sábado, abril 26, 2008

SI, ES PATETICO


Han pasado solo quince días entre esta portada del periódico del Ayuntamiento de Logroño DE BUENA FUENTE (11ab08), y esta otra de LA RIOJA (26ab08):



En la primera de ellas se recogían estas declaraciones:
“Mantener el edificio de la Estación del Ferrocarril no implicará retraso alguno en el proyecto de soterramiento”.
Han presentado una solución –explicó el concejal de Patrimonio, Angel Varea-, que integra el cuerpo central de la estación en la urbanización en superficie del soterramiento y permite ampliar la estación intermodal de autobuses-ferrocarril en el subsuelo”.
“Los arquitectos han trabajado sobre cinco opciones diferentes desde el traslado de los elementos de interés (…) o la conservación e integración del cuerpo central. Por esta última es por la que opta el Equipo de Gobierno del Ayuntamiento: por el mantenimiento del edificio de la estación en su posición actual, procediendo a su restauración y rehabilitación integral”.
“El concejal de Patrimonio expresó su satisfacción y señaló que “una vez más se demuestra que es posible compatibilizar la conservación del patrimonio con la modernidad y el progreso de la ciudad””.
“Del mismo modo, el concejal de Movilidad reiteró su satisfacción y recordó que “cuando los temas se trabajan, al final salen resultados positivos”. Domingo Dorado recordó que la propuesta para la creación de la estación intermodal –trenes y autobuses- tampoco se contemplaba en el proyecto inicial: “Ahora –explicó- la propuesta de conservación del edificio de la actual estación incluye también la ampliación de las dársenas para autobuses, que pasan de 25 a 32, mejorando el proyecto””.

En el reportaje de La Rioja, sin embargo, ninguna de las cinco opciones que plantean los arquitectos, tiene que ver con “el mantenimiento del edificio de la estación en su posición actual, procediendo a su restauración y rehabilitación integral”. Lo de los 3,7 millones de sobrecoste del titular no creo que preocupen a nadie, toda vez que por aquí nos sobra el dinero y somos capaces de hacer la circunvalación tres veces, sus rotondas dos, o tirar hospitales enteros al cubo de la basura.
Pero las sibilinas inclinaciones del periódico se ponen de manifiesto en el último de los párrafos destacados del reportaje: “La estación sobre la que ahora se debate ya fue cuestionada al construirse en 1958”.

Ante este panorama de confusión algunos me han preguntado mi opinión. Y como yo ya la dejé por escrito aquí en el LHD -EL MEJOR Y DE LARGO-, lo único que puedo añadir es que la actuación de los políticos y de sus publicistas municipales es de pena y de vergüenza (o acaso de dimisión… ¿eh, Varea?), pero que esa manera de hacer arquitectura de Abalos y Herreros repartiendo una barajilla de cinco cartas para que escojan los atribulados clientes es lo más alejado de la disciplina que imaginarse uno pueda: para nuestra profesión de arquitectos, más que vergonzosa, es realmente patética.

viernes, abril 25, 2008

VPO NOTICIAS

Ya lo siento. Por segundo día consecutivo en vez de un LHD me ha salido un CASCOTE. Tenía pensado dedicar el cuarto capítulo de la saga VPO a argumentar cómo la vivienda pública ha destruido la arquitectura de la vivienda en general arrastrándola hacia sus patrones, sus proporciones, sus normativas y sus tipologías, pero se me ha cruzado una curiosa noticia sobre el sorteo de las últimas viviendas de Protección Oficial en Logroño, con proyecto del insigne japonés Toyo Ito (asunto reservado al quinto capítulo: o como los arquitectos con nombrecito son llamados a dar lustre a la Vivienda Pública) y habrá que esperar un poco. Podéis leer mientras tanto en Cascotes: HITO TUYO.

miércoles, abril 23, 2008

EN EL OTRO

Publiqué hace tiempo una entrada en este blog sobre Roberto Segre. Pero la respuesta suya creo que encaja mejor en Cascotes, así que a ese blog os remito:
ROBERTO SEGRE ME ESCRIBE

martes, abril 22, 2008

CAMBIO DE BANDERA



Aunque la “modernidad” en arquitectura parece no acabarse nunca, en realidad tuvo tan sólo dos décadas “gloriosas”, los cincuenta y los sesenta. Lo que vino después fue la confusión y la crisis de la disciplina (y de ahí el canto de sirena de Rossi diciendo que la arquitectura era sobre todo una disciplina / aunque él hiciera de ella una moda personal…), pero bueno, a lo que vamos, antes de los cincuenta ¿qué hubo en realidad?

Los veinte están bastante claros: la irrupción de la modernidad (Bauhaus, Le Corbusier) a rebufo de las vanguardias pictóricas y a continuación, su versión moderada y refinada (Art Decó) conviviendo con la inercia de clasicismos y regionalismos varios hasta la Expo del 29 en Barcelona donde se vieron las caras todos.

Los treinta son más confusos: mientras que en la famélica España triunfa la modernidad de la mano del progresismo republicano, Europa se echa para atrás ante el empuje del monstruo alemán, pero al menos está todo bastante estudiado.

Pero de lo que hemos estado bastante indocumentados ha sido de los años cuarenta. En Europa fue la hecatombe, cinco años de bombas y otros cinco limpiando las ruinas no dan para más, pero en España fueron años de “gloria” para el nuevo “régimen” surgido de la guerra. Una gloria que en lo político duró hasta mediados los setenta pero que en lo arquitectónico fue bastante efímera, pues a finales de los cuarenta ya estaba triunfando aquí la “modernidad”.

Pensémoslo entonces bien: aunque hemos llamado franquista a la arquitectura clasicista y “retrógrada” de los cuarenta, en la realidad la arquitectura que triunfa durante el franquismo es la arquitectura moderna (sí, esa, la del “menos es más”) es decir, que la arquitectura más genuina del franquismo es la arquitectura llamada moderna o progresista.

Lluis Doménech Girbau, (nieto de Doménech i Muntaner y gran animador cultural en Barcelona a comienzos de los setenta, o sea, en los tiempos de la crisis de la modernidad) no se atrevió a decir algo así en los artículos y exposiciones que organizó para documentar la arquitectura de los años cuarenta en España, pero el título del librito en que resumió todos sus estudios doctorales es inequívoco: “ARQUITECTURA DE SIEMPRE. Los años cuarenta en España”. ¿A alguien se le podía ocurrir un eslogan más claramente reivindicativo para la arquitectura de esa década?

Desde luego que la “Arquitectura de Siempre” no es la del “Modo Intemporal de Construir” de Alexander, pero simbolismos aparte mucho hay que las conecta. Argumentó Doménech en su librito que la “reacción” arquitectónica contra la modernidad republicana de los cuarenta no fue tal como se pintó después, sino que en realidad se trató de una simple continuidad con los viejos principios de la “disciplina” aprendidos en las Escuelas ante una modernidad bastante mal entendida como tal, o sea, como“disciplina”.

Dado que había sido su tesis doctoral, el estilo del librito del nieto del famoso Doménech no es el de los artículos que escribía en los primeros Arquitecturas Bis (“Una vez al año no hace daño”, titulaba irónicamente de los Premios Fad). Además, siendo colega de tanta progresía catalana se le nota bastante envarado e incómodo al reivindicar la arquitectura de los cuarenta. Pero como su labor no ha tenido continuidad, creo que se trata de un texto imprescindible. Lo editó Tusquets en su colección de Cuadernos Infimos en octubre de 1978 y lo tenía yo perdido por mi biblioteca hasta que hace un par de semanas le dí una relectura.

Hay que ver cómo cambian los libros cuando se leen desde distintas épocas. Mira tú: quién iba a decir que la arquitectura de los cuarenta es la arquitectura de siempre, y que la arquitectura moderna es la arquitectura franquista.

(Domingo, aprende, y devuélvenos la fachada de la Escuela de Magisterio)

sábado, abril 19, 2008

MONTES, NUEVO BLOG



Con el argumento o la disculpa de que en la penuria arquitectónica de nuestro tiempo los montes son la mejor arquitectura que podemos disfrutar, hace un año empecé a colgar en este blog las excursiones que de vez en cuando hago a peñas, sierras o montañas. Pero las salidas al monte tienen a veces una dimensión más humana o deportiva que arquitectónica, y mezclar muchas de esas excursiones con la arquitectura me parece excesivo.

Además, ordenando cuadernos, diarios y fotografías me he dado cuenta de que tengo anotadas muchas salidas realizadas en los últimos veinte o treinta años, y dado que me apetece revivirlas, compartirlas con quienes las hicieron conmigo, o anotar mejor sus datos por si pudieran servir como guía de futuras aventuras, he pensado que era mejor abrir un nuevo blog más específico con todas ellas al margen del LHD. Ha nacido así Montes (www.montesyarquitectura.blogspot.com), cuyo enlace se puede ver en el margen derecho de este blog, debajo de Anguciana.

Ayer me entretuve en trasladar a él las catorce excursiones que tenía puestas en el LHD y en lo sucesivo iré colgando allí viejos recuerdos de bellas montañas sacados de mis cuadernos y albumes, o nuevas excursiones y planes hacia nuevos destinos.

De momento no creo necesario hacer un gran mapa de situación o un índice con todas ellas, pero las iré poniendo un número para que cuando llegue a las cien pueda hacer una recopilación que facilite su búsqueda.

Que Vds. lo disfruten, copien y excursionen mucho.

Y como ilustración de este anuncio pongo, -faltaría más-, una foto (ampliable a tamaño de fondo de pantalla…) de las bellísimas peñas de Gembres que son a la vez, Arquitectura (¡torres gemelas!), lugar de Anguciana, y destino montañero queridísimo por las tantas y tantas veces que he subido a ellas con diferentes y gratas compañías.

lunes, abril 14, 2008

BARES SIN TELEVISION


Los patterns del libro de Alexander no son un listado completo y cerrado de buenas relaciones entre los elementos que configuran un lugar donde hay vida, o mejor dicho donde la vida puede alcanzar su plenitud. La lista del libro es buena, pero lo mejor que puede proporcionarnos ese libro es su método: cada vez que nos sintamos muy a gusto en un lugar tratemos de entender las causas espaciales y decorativas y sus relaciones internas, e intentemos describirlas, razonarlas y ponerlas por escrito.
La recíproca, sin embargo, no vale como método, aunque en algunos casos podría ayudarnos. Si cada vez que nos sentimos mal en algún sitio, encontramos algunas causas concretas (mala iluminación, materiales excesivamente duros, colores estridentes, etc.) es posible que eliminándolas hagamos más amables los lugares y más plena nuestra vida. Pero llegado el caso, también podría ser que dando la vuelta a la negatividad diéramos con algún patrón de mayor alcance.

Desde hace algún tiempo, cada vez que entro en un bar, veo que hay televisión, y que está encendida (lo cual es frecuentísimo en este país, casi diría que la norma), me siento fatal y me entran ganas de marcharme. No, no es que no me guste la televisión. Todo lo contrario. La televisión es fascinante: la capacidad de comprimir historias en pocas y buenas imágenes, la posibilidad de ver en directo bellísimos acontecimientos deportivos que están ocurriendo al otro lado del mundo o la síntesis de todas las artes que incorpora (palabra, música, arquitectura, escena, etc.), le confieren tal poder de comunicación y persuasión que me resulta imposible ignorarla y apartar la vista de ella cuando la veo encendida. Y es por eso que no la soporto cuando voy a un bar a echar un trago, ver gente y charlar con ella.

En función de su escasez creo que no me será difícil hacer un listado de bares sin televisión de esta ciudad y animo a mis lectores a que me aporten sus impresiones y datos de las suyas. Una GUIA DE BARES SIN TELEVISION de cada ciudad podría ser una excelente tarjeta de visita o de recomendaciones para quien pensara (como yo) que ese patrón nacido de una observación crítica y negativa (nacido de una perturbación), es en realidad un verdadero patrón: un patrón positivo.
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Empiezo con uno (el más próximo, mi preferido, el que frecuento) y seguiré añadiendo según vaya encontrando:

Logroño, Calle San Juan, Bar Torres.

viernes, abril 11, 2008

SANTUARIO DE MERITXELL, ANDORRA


Supe de la construcción del Santuario de Meritxell en Andorra desde el momento en que se le hizo el encargo a Bofill a comienzos de los setenta, porque ya por entonces este arquitecto llamado a la fama se hacía mucha publicidad de sí mismo. Había construido poco más que el barrio Gaudí en Reus y estaba construyendo Walden 7 en la salida de Barcelona, pero sus proyectos eran ya celebrados con el alborozo de la naciente Arquitectura del Espectáculo.

Si cuento mi reciente visita al Santuario de Meritxell aquí, en el LHD, en vez de hacerlo en el CASCOTES, no es porque lo tenga por arquitectura de merecimiento sino porque por mi cariño a todo lugar sagrado voy a argumentar un poco.

La primera impresión del edificio no es mala. El conjunto de volúmenes, la exquisita mampostería de pizarra y el toque de modernidad que le dan los recercados blancos de los huecos tienen su gracia, aunque desde lejos ya se vean esos arcos escenográficos que parecen aludir a las costillas del posible santuario arrasado por el fuego que dio origen al nuevo encargo.

Pero de eso nada. El antiguo santuario era una pequeña iglesia románica que el nuevo edificio y el sibilino arbolado de coníferas a la izquierda se encargan de ocultar. Junto a aquella sencilla iglesita había también cuatro casas populares que se llevó el incendio, pero sobre todo había una amplia y bucólica perspectiva de la fachada de la ermita y de los edificios adosados a ella que las fotografías del benemérito Centro Excursionista de Cataluña han tenido a bien documentar en una exposición que se muestra en la vieja iglesia recientemente “rehabilitada”. (He buscado en internet a ver si estaban colgadas algunas de esas hermosas fotografías pero no ha habido suerte. A cambio he encontrado estas dos: una del día del incendio y otra en la que se ve que inicialmente la vieja iglesia se dejó como una ruina).




Por cierto, la rehabilitación interior de la iglesia realizada en 1994, da pavor. Esta es la foto que tomé de ella:

El interior de la capilla de Bofill no es mucho mejor. Había visto algunas fotografías y me la imaginaba mucho más grande, pero en realidad es un pastelito modesto. De la decoración mejor no decir nada. La reproducción de la Virgen original me pareció irreverente y el mobiliario línea Mackintosh (bancos, sillas y hasta el confesionario) un atraco.



Lo inaudito, sin embargo es que mientras los grandes nuevos arcos sugieren un gran templo colocado en la posición normal Este Oeste, la nueva capilla esté situada en orientación Norte Sur, como olvidando los viejos principios de ubicación litúrgica. Eso hace que el acceso a la iglesia sea por esta extraña y estrecha escalera rampa con entrada siempre por el mismo pie (o sea, de suspenso en proyectos / como la de Gehry en Bilbao) acabada en puerta de cristal:



Acabo el recorrido con esta foto del “monumental” corredor peatonal, al fondo del cual se ve la vieja iglesia. No sé si el desproporcionado rodapié será original, pero canta bastante.

En fin ¿qué íbamos a esperar de la arquitectura de nuestros prohombres y de nuestros rehabilitadores? Me quedé con las ganas de que la Virgen de Meritxell hubiera obrado algún milagro de los suyos; pero no, imposible: la Arquitectura de nuestro tiempo es una religión aparte, bastante pagada ya de sí misma.

miércoles, abril 02, 2008

BAILE EN LA CALLE



En el patrón número 63 de su gran libro “A lenguage of patterns”, en vez de hacer un enunciado o definición del mismo, Alexander simplemente se pregunta: “¿Porqué la gente ya no baila hoy en la calle?”.

Para ilustrar este patrón tenía escaneadas las dos fotografías de Doisneau que he puesto arriba, pero como en realidad no tengo una respuesta para el enunciado-pregunta de Alexander, creo que mi mejor aportación al tema es reproducir el artículo que escribí hace seis años para la revista etnográfica Piedra de Rayo que evoca el lugar del “baile en la calle” que yo viví y que es el de la foto de la entrada anterior, la plaza de Anguciana.



EMILIANO IBARNAVARRO O "LA MUSICA QUE DA BAILE"

Acostumbrados al estruendo en que se ha convertido la música de las actuales verbenas de las fiestas de los pueblos, resulta difícil imaginar cómo podían sonar cuatro labradores encaramados al kiosko de la plaza de Anguciana con una trompeta, un clarinete, un saxofón y una batería, y cómo, con su elemental sonido, conseguían hacer bailar a todo el vecindario las tardes de los domingos desde la primavera hasta el otoño.

El recuerdo en mi memoria data de los años sesenta, cuando yo andaba por los diez años y los primeros bilbaínos se instalaban en Anguciana como lugar de veraneo. Mi fascinación en los bailes de la tarde de los domingos se repartía al cincuenta por ciento entre el descubrimiento de la música y el de las redondeces de las chicas de dieciocho años. Había un par de bilbaínas que hacían palpitar mi corazón cada vez que las veía, pero como dada la diferencia de edad no me hacían mucho caso, -y de bailar ya ni imaginarlo-, mi atención se centraba en Emiliano Ibarnavarrro, quien con su trompeta lideraba la música del cuarteto del kiosko. Yo por entonces tenía una pequeña armónica de las que te regalaban por los cumpleaños o la primera comunión, y un día, ni corto ni perezoso le pedí a Emiliano que me dejara tocar con ellos en el kiosko, -no sé muy bien si por amor a la música o por llamar la atención de mis otros amores. Cualquier músico de ahora, con sus miles o millones de watios en los bafles, estoy seguro que hubiese llamado al manager del grupo para quitarse de en medio al mocoso, pero Emiliano no sólo me recibió con la amplia sonrisa que aún conserva y que puede verse en la foto que ilustra esta nota, sino que me dejó tocar durante toda la tarde, y por si fuera poco, al final de la sesión me dio una peseta como recompensa a mi esfuerzo. Debió de ser a finales de verano y poco antes de que el grupo se disolviera o yo me fuera del pueblo, porque de lo que estoy seguro es de que mi carrera musical no tuvo continuidad y que tardé más de veinticinco años en emprenderla de nuevo.

La música de Emiliano a la trompeta, Jesús al saxo, Pablo al clarinete y Maxi a la batería, se extinguió para siempre antes de que llegaran los setenta; el kiosko donde tocaban fue derribado, los árboles que lo rodeaban, talados, y los bancos que pueden verse en la otra fotografía de este artículo, trasladados; todo, para demostrarles así, una vez más, a los nostálgicos de la rehabilitación y a los ingenuos defensores del patrimonio, que la calidad de los lugares va unida a la calidad de los acontecimientos, y que lo uno sin lo otro carecen de sentido. Hoy la plaza de Anguciana es un infame revuelto de bordillos, parterres, arbolitos, farolas y coches aparcados, por entre los que un par de veces al año atruenan una serie de orquestas de nombres rimbombantes, llevándose un buen porcentaje del presupuesto del pueblo.

Pero antes de mi viejo recuerdo de los sesenta que evoca aquella deliciosa plaza rural, hubo más música que yo no conocí, y más baile, y más lugares, y por eso me fui en esta primavera del 2002 a preguntarle a Emiliano, -quien ya tiene ochentaycinco años y se entretiene tocando un órgano eléctrico cuya cantidad de botones le pone nervioso-, para que contase algo de todo ello a los lectores de esta meritoria Piedra de Rayo.



“Yo empecé con la música a los catorce años. Mi padre y el padre de Lázaro, el pastor, daban baile en la posada los domingos por la tarde, mi padre con la bandurria y el padre de Lázaro con la guitarra”.

Pero Emiliano, -le dije-, ¿cómo se puede dar baile con tan sólo esos dos instrumentos de cuerda?

“Bueno, la gente solía pedir silencio para oír el comienzo de las piezas y luego ya se seguía como se podía. Recuerdo bien que el día en que yo debuté con la bandurria haciendo la segunda voz a mi padre, la gente dijo que se había notado mucho mi aportación y que ahora se oía mucho mejor la música, así que eso me llenó de orgullo”.

Vinieron luego tiempos más gloriosos en los que se organizó toda una banda con instrumentos de viento, y se construyó el kiosko de la plaza para dar allí el baile. “Eran tiempos de la república -cuenta Emiliano- y a nuestro director y profesor de música, que era de Casalarreina, lo teníamos que escoltar por el camino cuando venía a los ensayos, porque se sentía amenazado”.

La banda se deshizo con la guerra incivil, pero Emiliano logró trucar el fusil por la trompeta gracias al puesto que consiguió en la Banda de la Falange de Logroño, en la que hizo toda la mili y la guerra.

“Algunos de los músicos de la banda no volvieron del frente y otros no volvieron nunca a tocar música (vaya uno a saber por qué), así que la recomposición de la banda y del baile se hizo juntándonos con los músicos de Cihuri en una agrupación de lo más alegre que denominamos la Banda del Rayo”

Piedra de Rayo, Banda del Rayo...¿?... Hay una roca cerca de Anguciana y Cihuri, a la izquierda de las majestuosas Peñas de Gembres que se llama la Peña del Rayo... No sé a que rayo podía invocar la alegre denominación de la banda de Emiliano, pero está claro que de chispas se trata, y no precisamente de la de electricidad por hilos.

Según palabras del propio Emiliano la chispa de la música que producían aquellos músicos labradores, prendía rauda en las gentes de Anguciana, pues a mi pregunta de si alguna vez habían tocado sin conseguir que la gente bailase, Emiliano respondió como un rayo: “Nunca. Nunca jamás. A la primera nota de la bandurria, de la trompeta o de lo que fuera, la gente ya estaba bailando”.

Por eso he subtitulado esta breve semblanza de Emiliano Ibarnavarro y la plaza de Anguciana, como “la música que da baile”, porque en estos tiempos de música espectáculo, música estruendo, música producto, música virguería, música gala, música enseñanza, o música petardo, parece haberse olvidado que una de las funciones más hermosas de la música, -probablemente la más hermosa de todas-, es la de dar baile: ese protocolo hacia los amores y el sexo, de los que siempre andamos tan necesitados.