Decía la periodista de arquitectura Anatxu Zabalbeascoa (v LHDn72) para presentar a Josep Llinás como triunfador del año -premio FAD 2006 por la biblioteca Jaime Fuster en Barcelona- que es un arquitecto popular sin ser espectacular, y que su arquitectura, además de estar hecha de retales, es discreta. Y a partir de ahí venía la entrevista: una serie de preguntas muy malas y respuestas bastante confusas que apenas entraban en las definiciones de los titulares y que te iban llevando de aquí para allá hasta dejarte sin ninguna idea clara de lo que querían decir entre ambos.
Llinás toreó en Logroño en mayo del año pasado presentando una exposición sobre Alejandro de la Sota. Saqué una impresión paupérrima de él, pero uno siempre piensa que pudo tener una mala tarde, o que nuestra plaza es de segunda y que los artistas pasan en ella de lucimientos innecesarios. En mi cuaderno de notas de ese día apunté: “menudo peñazo de conferencia; ¿a quién le va a interesar la arquitectura si se cuenta así?; se le podrá disculpar la incapacidad narrativa pero me temo que, por lo bajo, sus principios son muy endebles”.
Discreto es un calificativo muy ambiguo. Puesto en una presentación de periodismo publicitario parece una virtud, pero puesto en boca de un crítico taurino, más bien significa soso, flojo, poco interesante, prescindible, vago.
Justamente de vagancia (o de pereza, por ser precisos) era de lo que acusaba Llinás a los arquitectos que hacen la “arquitectura media” de la ciudad. “Yo sería más crítico con los arquitectos perezosos que con las grandes figuras mediáticas” -decía. Pero esto no encaja con lo de la discreción. Entre la “mediocridad” de la “arquitectura media” y las “intervenciones mediáticas”, Llinás se decantaba claramente por las segundas. Lo cual encaja mucho mejor con la imagen del edificio que le ha dado el premio que con la presentación de la famosa periodista de nuestro diario de máxima difusión nacional. Como a mí también me encaja que para hacer arquitectura mediática lo mejor es tener un discurso muy endeble.
Pero para confundir aún más al telespectador del Babelia, un poco más adelante Llinás ponía de vuelta y media a la mediática torre Agbar de Jean Nouvel diciendo nada más y nada menos que “eso no es arquitectura” sino exhibición de poder. El supermediático Gehry, sin embargo, le parece lo máximo en arquitectura. Dice de él que es algo así como “la celebración de la vida”, y como parece que se gustó en la expresión, se la aplica también a Jujol al final de la entrevista: “Cualquier ocasión que tiene (Jujol) la emplea para celebrar la vida” ¿Es la arquitectura celebración de la vida? me pregunto. Y para responderme vuelvo al recuerdo de la conferencia del año pasado: no parece lógico que quien entienda la arquitectura como celebración de la vida la cuente aburriendo solemnemente al personal.
Para entender todo este galimatías no hay como subrayar algunas expresiones de la periodista. Por ejemplo esa de “calzó un edificio fluido” que le aplica al edificio de Llinás en Grácia (2001), o la de “sus intervenciones humildemente atrevidas” que le formula en la última pregunta. Últimamente queda muy fino llamar oxímoron a esos juegos de palabras que antiguamente llamábamos contradicciones insostenibles. Es lo que ha traído el desplome del marxismo.
Siendo comprensivo una vez más con el arquitecto, uno puede aún pensar que es la periodista la que le confunde. Pero cuando entra finalmente en materia de obra y autoría se le acaba a uno la condescendencia. Si como dice Llinás, uno sale retratado en sus trabajos a poco que se esfuerce en ello; si como pretende el autor de la Biblioteca Joan Fuster, la arquitectura finalmente revela el carácter del autor, entonces ya no nos puede quedar ninguna duda: Llinás ya no podrá ser nunca ese tipo de cabeza bien formada, expresión pobre, gesto serio y mirada perdida, sino esa caja torturada, mareada, aplastada e ininteligible que convierte en desolación una amable placita de la parte alta de Barcelona; un arquitecto más de los muchos que posan para los periódicos diciendo cualquier cosa para hacernos perder el tiempo en su lectura; o ya sin duda, aquel pelma que nos aburrió soberanamente en una conferencia de arquitectura hablando, nada menos, que de la obra más graciosa de Alejandro de la Sota.
Sí, ya sé que soy muy exigente, pero a la hora de hacer crítica mi referencia es la única crítica seria que se hace en este país, es decir, la taurina: cuando uno va de figura, tiene que ser un figura.