jueves, agosto 30, 2007

VENTANAS QUE ABRAN






Yo iba de gratis. Mi mujer tenía un congreso y una habitación doble en el recién inaugurado Hotel Constanza de Barcelona, obra del “gran maestro de arquitectura” Rafael Moneo así que me las había prometido muy felices. Mientras ella iba a sus sesiones médicas yo me quedaría en la habitación (previsiblemente cómoda y agradable) trabajando en lo mío.


Pero la ventana no se abría y no lo pude soportar. Yo quería ventilar la habitación, sentir el aire fresco de la mañana, oír el ruido del patio de la Illa pero lo único que podía mover era la ruedita del aire acondicionado. Me puse de los nervios y bajé al lobby con un libro. Era un lugar nada acogedor y encima sonaba un hilo musical lamentable por lo que me largué del maldito hotel y mientras me instalaba en la mesa de la primera tasca que encontré en el barrio, juré vengarme.

Otra vez por medio el gran maestro nacional de la arquitectura. Vaya lata de tío. Es una vedette, un superstar, y si me meto con él todos creen que es porque le tengo manía personal. No es así, lo he dicho mil veces: le aborrezco porque el hundimiento de la arquitectura cotidiana está directamente relacionado con el vedettismo de tipos como él. Pero mira, esta vez van a tener razón porque el asunto es personal: y es que me jodió la mañana.

En cuanto regrese al LHD, pensé, me voy a desahogar tirándole a la cara el pattern “ventanas que abran”, una recomendación de Alexander que me parecía tan de perogrullo que apenas había reparado en ella y no la pensaba sacar aquí: nunca hubiera imaginado que un arquitecto titulado pudiera poner una ventana impracticable en una habitación. Pues mira por donde, va, y las pone “el maestro”.



Además de no abrirse estaban "adornadas" exteriormente por dos gigantescas lamas horizontales que tampoco se movían pero que te hacían polvo la perspectiva.

Dentro de las lamas había placas de travertino. Lo veías en la de abajo porque de la de arriba sólo alcanzabas a ver la cara inferior de su soporte metálico. No conseguí saber para qué diablos podrían servir si desde el interior era imposible moverlas, pero debían de haber costado lo suyo.

Travertino había por todas partes en el hotel. Travertino queda fino. Fijaros, ¡Moneo lo pone hasta en el cielo raso del voladizo exterior….! aunque no le encaje con la modulación general.


Da igual en unas lamas de ventana que en un cielo raso, el travertino vale para todo.

Pero no voy a cargar las tintas contra el arquitecto. Tan culpable como él es la propiedad, así que mientras me apuraba un segundo café matinal me dije que de ahora en adelante siempre que reservase habitación en un hotel iba a exigir a la agencia de viajes la garantía de que las ventanas se puedan abrir: hotel cuyas ventanas no se abran, hotel declarado inhóspito y no recomendable. Como por ejemplo, éste:


(Menos mal que yo de iba de gratis…)

miércoles, agosto 22, 2007

EL ESTILO FORROPIEDRA EN EL PIRINEO ARAGONES



“No siempre podemos pedir arquitectura buena o bella, pero podemos exigir una arquitectura honesta. La escasez de la pobreza puede perdonarse, la severidad de la utilidad respetarse, pero sólo cabe el desprecio para la mezquindad del engaño”.

John Ruskin

No soy muy aficionado a empezar los escritos con una cita, pero como no quería iniciar la temporada con palabras tan duras como desprecio, mezquindad o engaño, esta sentencia de Ruskin me viene muy bien. Con frases como esta, cargadas de esperanza para la arquitectura, empezó el periplo de la modernidad; y a edificios como los que aquí traigo, fotografiados este verano entre excursiones a bellas montañas por el norte de Huesca, es a lo que ha llegado. Tremendo.

Me hicieron recordar los esfuerzos de mi compañero de mesa en el Consejo Superior, el Decano del Colegio de Arquitectos de Aragón, por poner en marcha el Docomomo, es decir, el programa de catalogación y protección de los edificios del movimiento moderno en España. Qué curioso: mientras la modernidad arquitectónica ha llegado en las casas del norte de Aragón a lo que aquí puede verse, todo el esfuerzo de los arquitectos “más concienciados” se pone al servicio de salvar los restos del naufragio. ¿No sería mucho más lógico y operativo ponerse a “despreciar” la “mezquindad” arquitectónica de lo que están construyendo sus compañeros (o quizás hasta él mismo) en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI por esos pueblos de su demarcación, que dedicarse a lavar la conciencia de la catástrofe de la arquitectura moderna mediante colecciones de estampitas y santitos de los años treinta?

Me voy de viaje para olvidar penas, para ver el mar o contemplar montañas, y siempre vuelvo a casa con un rosario de calamidades arquitectónicas. Ya recordaréis las de Isla Cristina en Huelva o las de Noja en Santander, bien ilustradas en este blog. Pues nada, sigo la serie con estas casas de Aínsa, Boltañá, Biescas, Plan, Labuerda, San Vicente, Gistain, Escalona, Laspuña, Guaso, La Torrecilla y cuantos pueblos hay en la cabecera del Cinca.


Lo de Aínsa es terrible y merece un capítulo aparte -o más bien una denuncia colectiva en alguna de esas Jornadas de Intervención del Patrimonio que se celebran por aquí si fueran mínimamente serias. En apoyo de la industria turística salvadora de la economía de la zona se han gastado millones de dineros en reconstruir un pueblo todo en piedra como si fuera auténtico, y el resultado es más falso que un judas. Funciona como escenario de turistas a media tarde buscando aburridamente restaurante para cenar durante dos meses al año (triste escena esa, por cierto), pero el resto del tiempo parece un desolado teatro sin función y con un suelo impracticable. Vi en el castillo un cartel de que el Ministerio de Cultura poníamos los dineros y que el célebre Manzano-Monís López-Chicherri ponía el “arte”, y advertí que su manera de intervenir, al menos en el castillo, empieza a tener ya esos tics modernos que tanto gustan a los organizadores de las Jornadas de Intervención en el Patrimonio: unas tablitas por aquí, algo de acero corten por allá, etc. Como ese tipo de imágenes me resulta bastante vomitivo prefiero poner este par de armarios o cajas de registro de dos casas de Ainsa para que se vea hasta donde llega el estilo del forro en piedra.




La maravilla de casa que he puesto junto al título puede verse en la plaza de Boltañá, justo enfrente de otro edificio sin desperdicio, el Ayuntamiento. Helo aquí.


Lejos de mi ánimo estaba investigar la paternidad de semejante pastiche, pero en el porche hay una orgullosa placa en que lo dice: siendo alcalde Enrique Buil Sarrado y cómplices una larga lista de canteros, carpinteros, etc., el arquitecto: Pedro Miguel Bernad Rivera; año 1991. Glorioso año pues para la historia de la arquitectura moderna.

Boltañá no tenía una almendra amurallada tan clara como Ainsa y se ha salvado de una “rehabilitación integral”, pero casa a casa pueden llegar a obtener un resultado parecido. Véase, por ejemplo cómo va quedando el resto de fachadas de la plaza.


La ley de toda esta arquitectura parece no ser otra que la que me ha sugerido el título de este post: donde hay piedra debajo de los revocos, se saca la piedra, y donde no la haya, se forra todo con piedra (se forra, digo, porque obviamente, la estructura interna de toda nueva edificación es siempre de hormigón). La piedra del lugar rejuntada con mortero de cemento da unas texturas muy feas y por completo diferentes de la piedra rejuntada con los viejos morteros de cal, pero ese es un detalle demasiado sutil para que lo entiendan los nuevos pobladores de la zona. Traté de explicárselo al guía que intentó enseñarnos la iglesia (también salvajemente desvestida de su tradicional capa de mortero para dejar vista la piedra, ahora rejuntada con mortero de cemento) pero me miró como si fuera un terrorista (de ahí que no le dejara que me guiase).

Otro día sigo con más pruebas de la gloriosa arquitectura de nuestro tiempo allá por el Pirineo oscense.

sábado, agosto 18, 2007

INDUSTRIA Y LUGARES EN PELIGRO LA RIOJA



Hace un par de veranos el voluntarioso Miguel Areces (hermano del presidente de la Comunidad Autónoma de Asturias) me invitó a presentar una comunicación sobre el patrimonio Arquitectónico Industrial de La Rioja a propósito de un seminario del TICCIH sobre su conservación. Le extendí la invitación a José Miguel León para así trabajar en equipo, pero sólo aceptó una charla conjunta en la que repasamos algunos datos y me prestó el plúmbeo libro de Julián Sobrino sobre Arquitectura Industrial .en España que yo desconocía.

Redacté entonces la comunicación que aquí recupero para el LHD pues no llegué a tiempo para poder incluirla en uno de aquellos cuadernillos centrales de ElhAll cuando yo lo dirigía. Hubiera quedado mejor en aquel medio, llena de ilustraciones, pero qué le vamos a hacer, ya me lo habían quitado. Creo que le pasé una copia a Josemi de esta comunicación, así que es la única persona que lo ha podido leer. Con su difusión en este medio hago votos para que alguna institución se anime a pagar un trabajo más desarrollado sobre el tema.


Dadas las prisas de este tipo de eventos no llegué a leer la comunicación y tan sólo expuse una breve síntesis de lo que en ella se recoge. En su conjunto, el Seminario fue bastante aburrido pues la mayoría de los ponentes eran historiadores coleccionistas de cosas y por tanto meros creyentes en el conservacionismo de las mismas. Pero a cambio, el viaje me permitió visitar los restos de la siderurgia de Avilés y hacer un recorrido bastante exhaustivo por los pozos de las cuencas mineras en la grata compañía del arquitecto Victor García Oviedo, colaborador de Miguel Areces en los planes de recuperación del patrimonio industrial asturiano.


A nivel documental la comunicación no es gran cosa, pero la mirada que se ofrece en la reflexión inicial creo que vale la pena.


Ilustro la ponencia con unas pocas imágenes de las muchas que recopilé. Curiosamente, la de la Imprenta Laborde fue utilizada como portada de las carpetas de aquel evento.


Comunicación para el Seminario TICCIH
Gijón, 21 de septiembre del 2005


Una reflexión inicial

Resulta cuando menos sorprendente encontrarse con un planteamiento sobre el patrimonio arquitectónico industrial enfocado a la salvaguarda de los “lugares”. El título de este seminario parece dar a entender que la actitud conservacionista del patrimonio arquitectónico (actitud cada vez más extendida y popular), no debe olvidar aquellos edificios o arquitecturas surgidas al servicio de la industria, y que en pro del mantenimiento de sus muros, chimeneas y estructuras cabe cualquier opción: sea mediante un cambio de uso (con proclividad hacia el museísmo), o sea mediante la salvaguarda de algunos de sus restos (a poder ser, chimeneas).

Resulta sorprendente un planteamiento así, digo, porque parece olvidar de una manera un tanto cándida, que la implantación de la arquitectura industrial ha estado por lo general -por norma, cabría decir-, mucho más atenta a las necesidades intrínsecas de las propias tecnologías o de los beneficios económicos que a un diálogo atento y reposado con los lugares. Las industrias han ignorado valles, vecindades y tramas urbanas, han polucionado ríos y aires, han arrasado huertas, han generado enormes terraplenes, y han huido sucesivamente de sus emplazamientos cuando el crecimiento urbano las ha ido convirtiendo en estupendos pelotazos inmobiliarios. Si la arquitectura en general ha de ser siempre un diálogo con los múltiples aspectos que le propone un lugar, la arquitectura industrial, en concreto, ha sido seguramente la más ajena a ese diálogo. En tanto que la industria ha ocupado los lugares imponiéndose salvajemente a sus posibles solicitaciones y marcándolos con la dureza de su tecnología o de su dinámica puramente económica, resulta cuando menos llamativo que se quiera a posteriori conservar esas estructuras bajo el eslogan de “lugares en peligro”.

Verdad es que algunos edificios industriales no han estado carentes de cierta belleza intrínseca y que sus novedades formales o proporciones gigantes han ejercido una gran fascinación sobre el imaginario popular. (Sin ir más lejos en esta temporada se exhibe una gran superproducción de Hollywood sobre este mismo asunto: la extraordinaria fábrica de chocolate de Willy Bonka antes y después de la reconversión industrial). Algunos arquitectos algo ingenuos, como Cano Lasso, aún decían en la segunda mitad del siglo pasado que las “autopistas, puentes, viaductos o chimeneas de centrales térmicas, son los monumentos de nuestro tiempo, cuando ya no se construyen catedrales” (cit. Arquitectura industrial en España, Julián Sobrino, pag. 336), como si la desmesura fuera la única característica monumental. El gigantismo arquitectónico, como apuntaba acertadamente Azúa (El Aprendizaje de la decepción) es pasión propia de una mentalidad pueril.

Pero la exhibición expresiva del poder tecnológico o de la organización social, las novedades formales que exigen ciertas funciones o leyes de la física, y las libertades compositivas que se permiten quienes apenas reparan en ellas han creado no pocos conjuntos de una gran belleza plástica. Una belleza explosiva y dinámica, en principio, y una belleza nostálgica, a posteriori, que ha resultado más evidente en el momento de su obsolescencia y decrepitud, cuando ya nadie parece reparar en las agresiones que tales instalaciones hicieron a los lugares en el momento de su instalación o en los tiempos de su producción más álgida. Causada la agresión y pasados los años de producción intensiva de la fábrica, pareciera como si esas estructuras de fuego, humo, ruido y movimiento se hubieran fundido con su lugar. Pero si pueril era la admiración por lo desmesurado, de senil habría que calificar ahora la tendencia al olvido en esta actitud de admiración por los lugares marcados a fuego por la industria.

Los lugares están verdaderamente en peligro cuando la industria pone sus ojos en ellos pues, salvo extrañísima excepción, los ignora, los explota y los esquilma. El lema de nuestra ilustrada Sociedad Económica de Amigos del País impulsora del progreso industrial no era otro que el salvaje y explícito “Prosperarás Extrayendo”. Así que no es de extrañar que, tras esas evidencias del pasado industrial (esa historia verdadera), los bienintencionados urbanistas propongan ahora como lugares de implantación industrial los más desolados, feos e inhóspitos de cada entorno urbano según los cánones estéticos de la humanización o de cierto romanticismo.

Me atrevo por tanto a sugerir en esta reflexión inicial, que los lugares a los cuales debiera de dirigir la mirada un Seminario titulado con el binomio de palabras de Industria y Lugares en Peligro, no es a las ruinas de viejas industrias, sino a todos aquellos territorios que han sido designados por los urbanistas como “polígonos industriales”. Si alguien quiere sentir en sus carnes la cruda desolación de un lugar y la verdadera naturaleza del diálogo entre la industria y un territorio, que se llegue a uno cualquiera de nuestros actuales polígonos industriales, se baje del coche y trate de dar un paseo por sus aceras.

Ponerse a rescatar de aquellos auténticos no-lugares algunas postales para la historia del arte, por el hecho de que la fábrica tal fuera tocada por la mano de un artista de la arquitectura, o la fábrica cual se asemejara a una gigantesca escultura deconstructiva, puede estar bien para dar carne a ese cándido conservacionismo popular, pero no es otra cosa que un bienpensante pasatiempo con el que ignorar la naturaleza de lo que verdaderamente ocurre en nuestro entorno: esto es, que la ley del máximo beneficio económico asociada a la potencia cada vez mayor de la tecnología no sólo es ajena ya a los lugares concretos que los hombres podamos habitar o visitar, sino que llega a ignorar la naturaleza general de todo el planeta amenazando con su ruina. Las industrias ya no sólo se desplazan por los continentes en busca de mano de obra barata ignorando emplazamientos y hasta naciones, sino que llegan a contaminar peligrosamente capas de la estratosfera, fondos de los océanos o lo que haga falta.

Rizando un poco más el rizo de esta desprejuicida reflexión sobre la relación entre las industrias y los lugares habría que señalar también que desde hace unas cuantas décadas la propia “construcción” ha dejado de ser una técnica o herramienta de la edificación para convertirse ella misma en una devastadora industria que necesita cada vez más materia prima (más lugares) para su alimentación y desarrollo. En el último cuarto del pasado siglo las ciudades más desarrolladas han dejado de tener una dinámica propia de crecimiento orgánico en función de sus habitantes y necesidades y se han desbocado en un alocado crecimiento motivado fundamentalmente por las propias necesidades de la industria de la promoción-construcción que viene últimamente atrayendo más y más capitales de inversión en detrimento de la industria tradicional, -debido seguramente a los altos beneficios especulativos o a la seguridad a largo plazo que siempre ha caracterizado este sector industrial y económico por las imperfecciones propias del mercado inmobiliario. Globalizada la industria tradicional, nos queda en cada ciudad una “industria local de la construcción”, que lejos de encerrarse en esos anodinos polígonos antes descritos (a donde tan sólo van sus industrias auxiliares) se instala en la ciudad y sus alrededores devorando cuantos lugares se ponen a su alcance.

Si a la salvación de los viejos monumentos erigidos por religiones e instituciones públicas, o de los cascos históricos de las ciudades orgánicas y burguesas, sumamos ahora el del patrimonio de las primeras etapas industriales, lo único que se evidencia con esa ampliación temática es que estamos en un tiempo más evolucionado de destrucción.


La Rioja Industrial

Dicho esto, o puestos en la perspectiva que esas reflexiones nos ofrecen, ya podemos ponernos a mirar lo que la industria ha construido en nuestra región a lo largo de los últimos tres siglos para los catálogos de la historia del arte y del patrimonio, sin ignorar, claro está, lo que ha destruido y está destruyendo para ese otro nuevo catálogo más auténtico de “lugares en peligro”, es decir, de los espacios cada vez más inhóspitos e inhabitables.


PROTOINDUSTRIA

Las primeras industrias riojanas (siglo XVIII) se ubicaron en las pequeñas poblaciones de la sierra que son cabeceras de los ríos que desde el sur irrigan la región en forma de peine, camino del fértil valle del Ebro. Ezcaray, Villoslada, Munilla o Cervera, acogieron a las primeras fábricas de paños y alpargatas de la región en edificios de características muy próximas a la mejor arquitectura vernácula de grandes casas-establos. El abandono de estas fábricas, acaecido en buena parte tras sus traslados al valle, y el despoblamiento de la sierra, ha permitido que buena parte de esos edificios hayan llegado hasta nosotros, bien en forma de ruina o de reutilización. Son pocos y su catálogo ordenado sería fácil de realizar en una publicación que recogiera algunas imágenes fotográficas de los últimos momentos en que funcionaron (primeros momentos de la fotografía).

Patrimonio metalúrgico protoindustrial y patrimonio minero aún hay menos. Hay un par de pequeños hornos en ruinas en Posadas y Lugar del Río, y restos de extracciones mineras superficiales en Canales y Turruncún, amén de las yeseras en activo en Viguera y Ribafrecha. La extracción de piedra se ha dado mayormente en graveras, y canteras hay pocas pero, por desgracia, la más conocida es terriblemente agresiva con un lugar muy especial: la embocadura del cañón del río Leza -demostración fehaciente de lo que la industria puede hacerle a un lugar.

Molinos de agua quedan unos cuantos pues funcionaron en los pueblos hasta los años sesenta del siglo pasado. De los edificios asociados a molinos me ha sorprendido últimamente descubrir el de Cihuri construido en piedra de sillería (foto 1).


La mayoría están en ruinas pero algunos de ellos han sido reconvertidos en restaurantes, albergues y hasta en granjas escuela (Arnedillo, Sorzano).

Trujales de aceite hay menos. Recientemente se ha publicado algo sobre el de Tudelilla (v Piedra del Rayo n 3).

Las bodegas rurales compuestas por un lago, una prensa y un pequeño calado para las tinas y toneles, abundan por doquier en toda la región pero mal pueden considerarse como instalaciones industriales. Transferidas sus funciones a las actuales industrias del vino (grandes bodegas y cooperativas) se han mantenido en pie gracias a su uso recreativo como merenderos. La blibliografía de estos edificios ha empezado a moverse de un modo más o menos feliz con el impulso autonómico al comercio del Rioja y las sucesivas exposiciones del Vino y los Cinco Sentidos organizadas por Cajarioja


LA PRIMERA INDUSTRIALIZACION

La primera industrialización en La Rioja fue tardía y escasa. En primer lugar porque lo fue en toda España, y en segundo lugar, por la preeminencia de la actividad agrícola y ganadera. Las primeras grandes fábricas se centraron en la transformación de la producción agrícola, actividad central de la región hasta la postguerra. Con la filosera en Burdeos, los bodegueros franceses y algunos pioneros locales invirtieron en nuestra región transformando las bodegas rurales en las primeras industrias del vino con instalaciones y procesos tan primitivos que les cuadra más el nombre de bodegas que el de industrias: Marques de Murrieta y Bodegas Franco-Españolas en Logroño, CVNE, Bodegas Bilbaínas (foto 2), López de Heredia, Rioja Alta, Muga, Martínez Lacuesta y Paternina en Haro (y alguna otra menor).

Dado el prestigio de sus calados o almacenes de barricas, todas estas industrias, una vez modernizadas en el último cuarto de siglo (hasta los años setenta del s XX seguían poco más o menos como en su fundación) mantienen como signo de orgullo y prestigio su patrimonio inicial (próximo a la arquitectura vernácula o a ciertos regionalismos principios de siglo) por lo que no cabe preocuparse por su conservación, sino más bien por sus modificaciones y añadidos.

Peor suerte ha tenido la primera auténtica industria asociada al mundo del vino en Haro: la Fábrica de Alcoholes del Paseo de la Vega, pues fue objeto reciente de una demolición con nocturnidad y alevosía cuando quienes quisieron salvarla –tanto por su carácter significativo como por su belleza arquitectónica-, depositaron sus esperanzas en las declaraciones monumentales de la Comisión Regional del Patrimonio Histórico Artístico (veáse el estudio de José Miguel León y mi artículo en prensa).

Asociada al mundo del vino, subsiste la Estación Enológica de Haro, si bien rehabilitada como museo del vino y otros usos agrícolas.

En el entorno del río y de la vía férrea surgió en Logroño una incipiente industria local (fundiciones, cerámicas, caramelos, etc) entre las que cabe destacar las conserveras. De entre este tipo de industria el edificio más sobresaliente fue sin duda el de las Conservas Trevijano con fachada modernista de Quintín Bello, situado entre la vía del tren y la ronda suroeste de Logroño.

Una industria singular fue la emplazada en el interior de un convento desamortizado en pleno casco antiguo: Tabacalera Española (con su famosa sección de puros Farias) en el Convento de La Merced. La fábrica estuvo funcionando hasta los años sesenta en que se trasladó al polígono el Sequero. Los restos del convento fueron rehabilitados como Parlamento Regional dejando como recuerdo la chimenea de la fábrica entre el Claustro y el almacén de tabacos, -rehabilitado también como Sala de Exposiciones.



Otra fábrica reseñable fue la Cerámica Riojana, proyecto y propiedad en parte de uno de los arquitectos logroñeses más interesantes de la primera mitad de siglo: Fermín Alamo. La estructura de la fábrica fue reutilizada en los ochenta para transformarse en un grupo de viviendas.

La última fábrica destacable de este primer periodo industrial fue la de de los elixires dentales Licor del Polo, de gusto secessionista. Soporta ya una ruina de más de cuarenta tristes años sin que parezca llegarle el momento de la desaparición definitiva o de su rehabilitación.

Por su posición urbana tan singular, entre los dos puentes y frente a la fachada del Logroño al río (muchos señalan que es una de las imágenes más repetidas del siglo en las postales de la ciudad), el viejo Matadero es una instalación semifabril característica del paisaje de Logroño. Obra del arquitecto Luis Barrón en 1910, una rehabilitación de los noventa lo transformó en Museo de la Ciencia. Reforzando el ambiente industrial del lugar se levantaba muy cerca una pequeña central eléctrica (desparecida) cuya chimenea y humareda daban carácter a la postal.

De este periodo son también los pequeños edificios de centrales hidroeléctricas desperdigados por la provincia (Anguiano, Viguera, Panzares) y un buen número de pequeñas industrias en torno a Logroño, Haro, Calahorra o Arnedo, muchas de ellas desaparecidas por el crecimiento urbano, como la Imprenta Laborde en la calle Canalejas (foto 4),



y otras transformadas o irreconocibles. Algunas de ellas, como la pequeña fábrica situada junto a la Estación Enológica de Haro, ofrecen algunos elementos arquitectónicos singulares, como esa galería bajo el testero con lambrequín que se muestra en el dossier de fotos adjunto.


LA INDUSTRIALIZACION DE POSTGUERRA

Los polos de desarrollo y el Plan Comarcal de Logroño fueron los primeros instrumentos urbanísticos que intentaron poner orden en la ubicación de la industria en Logroño con la creación del Polígono del Cortijo, el Polígono de Lardero, el Polígono Cantabria y el Polígono de El Sequero.
Previamente se había experimentado ya un gran desarrollo industrial en la región, y especialmente en la capital, con la implantación de algunas industrias importantes en la propia ciudad como Estambrera Riojana, Textiles Quemada, Carrocerías Ugarte, Tobepal, La Metalgráfica o Calzados Fernández, cuyos traslados serán siempre recordados por los pelotazos urbanísticos que generaron en su momento o que siguen generando en la actualidad, -algunos de ellos justificados incluso con el propio cierre de las empresas. La documentación (siempre elogiosa y propagandística) de esta etapa puede seguirse a través de una revista local titulada precisamente La Rioja Industrial (1920-1950).
De los años de postguerra son también los dos grandes Silos de Cereal construidos en La Rioja según los proyectos estándar del Servicio Nacional del Trigo, a base de grandes prismas rectangulares de hormigón con una pequeñas “casetas” en lo alto para regulación de los elevadores de grano. Demolido recientemente el de Logroño, subsiste aún el de Haro (foto 5).



En Nájera el gigantismo del mundo del cereal lo protagoniza el edificio en U de Harinas junto a la carretera N-120.

Por su parte en Arnedo se desarrolló una amplia industria del calzado y en Nájera fueron surgiendo algunas fábricas importantes de mobiliario. Cabe señalar también la importante industria chacinera de Baños de Río Tobía o las conserveras de Calahorra, Alfaro y otras localidades de la Rioja Baja.
Ninguna de ellas será recordada por la calidad de su arquitectura dentro de los cánones o estilos propios de su época, aunque algunas de ellas sí que pueden ser recordadas por la ingenuidad de sus formas kitsch, como la fábrica de Viguetas Ultramar en Aldeanueva de Ebro ubicada en un edificio con forma de barco junto a la carretera nacional 232.

Las bodegas tradicionales evolucionaron muy poco en esta época y las de nueva creación se apuntaron también al kitsch con un par de castillos reseñables: Fuenmayor, Cenicero.


LA “NORMALIZACION” INDUSTRIAL

La ocupación lenta y paulatina de los polígonos mencionados, merced a los traslados de las empresas situadas en el casco urbano o al nacimiento de un gran número de nuevas industrias de carácter secundario, así como la creación de nuevos polígonos industriales en la capital de la provincia y en las cabeceras comarcales, han creado la actual fisonomía industrial provincial, caracterizada por esas concentraciones de feísimos pabellones de cerchas y muros tradicionales o prefabricados entre los que, de tanto en tanto, alguna empresa y algún arquitecto se permiten el lujo de hacer un edificio de oficinas o una fachada con ciertas pretensiones.

Las viejas bodegas han ido modernizándose con ciertas ampliaciones, y otras muchas han surgido ya dentro de los nuevos polígonos industriales adquiriendo ese carácter inequívoco de fábricas de vino. De entre estas últimas cabe destacar por su tamaño y organización espacial las Bodegas Olarra en el Polígono Cantabria de Logroño (1973) del arqto José Antonio Ridruejo.

Tras la desaparición (y pelotazo) de La Estambrera en Logroño, nació Infitex en el Polígono de Lardero, de los arqtos Achiaga y del Castillo.

El más grande de los polígonos industriales (casi una pequeña ciudad a doce kilómetros de Logroño), El Sequero, ha tardado en colmatarse casi treinta años pero al fin lo ha conseguido. Alejado notablemente de Logroño y en posición favorable respecto a los vientos dominantes sobre la ciudad, fue concebido para la industria contaminante, pero sin embargo, fue llenándose de industrias sin chimeneas (Tabacalera, General Motors) hasta que recientemente se ha instalado una Central de Ciclo Combinado que ha creado la primera gran masa, silueta y humareda propiamente industriales de toda la historia de La Rioja.

El Polígono de La Portalada, también en posición de vientos favorables respecto a Logroño es también uno de los más florecientes (y feos) en la actualidad. Desarrollado en varias fases, recientemente se ha anunciado una nueva ampliación en la modalidad de “parque tecnológico” un eufemismo con el que se pretende que los grandes cajones industriales tengan alguna fachada más diseñada y que los alrededores de esos pabellones estén regados con césped y jardines.

El polígono de Fuenmayor en la explanada de Buicio, nacido de una manera un tanto anárquica y espontánea con la instalación inicial de los almacenes de Butano SA y de un par de bodegas de nueva creación junto a la nacional 232, recibió una de las más grandes industrias de la región, electrodomésticos Zanussi (luego Electrolux) cuyo actual cierre por traslado a países de mano de obra más barata, anuncia un época nueva del paisaje industrial. Cabe decir que en dicha explanada se ha situado recientemente una de las mayores empresas cerámicas de España, Cerabrick, resultado de la asociación de varias pequeñas cerámicas. Con una nave de gigantescas dimensiones y unos enormes movimientos de tierras alrededor, que pueden “disfrutarse” plácidamente al paso de la autopista que dobló a la mencionada nacional 232.

Otro traslado reseñable (con pelotazo urbanístico incluído) ha sido el de las Bodegas Campoviejo de Logroño. Su edificio de oficinas (ya demolido) fue una obra singular del arqto Aurelio Ibarrondo. La nueva Bodega, llamada tras el traslado, Juan Alcorta, se fue a un cerro del Cortijo. Diseñada por el arqto Ignacio Quemada y el ingeniero industrial Alberto Madrigal ha sido reconocida por los premios FAD de diseño.


Infraestructuras

Al margen de la arquitectura industrial pero irrigando sus tejidos, las obras del ferrocarril, carreteras, puentes y autopistas son a veces tenidas como un capítulo más de la arquitectura industrial. Si las consideramos en su diálogo con los lugares, o aún mejor, como punto de partida para señalar “lugares en peligro”, es obvio que las grandes infraestructuras de transporte tienen en la actualidad una enorme importancia en el diseño del territorio (véase mi artículo Superestructuras de infradiseño en Elhall n 76, consultable en la web coar.es, y rev. Archipiélago n 62).

A nivel regional los mayores impactos han sido los creados por el paso de la autopista A-68, especialmente en el acceso a la Rioja por el Norte en la zona de San Felices. Los enormes terraplenes han herido en ese lugar la frágil fisonomía de los montes Obarenes, así como todo el paisaje de colinas arcillosas de la Rioja Alta. Otra herida singular ha sido la del nuevo diseño de la circunvalación de Logroño con hundimientos, roscas, rotondas y pasos a doble altura difícilmente encajables en la trama urbana de un Logroño que ya ha empezado a urbanizarse y construirse al otro lado de la misma.

A nivel de microdiseño, el mal trazado de las circunvalaciones con cruces que han causado gran número de víctimas, y el actual abuso de las rotondas en todos los cruces empieza a ser obsesivo. (Véase al respecto el interesante artículo El rotondismo fundamentalista, de Luis Ximeni, elhall n 81).El diseño de los últimos puentes ha tenido más que ver con la espectacularidad y la propaganda política que con su funcionalidad. El del ingeniero Monterola, sobre el Ebro en Logroño y el del Iregua para la mencionada circunvalación de Logroño, obra del ing Millanes, sin luces especiales que cubrir, son bastante elocuentes.

El trazado del ferrocarril, sin embargo, se ha quedado completamente obsoleto, pues apenas se ha variado en un par de puntos (Traslado de la vía en Logroño 1953, Túnel de El Cortijo 2003) el trazado fundacional de 1859 de la línea Bilbao-Tudela que seguía el tortuoso recorrido de los meandros del Ebro.

Recientemente se trasladó la terminal de mercancías desde Logroño a El Sequero, pero la cifra de descargas es tan ridícula que prácticamente permanece cerrada. El proyecto de soterramiento del ferrocarril en Logroño es uno de los grandes temas que tiene entretenidos a políticos y periodistas desde hace años. Recientemente se falló un concurso de arquitectura sobre el cosido urbano de los terrenos de la antigua estación que ganaron los arquitectos Abalos y Herreros con una solución que, a mi juicio, cose muy poco y rigidiza el lugar con una macroestructura de hormigón superficial.

Eléctricas

Al margen de la reciente Central de ciclo combinado antes mencionada, La industria hidroléctrica parece haberse detenido o haber retrocedido a un estadio artesanal. Mientras que la única presa construída en los últimos treinta años se ha dejado ¡sin aprovechamiento hidroeléctrico!, (embalse de Pajares), las Electras han ido comprando los pequeños aprovechamientos hidráulicos de los molinos para reconvertirlos en pequeñas minicentrales, -como la de Sarasa en el mismo centro fluvial de Logroño.

Mientras tanto, los aerogeneradores eléctricos se han ido hincando aquí y allá por las cimas de colinas y montañas, destrozando lugares y paisajes con una rapidez y a una escala, hasta la fecha inéditas. Puede decirse al respecto que, todavía no hemos salido del asombro.


Industria del turismo

La construcción de nuevos “resort” turísticos ha tenido en La Rioja un único punto reseñable: la estación de esquí de Valdezcaray. Creada inicialmente sobre las propias laderas de la montaña, presentaba un aspecto bastante poco agresivo si exceptuamos la larga y costosa carretera de acceso. Pero una remodelación de las pistas llevada a cabo entre el 2001 y el 2003 parece haber tomado al monte San Lorenzo como un montón de tierras removibles al antojo de la nivelación de pistas haciendo perder el encanto de un lugar agreste.


Industria del Comercio

Tarde pero seguro, el proceso de transformación del pequeño comercio urbano en una gran industria del comercio suburbano ha llegado también a Logroño. Hace quince años se instaló la primera Gran Superficie en la ciudad (Alcampo), y algunas otras, a escala más reducida en las cabeceras de comarca (Eroski en Calahorra, Sabeco en Haro). Pero en los últimos cinco años la explosión ha sido incontenible y en Logroño han surgido otros dos grandes Centros Comerciales suburbanos (Berceo y Las Cañas) en los que a las grandes superficies (Eroski y Carrefour respectivamente) aparecen asociadas calles cerradas con tiendas de franquicia, bares y multicines.
En los periódicos ya se anuncia también la creación de un gran centro del ocio suburbano tipo Heron City.


Una reflexión final a modo de conclusión

A poco que se interprete esta sucinta lista histórica de instalaciones industriales en La Rioja, puede uno darse cuenta de que, a diferencia de otras regiones donde la industria tuvo un gran peso en la estructuración territorial (pienso en la minería e industria de las cuencas asturianas, por ejemplo) la lucha en La Rioja por salvaguardar los pequeños restos de la protoindustria o de la primera industrialización poco o nada tiene que ver con una consideración global de los peligros que los actuales procesos de industrialización representan para su rico y variado catálogo de “lugares”.
Si bien es cierto que las fábricas se han ido desterrando de las tramas urbanas o de las calles-carreteras, encerrándose cada vez más en acotados polígonos industriales, no menos cierto es que las grandes infraestructuras que las irrigan o los nuevos procesos industriales en la construcción de la ciudad, el ocio y el comercio, amenazan ahora con una destrucción de lugares a una escala tan grande que, la aniquilación de lugares de la primera industrialización pudiera parecernos un juego de niños.

Al respecto me parece interesante considerar como reflexión final la diferencia de modelo que se viene produciendo entre el diseño de las autopistas norteamericanas y de las autopistas europeas, -y especialmente de las españolas, de las que puede ser un buen ejemplo la que cruza longitudinalmente por La Rioja. Mientras que en Estados Unidos, las autopistas ofrecen una gran cantidad de fáciles accesos y a sus lados pueden verse infinidad de instalaciones industriales y terrenos de almacenamiento de maquinaria y enseres, en España (y en La Rioja en concreto) la autopista parece el juguete bonito e intocable colocado en una estantería. La reflexión viene a cuento de que, dado el daño geográfico que su trazado supuso en buena parte de los lugares que fue atravesando, alterando cursos de agua y redes de caminos y abriendo tajos en colinas o terraplenando pequeños valles, lógico parece que se hubiera planificado concentrar en su entorno las instalaciones industriales (tradicionales o novedosas), en vez de dejar sus puentes y terraplenes como bárbaros monumentos del destrozo geográfico mientras que los polígonos o las grandes superficies se mantienen a cierta distancia de ellos, desparramados por la geografía suburbana.

Seguramente se trata de consideraciones de diseño territorial que, por estar a una escala que los arquitectos y urbanistas nunca hemos dominado, siguen sin ser tenidas en cuenta; pero que, al hilo de la reflexión inicial, y por tratarse de una cuestión que relaciona directamente industria y lugares en peligro, me parece pertinente exponerlo en esta comunicación y en este seminario.