Cuando me encontré por casualidad con “La arquitectura, otro arte enfermo” de Albert Casals Balagué y le eché un primer vistazo, lo primero que me llamó la atención es que un libro escrito por un profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona estuviera publicado por una desconocida editorial de Badajoz -como si en Barcelona no hubiera editoriales o no hubiera interés por un título así. Eché luego una ojeada al índice y no me convenció que todo el libro estuviera estructurado según la metáfora médica. Las metáforas son muy útiles, o incluso diría que son necesarias para ilustrar de vez en cuando algún punto de una exposición o abrir nuevas perspectivas; pero cuando las metáforas se prolongan más de la cuenta o se convierten en guías de todo un discurso, en vez de guiarlo acaban por descarrilarlo. Leyendo de aquí y allá, me pareció sin embargo que el libro tenía enjundia, así que lo compré y empecé a leerlo, -creo que en abril o mayo de este año. En cuanto al diagnóstico de los males de la arquitectura de autor, o sea, de la arquitectura mediática de nuestro tiempo, Casals sostenía parecidas tesis a las que yo empecé a defender desde que descubrí al Alexander de El Modo Intemporal de Construir. Y el tono del libro, además de crítico con su entorno profesional parecía de lo más sensato y documentado, así que empecé a subrayar párrafos y más párrafos y a entusiasmarme con su contenido. Sin embargo, había algo que me chirriaba constantemente y creo que era la singular torpeza que mostraba el autor a la hora de introducir las citas, o cuando acudía en auxilio del diccionario o de las etimologías para intentar formulaciones contundentes próximas a las matemáticas. Parecía un ensayo escrito por un profesor de ciencias que ha leído muy pocos ensayos, -lo cual no podía ser cierto en modo alguno, porque el autor no paraba de citar libros y más libros de filosofía, arte, construcción, teoría de la arquitectura, historia, etc. Seguramente se trataba de un tic personal que me ponía nervioso, así que antes de llegar a la mitad lo dejé para cuando tuviera más tiempo en las vacaciones de verano.
Fue en agosto, por lo tanto, cuando a duras penas, y seguramente porque en el equipaje de verano nunca caben muchos libros, lo conseguí acabar. Desde entonces lo he tenido bailando por encima de la mesa para hacerle una reseña o un comentario, pero siempre me ha dado mucha pereza volver a abrirlo –o siempre encontraba algo más ameno sobre lo que ponerme a escribir. Y es una pena porque creo que el libro merece más atención del que yo le he prestado. Supongo que mi pereza en comentarlo es porque temo equivocarme sobre él, o porque me incomoda mucho no poder hablar bien de un libro con el que estoy de acuerdo en prácticamente el noventa por ciento de su contenido, o de un autor que se atreve a escribir lo que no escribe casi nadie, y que para que le publiquen se tiene que ir ¡hasta Badajoz! Durante buena parte de su lectura pensé que lo mejor sería conocer a Albert Casals para ver cómo era o por dónde respiraba. Pero también me ha dado pereza meter las narices en los entresijos de la Escuela de Arquitectura, origen de buena parte del contenido (y quizás hasta el estilo del libro), porque como se argumenta en él, buena parte de los males actuales de la arquitectura provienen de la propia Escuela. Bastantes riesgos tiene ya uno con ver y comentar todos los días la arquitectura enferma como para meterse encima en el foco infeccioso. Pero en fin, como algo tengo que decir del libro de Casals para quitármelo de encima de la mesa, y no se me ocurre otra cosa más original, voy a acabar esta nota abusando un poco más de la metáfora médica del propio libro; es decir, dejándolo “en observación”.