Uno de los edificios que más me han emocionado en mi vida es la Biblioteca de Berlín, de Hans Scharoum.
Scharoum fue uno de los primeros arquitectos que conocí como estudiante pero no me interesó gran cosa. Provenía de una tendencia artística que pretendía hacer de la arquitectura algo “expresivo”y para ello los edificios tenían necesariamente que retorcerse, -nunca supe muy bien si para expresarse o para impresionar.
La primera vez que estuve en Berlín, en septiembre de 1995, entré en su edificio hermano, es decir, la Filarmónica, y aunque me gustaron la pobreza de materiales de los accesos y la riqueza espacial de su interior, el espectacular exterior, precursor de la moda en auge de los guggenheim, libeskinds, hadides, etc., me seguía echando para atrás.
Diez años después y ante el mismo edificio, con todos los guggenheims, libeskinds y hadides en candelero, pensé que La farándula de artistas y críticos periodistas le tenía que estar muy agradecido a Scharoum por las dos grandes obras de Berlín, pero la farándula parece ser corta de memoria y muy desagradecida. En desagravio, esta vez me animé a entrar a la Biblioteca con mis amigos Javier Dulín, Javier de Blas y Guillermo Morales Matos, y oh maravilla, nos quedamos boquiabiertos.
Muchas veces me he preguntado si la emoción de aquella visita tuvo que ver con los planos que Wim Wenders rodase en su interior para su extraordinaria y poética película “Cielo sobre Berlín”, pero si mal no recuerdo, esa película, estrenada en 1987, ya la había visto antes del viaje de 1995, pues traté entonces de ubicar los impresionantes paseos por los descampados cercanos al muro de aquel anciano que seguía buscando la desaparecida Postdamer Platz con la atónita compañía de los ángeles protagonistas.
En la visita al interior de la Biblioteca del viaje del 2005 el proceso fue al revés: no llevaba las secuencias cinematográficas en el recuerdo sino que las imágenes de la gente leyendo y estudiando con los ángeles alrededor me fueron asaltando a medida que recorría el edificio, y por ello tuve que atribuir parte de mi emoción a la interpretación que Wenders hizo del mismo.
Para salir de la posible ensoñación producida en mí por el cine, me apoyé en el testimonio de mis compañeros de visita y pude ver que también ellos estaban fascinados con la grandeza, la riqueza de espacios, la variedad de lugares e iluminaciones o la ocupación tan intensa y el silencio tan severo que se vivía allí (¡hubo quien nos recriminó por el clic de la máquina de fotos!). La ciudad de la gran pira de libros, todavía dividida por la guerra, había conseguido construir pocas décadas después el templo más hermoso de lectura que yo jamás había visto (y he visto unos cuantos).
Durante el curso siguiente mi hija Elena fue a Berlín en viaje de estudios desde Münster donde estaba de Erasmus, y ante su pregunta de qué ver en Berlín le dije que sin lugar a duda, lo más importante de esa ciudad era la Biblioteca de Scharoum de 1978. Tras su visita me contó que ya no dejaban entrar a no socios, pero que gracias a su incipiente alemán consiguió convencer a una de las vigilantes de la entrada (muy serias, por cierto) y le dejó pasar. Y lo mismo tuvo que hacer cuando nuevamente volvimos a Berlín con ella en el verano del 2006: Elena les pidió nuevamente permiso para que nos dejaran entrar y no hubo mayor problema. Se agradece.
Pongo aquí diez fotos de entre una y otra visita que no creo que digan gran cosa. Ante arquitecturas así yo no me conformo con un recorrido turístico o con unas fotos. Lo que me gustaría en verdad es vivir cerca de ese edificio para ir a leer allí muchas, muchas tardes.