“Los primeros años de estudio, formación y
educación, la relación familiar y de nuevas amistades y compañeros escolares,
en un entorno socialmente favorable, cercano y tradicional, mantenidos incluso
en la actualidad, favorecen e inciden en la determinación de los rasgos del
carácter, rigor y coherencia, que posteriormente se va a trasladar y perseguir
en el desarrollo laboral y profesional.”
Al final del librito ARQUITECTURAS EN LA RIOJA
2016-2019 hay un pequeño apartado con el título BIOGRAFIAS que muestra
brevemente lo que cada autor de las obras “seleccionadas” escribió de sí mismo a
modo de presentación. Y mientras que la mayoría pusieron allí algo así como
un pequeño currículum vitae, Chema Peláez, sin embargo, redactó un párrafo más
bien poético en el que seleccionó una serie de palabras claves que podrían
definir los rasgos de su carácter personal y profesional: estudio, educación,
relación familiar, amistad, compañerismo, entorno socialmente favorable, rigor,
coherencia. Si lo que yo pretendía con esta especie de charla, artículo o entrevista, era presentar y contar algo de algunos arquitectos que han trabajado en La
Rioja en las últimas décadas, —por dar continuidad a aquella serie que inicié en
ELHALL con Julio Sabrás, Rafael Gil Albarellos, Aurelio Ibarrondo o Gerardo
Cuadra—, estaba claro que Chema me ponía fácil la cosa: y es que nada más
complicado para el entrevistador que buscar las palabras adecuadas con las que definir
al entrevistado, y poder así derivar la
charla hacia asuntos menos profundos o más circunstanciales.
Por ejemplo, de dónde viene uno. Aquí en Logroño, donde la mayoría tenemos raíces en alguno de los pueblos de la provincia, Chema se presenta como logroñés por los cuatro costados. Aunque si rasco un poco, ya me dice que sus padres vinieron de Cervera del Río Alhama, uno del barrio de arriba y el otro del barrio de abajo, pero que a nivel profesional, las posibles relaciones con aquella comarca no han tenido repercusión alguna en encargos profesionales.
Lo que sí tuvo importancia a nivel laboral fue la formación como
arquitecto en Navarra, porque el primer equipo en el que empezó
a trabajar fue, como en tantos otros casos, con compañeros de la Escuela: Alfonso
A. Ibáñez, Araceli Barrio e Iñaki Madinabeitia. También recuerda que en sus inicios profesionales pasó seis
meses trabajando en el despacho de José Miguel León, en el proyecto de
Rehabilitación de la Bene. Esto de trabajar con amigos o compañeros, ya lo
decía en su presentación, es uno de los rasgos que mejor le definen y que más
me llama la atención, porque para mí siempre será un misterio saber qué es lo
que aporta cada uno al trabajo, cómo se gestionan las responsabilidades o incluso, cómo se
reparten los dineros en algo tan complejo y dilatado en el tiempo como un
proyecto y una dirección de obra de arquitectura. Hace falta saber manejar el
compañerismo y la amistad o vivir en un ambiente socialmente favorable, como él
mismo escribe, para ir encadenando colaboraciones con unos y otros arquitectos con
la asiduidad que podemos ver en sus trabajos.
Cuando le pregunto si se siente satisfecho de las más de tres décadas de ejercicio de la profesión, su respuesta se resume en una palabra tan evocadora como las de su autopresentación:
—Esta profesión es agridulce. Hay momentos muy felices, pero también te busca conflictos o problemas que no te esperabas y que acaban por no dejarte dormir.
—Le pregunto si tiene enemigos (seguro que no más que yo…, le digo entre risas) y me dice que no es eso:
— No, enemigos no, y si me comparas contigo, ni te cuento, ja ja ja. Pero no con todo el mundo te puedes entender. Lo peor es verte envuelto en demandas y líos judiciales que surgen de donde menos te lo esperas y que, como te digo, acaban por quitarte el sueño.
Uff, a la memoria me viene los que tuvo el pobre Ramón, amigo común en nuestros viajes COAR. Esos líos que acaban emergiendo en graves enfermedades que a veces se te llevan por delante...
-—Ah sí, —me responde cambiando de tema—, eso de los viajes que organizaste me lo recuerda muchas veces mi mujer. Qué época tan dulce…
Del penúltimo de ellos, el de Brasil, guardo el agradecimiento que me hizo llegar Chema en forma de fotografías, y que dio lugar a una pequeña nota en este blog: SABER VER. Pero ya que sale en la conversación su mujer, no solo se abre la ventana al pasado de nuestros viajes colectivos sino a su futuro personal, a su vejez: su mujer es asturiana, y...
-—Cuando se acabe todo esto del estudio, yo me veo allí en Llanes, donde tenemos una casa desde hace años.
—Ya, le digo, la de esas fotos que salen en un trabajo tuyo de interiorismo que he visto en internet.
—Eso mismo. Cada vez me tira más el Norte, la costa, el mar.
A mí eso de saber donde ir a pasar la vejez (eso de donde caerse muerto, que se dice coloquialmente) me da mucha envidia, la verdad. Yo nunca me he sentido cómodo en Logroño, pero tampoco tengo un lugar que me llame, así que le felicito por ello.
Hablamos también de hobbies, y de deporte.
—La mountain bike es mi pasión (y corre a enseñarme su máquina perfectamente ubicada en medio del archivo del despacho). Todos los sábados intento hacerme una buena ruta, y aún tengo fuerzas para no pasarme a la eléctrica. Pero visto así en general tengo pocos hobbies porque el mayor problema del trabajo de arquitecto es la cantidad de horas que metes. No tienes tiempo ni para contarlas.
Eso, creo yo, es producto de la economía con que Chema ha organizado su trabajo, siempre con compañeros arquitectos y prescindiendo de montar infraestructuras laborales que le habrían complicado la vida mucho más.
—Si bastante se ve uno agobiado trabajando para uno mismo, ya no digamos qué sería si tuvieras que dar trabajo a otra gente.
Le pregunto por los aparejadores (como le pregunté a Julio Sabrás en aquella primera entrevista de ElHall) y me responde de forma parecida:
—No digo que a veces no hayan sido un buen apoyo pero muchas otras veces hemos tenido nosotros que hacer todo el trabajo... No es relación en la que me sienta cómodo.
Gracias a esta entrevista me entero de que Chema ha sucedido a Jesús Marino en la presidencia de la Asociación de Amigos de los Castillos de La Rioja y que en su dedicación a la causa ha trabajado en la consolidación de la ruina de la torre de Arnedillo, está trabajando en el castillo de Leiva y parece que va a proyectar mejoras en las ruinas del de Clavijo.
—En la polémica sobre la compra del castillo de Davalillo traté de poner algo de razón mediante un artículo en La Rioja. Si no lo leíste, ya te lo pasaré. Lo de la Asociación, la verdad, no da mucho de sí; es gente friki más dada al coleccionismo que a otra cosa.
Sí, algo de eso debe de haber, porque en las recientes Jornadas de Arte y Patrimonio organizadas por el IER sobre los Castillos riojanos ni siquiera se menciona a dicha Asociación.
— Pero eso de los castillos es un asunto menor en tu trabajo ¿no...?
— Bueno, en realidad yo he trabajado de todo, viviendas (como las de Rúa Vieja, o las de la Calle Mayor, con Inma Sanz y Rafa Saénz, o las de aquí mismo en Bretón de los Herreros con Juan Carlos Merino) , edificios industriales (el de Talleres Burgos con Alfonso Ibañez en la Portalada, que tanto gustó), interiorismo, aparcamientos subterráneos (los de Jorge Vigón), los Cines Moderno, con Merino también, después de aquella movida que montaron Aranzubía y Sabrás, también algo de Urbanismo (Treviana), asesoría Municipal (Medrano), una escuela (también en Medrano) y hasta un casino con rascacielos en Benidorm (!)...