jueves, abril 26, 2007

SABER VER








El martes pasado Chema Peláez me mandó por correo electrónico unas cuantas fotos del viaje que hicimos en otoño a Brasil, -unas imágenes tan hermosas como aquellas que me envió Ramón Ruiz Marrodán sobre Camboya y que publiqué en el LHDn118. Se lamentaba Chema en el envío de que no hubiéramos tenido la habitual puesta en común de los pequeños logros fotográficos y de los muchos recuerdos arquitectónicos de nuestro viaje, y me disculpaba en mi respuesta comentándole que tras los despechos que me había hecho el “Colegio” que nos unía, me había quedado yo sin otra energía para hacer vida social con la profesión que la que me proporciona la escritura de este “blogcillo”. Qué pena me da decir estas cosas; qué tristeza pensar que puede que ya no vuelva a organizar otra vez viajes de arquitectura con compañeros tan estupendos como Ramón o como Chema.

Los lectores de este rincón de pensamientos habrán podido percibir que mis opiniones sobre los arquitectos en general no son muy favorables. Pero de la generalidad no tienen la culpa ellos, sino la gran cantidad de factores que hacen de nuestra profesión una actividad venida a menos. Sin un buen soporte teórico, histórico y crítico, la arquitectura es poco más que una ingeniería del ladrillo; sin una crítica social de los encargos, la incultura arquitectónica de promotores (tanto privados como públicos) convierte el diálogo con los arquitectos en una relación desigual o, aún peor, en un diálogo de besugos; con una normativa y una tutela administrativa que controla al arquitecto como si fuera un tramposo, poca alegría le puede quedar para sacar sus ideas adelante; con una forma de producción cambiante día a día por culpa de una informática chupasangres, no hay forma de estabilizar los hábitos de trabajo de los estudios; y así sucesivamente. No es de extrañar que en estas circunstancias le haya dicho a más de un compañero que ejercer hoy de arquitecto es una tarea heroica.

Si como colectivo no puedo hablar bien de los arquitectos, me gustaría a cambio reconocer que a nivel personal muchos de ellos poseen otras virtudes que hacen que me sienta muy orgulloso de nuestra profesión.

Y una de ellas, es la de la mirada sobre el entorno: la sabiduría para ver las calles, los edificios y los detalles de la escena urbana, o la sensibilidad que tienen para observar a las gentes que los habitan (¡y eso que las revistas de arquitectura les machacan con imágenes en las que nunca hay nadie!)
Para ser un buen arquitecto, o en general, un buen creador, hay que saber ver. Las condiciones en que se desenvuelve la profesión no son muy favorables para la creación arquitectónica, pero me consta que hay muchos arquitectos que tienen desarrollada una mirada de grandes creadores. Lo he podido comprobar cada que vez que nos juntábamos después de un viaje a compartir nuestras fotos.

Las fotografías de este post, o las del LHDn118, no son de fotógrafos profesionales, sino de arquitectos. De personas que saben ver. De compañeros y amigos que compensan con sus correos electrónicos la distancia que ha interpuesto entre nosotros la actual Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de La Rioja.