(La Escuela de Arte y Superior de Diseño de Logroño viajará el próximo junio a Escocia para estudiar, entre otras cosas, la obra de Charles Rennie Mackintosh. Es una ocasión estupenda para sacar este viejo artículo del cajón –estaba en Elhall n53, de septiembre del 2000-, e inaugurar así la nueva entrada de la columna de índices con artículos rescatados de Elhall.)
La parroquia de mi pueblo está dedicada a San Martín (San Martín de Tours), quien preside su retablo partiendo eternamente su capa con la espada para darle la mitad a un pobre; y todo ello sin bajarse del caballo. Por eso, cuando yo visité Tours (hace ya de eso ocho años) vibré entre los restos de lo que fuera el gigantesco templo levantado en su honor.
No tengo ni idea de cuando data mi conocimiento de Mackintosh, pero desde que soy profesor de diseño ha sido uno de mis santos favoritos, así que le debía una visita. Un dato originario del comienzo de mi devoción sí que recuerdo: en la última página del primer número de la revista Arquitecturas Bis, allá por los setenta, se denunciaba la posible desaparición de una de sus escuelas (la Martyr´s Public School) con un titular muy sonoro: “Tumba de asfalto para Mackintosh”. La explicación del tremendismo periodístico radicaba en que el barrio donde estaba situada la escuela estaba hecho polvo y en radical transformación, y por el emplazamiento de la misma tenía que pasar una autopista urbana. También por aquel entonces la revista Jano publicó un número monográfico sobre el arquitecto escocés (nº 32, nov 1975) en el que mostraba que casi toda su obra estaba en muy mal estado de conservación, definitivamente alterada, o en trance de desaparición.
Hete aquí si embargo, que en mi reciente peregrinación a Glasgow me he encontrado con un Mackintosh prácticamente a estrenar y con todas las tiendas de la ciudad llenas de relicarios de una u otra cosita del artista. Mientras miraba la foto de la Willow Tea Room en aquel número de Jano que me había llevado como guía de viaje, y me tomaba un té en una Willow Tea Room que no tenía nada que ver con la de la foto, sentí una especie de mareo. La Willow Tea Room, decía la revista del año 75, había desaparecido casi por completo, pero ahí estaba yo tomando un té en la mismísima Willow Tea Room tal y como la había diseñado Mackintosh. La pintura aún olía a fresca pero el té, y sobre todo las pastas, eran excelentes. Aunque muy caras, carísimas ¡a precio de huevos de Santo!
Glasgow ha sido una ciudad de rompe y rasga, un territorio en el que las energías escocesas se han desatado durante tres siglos sin miramientos. Me llevé una sorpresa fenomenal al echar el primer vistazo a las calles del centro de la ciudad. Aquella trama cuadriculada (regular) sobre una topografía accidentada (irregular) con fachadas de edificios desordenados y estrechos callejones abiertos desde las calles hacia los interiores de las manzanas, parecían más bien de una ciudad americana. Por otro lado, los restos de hollín en los viejos edificios y cierta dejadez urbana, me recordaron a la mucho más próxima Bilbao. Mientras en el mapa de Escocia, Edimburgo parece jugar el papel de la guapa Barcelona, Glasgow debió de ser en algún tiempo algo así como nuestra industriosa y renegrida capital vizcaína.
Y lo curioso es que, igualmente hundida por las crisis de la industria pesada y los astilleros, Glasgow intenta salvarse, como Bilbao, mediante el bálsamo de la arquitectura artística. Allí llamaron a Foster (1997) para que les hiciera un Guggenheim, pero le salió una cosa tan fea como las salidas del metro de Bilbao pero a lo grande, así que menos mal que está en los viejos docks y no se ve mucho. Los locales lo llaman “el armadillo”. Guggenheim no hay más que uno, debieron recapacitar a tiempo los responsables municipales de Glasgow, y a Enric Miralles se lo llevaron los de Edimburgo para hacer un parlamento deconstruído (ahora semiconstruído aún); así que en un golpe de lucidez, algunos munícipes y empresarios han debido darse cuenta de que no hacía buscar un nuevo Santo para bendecir la ciudad con su arquitectura porque ya tenían uno y bien grande, aunque bastante abandonado.
En su afán por sacarle del olvido y presentarlo como el no va más de la glasgowidad, no se han reconformado con reconstruir lo que habían ya destruido y relimpiar lo que estaba cochambroso, sino que han construido lo que Mackinstosh nunca llegó a construir, -como el proyecto para la casa de un artista que puede verse en Bellahouston Park-, y han puesto en los aledaños de la Art School unas farolas “estilo Mackinstosh” que dudo mucho que sean del Santo. También su casa ha sido reconstruida fielmente junto a la Hunterian Art Gallery para visita de sus devotos.
Acostumbrado a peregrinar contra corriente buscando indicios de santidad allí donde la maldad del mundo se apresura a borrarlos, me encontré esta vez a toda una ciudad con su plegaria en la boca; y a fé que salí más escamado que nunca. El mito del artista incomprendido en su tiempo y olvidado poco después, pero redivivo a posteriori por una serie de operaciones de marketing a gran escala, me trastorna mucho más que esa maldad del mundo que se cierne siempre sobre los santos que quieren cambiarlo, pues en tal caso ya no sé a ciencia cierta si son santos o son mitos, si son artistas o marcas comerciales, si son hombres o sólo nombres.
La tradicional clase sobre Mackintosh en mi curso de diseño se ha visto enriquecida con muchas diapositivas, pero miedo me da ahora ser uno más en la tarea de repartir estampitas.
(foto: Buchanan Street, Glasgow)
La parroquia de mi pueblo está dedicada a San Martín (San Martín de Tours), quien preside su retablo partiendo eternamente su capa con la espada para darle la mitad a un pobre; y todo ello sin bajarse del caballo. Por eso, cuando yo visité Tours (hace ya de eso ocho años) vibré entre los restos de lo que fuera el gigantesco templo levantado en su honor.
No tengo ni idea de cuando data mi conocimiento de Mackintosh, pero desde que soy profesor de diseño ha sido uno de mis santos favoritos, así que le debía una visita. Un dato originario del comienzo de mi devoción sí que recuerdo: en la última página del primer número de la revista Arquitecturas Bis, allá por los setenta, se denunciaba la posible desaparición de una de sus escuelas (la Martyr´s Public School) con un titular muy sonoro: “Tumba de asfalto para Mackintosh”. La explicación del tremendismo periodístico radicaba en que el barrio donde estaba situada la escuela estaba hecho polvo y en radical transformación, y por el emplazamiento de la misma tenía que pasar una autopista urbana. También por aquel entonces la revista Jano publicó un número monográfico sobre el arquitecto escocés (nº 32, nov 1975) en el que mostraba que casi toda su obra estaba en muy mal estado de conservación, definitivamente alterada, o en trance de desaparición.
Hete aquí si embargo, que en mi reciente peregrinación a Glasgow me he encontrado con un Mackintosh prácticamente a estrenar y con todas las tiendas de la ciudad llenas de relicarios de una u otra cosita del artista. Mientras miraba la foto de la Willow Tea Room en aquel número de Jano que me había llevado como guía de viaje, y me tomaba un té en una Willow Tea Room que no tenía nada que ver con la de la foto, sentí una especie de mareo. La Willow Tea Room, decía la revista del año 75, había desaparecido casi por completo, pero ahí estaba yo tomando un té en la mismísima Willow Tea Room tal y como la había diseñado Mackintosh. La pintura aún olía a fresca pero el té, y sobre todo las pastas, eran excelentes. Aunque muy caras, carísimas ¡a precio de huevos de Santo!
Glasgow ha sido una ciudad de rompe y rasga, un territorio en el que las energías escocesas se han desatado durante tres siglos sin miramientos. Me llevé una sorpresa fenomenal al echar el primer vistazo a las calles del centro de la ciudad. Aquella trama cuadriculada (regular) sobre una topografía accidentada (irregular) con fachadas de edificios desordenados y estrechos callejones abiertos desde las calles hacia los interiores de las manzanas, parecían más bien de una ciudad americana. Por otro lado, los restos de hollín en los viejos edificios y cierta dejadez urbana, me recordaron a la mucho más próxima Bilbao. Mientras en el mapa de Escocia, Edimburgo parece jugar el papel de la guapa Barcelona, Glasgow debió de ser en algún tiempo algo así como nuestra industriosa y renegrida capital vizcaína.
Y lo curioso es que, igualmente hundida por las crisis de la industria pesada y los astilleros, Glasgow intenta salvarse, como Bilbao, mediante el bálsamo de la arquitectura artística. Allí llamaron a Foster (1997) para que les hiciera un Guggenheim, pero le salió una cosa tan fea como las salidas del metro de Bilbao pero a lo grande, así que menos mal que está en los viejos docks y no se ve mucho. Los locales lo llaman “el armadillo”. Guggenheim no hay más que uno, debieron recapacitar a tiempo los responsables municipales de Glasgow, y a Enric Miralles se lo llevaron los de Edimburgo para hacer un parlamento deconstruído (ahora semiconstruído aún); así que en un golpe de lucidez, algunos munícipes y empresarios han debido darse cuenta de que no hacía buscar un nuevo Santo para bendecir la ciudad con su arquitectura porque ya tenían uno y bien grande, aunque bastante abandonado.
En su afán por sacarle del olvido y presentarlo como el no va más de la glasgowidad, no se han reconformado con reconstruir lo que habían ya destruido y relimpiar lo que estaba cochambroso, sino que han construido lo que Mackinstosh nunca llegó a construir, -como el proyecto para la casa de un artista que puede verse en Bellahouston Park-, y han puesto en los aledaños de la Art School unas farolas “estilo Mackinstosh” que dudo mucho que sean del Santo. También su casa ha sido reconstruida fielmente junto a la Hunterian Art Gallery para visita de sus devotos.
Acostumbrado a peregrinar contra corriente buscando indicios de santidad allí donde la maldad del mundo se apresura a borrarlos, me encontré esta vez a toda una ciudad con su plegaria en la boca; y a fé que salí más escamado que nunca. El mito del artista incomprendido en su tiempo y olvidado poco después, pero redivivo a posteriori por una serie de operaciones de marketing a gran escala, me trastorna mucho más que esa maldad del mundo que se cierne siempre sobre los santos que quieren cambiarlo, pues en tal caso ya no sé a ciencia cierta si son santos o son mitos, si son artistas o marcas comerciales, si son hombres o sólo nombres.
La tradicional clase sobre Mackintosh en mi curso de diseño se ha visto enriquecida con muchas diapositivas, pero miedo me da ahora ser uno más en la tarea de repartir estampitas.
(foto: Buchanan Street, Glasgow)