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viernes, junio 08, 2018

MÚSICA Y MUERTE




(Última colaboración con el programa Longitud de Onda de Radio Clásica de Radio Nacional de España)

(1) Hoy empiezo con una anécdota de mi vida de músico amateur y ya luego entramos con algo de arquitectura. Al poco de entrar a tocar la tuba en la Banda Municipal de Logroño, me contaron que uno de los músicos que había tocado toda su vida con ellos estaba a punto de morir, y pregunté entonces a mis nuevos compañeros, como la cosa más natural del mundo, si iríamos con la Banda a tocar a su entierro. Recuerdo que me miraron como si fuera un marciano… “¿pero qué dices? Eso nunca se ha hecho”. ¿Ah no? Pues hombre, les contesté,  a mí me parecería la despedida más natural del mundo. La más bonita y sentida que se podría realizar… Pero en fin, qué le vamos a hacer. Si las cosas son así…, poco voy a durar yo en esta Banda… Y así fue, ja ja ja.

Puede que la música sea una buena compañera durante toda la vida. Pero en el momento de la muerte de un ser querido, ya no es compañía lo que evoca, sino necesidad. Y cuando te encuentras  sin palabras para expresar el misterio de la muerte, la música se convierte en eso, en una estricta necesidad.  

Dicen algunos tratadistas que la arquitectura también nació con la muerte, es decir, no para dar forma a la habitación de los hombres vivos sino para recordar y respetar para siempre a los muertos. En el segundo de mis artículos sobre vejez y arquitectura (enlace aquí) mencionaba que en el entorno de la muerte la arquitectura es más necesaria que nunca. Así que yo me he pasado la vida yendo a ver cementerios. Siempre que visito o estudio una ciudad veo su templo, su estación de tren y por supuesto, su cementerio.  No pocas veces es para estar a un paso de personas a las que he admirado mucho, pero también para ver la decadencia de la propia arquitectura de nuestro tiempo que ya no sabe ni venerar a los muertos. En ese sentido, uno de los cementerios más bonitos del mundo, es el de Estocolmo donde Gunnar Asplund fue más allá de la arquitectura de su maravillosa capilla del Bosque y creó un emotivo templo con árboles (foto arriba).

Yo también voy a ir más allá de los límites musicales de este programa a la hora de seleccionar una de las piezas que más me acompañó en el entorno de la muerte de mi padre. Una canción a la que me agarré como a un clavo ardiendo. Es del grupo Radiohead y no es una marcha fúnebre ni nada así. Es una canción tan misteriosa que el propio Tom Yorke no se explica cómo pudo escribirla ni cómo tiene fuerzas para poder cantarla.

La versión estándar es la incluida en el álbum The Bends (1995) pero la que yo siempre escucho es la versión acústica de un directo que está en youtube:




Si tenéis tiempo, no dejéis de leer las propias declaraciones de Tom Yorke sobre esta canción. Las he recogido en un post de mi blog spypmusic: (enlace aquí)

(2) Pero vamos cuanto antes al cementerio Central de Viena que es lugar de peregrinación para todo amante de la música, o como decía antes sobre el tema que hoy nos ocupa, para todo aquel estrictamente necesitado de ella. Y es que es muy difícil no caer rendido allí ante la presencia agradecida  de numerosos ramos de flores en la tumba de Beethoven. Yo también le puse las más bonitas de mi vida, claro.



Allí no están los restos de Mozart, pero la música de su Requiem es atronadora. Siempre está con nosotros cuando la necesitamos. Como siempre tengo a mano la música del Ein Deustche Requiem de mi admirado Johannes Brahms, que está a cuatro pasos de la tumba de Beethoven.


Qué suerte la de los nacidos en la era de la reproducción musical la de tener siempre a nuestra disposición estas dos grandes piezas musicales para cuando las podamos necesitar, ¿verdad?

La que les voy a sugerir sin embargo, es una pieza menor, una pieza fúnebre de estudio que es tan sencilla de interpretar que cuando empezaron mi mujer y mis hijas a tocar sus primeros clarinetes la hicimos nuestra una y mil veces. Y cada vez que tocábamos algunas de esas notas tan especiales que puso Beethoven en las cuatro particellas, se nos ponía la carne de gallina. Siempre me ha extrañado que con tanta riqueza armónica no se haya realizado una versión orquestal de esta composición, pero quizás sea por respeto al propio Beethoven, porque aunque fue una obra compuesta por encargo para un sacerdote, fue la pieza que se tocó en su sepelio por las enlutadas calles de Viena: el cuarteto para cuatro trombones.

Lo mejor de esta versión de youtube es que puede seguirse la partitura:




(3) Bueno y vamos a acabar ya este ciclo de nueve colaboraciones sobre arquitectura y música en otro lugar que nadie sabe que lo que es pero que tiene tal potencia arquitectónica que uno llega a olvidarse de su actual reconversión en gadget turístico. Me refiero al anillo de piedras o Stonehenge cercano a Salisbury.  




Y es que esto de quedarse sin palabras en el momento de la muerte viene a cuento también del fracaso en el que incurren la mayor parte de los escritores, inclusive los mejores, cuando intentan el género necrológico (y ya no digo los aficionados…).  Nos solemos poner tan cursis y pomposos que más que flores al muerto nos echarnos cenizas sobre nosotros mismos.

No es el caso de algunos memoriales musicales, en el que el muerto parece volver a la vida gracias a la composición de algún discípulo. Yo apenas sabía nada de Johannes Ockeghem hasta que escuché el lamento que mi admirado Josquin Despres escribió a su muerte a finales del siglo XV.

Cuando la muerte o el caos se apodera de nosotros, y eso ocurre cada día varias veces, es necesario tener a mano los recuerdos de ciertos lugares primigenios de nuestra  civilización o las partituras de los comienzos de la música occidental, como esta bellísima polifonía de Després:





Y en este enlace, el podcast de la versión radiofónica del jueves 7 de junio del 2018.

viernes, noviembre 03, 2017

MÚSICA Y ESPACIOS URBANOS



(Segunda colaboración con el programa Longitud de Onda de Radio Clásica, por invitación de Yolanda Criado y Fernando Blázquez).

Frente a la costumbre de escuchar la música de una manera autónoma o aislada de contexto, la idea que trato de perseguir con esta pequeña serie de apariciones en radio es poner en conexión la música con los lugares (y si es posible hasta con los momentos concretos en que se produce). Así pues si en mi primera colaboración ese esquema nos llevó a unas campas de montaña, a los campos de cultivo o a los campos de batalla, la idea para hoy sería hablar de algunas músicas que tienen que ver con la ciudad, es decir, con sus calles, sus plazas o algunos de sus rincones

1) Ahora bien, cuando hablamos de espacios urbanos hay que andar con cuidado y tener presente la gran diferencia que existe entre un tipo de ciudad de calles y plazas, donde hubo un tipo de música muy concreta que nació y caracterizó esos lugares; y una ciudad emergente, nueva, reciente, que es la ciudad de las rotondas, bloques y grandes autovías (pongamos para entendernos, Valdebebas, los Paus, Seseña, Valdeluz de Guadalajara, las ciudades de adosados etc.) donde aquella música ya no tiene sentido.

Por hablar de lo que yo hago en materia de análisis de la ciudad, tendría que contarles que tengo en marcha un monumental trabajo de disección, catalogación y sobre todo diferenciación entre un tipo de ciudad y el otro, en el que uso mi propia ciudad, o sea, Logroño, como laboratorio o material de estudio. La idea de este trabajo al que llamo genéricamente Guía de Arquitectura de Logroño, es valorar, por un lado, esa forma antigua de hacer ciudad mediante calles y casas dentro de una escala humana, en las que los ciudadanos se representan en sus fachadas, salen a los balcones, van de compras en sus tiendas y se encuentran por las aceras; y por otro lado, denunciar esa otra forma de hacer ciudad desescalada, basada única y exclusivamente en los planes urbanísticos y las operaciones inmobiliarias cuyo resultado son esas desoladas calles-autovías donde van cayendo bloques y bloques entre enormes espacios verdes, centros comerciales y rotondas. Muchas rotondas. Rotondas por todas partes en lugar de plazas. (Y donde los ciudadanos se encuentran acaso por internet...). 

Y mira por dónde que la música, un determinado tipo de música, viene ahora en mi ayuda para que se entienda mejor la diferencia entre esas dos ciudades tan distintas.

Ya sé que no es fácil de entender en poco tiempo el tajo que existe entre esos dos tipos de ciudades (porque es una idea personal en elaboración que necesita de mucho desarrollo), pero ahora viene la sorpresa....: y es que de vez en cuando, no sé si ustedes han tenido la suerte de vivirlo, en esas calles de la ciudad tradicional se produce algo así como un acontecimiento mágico, que no es otro que la irrupción de la música, de una música eminentemente urbana, una música pensada fundamentalmente para la calle que es la música de las bandas municipales de viento y percusión.  

Normalmente la música de bandas está hecha para las procesiones y los desfiles, sin olvidar entre estos últimos aquellos “desfiles militares”  que serían la continuación de la música de los campos de batalla que veíamos en el anterior programa, cuando entraban o salían los ejércitos de la ciudad. Pero las procesiones o los desfiles, por esperados, me parecen mucho menos emotivos que la música de los pasacalles que se produce así como por sorpresa, y que es un anuncio de la fiesta o de una dimensión en que la ciudad se transforma por entero.

Como músico, tuve la suerte de tocar en la Banda Municipal de Logroño con mi tuba y también yo disfruté como un enano sorprendiendo a la gente con los compases de un pasodoble o un pasacalle (que a veces los confundo) llevando al Alcalde y a toda la corporación municipal detrás. A ver, imagínense que van por la calle de cualquier ciudad compras o que están trabajando en su oficina y que de repente notan que se para el tráfico y la vida habitual de la calle, y les llega a sus oídos esta música….



No por favor. No miren el vídeo. No es un concierto lo que quiero que escuchen sino a una banda que pasa por las calles haciendo esa música. Música del maestro Jaime Teixidor. Muy a gusto les hubiera puesto Valencia, de José Padilla Sánchez, que podría ser mi pieza favorita, porque... ¿quién no se emociona al escuchar Valencia? -especialmente si la oyes en las calles de Valencia, claro, como he tenido la suerte de escucharla yo. Lo que pasa es que el pasodoble Valencia  tiene un arranque un poco grandilocuente y como de concierto, y por eso he preferido ponerles  la pieza de Teixidor que nos hace entrar antes en calor.

2) Y hablando de concierto, vamos con el segundo gran tema de la música urbana, de la gran música de bandas de viento y percusión, que es la creación de un lugar especial para su ubicación: el kiosko de música.

Pero atención nuevamente. Lo importante para mí de los kioskos de música no son tanto los conciertos o la calidad de las piezas musicales para bandas, como la idea de poner la música en el mismísimo centro de la plaza más importante de la ciudad. Hay kioskos en parques o en alamedas, pero lo que a mí me emociona de algunos kioskos, por ejemplo el de la plaza del Castillo de Pamplona, es que estén justo en el centro de la plaza más céntrica o más importante de la ciudad, porque aunque no haya concierto, ese pequeño edificio es ya como un monumento perenne a la música. En esos kioskos se daban conciertos, claro y hasta se daba incluso baile (¡baile en la calle! aquel patrón de Alexander del que les hablé en este mismo blog) pero ya digo, sobre todo se entroniza a la música.


Así pues, pensando en el más grande compositor de todos los tiempos y en el kiosko más bonito que he visto en mi vida (!)…, voy a proponerles escuchar en... el kiosko de la plaza de la Paz de Haro, pequeña ciudad de La Rioja que les invito a visitar si no la conocen, una pieza para banda de Beethoven que seguro que les va a alegrar la mañana.

(de 0 al minutos 2:10)




3) No quisiera dejar este tema de la música y los espacios urbanos sin hacer referencia a una de mis debilidades musicales: la de los músicos callejeros, esa gente que sale a la calle a pedir unas monedas con su arte, o simplemente a probarse a sí mismos como músicos. Gente ante la que siempre me paro y con la que muchas veces disfruto más del lugar que han sabido escoger para hacerse oír en el bullicio urbano, que de su propia calidad o repertorio musical. Yo he tocado mucho en la calle con una banda de dixieland, pero creo que mi mejor recuerdo es haberlo hecho con mi hija pequeña en Viena interpretando con un saxo tenor y un saxo alto varios dúos de Mozart para clarinete justo delante de su casa, la casa de Mozart.


Aunque por hacer mención a la historia de la Arquitectura y a una anécdota más jugosa, igualmente emotivo fue tocar esos duos de Mozart en la Michael Platz debajo de la famosa casa de Adolf Loos, donde una señora muy elegante se paró para darle un billete a mi hija con una tarjeta suya en la que ponía que era nada menos que... ¡la Presidenta dela Asociación de Mujeres Músicas de Viena!



Les dejo pues con uno de esos duetos, obviamente al clarinete, porque no he encontrado ninguna versión interpretados al saxofón. Una música que seguramente les dará mucho gusto escuchar en la calle:





Si prefieren la versión radio, ya está en red el podcast del programa que se emitió el jueves 2 de noviembre del 2017.