, ellos se sienten allí como pez en el agua. Excepto los precios de los cuadros, lo entienden todo. El comercio de la pintura abstracta y la producción de artistas de la pintura abstracta, -les tengo entonces que explicar- son asuntos que a nosotros ya no nos competen: son cosa de economistas, periodistas, agentes, galeristas, chamarileros, historiadores del arte, banqueros, etc. es decir, un mundo bastante ajeno al nuestro. Un mundo muy abstracto; mucho más abstracto que el de nuestras líneas y manchas.

Entre la pintura abstracta y la arquitectura suelo establecer el mismo paralelismo que entre la gimnasia y el juego con balón. Cuesta admitir que para meter goles o canastas haya que hacer abdominales o estiramientos, pero finalmente todos lo aceptan de buen grado. Le Corbusier nos brinda un ejemplo impagable. El solía decir que el secreto de su obra arquitectónica estaba en los tranquilos ejercicios con manchas, líneas y colores que hacía por las tardes; es decir, en su obra pictórica, en su pintura abstracta.

Diríase entonces que la decoración tiene su espacio vital entre la pintura y la arquitectura. En las visitas anuales a ARCO también nos llaman mucho la atención muchos cuadros que no son sino simples texturas. Los ejercicios de texturas los solíamos hacer en el segundo trimestre, justo por las fechas en que íbamos a ARCO. Ahora, con el nuevo plan de estudios, los estoy dando de un modo alternado con los de composición abstracta, y eso nos está permitiendo entender mejor el papel que tendrán cada uno de ellos en los futuros proyectos. Se consigue un continuum en el que no es fácil ver donde acaba la significación del despiece de un suelo, donde entrarán en juego los colores del techo, o donde comienza el protagonismo de los cuadros abstractos colgados de las paredes.

Los arquitectos modernos pensaron que la pintura abstracta iba a heredar toda la significancia de la pintura figurativa y optaron por pintar todos los paramentos de blanco. Inventaron así el estilo “galería de arte de pintura abstracta”, pero arruinaron la decoración. La pintura abstracta es muy bonita pero significa muy poco. Es poco más que pintura. Así que lo mejor es volver a entenderla como decoración. Es decir, tal y como vino al mundo.


miércoles, noviembre 22, 2006

88. CUANDO LAS CASAS CRECÍAN



Después de la crítica al libro de Albert Casals por el abuso de la metáfora médica en su libro “La Arquitectura Enferma” (LHDn83), más de uno se reiría por el artículo que colgué ayer, plagadito de metáforas biológicas y quirúrgicas. Valga también la crítica para mí, y excusas sean pedidas por volver a ello en el de hoy.

Pero el caso es que desde que empecé a estudiar los expedientes municipales de construcción de casas en Logroño tenía en la cabeza el título de este LHD y pensé que le podría quedar bien una introducción metafórica como la del artículo de ayer. Y es que hubo un tiempo en que los edificios, como los adolescentes, crecían en altura.

Desde comienzos de siglo hasta los años sesenta, un gran número de casas ya construidas vieron como se desmontaban sus tejados para echarse encima uno, dos, y hasta tres pisos más. Y aún en los ochenta recuerdo algún caso, como aquel proyecto de Enrique Aranzubía en la esquina de Santos Ascarza que publicaron en el número 4 de la revista Aldaba.

En la ciudad que crece en extensión este fenómeno parece ya impensable, o por lo menos difícil de imaginar: pienso en la casa en la que vivo por ejemplo, y no concibo que pueda crecer dos pisos más y que aumente en ocho vecinos. O mejor dicho, se me ponen los pelos de punta con sólo pensar en las obras y en el peso que nos caería encima. Sin embargo, eso ocurrió no en una sino en cientos de casas de Logroño, y seguramente de toda España.

El fenómeno puede aún verse en los países así llamados “en vías de desarrollo”. Tengo de Marruecos o de México un buen número de fotos en que las casas aparecen coronadas (erizadas) con las armaduras de espera de los pilares, aguardando a que el crecimiento familiar o el dinero dé para la elevación de nuevos pisos. Cuando siguiendo a Grassi, Manuel Iñiguez acuñó entre nosotros el concepto de la “arquitectura abierta al tiempo” (v rev Archipiélago 34, 35 “Tiempo y sitio como materiales del proyecto”) no pensaba en este tipo de edificios, pero lo cierto es que ninguno los puede superar. Las cultas imágenes producidas por Schinkel o Aalto no dejan de ser muchas veces escenografías de una evolución temporal que en las casas de los países pobres es una cruda realidad.

El resultado de toda esta divagación es que nunca sabremos bien si “la arquitectura abierta al tiempo” está más cerca de la “ciudad en obras” o de la “ciudad sin obras”. Volveré al tema otro día (sobre todo para explicarlo un poco más a quien le venga de nuevo).

Abierta o no al tiempo, el crecimiento de las casas de Logroño durante la primera mitad del siglo veinte parece más bien consecuencia de las presiones especulativas de los propietarios de los inmuebles y de las chapuzas administrativas relativas a las ordenanzas y a su interpretación. Para compensar la incapacidad en hacer calles, cada reforma de ordenanzas levantaba la talla media del caserío, y todos contentos. O mejor dicho, toda la ciudad en obras. Porque para hacer crecer un edificio hacia arriba, hay que ver el lío que se tiene que preparar. Y a veces ¡con los inquilinos dentro!, o mejor dicho, debajo.

Al nivel de resultados hay de todo: casas en las que no se nota nada que han crecido, o arquitectos muy sinceros ellos que dejan bien claro la diferencia entre lo anterior y su aportación. Puestos a ilustrar el fenómeno y como no acertaba a elegir, me acordé de un divertido caso (casa) en el que el propio fenómeno del crecimiento sirve de inspiración al arquitecto.

Al pedir los expedientes del número 4 de la calle Muro de Cervantes pensé que se trataba, una vez más, de una casa en crecimiento tan habitual en la zona, e incluso de doble crecimiento, porque seguramente el ático podría haber sido un segundo añadido a los dos pisos ya recrecidos. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando al revisar los planos y la memoria del proyecto, comprobé que la casa era enteramente de nueva planta y precedida de un completo derribo de la anterior. Fue en 1931, el arquitecto, nuestro inefable Fermín Alamo, y el propietario, Angel Pascual Arruza.

Inspirada por tanto en la “apertura al tiempo” o haciendo uso del tiempo “como material del proyecto”, en nuestro pobre panorama arquitectónico no puede dejar de ser considerada como una pieza singular.


martes, noviembre 21, 2006

87. LA CIUDAD SIN OBRAS


Esta es la segunda parte del artículo que escribí para la revista El Péndulo y que colgué hace unas semanas en la red como el LHDn65. Data del 2001, y al releerlo me ha dado la sensación de estar escrito para el papel y no para la pantalla, y que se nota la diferencia: parece que pide una lectura un poco más lenta de lo habitual. Si no se tiene (algo muy propio en una ciudad en obras), mejor dejarlo para un rato de calma.

Si hoy habría que imaginar una utopía, esa sería la del título de esta segunda entrega de la La Ciudad en Obras (El Péndulo n 11), artículo en el que se prometía hablar, no de las obras psicóticas que arruinan diariamente la ciudad con el pretexto de mejorarla para el futuro, sino de las obras inherentes a la propia ciudad y a sus edificios en tanto que entes artificiales.

A diferencia de los seres vivos, que se engendran desde células ya vivas y se conforman y crecen internamente por la multiplicación y diversificación de las células originales, los edificios se engendran mediante un proceso exógeno de adición y ensamblaje de piezas inertes que conlleva ciertos traumatismos. El suelo ha de abrirse para recibir los cimientos, las piedras han de cortarse y pulirse para su conveniente aparejo, y los materiales han de ser revueltos unos con otros o adheridos artificialmente entre sí. En la apertura de la tierra, en los cortes, en las mezclas o en las adherencias se generan ruidos, polvo, escombro, y en definitiva, desagradables molestias. Louis I. Kahn, uno de los arquitectos americanos más significativos de este siglo (de quien, por cierto, este año se celebra el centenario de su nacimiento), solía decir que no le gustaban las obras porque eran muy sucias.
Mientras los seres vivos, sea cual sea su fase de conformación siempre ofrecen un aspecto de compleción, los edificios poseen un aspecto muy distinto cuando se están haciendo, respecto al momento en que se les da por concluidos. Christopher Alexander reparó en esta diferencia en su magnífico tratado “El modo intemporal de construir” y trató por todos los medios de aproximar la génesis y la evolución de un edificio a los procesos biológicos.

Pero sea como fuere, y aunque personalmente no creo que pueda llegarse a la identificación de lo uno con lo otro (amen de que en la génesis de los seres vivos más desarrollados también hay trauma, dolor y sangre) nunca las obras de los edificios y de las calles de la ciudad, a pesar de lo molestas y sucias que puedan ser, habían llegado a ser consideradas como una patología de la ciudad -tal y como vimos en el artículo precedente-, y por ello nunca había sido imaginada una ciudad sin obras.

Aunque, por supuesto, todos recordamos que Babel, la ciudad maldita, había sido pensada como una ciudad inacabada y siempre en obras, en la que sus artífices no eran capaces de entenderse entre sí.
En las últimas semanas del acontecer de la ciudad de Logroño, en que la destrucción del -así llamado- Patrimonio ha despertado del letargo a algunos pocos ciudadanos, se han podido recoger pruebas evidentes de que, sin embargo, nadie considera a las obras como un cáncer o una grave enfermedad de la ciudad. En el cruce de frases sobre la demolición del convento de Madre de Dios, quienes no hacían ningún asco a su derribo (gobernantes, tribunos de la Comisión del Patrimonio y hasta arquitectos varios) argumentaban sin pudor contra quienes lo defendían desde las posiciones de salvaguarda de la memoria histórica de la ciudad que, en verdad, excepto la transplantada portada del siglo XVII, el resto del edificio se había construido hace tan sólo veinticinco años.

Ahora bien, desde la sospecha de que las obras pueden ser un claro síntoma de patología urbana, desde un elemental criterio económico, e incluso desde un respeto para las personas aún vivas que han edificado algo hace tan sólo veinticinco años, el argumento más sólido contra el derribo del Convento de Madre de Dios es que está recién construido. Creo que ha llegado la hora de pedir respeto, no sólo por los edificios del pasado que configuran la memoria de la ciudad o que sirven de referencia y de identidad histórica, sino también por los edificios del presente que acaban de ser hechos o que están en plena juventud y funcionamiento. Porque si lo recién construido se puede demoler, quiere decir ello que nunca se pondrá en su concepción el suficiente interés y la suficiente intensidad como para ser digno de formar parte del escenario estable de la ciudad.

Hace años que los arquitectos exigíamos el establecimiento de un tiempo mínimo para la redacción de los proyectos y se consiguió que entre la firma del encargo del proyecto y la entrega del mismo en la ventanilla del Colegio, debía pasar un cierto tiempo. La gestación de un edificio que ha de ocupar un sitio en el paisaje urbano y que ha de perdurar por los años e incluso por los siglos, requiere su tiempo de reflexión. Los promotores tienen prisa por construir y vender, y los políticos por inaugurar. Lo importante para ellos es el rápido alumbramiento de la criatura. Una defensa del papel de la arquitectura en la ciudad nos ha llevado a los arquitectos a ser un colectivo anticuado y minusvalorado económicamente frente a los mucho más eficaces ingenieros. Si los edificios pueden ser tirados a los pocos años de ser construidos ¿para qué perder tiempo en pensarlos detenidamente?. Las obras son para la economía de la ciudad y para la grandeza política mucho más importantes que los propios edificios. Por eso la ciudad que nos ofrece el libre capital y sus gobiernos políticos es la ciudad de las obras y no la ciudad de los edificios.

Ahora bien, en el seguimiento de la metáfora, o en la comparación entre los seres vivos y sus edificios, hay un tipo de intervenciones (la palabra es semejante en ambos casos) que se denominan de cirugía y que parecen justificadas en el instinto del mantenimiento de la vida y en los descubrimientos de la razón y de la ciencia. Las obras de conservación, mantenimiento, consolidación o rehabilitación serían semejantes a aquellas intervenciones en las que por el deterioro de los dientes o la ruina de un apéndice, parece más que justificada su traumática operación. Los edificios, como las personas, necesitan un mantenimiento, un aseo, un tratamiento de vez en cuando, y sí es caso, hasta una intervención en el quirófano.

Pero al igual que se abusa de la cirugía en la medicina, operando alegremente o intentando mediante implantes y estiramientos que parezcamos mucho más jóvenes de lo que somos, en los edificios hay una enorme falta de respeto por su edad. Una cosa es alargar la vida de los seres y otra pretender que se instalen en su eterna juventud (¡como si la juventud fuera la única etapa hermosa de la vida!). Uno de los valores que es preciso reivindicar para frenar los cada vez más devastadores deseos de restauración en los edificios, es el valor estético de lo antiguo, de lo viejo, de lo desgastado. Como suele ser habitual, siempre tengo una cita a mano de Ernst Jünger para crear teoría. Acercándose a Belorechenskaya en el Caucaso, el célebre soldado alemán escribió en sus diarios: “Desde aquí no presenta mal aspecto la ciudad, con sus barracas de madera y sus tejados cubiertos de musgo; aún se siente la atmósfera de cosa viva que le proporciona el trabajo de las manos y el deterioro orgánico causado por el paso del tiempo, una atmósfera en la cual se puede vivir” (Radiaciones vol 1, pag. 412).

Era lo que nosotros denominábamos la “pátina” y que definíamos como “cierto carácter que adquieren las cosas con el tiempo, que las avalora” (María Moliner). Pues bien, en las operaciones salvajes de restauración que se vienen acometiendo en los últimos años parece que la pátina también molesta y que hay que hacer obras constantemente para que ésta desaparezca y los edificios retornen a su prístino estado juvenil. (Claro que luego venimos encantados de la belleza de la ciudades italianas sin saber que es porque la cantidad ingente de edificios viejos de gran belleza o la fuerza generadora de pátina de la laguna veneciana, aún pueden con las obras de restauración).

También se producen obras falsamente llamadas de rehabilitación, como las del Convento de la Merced o las de la la fundación de Ibercaja, en que se les sacan las tripas al edificio y se hacen unas nuevas, como si las cáscaras (nuestras máscaras) pudieran ser reutilizadas por otros seres una vez muertos los precedentes. ¿Qué pinta un parlamento con fachada de convento o una fundación cultural con trazas de edificio de viviendas?. La falsedad de todas esas nuevas edificaciones ha de contemplarse como un claro síntoma de la confusión de los tiempos y del papel que en ello juega la la crisis generalizada del arte de la arquitectura.

Obras, obras, y más obras, obras de nueva edificación, obras de derribo y sustitución, obras de continua intervención en lo edificado, obras que hacen de la ciudad un organismo lleno de pústulas, úlceras, fístulas y permanentes cicatrices. Continuas e incontroladas obras, tanto en lo nuevo como en lo viejo, que ya no son el anuncio de la vida en la ciudad sino el signo de su muerte.

Frente a ese tipo de ciudad de las obras, yo añoro la ciudad de la convivencia de lo nuevo con lo viejo, la ciudad en que a la vida de los edificios le sucede la de sus ruinas y de sus muertes; la ciudad orgánica, la ciudad de la arquitectura. Y hasta doy en pensar en una utopía de ciudad en la que sólo se hagan las obras necesarias y sensatas: una utopía que bien podría llamarse “la ciudad sin obras”.


Post Scriptum: Hace unos días, en una página de anécdotas de un diario nacional (EL PAIS 23 de enero del 2001, última página) se contaba que una comunidad de vecinos había ganado un juicio contra un constructor por los ruidos y molestias causados en las obras de una parcela colindante. La sentencia le obligaba a pagar al constructor el importe que a los vecinos les hubiera costado alquilarse una casa de similares características para poder vivir en paz durante el tiempo que habían durado las obras. El tratamiento que a estas noticias le dan los medios de comunicación al servicio del dinero y el poder, es el de curiosidad excéntrica. Pero para quien haya seguido la lectura de los razonamientos aquí expuestos, ha de ser algo mucho más significativo: acaso el de un primer indicio o la primera prueba de que las obras deben pagar caro sus ofensas y sus agresiones a la ciudad.

lunes, noviembre 20, 2006

86. RIO EBRO






Pena de río Ebro. Dicen los periódicos estos meses que está sufriendo una invasión de mejillones cebras, pero nadie hace ni caso. Ahí abajo, en el fango de ese líquido oscuro ya da igual lo que haya. Hace unos años propuse a modo de broma que el mejor proyecto urbanístico para Logroño sería cubrir esa cloaca. Hoy ya no es una broma, sino una realidad. Y mucho más barata, al parecer, que el enterramiento del ferrocarril.

Cuarenta años atrás no había ni una sola depuradora de aguas para los vertidos de las ciudades e industrias al Ebro, y sin embargo, todos nos sentábamos a contemplar el río, remábamos plácidamente en su cauce y nos bañábamos en su interior. Ahora hay leyes estrictas de vertidos y depuradoras en todo el recorrido y sin embargo, sus aguas bajan más sucias que nunca, y por supuesto, nadie se atrevería a bañarse en ellas. Ya no hay barcas de alquiler y ni tan siquiera se les ve a los remeros deportivos. Y para contemplarlo de cerca hay que entrar con machete hasta la orilla. Por mucho que me esfuerce no logro entenderlo.

Lo que sí entiendo, porque es pura dejadez y ausencia de arquitectura, es el deterioro de las márgenes del río a su paso por Logroño. Y me pregunto si esa dejadez es la causa de todo lo demás. Si la arquitectura, o mejor dicho, su ausencia, puede tener tanta culpa en la pena de río Ebro que tenemos.
Las fotografías que muestro aquí son tan elocuentes que casi sobra cualquier comentario. La zona del embarcadero de la Guillerma no era más que un limpio sendero y una mínima dársena de hormigón para el atraque de las barcas. Con sólo eso llegó a ser un lugar entrañable. Por encima del terraplén había fincas particulares. Expropiadas todas ellas y convertidas en el Parque del Cubo, el embarcadero de la Guillerma es ahora un estercolero situado entre el borde del césped del parque y la orilla del río.

El diseño, la arquitectura, está en los bordes, en los encuentros. Y por eso hablo de su ausencia. Todos los parques que se han hecho en los últimos años junto al Ebro se han olvidado por completo de tratar la orilla. La han ignorado. Y esos bordes están hoy cubiertos de maleza.

El caso más triste es el de la chopera que llegó a llamarse “la playa del Ebro”, en donde, para poner un poco de orden al intensivo uso que se hacía del río para los baños de verano, se llegaron a construir unas grandes piscinas que aprovechaban el azud del Ebro chiquito y que tenían por agua las del propio río sin depuración alguna. La fotografía que se muestra arriba refleja el momento en que los logroñeses no dejaban de bañarse en el río ni durante las obras de construcción de las piscinas. Años después se trataron sus aguas como las de cualquier piscina, y el color azul que muestran en las postales de la época empezó a contrastar con el tono verdoso de las aguas del río. Pero aún con todo, el río seguía ahí, abierto al contacto con los bañistas y la chopera. Finalmente se hizo el conjunto de piscinas de Las Norias (dando la espalda al río vecino en todo su larguísimo límite) y se demolieron las de la “playa” urbanizando la chopera. En la actualidad, apenas se puede ver el río desde el paseo de borde de ese espacio urbanizado. La playa se llamaba…

Y por no hablar de las orillas de la llamada “zona inundable” o por el deterioro del sendero que iba junto a la hípica, o por el distanciamiento y ausencia de senda junto al agua en todo el parque de la Ribera, o por el olvido total de todo el espacio del siniestro pozo cubillas.

El único punto en el que el río y la ciudad se encuentran de una manera civilizada sigue siendo el muro que se construyó en 1910 para el matadero de reses y que felizmente se recuperó como parquecito de la Casa de las Ciencias. El otro muro, el que se hizo en San Francisco por debajo del Tanatorio es para correr y no parar, -que es lo que hacemos la mayoría de los actuales usuarios de los bordes del Ebro.

Pobre río Ebro. Ni tiene aquellos hermosos y melancólicos versos del Duero (nadie a acompañarte baja…), ni se le cantan ya alegres jotas. En esta ciudad sólo tratamos con él los sufridos (y medio locos) corredores de fondo.

viernes, noviembre 17, 2006

85. LAS SEISCIENTAS




Una de las pocas cosas que leo ya en nuestro periódico local es la columna que escribe el traumatólogo Fernando Sáez Aldana en la edición de los jueves, y no porque me gusten especialmente. Creo que lo hago más bien por tener una referencia de otro profesional de la no escritura, y por ver a dónde le puede llevar a uno el vicio de la escritura. Conozco a Sáez Aldana desde hace muchos años y recuerdo que, en origen, en una noche en su casa de Haro, ya vi que íbamos por distintos caminos: él prefería a Tchaikovsky que a Brahms.

Aldana probó en la prensa como yo, con cartas al director, pero luego le dio por escribir ficción. Novelas, creo. También salió mucho en los papeles por escribir para el PP algo así como un “manual de estilo de las relaciones médico – paciente” que tuvo la virtud de unir en la chanza, al menos durante algún café, a los peperos y antipeperos. Pero desde hace algo más de un año (creo) tiene una columna semanal en La Rioja y le va cogiendo gusto al periodismo columnario de la ocurrencia y el buen humor.

Ayer escribió acerca de un tema de actualidad arquitectónica-urbanística local, las seiscientas viviendas que el ayuntamiento ha sacado a concurso de promoción y arquitecto (http://www.larioja.com/prensa/20061116/tribuna/toyoitos_20061116.html
), sobre el que también me hubiera apetecido a mí decir algunas cosas. Aunque no como las suyas.
De todos modos, y por haberle leído antes a él, no me es fácil escapar a la influencia de ese bonito palabro “toyitos” ni del tono de coña con que plantea el asunto. Y se me ocurre a botepronto que de toyotas a toyitos, hemos empeorado un poquito, y que por seguir con la guasa automovilística inmobiliaria no estaría mal hacer un balance entre aquella época del seiscientos y la que vendrá con las seiscientas.

La noticia de “las seiscientas” es de hace unas semanas. A falta de edificios emblemáticos con los que traer estrellas de la arquitectura y llenar titulares de periódicos para impresionar a la población, a los munícipes se les ha ocurrido agrupar todo un gran paquete de viviendas sociales situadas no se sabe muy bien donde, pero más o menos allá por donde cagó cristo (esto me viene de leer también la columna de Félix Cariñanos), para tentar a los astros del oficio. Y de un golpe se han traído nada menos que a Chipperfield (el del cartón pluma del LHDn81) a Perrault (el de la biblioteca de Miterrand) y a Toyo Ito, (el de la famosa mediateca de Sendai). Ah! y con ellos, y a su altura (faltaría más) a nuestros “prestigiosos” arquitectos locales, -que así van subiendo de prestigio.

Como según Aldana va a ganar Toyo Ito, creo que nos vamos a divertir mucho en los próximos meses, porque lo mejor que nos podía ocurrir a los espectadores de la ciudad del espectáculo es contratar a un artista japonés para instalar convenientemente en la periferia a una significativa muestra de los pakis, moros, latinos, rumanos y demás etnias que vagan sin rumbo desde hace tiempo por la ciudad sin saber a ciencia cierta cual es el trozo que mejor les puede convenir para desplegar esa multiculturalidad que les atribuyen los sociatas.

Yo le vi a Toyo Ito en directo hace unos años en el salón de actos del Colegio de Arquitectos de Barcelona. Presentó su famosa mediateca, y me quedé impresionado del culto que le tributaron los arquitectos y alumnos de arquitectura allí congregados. Emocionada escucha, admiración contenida y cerrada ovación con petición de autógrafos. No tengo el placer de conocer en vivo y en directo a los otros dos artistas, pero estoy seguro de que no impresionan tanto.

Otro día que no esté tan influenciado por la lectura del periódico trataré de hablar un poco más en serio de lo dañino que es hacer ciudad de seiscientas en seiscientas viviendas. Hoy ya me vale con decir, que a pesar de todas nuestras diferencias pasadas, me uno a la apuesta de Aldana: toyito ganador. Claro que sí.


jueves, noviembre 16, 2006

84. MUROS



Mientras estaba recopilando material para un clase sobre el “muro” encontré el otro día en la red un excelente artículo titulado “muros y lamentaciones” cuyo enfoque poco tiene que ver con los aspectos constructivos o expresivos a los que uno puede referirse en la clase de Elementos de Composición, pero cuya lectura me parece muy recomendable para ampliar nuestra estrecha perspectiva arquitectónica. O incluso, para entender que también todos esos muros de las lamentaciones son arquitecturas sometidas a nuestra consideración. Está en http://www.lacoctelera.com/elquiciodelamancebia/post/2006/11/09/muros-y-lamentaciones-

“Los muros siempre fueron odiosos…”, frase con que comienza dicho artículo no es muy feliz, y el anónimo articulista parece escribir todo que lo sigue para reparar tan lamentable comienzo. Pero los apaños que hace son de índole funcional, es decir, mentando los beneficios que todo muro reporta; o ético, denunciando la hipocresía de los que denuncian los muros de los demás mientras construyen los suyos. Los muros crean a la vez que separan y protegen a la vez que dividen, así que cuestionarlos es como darse de cabeza contra un muro -y nunca mejor dicho. El problema está en cómo diseñarlos, o aún más, en cómo decorarlos.

Se odia a ciertos muros porque nos dejan afuera, porque son feos, porque son muy grandes y porque pudieran expresar la maldad de quienes los levantan. Pero también hay muros muy felices. En los apuntes de las primeras clases que dio Moneo en la Escuela de Barcelona, allá por el invierno de 1972, guardo preciosos recuerdos de muros. Los que envolvían la iglesita de San Cebrián de Mazote, por ejemplo, que el profesor traía a colación para que entendiéramos mejor esos otros muros modernos de la Casa Winkler de Wright o de la casa de la exposición de Berlín de 1931 de Mies van der Rohe, que salen de su interior para trabarlas con la naturaleza exterior como si se tratara de las amarras de un barco. O esos otros muros del pabellón de Barcelona que parecen estar bailando suelto con los pilares y el techo para crear (y no definir) unos espacios que no quieren ser ni exteriores ni interiores.

Seguramente fueron los últimos muros bonitos. El propio Moneo vaticinaba ya en aquellas clases que la arquitectura muraria estaba en trance de desaparición y que el único futuro que le veía al muro era en la arquitectura industrial. (En mis apuntes hay una anotación a lápiz sobre esta frase aludiendo a la fábrica de transformadores Driesde de Zaragoza, una de las primeras, mejores y más desconocidas obras de este dudoso arquitecto que juega a estar en el star sistem y a que digan que él no, que él no).

Ante el agotamiento moderno por reinventar muros y espacios -como hicieron los neoplasticistas-, o por hacerlos expresivos a partir de su construcción –como en la antigüedad-, o simplemente por decorarlos -esa actividad proscrita por los bien-pensantes del progreso-, los muros empezaron a dar vergüenza y se hicieron transparentes; pero muros y al fin y al cabo. Se usó el eufemismo de llamarlos “cortina” como a aquel famoso “telón de acero”, pero ni por esas. Seguían siendo muros. ¡Y qué muros! Dejaban ver, pero no dejaban ni respirar. Convirtieron al mundo en mirón y llevaron a decir ¡ay! que los opacos eran odiosos.

Pero los muros de cristal no han sido los últimos. Al anónimo autor del artículo que menciono para abrir esta nota, le dejé un post diciéndole que ese gigantesco foro de “comunicación” llamado internet está construido sobre los muros que levantan todos aquellos que escriben ocultando su nombre. Si dicen que lo importante es la opinión, y para darla no encuentran barreras gracias a la ocultación de su nombre ¿cómo es que les importan tanto los muros de hormigón?

Ese muro que impide ver al opinante (ese muro que convierte al hombre en insustancial opinión) me recuerda a otros muros urbanos que también he odiado mucho: fueron los que se hicieron en nuestras calles cuando se empezaron a quitar los nombres en los porteros automáticos. Convirtieron a los vecinos en simples ocupantes.

Ya ven: si se busca entre los que pueden verse, hay muros muy bonitos e interesantes; y si se busca entre los odiosos, muchos más muros que los que se ven.



miércoles, noviembre 15, 2006

83. LA ARQUITECTURA, OTRO ARTE ENFERMO. ALBERT CASALS BALAGUÉ




Cuando me encontré por casualidad con “La arquitectura, otro arte enfermo” de Albert Casals Balagué y le eché un primer vistazo, lo primero que me llamó la atención es que un libro escrito por un profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona estuviera publicado por una desconocida editorial de Badajoz -como si en Barcelona no hubiera editoriales o no hubiera interés por un título así. Eché luego una ojeada al índice y no me convenció que todo el libro estuviera estructurado según la metáfora médica. Las metáforas son muy útiles, o incluso diría que son necesarias para ilustrar de vez en cuando algún punto de una exposición o abrir nuevas perspectivas; pero cuando las metáforas se prolongan más de la cuenta o se convierten en guías de todo un discurso, en vez de guiarlo acaban por descarrilarlo. Leyendo de aquí y allá, me pareció sin embargo que el libro tenía enjundia, así que lo compré y empecé a leerlo, -creo que en abril o mayo de este año. En cuanto al diagnóstico de los males de la arquitectura de autor, o sea, de la arquitectura mediática de nuestro tiempo, Casals sostenía parecidas tesis a las que yo empecé a defender desde que descubrí al Alexander de El Modo Intemporal de Construir. Y el tono del libro, además de crítico con su entorno profesional parecía de lo más sensato y documentado, así que empecé a subrayar párrafos y más párrafos y a entusiasmarme con su contenido. Sin embargo, había algo que me chirriaba constantemente y creo que era la singular torpeza que mostraba el autor a la hora de introducir las citas, o cuando acudía en auxilio del diccionario o de las etimologías para intentar formulaciones contundentes próximas a las matemáticas. Parecía un ensayo escrito por un profesor de ciencias que ha leído muy pocos ensayos, -lo cual no podía ser cierto en modo alguno, porque el autor no paraba de citar libros y más libros de filosofía, arte, construcción, teoría de la arquitectura, historia, etc. Seguramente se trataba de un tic personal que me ponía nervioso, así que antes de llegar a la mitad lo dejé para cuando tuviera más tiempo en las vacaciones de verano.

Fue en agosto, por lo tanto, cuando a duras penas, y seguramente porque en el equipaje de verano nunca caben muchos libros, lo conseguí acabar. Desde entonces lo he tenido bailando por encima de la mesa para hacerle una reseña o un comentario, pero siempre me ha dado mucha pereza volver a abrirlo –o siempre encontraba algo más ameno sobre lo que ponerme a escribir. Y es una pena porque creo que el libro merece más atención del que yo le he prestado. Supongo que mi pereza en comentarlo es porque temo equivocarme sobre él, o porque me incomoda mucho no poder hablar bien de un libro con el que estoy de acuerdo en prácticamente el noventa por ciento de su contenido, o de un autor que se atreve a escribir lo que no escribe casi nadie, y que para que le publiquen se tiene que ir ¡hasta Badajoz! Durante buena parte de su lectura pensé que lo mejor sería conocer a Albert Casals para ver cómo era o por dónde respiraba. Pero también me ha dado pereza meter las narices en los entresijos de la Escuela de Arquitectura, origen de buena parte del contenido (y quizás hasta el estilo del libro), porque como se argumenta en él, buena parte de los males actuales de la arquitectura provienen de la propia Escuela. Bastantes riesgos tiene ya uno con ver y comentar todos los días la arquitectura enferma como para meterse encima en el foco infeccioso. Pero en fin, como algo tengo que decir del libro de Casals para quitármelo de encima de la mesa, y no se me ocurre otra cosa más original, voy a acabar esta nota abusando un poco más de la metáfora médica del propio libro; es decir, dejándolo “en observación”.


martes, noviembre 14, 2006

82. IGNACIO ZURUMEA



A excepción de un par de docenas de arquitectos famosillos, la nuestra es una profesión de desconocidos, ignorados y silenciados. Quizás por eso mismo, dar con un libro titulado “Diccionario de Arquitectos Desconocidos, Ignorados y Silenciados” es todo un hallazgo.

Recopilado por el profesor de Composición Arquitectónica de la Escuela de Alicante, Juan Calduch, y editado por el Colegio de Arquitectos de Valencia, da pena que tan sólo tenga noventa y nueve entradas cuando los arquitectos desconocidos, ignorados y silenciados podrían contarse por centenas de millares.

A la vista de tan corto número de elegidos y de la extraña singularidad de los primeros personajes que pueden leerse en una inicial hojeada del libro, enseguida sospechas que lo que el autor pretende no es otra cosa que rescatarlos del olvido y el silencio e incorporarlos así, gracias a sus esfuerzos de investigación y a unos breves y brillantes relatos biográficos, al olimpo de los arquitectos que ya están en los diccionarios de la Historia.

Pero en cuanto vas por el cuarto arquitecto y ves que el esquema literario con que están construidas las vidas de tan singulares y desconocidos arquitectos es muy parecido, y que el libro no da la más mínima fuente documental, caes en la cuenta de que estás siendo objeto de una broma.

No soy aficionado ni a la ficción ni a las bromas, pero tampoco me molestan mucho. Celebro que la gente tenga imaginación y sentido del humor, pues en el mejor de los casos hasta puede uno contagiarse.

Digo que no me gusta a mí hacer bromas a nadie, pero el caso es que en cuanto me sentí engañado me acordé de los eruditos y anónimos blogeros que suelen hacer comentarios a los escritos de Félix de Azúa en el www.elboomeran.com , y precisamente por esa doble condición de anónimos y de eruditos me parecieron el objetivo perfecto para trasladar la broma de la que había sido yo víctima. Y así escribí el comentario que puede leerse en el boomeran del 7nov06 a las 11: 55.

Sin embargo, una vez que lo leí en la pantalla del ordenador, me di cuenta de que la broma podría también alcanzar a todos esos otros lectores mucho más discretos que como aún tienen cierto respeto por su nombre y les parece una impostura escribir anónimos, se guardan muy mucho de apostillar a Azúa. Y de ahí este LHD.

Pero más allá de mi pequeña inocentada he podido ver que la broma de Calduch ha llegado también a la enciclopedia wikipedia, donde ya pueden encontrarse algunas entradas con el nombre de los imaginarios arquitectos de su librito. Esto ya me parece un poco más grave, aunque para crédito de wikipedia puede leerse a final de dichas entradas que, o se aporta en breve documentación sobre tales arquitectos, o serán suprimidas de la enciclopedia. Felicidades a wikipedia y motivo también para este LHD.

Con todo, y si cae el libro por sus manos, no se pierdan el autorretrato que Juan Calduch parece hacer de sí mismo nombrándose en la última entrada del diccionario como Ignacio Zurumea (un buen nick para jugar al anonimato en internet…): “profesor que inventaba autores y edificios para ilustrar las más disparatadas teorías, con el consiguiente regocijo de sus alumnos y escándalo de sus compañeros académicos de claustro”.

El humor de Calduch, sin embargo, no parece ser tan consistente en la vida real como en la fingida. Rastreando con google he encontrado también un artículo suyo de 2004 sobre el edificio de la Copa de América (v LHDn81) en el que se muestra muy irritado ante la invención de Chipperfield, a la que le cuelga el anatema de “despotismo inculto”.

La crítica es tan difícil como la creación, así que hay que probar y probar hasta que salga algo consistente -con eso no me voy a meter. Pero en el humor hay que andarse con más cuidado, pues como suelen decir los expertos (en humorismo), se trata de un asunto muy serio.


lunes, noviembre 13, 2006

81. CARTÓN PLUMA






A diferencia del poco ánimo con que fui a ver la casa de Niemeyer (v LHDn76), al edificio de la Copa de América en Valencia iba yo todo ilusión. La causa era la foto (no el texto, obviamente) con que Galiano la había publicitado unos meses atrás en su página de El País. Me recordaba a la casa Lowell en Los Ángeles de Richard Neutra (que también fuimos a ver en su momento) pero en grande y en más espectacular.

Por suerte fui acompañado de mis hijas, a quienes durante años he aguado muchas fiestas arquitectónicas con mis comentarios críticos. Para empezar, la pequeña se escandalizó: “¿que vamos a ir al Puerto de Valencia? ¡pero si están destruyendo el poco encanto que le quedaba con todos esos pabellones de feria, similares los que vimos un día en Sevilla entre tus pestes!

Cierto. Nada más acercarnos al puerto y mientras nos perdíamos dos o tres veces para conseguir aparcar (los ingenieros de tráfico de Valencia no han dado aún con la fórmula del giro a la izquierda) vimos por entre los viejos tinglados dos o tres espantajos de colores que le daban toda la razón. Pero yo aún seguía con el ánimo tieso diciendo: no es eso, no es eso, es un edificio todo blanco y alado que no tiene nada que ver con eso.

Al fin aparcamos en un sitio (prohibido) de las Aduanas y les conduje entusiasmado a admirar la inmaculada blancura, la leve dinámica y los ingrávidos voladizos del edificio de Chipperfield (casi me siento Galiano adjetivando así).

Nos recibieron un suelo en construcción y un montón de palés de la obra, prueba inequívoca de que las prisas por inaugurar son prioritarias en este país sobre cualquier consideración estética. Pero no había que desanimarse tan pronto; era cuestión de no tropezar y de seguir mirando hacia arriba en pos del perfecto encaje entre el azulísimo cielo y el ingrávido edificio o en busca de la composición de las suaves brisas y las vítreas barandillas (maldita sea, ya me sale el Galiano otra vez).

“¡Veis, veis lo que os decía! -les dije al subir a las terrazas y admirar la panorámica del puerto y el espigón de salida al mar- ¡qué excepcional emplazamiento para tan escultórico edificio! Convenceros de que es una obra singular y que aunque no os guste, hay que aplaudir el encargo de hacer una atalaya en este lugar tan especial que nos permite disfrutar del puerto de Valencia como nunca antes lo habíamos hecho”.

La mayor empezó a mirar los chorretes de oxido que caían por debajo de las escaleras (¿cómo es que han dejado sus estructuras metálicas vistas cuando todos los otros techos tienen cielos rasos?) y a fotografiar los primeros piques de las chapas pintadas de blanco. Y también se fijó en que el encuentro de los cielos rasos de los voladizos con los paramentos verticales de chapa no eran todo lo perfectas que el arquitecto hubiera deseado: “¡con todo lo que la arquitectura ha pensado durante siglos para asumir y controlar los naturales errores de ejecución!”.

Yo me di cuenta de que parte de la terraza del bar volvía a estar, como en la estación de Atocha del gran Moneo (ver elhalln76), bajo una escalera, y que los asientos no levantaban más de veinte centímetros del suelo, así que les pregunté a unos jóvenes que tomaban allí el vermut si se sentían cómodos: “no mucho, pero es la moda” (monda).

Más allá del edificio, un tosco parking forrado de gris con relieve a bandas verticales provocaba un duro encuentro con el blanquísimo edificio singular, pero qué le vamos a hacer, eso no será culpa de Chiperfield ¿no? Una pequeña descoordinación en los encargos de los edificios no debe amargarnos la soleada mañana.

Ya regresábamos al mal aparcado coche (¿habrá multa?) cuando me paré a fotografiar un pilar metálico que sujetaba la futura gran rampa (todavía en obras) de acceso directo al edificio: “Esta me la guardo para mi colección de columnas. Un gran edificio debe tener siempre una columna (v LHDn70) aunque sea…, como ésta…. y no encaje con nada”. Un poco más adelante, la rampa llegaba al suelo y no acertaba a encontrarse con el pavimento. Y observando ese encuentro fue donde mi hija, la casi arquitecta, me partió el espinazo: “ja, ja, ja -se rió-, a este edificio le pasa como a las maquetas de cartón pluma que nunca te quedan bien”. Cartón pluma, cartón pluma, ahhh, ya no tenía escapatoria: miré hacia atrás y me di cuenta que no sólo la rampa sino todo el edificio que habíamos estado visitando no era otra cosa que una grandota maqueta de cartón pluma a escala humana.

Bueno, escapatoria siempre hay porque un padre ante sus hijos no debe perder nunca el optimismo: “no deja de ser una maqueta bonita ¿no?”

viernes, noviembre 10, 2006

80. TURISMO CONGRESUAL



Estaba coleccionando yo las frases que traían los periódicos de lo que dijeron los ponentes y políticos en las recientes jornadas del “Foro Internacional Territorios 21” para admirarme de su sabiduría y digerirlas pacientemente, cuando leí el artículo de Savater en El País sobre el debate del Parlamento de Estrasburgo acerca del apoyo al Gobierno español en su negociación con “eta” y vi que me había pisado la idea. Las grandes frases (frasezones) que dijeron los políticos europeos sobre nuestro país y el terrorismo vasco eran de parecido calibre que las de los sabios arquitectos y urbanistas que pasaron por nuestro Foro (forro), pero para hacerse eco y dar respuesta uno a uno se necesitaba más paciencia que la mía. Savater, que es un santo, hacía bien su trabajo, pero enseguida vi que yo sería incapaz.

Y es que, a diferencia de las manifestaciones de circunstancias de esos parlamentarios de Estrasburgo con siglas pero sin ideologías, uno de los ponentes de estas jornadas, el doctor en arquitectura (y creo que académico) Sr. Don Antonio Lamela, traía bajo el brazo nada menos que un par de teorías novedosas sobre el urbanismo mundial: el geoísmo y el cosmoísmo; anda que… cómo para responder a eso desde estas modestas paginillas. Transcribo tan sólo las definiciones que da el coautor de la Terminal 4 para hacernos una idea de dónde me iba yo a haber metido: “El Geoísmo es el tratado del conocimiento de todas las cosas que van a influir y definir la planificación de todo nuestro globo terráqueo. El Cosmoísmo se refiere más al conocimiento del conjunto de elementos que recibimos del cosmos y sin los cuales no podríamos vivir. Ambos conceptos –concluía el inventor-, los desarrollo en un libro de próxima aparición en el que colaboran 20 catedráticos y profesores”. Ahí es nada.

Desorientado por no dar con la fórmula para abordar tan importante acontecimiento teórico sobre el que todos los periódicos locales (de pago y gratuitos) coincidían al decir que La Rioja estaba siendo esos días “referencia mundial del urbanismo”, me acordé que en la inauguración del Palacio de Congresos donde se impartieron tan interesantes lecciones magistrales, seguidas seguramente de calurosos debates, mesas de trabajo, seminarios, etc., nuestra consejera de Ordenación Territorial y Turismo dijo que con ese brillante edificio La Rioja se incorporaba definitivamente al “turismo congresual”. Y gracias a ese recuerdo las cosas se me empezaron a aclarar: los grandes cerebros que piensan sobre la ordenación del territorio necesitan airearse de vez en cuando y qué mejor forma de hacerlo que la de aceptar las invitaciones a congresos para seguir impartiendo doctrina y hacer un poco de turismo (enoturismo, ecoturismo) a la vez.

En esas estaba cuando llegaron las noticias de las “conclusiones” del foro, y la impagable foto que las ilustraba (La Rioja 4 de noviembre del 2006). Salían en ella nuestra simpática Consejera de Ordenación del Territorio y Turismo, doña Aranzazu Vallejo, y nuestro prestigioso decano del Colegio de Arquitectos de La Rioja, don Domingo García-Pozuelo, dándose la mano y sonriendo felizmente por la cosecha de frasezones obtenida. En todo el texto de las dos páginas que nuestro ilustre periódico local dedicaba al cierre del evento no aparecía por ninguna parte la aportación de nuestro máximo representante profesional al Congreso, pero la foto ya era más que suficiente para mí porque hace unos meses me quedé con muchas las ganas de haberla hecho cuando los dos protagonistas, en la mismísima posición y con parecidas sonrisas presidían la comida anual del Colegio de Arquitectos de La Rioja. Tenía entonces la cámara en el bolsillo pero un elemental pudor y respeto hacia las personas me lo impidió. Y eso que el decano entre bocado al solomillo y sonrisa a su vecina no paraba de hacer fotos al resto de la gente.

Hace tiempo que he perdido el rastro de hacia dónde lleva el destino a nuestro territorio y a la arquitectura, pero si los máximos responsables locales de tales materias sonríen y se felicitan tanto, es que vamos bien. Ahora, además, el Colegio se ha hecho cargo también de las competencias turísticas de la profesión, y según parece el viaje a Berlín para el puente de la Constitución promete ser un exitazo. No es de extrañar que la sintonía con la Consejera del ramo se refuerce.

Para el año que viene tenemos nuevas Jornadas del Patrimonio, nos visitarán los cerebros turísticos y volveremos a ser referencia mundial. Digo yo, o propongo (modestamente, y sin querer importunar) si no se podrían organizar, directamente, unas Jornadas sobre el Turismo Congresual. Sería un acontecimiento redondo. Un verdadero pelotazo. Y además, ¡sostenible!

jueves, noviembre 09, 2006

79. LOS ZAPATOS DE LA CIUDAD





Mi madre me tenía dicho que lo más importante en el vestir son los zapatos. Lo que te pongas encima da igual siempre que vayas bien calzado, -me aconsejaba. Y viceversa: ya puedes llevar el traje más nuevo y elegante del mundo que si te fallan los zapatos estás perdido.

Pues bien, últimamente vengo diciendo lo mismo de las ciudades: para distinguir entre las elegantes y las zafias, lo mejor no es fijarse en los edificios sino en los pavimentos de sus calles y de sus plazas.

Como en otros muchos asuntos importantes, buena parte de lo que sé de pavimentos lo aprendí en mi experiencia como arquitecto municipal. Eran años en los que empezaban a correr las subvenciones para acabar con las sufridos “encementados” del primer desarrollismo y yo me puse alegremente a diseñar pavimentos para mi ayuntamiento. Como en Nájera no teníamos una baldosa standard para las aceras y en Logroño tampoco, pronto reparé en lo importantes que eran Madrid, Barcelona o Bilbao por el hecho de tener esas modestas baldosas grises de diseño propio que les dan su singular carácter. Si, por ejemplo, unos secuestradores me sacaran del maletero de un coche y me dejaran tirado bocabajo en una de esas tres grandes ciudades, antes de levantar la vista del suelo ya sabría en cuál de ellas me habrían dejado. No es poco saberse en un lugar por el pavimento. (Por cierto, qué inteligente es el diseño en opus reticulatum de las aceras de Madrid para resolver las esquinas y los encuentros).

Como el dinero seguía fluyendo alegremente a los suelos y todos los ayuntamientos españoles ponían los pavimentos más caros del mercado, viajando viajando también empecé a reparar en que cuanto más importantes eran las ciudades más modestos eran sus pavimentos. Para mi asombro y aprendizaje descubrí que las aceras de París son de asfalto y las de Nueva York o Los Angeles de hormigón (igual que el famoso encementado de nuestros años pobres, aunque mucho mejor hecho). La elegancia no siempre es un asunto de dinero, sino de dignidad del material, sobriedad en su empleo, buen diseño, etc. Cierto que las grandes losas de piedra de los suelos de Salamanca y Santiago de Compostela, o las de Leipzig, Berlín y Milán (por mencionar algunas de las últimas ciudades que he visitado), tienen un empaque que quita el hipo; pero la gracia acaso esté más del lado de ese sencillo adoquinado irregular de la cultura portuguesa de solados, una cultura o un modo de hacer que, transplantado a su gran colonia transoceánica, dio sus frutos más famosos en la singulares pavimentos de Burle Marx que pudimos ver en el LHDn45.

Mientras todo eso veía y aprendía, en Logroño no paraban de ponerse pavimentos caros, horteras, variados y distintos para cada acera, cada calle y cada plaza. Pavimentos que se han roto o cambiado con una facilidad pasmosa en los últimos veinte años sin que la cosa parezca mejorar. Ya tengo escritos algunos artículos sobre el particular que me viene bien recordar: la reforma del pavimento de El Espolón lo traté en “A Corazón Abierto” y “El murmullo de las piedras”, y la de los alrededores del Instituto Sagasta en “La reforma de la Glorieta del Doctor Zubía”. De la importante pavimentación de la Plaza del Mercado, sin embargo, nunca escribí nada y siempre la he usado en clase para mostrar a mis alumnos lo que nunca se debe hacer, así que ya es hora de que lo cuente más allá del aula.

La historia de la pretendida y nunca lograda plaza mayor de Logroño es muy larga y las soluciones de su urbanización muchas y variadas. A nivel espacial nunca fue posible encajar una plaza porticada, empezada en un solo lado, con un caserío medieval y con la catedral de la ciudad, así que toda la responsabilidad del orden urbano fue recayendo en las sucesivas propuestas de urbanización, bien con fuentes, con árboles, con chismes o con parterres. Al llegar la moda de las plazas duras, algunos arquitectos muy ingenuos (o muy ignorantes) pensaron que con solo enlosar ya era suficiente. Y así les fue.

Cogieron como referencia los arquillos y trazaron una malla cuadriculada sobre la que colocaron un adoquín negro en la zona cercana a los mismos, y las mismas losas un poco más allá con un cierto lío de juntas. Y así hasta completar el espacio a pavimentar.

Se respetó algún árbol aislado de la anterior urbanización para tranquilizar a los ecologistas, se inauguró, y todos tan contentos.

Por lo visto soy el único en esta ciudad que se ha fijado que las líneas del pavimento están puestas en diagonal sobre la gran portada barroca de la catedral. Cuando se lo cuento a los alumnos o los amigos no se lo creen y van allí a comprobarlo. Algunos se echan las manos a la cabeza y me preguntan si eso es obra de un arquitecto o si fue cosa de los albañiles a los que se les dejó trabajar por libre.

Recientemente uno me dijo que si a los diseñadores se les quitaran puntos del carnet como a los malos conductores, al que hizo eso le tenían que haber caído los doce puntos de un golpe. Sería un poco duro -le contesté-; es mejor que la gente se dé cuenta del error, se aprenda de él y se cambie el pavimento; sobre todo, mientras siga habiendo dinero para ello.


Nota: véase la addenda publicada en diciembre del 2006

miércoles, noviembre 08, 2006

78. CENTRODEINTERPRETACIONITIS






Es una pena que La Rioja -el periódico local de esta provincia antes llamada Logroño y ahora llamada como el periódico- no haya volcado en la red lo único interesante que, escondido en el suplemento Agro, ofrecía ayer a sus lectores, esto es, el largo y documentado artículo del antropólogo Iñigo Jauregui titulado Centrodeinterpretacionitis. Y es que el alcance del artículo y de la epidemia que comenta transcienden con mucho el ámbito de lo local. Sólo la lista de nombres que ofrece Jauregui ya es de por sí muy divertida pues, como si se tratara del juego de la oca, podemos saltar del Museo de la Identidad del Queso en Casar de Cáceres al Centro de Interpretación de la Octava del Corpus de Peñalsordo en Badajoz, o del Centro de Interpretación de la Guerra de las Comunidades de Torrelobatón en Valladolid al Museo de la Lechería de La Foz del Fortín en Asturias, y tiro porque me toca. Pero con todo, la lista de sugerencias que ofrece es muy corta, pues como es habitual en Jauregui, lo que cuenta suele ser fruto de su experiencia viajera y memorística. Póngase en el buscador del google “Centro de Interpretación” o el más rebuscado de “Museo de Identidad” y véase lo que sale. Es impresionante.

Como es propio de antropólogos, el artículo tiene más seriedad argumental que sorna sobre la basura cultural que aportan ese tipo de instalaciones, pero aún así se lee mucho mejor que todos esos paneles de los Centros de Interpretación que no interpretan nada, describen sin orden ni jerarquía y ofrecen por lo general una cartografía lamentable.

Sólo hacia el final del artículo se hace referencia a lo que en este blog nos interesa cuando deja caer que la mayor parte de los edificios en los que se vienen ubicando los “Centros de Interpretación”, “Observatorios” o “Museos de la Identidad” suelen ser absurdos, mal diseñados o faltos de interés.

Yo no me había dado cuenta de que con estos nuevos usos había nacido una nueva tipología de edificio, pero a partir de ahora pienso recopilar información gráfica al respecto. De entrada dejo caer la hipótesis de que los “Centros de Interpretación” seguramente no sean otra cosa que pequeños remedos de los pabellones nacionales de las Expos, es decir, esos juguetitos arquitectónicos (follies) de arquitectos de prestigio hechos para que los países de todo el mundo se conviertan durante unos días en agencias nacionales de turismo.

Pero ya puestos a pensar en follies y a bucear en los recuerdos, me viene a la memoria una sorprendente parada que hice el verano pasado de regreso de Alemania en una gran gasolinera/parque que tenía algo así como un “Centro de Interpretación del Jura” con casetas de cartón piedra hechas sobre tres diseños de Ledoux. Pocas veces he sentido más vergüenza del actual protagonismo mediático de la arquitectura y de su historia. Bueno sí, cuando visité la neocueva de Altamira de Navarro Baldeweg. También esa fue una dura experiencia cultural, sociológica y arquitectónica (aunque gracias al escrito del día 30 de septiembre en www.albertoadsuara.blogspot.com , al menos ya se puede compartir).

A la “puerta del Parc de Bourneville” (foto 2) le habían hecho una columna menos que en el diseño de Ledoux, pero a cambio tenía unas cuantas máquinas expendedoras y muchos anuncios. La “vivienda de los leñadores” de su ciudad ideal (foto 3) funcionaba como caseta de aperos de los jardineros, lo que parece muy propio. Y en el “taller para la fabricación de círculos” (foto 1) estaban los principales paneles de “interpretación” de la comarca y del propio Ledoux.

No recuerdo gran cosa de lo que vi y no sé si alguien descubrirá a Ledoux gracias a este parque/gasolinera/centro temático, pero lo que si recuerdo es que, tras la “interpretación” constructiva y divulgativa que se hacía allí del gran arquitecto revolucionario, casi hubiera preferido no conocerle. O por lo menos, no haber parado en aquel espantoso lugar a echar gasolina.


martes, noviembre 07, 2006

77. RUA VIEJA 21 Y JESUS GONZALEZ MENORCA




Cuéntase de John Ruskin que cuando se casó y vio el vello púbico de su mujer, le dio asco y no quiso saber nada de sexo. Hasta entonces sólo había visto los pubis blancos e inmaculados de las venus y afroditas de mármol, así que la realidad le pareció fea y obscena. Algo parecido pero al revés nos pasó a algunos arquitectos cuando salimos de la Escuela a mediados de los setenta. Imbuidos en la creencia de que la arquitectura tenía que ser siempre blanca y con las ventanas cuadradas, cuando salimos a la calle y vimos que las casas de verdad tenían múltiples variantes decorativas, nos entró una afición morbosa por esa otra arquitectura prohibida. Fue así como me aficioné a la decoración.

Hacia el final de los años ochenta salí un día con la cámara de fotos a capturar los esgrafiados que pudieran quedar por Logroño y di con una casa que tenía un gran jarrón en la fachada adornado con una aparatosa orla. Disparé y guardé el trofeo en un cajón. No sé si fue antes o después de que me diera por hacer un esgrafiado en una de las pocas casas que he construido, pero…, ay, me temo que si lo relaciono con eso voy a acabar contando mi vida como en el asunto de las letras y el polideportivo de Nájera. (LHD 74 y 75). Y no es ahí a donde iba.

El caso es que hace unos meses, haciendo un rastreo casa a casa de todo el casco antiguo de Logroño para la Guía, estuve buscando la casa del jarrón y no di con ella. Les enseñé aquella vieja foto a los funcionarios y a los colegas investigadores del Archivo Municipal, y aunque no me dieron su localización exacta me pusieron sobre la pista de que estaba más o menos en Rúa Vieja cerca de la calle Mercaderes. Pidiendo expedientes de proyectos y de derribos, di con la localización exacta, Rúa Vieja 21, es decir, justo pared con pared con el edificio de la Reja Dorada y al otro lado de la casa de Agapito del Valle que ahora se quiere tirar y que saqué en el LHDn33 (Única Actitud).

La casa de Rúa Vieja 21 se derribó en 1998 (¡hace cuatro días!), y en el Archivo Municipal me localizaron el proyecto de demolición. Lo redactó el arquitecto jefe de la Oficina de Rehabilitación Municipal (¿o debería llamarse Oficina de Demolición Municipal?), Jesús González Menorca, quien tuvo el detalle de hacer un buen levantamiento de planos y un estudio fotográfico de su ruinoso aspecto antes de dar la orden de ejecución (y nunca mejor dicho). Pero lo que no hizo, y eso me parece lamentable, fue indagar mínimamente sobre los autores del edificio o su fecha de nacimiento. Qué menos.

Dejo abierta la historia de Jesús González Menorca al frente de la Oficina de Rehabilitación sobre la que me gustaría seguir recabando datos. Lo cierto es que en los casi veinte años que ha estado bajo su dirección, el Casco Antiguo en buena parte ha desaparecido, y en otras partes se ha transformado en un falso remedo de sí mismo. Hace ya dos años que pidió la excedencia para volver a ejercer la profesión liberal, y hace más cinco que se le ve en la órbita del decano García-Pozuelo, llevando la dirección de las Jornadas de Intervención en el Patrimonio y sentado junto a él en su Junta de Gobierno. Vamos, que está bajo sospecha y que mucho tienen las cosas que cambiar para que pueda ser mi amigo.

Cierro la nota de Rúa Vieja 21 con los datos que no buscó Menorca. La casa que tiró era de Fermín Alamo, y su proyecto está fechado en 1930 para doña Nieves Meurice. Doña Nieves no debió de ser un cliente fácil pues hay otro proyecto de 1928 del propio Fermín Alamo encargado por la misma señora, en el que nuestro insigne arquitecto intervenía en la antigua casa de planta medieval arreglando los espacios de la cubierta y creando un divertido acceso en galería por la mismísima calle Rúa Vieja. Como no se hizo así, el proyecto de 1930 es poco menos que un tampón de casa burguesa con dos viviendas por rellano organizadas en alforjas para el que don Fermín no se tomó ni la molestia de adaptarlo a las irregularidades del solar. Respecto a la fachada, tampoco hay mucho trabajo de creación y nada del gran esgrafiado del jarrón. Lo que sí hay en el Archivo es otro expediente de arquitecto y propietaria en ese mismo año por el que se reforma la fachada para hacer una planta ático con el acabado amansardado que tan de moda estaba por entonces en Logroño (!). Más reformas debió de haber que no constan en el Archivo hasta llegar a la configuración final de la casa. En 1935 doña Nieves había cambiado de arquitecto, pues le encarga a Agapito del Valle un “proyecto de refuerzo de la fachada” que hace pensar que la obra no había ido muy bien. Y a partir de ahí el silencio.´

Es una pena que trabajando durante veinte años en el casco antiguo en proximidad con los vecinos, propietarios, inquilinos y jubilados de todo tipo que contarían muy a gusto la historia de sus casas, González Menorca no haya dejado información alguna de provecho para entender un poco mejor la arquitectura de esta ciudad. Dicen que durante dos años trabajó mucho para una tesis doctoral sobre Luis Barrón, y que hasta pidió un cambio de horario laboral para poder ir a trabajar al Archivo por las mañanas. Si algún día publica algo, a lo mejor empiezo a cambiar mi desafecto por él.