jueves, agosto 19, 2021

NO EN MI NOMBRE


Nada más descorazonador para alguien que ha propuesto y defendido durante toda su vida unos principios o unos valores cívicos, que vivir el momento en que llega un gobierno a hacerlos realidad, pero de una manera tan torpe y torticera que esos principios o esos valores quedan vilipendiados y dañados para siempre. O al menos para un par de generaciones más. 

Ya en el año 1986 (cuando Hermoso de Mendoza y Jaime Caballero aún no sabían lo que era un plano) publiqué en la revista Logroño Ciudad un primer artículo con aquel tono alegre de la "movida" en el que apuntaba a un cambio de tendencias en la movilidad urbana; TRÁFICO, se titulaba (v. El retablo de Ambasaguas, ed COAR pag 192). Más adelante, en el año 1994 (cuando Hermoso y Caballero tenían ocho años más, pero aún no tenían ni idea de los disparates que en el futuro harían en Logroño) participé, entre un impresionante elenco de grandes figuras del pensamiento, en un número doble de la revista Archipiélago dedicado al problema de la movilidad en general, cuyo título genérico casi lo decía todo: TRENES, TRANVÍAS, BICICLETAS. VOLVER A ANDAR. Mi colaboración llevaba por título LUGAR, CIUDAD y TRANSPORTES, pero como quise que la exposición de principios ahí propuestos llevara una ejemplificación concreta, le añadí como subtítulo: EL CASO DE LOGROÑO (disponible en internet en la web unavozenunlugar.blogspot.com). Leído veinticinco años después, se le ven algunos detalles o algunas costuras que mueven a la ternura, pero visto con una perspectiva más amplia, debería ahora sentirme orgulloso de que al fin los ayuntamientos se hubieran puesto a la tarea de hacer realidad lo de diferenciar el tráfico exterior a las ciudades del tráfico interior, de que se recuperase para la vida urbana ese vehículo tan simpático como es la bicicleta, de que se circulase con armonía y respeto entre vehículos, de que las calles dejaran de ser almacenes permanentes de automóviles estacionados, de que se potenciase el transporte público, etc. etc. es decir, todas esas cosas que dicen ahora Hermoso, Caballero y sus loritos en modo eslogan publicitario pero vacíos de contenido y sin menor consistencia de argumentos. 

Los que en aquel número de Archipiélago defendieron los trenes como modo de reequilibrio territorial se llevaron un buen chasco cuando los primeros gobiernos socialistas apoyaron el modelo de trenes de alta velocidad que, lejos de repartir la población por el territorio, la concentraron aún más en los alejados nudos de sus trayectos. Y los que reivindicaron con cierta nostalgia los tranvías como pequeños trenes urbanos, se acabaron dando de bruces con intervenciones tan torpes y rígidas (Nantes, Bilbao, Barcelona, etc.), que tuvieron que aceptar las razones por las qué se habían quitado los que un día existieron. 

Con el asunto de la bicicleta no ha ido mejor. De unos años a esta parte, no pocas ciudades se han ido poniendo a la tarea de hacer algo por apoyar su uso, pero justamente en el modo menos coherente con las características ecológicas de este entrañable invento, es decir a base de romper calles, levantar aceras, poner bolardos y gastar dinero, mucho dinero público. Ya en marzo de 1992, y ante las incipientes y costosas iniciativas del gobierno de aquel tripartito Sainz/Salarrullana/Alvarez, denuncié en un artículo titulado precisamente CARRIL BICI (publicado en La Rioja del Lunes y disponible también en la web unavozenunlugar.blogspot.com) que flaco favor se le hacía a la bicicleta haciendo carriles bici con un gasto superior al de pintar una rayita de protección allí donde se pudiera. 

Pero si aquellas pequeñas y costosas intervenciones no hacían otra cosa que dañar el buen nombre de la bicicleta, lo que está haciendo este gobierno socialista-podemista-riojanista logroñés es acabar para siempre con el prestigio de esa noble herramienta de movilidad. Revuelta con los patinetes eléctricos, con una divinización tal del peatón que parece que hubieran hecho el descubrimiento del siglo, y puesto todo en escena con unas intervenciones "experimentales" o "estratégicas" que no son sino puro despilfarro y penosa destrucción de la "cultura del proyecto" (por incapacidad seguramente de entender los planos y debatir sobre ellos), yo ya no me atrevo a salir en bici por Logroño para no sentirme culpable de tanto desatino. 

La tristeza o el descorazonamiento de ver traicionadas unas buenas ideas por unas malas realizaciones no es nueva. Todos aquellos que hicimos fe en la solidaridad, la fraternidad o la igualdad, en contra de la codicia y la explotación del hombre por el hombre, hemos tenido que asistir a la terrible vergüenza de ver cómo, en nombre de aquellos nobles principios, el comunismo, y ese comunismo light llamado socialismo, promovieron las mayores catástrofes humanas del siglo XX. A pesar de las amenazas, no parece que los comunismos/socialismos/populismos postmodernos puedan volver a aquellas andadas, pero con un poco de olvido de la historia y otro poco de juventud alegre y combativa, lo mismo nos cargamos ahora las ciudades, ese gran legado de nuestra civilización.  Así que, por favor, por todo lo que he escrito en favor de esta ciudad y de la bici, sólo quiero dejar claro o sólo quiero pedir con la publicación de estas líneas, que lo de las calles abiertas de Logroño no se haga en mi nombre. Que no sea en nombre de la bicicleta. 


(artículo publicado en el periódico La Rioja en agosto del 2021)

jueves, mayo 06, 2021

UN PROBLEMA DE DISEÑO

 


artículo remitido a LA RIOJA el 25 de abril del 2021 y publicado como TRIBUNA DE OPINIÓN el 6 de mayo del 2021


UN PROBLEMA DE DISEÑO

Juan Diez del Corral Lozano 


Aunque ya esté yo jubilado de la docencia, aún soy el único profesor de Diseño en la Rioja que ganó las oposiciones en Madrid al Cuerpo Nacional de Profesores de Diseño y, quizás por ello, me siento obligado a hacer públicas algunas reflexiones sobre las polémicas intervenciones en las calles de Logroño del actual consistorio municipal presidido por el Sr. Hermoso de Mendoza y gestionado en el área de Urbanismo por el Sr. Caballero, mal asesorados ambos por el arquitecto don Borja López. Me siento obligado a poner por escrito, digo, algo muy sencillo y fácil de entender: que lejos de ser un tema político o ideológico, de lo que trata todo este asunto de las calles de Logroño es de un elemental problema de diseño. Un problema, a decir verdad, como el que se presenta en cualquier casa cuando se quieren realizar varias funciones en un mismo pero escaso espacio. 

Es el tan conocido ejercicio de cómo resolver juntos y en muy pocos metros cuadrados el salón, la cocina y el comedor, o de conseguir que en la habitación de los niños, además de que puedan dormir, tengan también una sala de juegos y un estudio. A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría que para organizar tales funciones en la poca superficie disponible de las habitaciones de un piso se tuvieran que poner rayas, vallas y bolardos para separar todas las funciones mencionadas, o aún muchas más temporales e imprevisibles. Pues bien, eso es lo que se está haciendo en nuestras calles. Trocearlas por funciones: este trozo para la circulación de los coches, este otro para que aparquen, este otro para los peatones, este para los autobuses, este para las bicis, esto para las terrazas de los bares, y hasta algún trocillo para la carga y descarga. 

Al principio lo hicieron en plan experimental, a base de pintura y bolardos, amparándose en una especie de teoría del "urbanismo estratégico" que planteaba dichas actuaciones como medidas experimentales de bajo coste. Pero la ausencia de una crítica bien argumentada y el consiguiente ensoberbecimiento de nuestro gobierno municipal, han provocado que ahora se animen a hacerlo con obras de urbanización de altísimo coste que pretenden la perpetuación del desaguisado.  

Para darle un barniz ideológico o político a tales proyectos de transformación de la ciudad, el equipo  actualmente en el poder viene planteando como antagónicas o incluso "enemigas" algunas de las funciones que se producen en una calle, aportando como soluciones políticas de segregación y de coerción, en vez de vías de armonización, algo que debería sonrojar a quienes van de progresistas y biempensantes por la vida. La fragmentación de la calle en favor de unos usos y en detrimento de otros, como si algunos ciudadanos fueran enemigos de los demás por la función que en cada momento realizan, y la materialización "sine díe" de dicha compartimentación, no solo van a producir una gran incomodidad en los ciudadanos, sino una gran rigidez de usos y la imposibilidad de apertura a otros eventuales, tales como fiestas, desfiles, procesiones, eventos deportivos, etc. 

Por principio, cuanto más flexible sea la calle, es decir, cuantas menos rayas tenga, más ricas serán sus posibilidades. Cierto que hay que frenar a los brutos y quitar coches almacenados en ella, enunciando con claridad que la calle es fundamentalmente un espacio de circulación y de servicio a las casas que la bordean. Pero también hay que tener bien en cuenta que frente al concepto de calle abierta y flexible, el concepto del "carril" tiene que ver con la velocidad. Los "carriles" se inventaron para correr y no para ir despacio, por lo que no hay mayor disparate o contradicción que trocear la calle en carriles o diseñar carriles serpenteantes para correr menos. A ver si de una vez por todas entienden los logroñeses y munícipes que tanto se quejan de la "doble fila", que los coches que están parados cargando y descargando son los mejores y más baratos elementos para ralentizar el tráfico de una calle. 

Si en vez de pintar, romper y gastar el dinero en llenar las calles de chismes, se trabajase desde el ayuntamiento, en primer lugar, en la creación de una red interna de aparcamientos de bajo coste, para acabar con la viciosa idea de que las calles puedan ser almacenes de automóviles parados durante más tiempo del necesario para dar servicio a las casas y tiendas; y, en segundo lugar, en la educación de la gente (vía apercibimientos de la policía municipal, por ejemplo) para que nunca, pero nunca nunca, se circule a gran velocidad cerca de alguien que está parado o circulando a una velocidad inferior o con un vehículo de menor peso y volumen, por el gravísimo peligro que ello encierra; las calles del centro de Logroño volverían a recobrar la vida y la alegría que tuvieron cuando se crearon. 

Juan Diez del Corral Lozano es autor de la Guía de Arquitectura de Logroño, arquitecto y profesor de diseño jubilado