Probablemente lo peor del arte actual, o lo menos interesante del arte de nuestros días sean sus productos, es decir, las obras de arte en sí mismas y así consideradas. Especialmente cuando estas obras de arte son susceptibles de entrar en el mercado, inflar su valor, y convertirse en mercancías de especulación. Y probablemente (hablo con incertidumbre, pues no soy un experto en el tema) lo mejor del arte contemporáneo sea su carácter educativo.
Es el caso que mientras los pobres profesores de instituto y universidad están cada vez más desolados con la burocracia de las instituciones para las que trabajan y con el panorama de los alumnos a quienes tienen que educar, y en consecuencia, que la sensación de que la enseñanza en general ha entrado en barrena; en la Escuela de Arte y Superior de Diseño donde trabajo vivimos un ambiente que no tiene nada que ver con ese pesimismo. Casi me atrevería a decir que vivimos en un ambiente idílico.
Yo soy un escéptico del Arte, o más bien un Ateo del Arte. Desde que aprendí que el Arte Contemporáneo es un sucedáneo de la religión (antes el arte era un servidor más de la religión) y que los Artistas son los Santos de nuestros días, yo nunca quise saber mucho del Arte.
Pero hay algo en el arte contemporáneo que me interesa muchísimo y es el carácter de búsqueda que se les transmite a los alumnos y que hace de ellos (¡y a los pocos meses de estar en la escuela!) unos tipos estupendos. A un artista de hace dos siglos se le enseñaba un oficio. Y eso exigía mucha disciplina y mucha selección. Mucho trauma. Tanto como el que hay ahora en los institutos y universidades que tienen que impartir conocimientos sin mayor disciplina ni selección. A un estudiante de artista actual, sin embargo, no se le enseña apenas nada (por lo menos en las asignaturas creativas, como la mía). Se le dice que busque, y se celebra lo que encuentra. Se consigue así unos estudiantes la mar de majos. Y un buen ambiente.
Y por si fuera poco, ¡¡¡¡hoy nos vamos de vacaciones....!!!!!