Dícese así de la práctica generalizada de ver monumentos, museos o ciudades, en grupos de entre veinte y cincuenta personas, que consiste en aceptar (y hasta demandar) constantes explicaciones de un guía que porta banderita o paraguas en alto. En su fase más primitiva (pero aún generalizada) el guía debe comunicarse a voces con el grupo de borregoturistas. La fase tecnológica del borregoturismo, iniciada hace unos diez años, consiste en dotar al borregoturista de unos auriculares y un aparato receptor por los que recibe, o bien las explicaciones del propio museo, o bien las de su propio guía, quien se evita así tener que dirigirse a ellos a gritos.
Bueno, esta podría ser una definición suficiente para que el diccionario enciclopédico wikipedia dé consistencia a este palabro, que a buen seguro el RAE no admitirá hasta dentro de cien años, pero que resume como ningún otro una práctica generalizadísima de nuestro tiempo. Tan generalizada que los jóvenes han llegado a considerarla como un derecho natural. Me explico: cada vez que llevo a mis alumnos a ver alguna exposición, monumento o edificio, me piden que se lo explique in situ, a lo que contesto que ni hablar (nunca mejor dicho), que de eso nada; que hemos venido a verlo; o a dibujarlo (esa forma tan estupenda de ver más y mejor); que las explicaciones hay que buscarlas antes de la visita o después; y que por mi parte me niego a interferir en la relación directa entre una obra de arte y un alumno. El que no sepa ver nada, ni sentir nada en presencia del cuadro o el monumento, allá cuidados. Peor para él. Que no hubiera venido. Es más: si queréis nota, les digo, protestad enérgicamente ante la organización del museo por permitir que haya grupos de borregoturistas que interfieren con el vocerío de sus guías en la contemplación que habéis venido a realizar.
Anecdotario de borregoturismo:
La primera vez que vi a un grupo de borregoturistas siguiendo las explicaciones de su guía mediante auriculares fue en el Louvre hace unos siete años. Eran japoneses y sentí un gran alivio. O un medio alivio, porque aunque uno se hubiera librado de los gritos del guía, el rebaño seguía más o menos en formación empujando y arrasando a todo el que se encontrara a su paso. La sumisión al grupo y el rechazo a los posibles contempladores ajenos al grupo aumenta considerablemente al recibir la “instrucción” por auriculares.
La ocasión más desagradable de borregoturismo que recuerdo fue en los Uffici de Florencia. Tras convencer a los alumnos de nuestra posición contraria al borregoturismo, nos habíamos quedado solos Javier Dulín y yo contemplando y comentando en voz baja algunos de sus maravillosos cuadros, cuando nos vimos una y otra vez importunados por chillones profesores italianos con sus grupos de alumnos. Amén de los habituales japoneses sin auriculares, claro. Fue horrible.
Otra experiencia singular de borregoturismo fue en el Museo del Cairo. La cantidad de grupos era tan numerosa y el griterío de los guías de tal calibre que aquello parecía un mercado oriental. Ya no era cosa de defender (por imposible) el derecho de la contemplación personal frente a los grupos de borregoturistas sino de luchar con tu grupo frente al otro, comparar a tu guía con el del otro, no perder el hilo de tu grupo, etc. Me reí tanto con las sucesivas batallas entre grupos que apenas recuerdo otra cosa del museo.
Como he sido guía de numerosos viajes para los grupos del Colegio de Arquitectos, algunos guías impuestos por las agencias a los que les he pedido amablemente que se callaran, me han hecho a cambio algunas confidencias del oficio. Lo más importante a la hora de llevar un grupo –me explicó un guía argentino al que le agradecí mucho que me hubiera entendido y que no nos explicara apenas nada de Los Angeles- es tener mucho cuidado con sus necesidades fisiológicas: que tengan siempre un water a mano y que no se te pasen las horas de las comidas y bebidas. Si además de ello, sabes contarles anécdotas picantes que les hagan reir, tendrás entonces un buen futuro en este trabajo.
Animo a todos, que vienen las vacaciones de Semana Santa y es época de borregoturismo. Y ojo a la variante local: el borregovinoturismo.
(La foto que he puesto para ilustrar esta voz es de Javier Dulín. Esta hecha hace dos semanas santas en el Valle de los Reyes. El guía era doblemente fundamentalista así que, además de intentar convencernos de las excelencias de Alá, hizo caso omiso de mis ruegos de no explicaciones, y de ahí mi cara de circunstancias. ¡Vaya viajecito que nos dio!).