No es mi idea convertir un diario en unas memorias. Pero si hay que acudir a los recuerdos o a las experiencias pasadas para iluminar el presente, no hay por qué hacer ascos. El mayor peligro de las memorias es que se “yoyea” mucho, así que haré lo posible por evitarlo. Sirva como declaración de intenciones o de contrato con el lector de este blog, que acudiré sólo al recuerdo para contar historias que ilustren una observación o un pensamiento del presente.
La trampa me la preparé yo mismo en el blog de ayer. Mencioné al final del mismo la construcción de un edificio “mío” (bueno, mío…) en el que unas letras en la fachada me habían dejado contento, y fue como encontrar una veta de mineral: mi experiencia profesional como arquitecto es todo un filón de datos y argumentos para la demostración de mi visión crítica de la arquitectura.
Trataré de ser breve en la narración. Entre 1986 y 1989, más o menos, trabajé como arquitecto municipal para el Ayuntamiento de Nájera. Puedo decir que aprendí muchísimo: tanto aprendí, que mi siguiente paso fue dejar el ejercicio de la profesión para dedicarme a la enseñanza.
Fundamentalmente me contrataron para hacer tareas urbanísticas (planeamiento) y administrativas (informar licencias), pero desde el primer día me vi también envuelto en las obras.
Uno de mis primeros trabajos en obras consistió en dirigir las de un Polideportivo Municipal cuyo proyecto había sido redactado por un ingeniero industrial (Fernando Labarga, a quien no tuve el gusto de conocer) y cuyo contrato de ejecución ya estaba adjudicado a una empresa constructora que funcionaba mayormente por subcontratas (Incosa, empresa ya desaparecida, dirigida entonces por Julián Doménech, actual presidente de la patronal riojana). Menuda embolada. El proyecto no tenía ni plano de situación y era poco más que un pabellón industrial apto para cualquier uso. La empresa constructora ya había subcontratado la cimentación a una casa de pilotaje -porque como el edificio estaba situado junto al río, cimentar sobre zapatas, como ponía el proyecto, era una insensatez-; y había subcontratado también la estructura metálica a un taller que, como suele ser habitual, se había hecho cargo de un nuevo cálculo y dimensionado de los pilares y cerchas. Como todas las obras importantes de los pequeños municipios, estaba subvencionada, y lo más importante para el ayuntamiento era que se hiciese, fuera como fuese, para no perder la subvención. Su presupuesto, más que ajustado era eximio, pero como vi que me daba para organizar un poco mejor el graderío, los vestuarios y la fachada principal, hice un proyecto reformado sobre la propia marcha de la obra. Y ahí es donde puse bien grandes las letras POLIDEPORTIVO MUNICIPAL, seguramente para distinguirlo de los vecinos pabellones de las fábricas de muebles.
Mi fuente de inspiración fue directa: había visto en una revista de arquitectura unas letras parecidas dando nombre a un Mercado Municipal en Sitges o por ahí, y las transplanté tal cual. En vez de coger una tipografía registrada, las dibujé a ojo, y me salió una versión algo más equilibrada que la “Futura extralight”, pero en esa línea.
Pasé el dibujo a la empresa, la empresa se lo pasó al herrero, y para mi sorpresa, se hicieron bastante bien y alegraron la fachada.
La obra llegó a feliz término y, por suerte, no tuvo problemas estructurales ni constructivos. Los testeros quedaron fatal y el paredón que daba al río era durísimo, así que ordené poner hiedras y enredaderas por todo el perímetro a ver si aquello lo podía arreglar algún día la naturaleza. No sé si llegaron a crecer. El Polideportivo entró en uso, y aunque el mantenimiento fue bastante malo, la gente le empezó a coger cariño.
Tanto que, cuando la actual administración despilfarradora optó por tirarlo para ampliar el vecino Centro de Salud, los vecinos se manifestaron contra su demolición. Creo que no ha llegado a los veinte años de vida. La foto de la izquierda es de final de obra y la de la derecha, de una revista que daba la noticia de la concentración popular contra el derribo.
Qué historia ¿verdad? Qué chapuza de profesión, de administración pública, de construcción, de arquitectura…. En fin, la historia de una experiencia mía de letras en fachadas, que es lo que había prometido contar.