miércoles, septiembre 26, 2007

TANGO 2007





En este primer año en que dejaba de llevar viajes de arquitectos y en el que me daba mucha pereza volver a viajar, nada mejor que haber ido al cruce de la calle Garay con Balcarce en Buenos Aires por ver si tenía la suerte de encontrar el Aleph que vio allí Borges: ese punto mágico que contiene todos los rincones del mundo en todos sus momentos y que nos dispensa de viajar para siempre jamás. Ya Borges nos había advertido en su cuento que la casa de Beatriz Viterbo y su famoso sótano habían desaparecido, pero eso tanto me daba porque a mí siempre me han interesado más los lugares que las casas.

Camino de Garay un domingo por la mañana de este mes de septiembre cruzamos todo el barrio de San Telmo y, además de toparnos con todas las cosas que dicen las guías y las gentes, descubrimos a dos jóvenes orquestas de tango tocando en la calle que me cambiaron el rumbo del viaje.

Yo había ido a Buenos Aires a ver si encontraba el Aleph pero también a ver si podía atisbar algo del alma argentina. En el capítulo 11 del Evaristo Carriego, Borges cuenta que cosiendo los tangos se pudiera componer el gran poema argentino, es decir, el alma que yo buscaba; pero la lectura de las guías me desanimó mucho en ese sentido porque me daba la sensación de que el tango se había convertido desde hace mucho tiempo en un souvenir para los turistas. Desde las mesas exteriores del café Tortoni, por ejemplo, vimos una noche pasar a japoneses, colombianos, ingleses y españoles a la sala interior para ver su espectáculo de tango y se me quitaron las ganas de indagar esa vía.

Sin embargo, el hundimiento económico y moral de Buenos Aires y de toda la Argentina que se puede ver en sus calles y en sus gentes se me antojaron tan desgarradores como las situaciones personales que dieron origen a los tangos allá a finales del diecinueve. Y seguramente por eso me conmovieron tanto esas dos orquestas juveniles que vi en San Telmo.

En los intermedios de sus piezas ambos grupos anunciaban su actuación semanal: la Orquesta Típica Afronte, que tocaba delante de la iglesia de Belén, decía actuar en un local de la calle Peru 571 los miércoles a las 10 de la noche; y la Orquesta Típica Imperial, que vimos a mitad de la calle Defensa, lo hacía en un local de la calle Bolivar llamado El Perro Andaluz, los jueves a las once.

Tuvimos mucha suerte en el orden de actuación porque supuso un perfecto crescendo.



La Orquesta Afronte es simpática y compacta, sus arreglos están bien pero no son gran cosa y algunos de los violines necesitan más horas de perfeccionamiento. En los dos CDs que nos trajimos se notan mucho más sus carencias que en su alegre directo. Como este blog es de arquitectura, diré que el local de la calle Perú 571, situado encima de un garaje, es una auténtica maravilla pues posee todos los ingredientes de una sala de baile de mediados del siglo XX: amplio escenario y pista de baile de tarima rodeada de humildes mesas de madera con sillas de tijera. Antes de empezar, los mismos músicos de la orquesta enseñaron a dar unos pasos de baile a los pocos jóvenes locales y extranjeros que allí nos juntamos, y cuando se pusieron a tocar, salieron a la pista como por arte de magia una docena de parejas un poco menos juveniles que silenciosamente rendían tributo a la música con sus cadenciosos movimientos. Una delicia de noche.


El Perro Andaluz es un local tan naif como el anterior, al menos en la forma de llevarlo. Cobran los jueves 6 pesos argentinos (¡un euro y medio!) por entrar a oír a la orquesta y te piden que hagas una consumición de al menos otros 6 pesos (otro euro y medio). Y si se lo pides, hasta se animan a darte algo de cenar.

Los arreglos de los tangos de la Imperial son mucho más delicados que los de la Afronte, la pianista manda más y la cuerda no desmerece de los bandoneones. Pero la suerte de la noche fue la colaboración del cantante Iván, quien saliendo de entre el público cantó (y representó) cuatro o cinco tangos estremecedores. También nos trajimos un par de sus CDs y aunque en ellos se aprecia la buena calidad de la orquesta, no canta Iván, y eso apena un poco. Pero es lógico que así sea porque, una vez más, lo mejor de la noche del jueves en el Perro Andaluz de la calle Simón Bolivar, lo verdaderamente irrepetible e intransferible, la auténtica experiencia arquitectónica, fue la perfecta adecuación de la música (sin sonorización electrónica alguna, ¡ni siquiera altavoz para Iván!) con el local: una bajera acondicionada con lo mínimo e iluminada tenebrosamente con velitas y alguna luz indirecta.

El impacto que me produjeron estas dos orquestas, tanto tocando en la calle como en sus locales respectivos, fue tan intenso que apenas pude hacerles alguna foto que transmitiera mínimamente esa intensa comunicación del desgarro del tango y del impulso que esta joven generación estaba expresando ya entrado el siglo XXI. Por eso, junto a las cuatro que aquí cuelgo, pongo arriba una más en blanco y negro que compré en la calle en formato 18 x 24 a un artesano fotógrafo, por la ridícula cantidad de 20 pesos (¡y enmarcada con paspartú y todo!). Es de una tercera orquesta que no vimos ni conocimos y la he colgado a buen tamaño para que podáis descargarla.

Creo que la imagen (el look) de esos cuatro bandoneones en línea con los violines detrás cuenta mucho mejor que yo ese nuevo encuentro generacional con su música originaria, que esta vez no expresa sólo nostalgias personales sino la de toda una sociedad desmoralizada y la de una ciudad herida.

(¡Ah!, se me olvidaba: no vi el Aleph en Garay así que me temo que estoy condenado a seguir viajando).