ROTONDAS. EL PRINCIPIO Y LA NORMA
Yo soy lego en Derecho y Jurisprudencia, y me imagino que lo que he pensado por mi cuenta y voy a contar aquí como preámbulo de esta nota ya está pensado y requetepensado, y hasta doy por supuesto que estará escrito de maneras más académicas y por plumas más doctas. Pero como no me voy a poner ahora a estudiar Derecho para fundamentar mejor mis reflexiones, me apaño con el par de palabras del título de este post: el principio y la norma. Y con sólo ellas me permito plantear que toda norma (de convivencia, de funcionamiento, de regulación de sociedades, etc., o de tráfico, que es de lo que voy a tratar aquí) está fundada en un principio más profundo y genérico, y por lo tanto, menos fácil de definir y dar a entender. La norma es menos esencial que el principio pero, a cambio, es más fácil de comunicar y de aplicar. Ahora bien, puede ocurrir que por el camino entre el principio y la norma, (o incluso, en la interpretación posterior de la norma) se nos olvide el principio y hasta se contradiga. En tal caso, y si queremos respetar los principios y que las normas sigan regulando nuestra convivencia, estamos obligados a descubrir el fallo de conexión entre uno y otra.
Digo todo esto porque voy a exponer a continuación un caso concreto en que una norma de tráfico entra en contradicción con un principio general de buena circulación.
Yo soy lego en Derecho y Jurisprudencia, y me imagino que lo que he pensado por mi cuenta y voy a contar aquí como preámbulo de esta nota ya está pensado y requetepensado, y hasta doy por supuesto que estará escrito de maneras más académicas y por plumas más doctas. Pero como no me voy a poner ahora a estudiar Derecho para fundamentar mejor mis reflexiones, me apaño con el par de palabras del título de este post: el principio y la norma. Y con sólo ellas me permito plantear que toda norma (de convivencia, de funcionamiento, de regulación de sociedades, etc., o de tráfico, que es de lo que voy a tratar aquí) está fundada en un principio más profundo y genérico, y por lo tanto, menos fácil de definir y dar a entender. La norma es menos esencial que el principio pero, a cambio, es más fácil de comunicar y de aplicar. Ahora bien, puede ocurrir que por el camino entre el principio y la norma, (o incluso, en la interpretación posterior de la norma) se nos olvide el principio y hasta se contradiga. En tal caso, y si queremos respetar los principios y que las normas sigan regulando nuestra convivencia, estamos obligados a descubrir el fallo de conexión entre uno y otra.
Digo todo esto porque voy a exponer a continuación un caso concreto en que una norma de tráfico entra en contradicción con un principio general de buena circulación.
EL PROBLEMA. Cualquiera que haga uso de la gigantesca rotonda en la que se cruzan la circunvalación de Logroño y el acceso a la ciudad desde la autopista, sabe que funciona rematadamente mal y que algo falla. Los atascos que organiza son tremendos, el número de accidentes o de sustos, altísimo, y ya no digamos el de cabreos, pitidos entre coches, etc. Mi análisis y diagnóstico es bastante sencillo. Y su posible solución va por derroteros completamente opuestos a los que he oído formular en estos días preelectorales a algunos políticos locales.
EL PRINCIPIO. Hace tiempo que hablé muy bien de las rotondas porque su diseño ayuda mucho a resolver el principio lógico y natural de un cruce entre vehículos, a saber: que pasa primero el que primero llega a él (“Lugar, ciudad y transporte. El caso de Logroño”. Rev Archipiélago n 18-19).
LA NORMA. Para concretar la vaguedad de ese principio se redactó una norma bastante más precisa: que el que está ya en la rotonda es quien tiene prioridad de paso frente al que todavía no ha entrado en ella (pues se supone que el que ya está en la rotonda es el que ha llegado primero al cruce). Esta norma sustituyó (contradiciéndola incluso) a una norma anterior, ¡que aún llegué sufrir en alguna rotonda de Bilbao en mis primeros tiempos de conductor!, según la cual en todo cruce se obligaba a dar prioridad a quien venía por tu derecha, por lo que el que circulaba por la rotonda debía de ceder el paso al que entraba en ella (!!!). Bueno, algo se ha avanzado. Pero no del todo.
LA CONTRADICCION. La diferencia en la velocidad con la que los conductores se acercan a la rotonda a entablar su juego de preferencias hace que los prudentes siempre pierdan la partida, porque los rapidillos (listillos, etc.) no sólo se meten en la rotonda a toda prisa para ganar la posición sino que se llevan tras de si a todos los coches que circulan por detrás suyo echando por tierra el principio básico de todo cruce.
¿DONDE ESTA LA TRAMPA? Las rotondas gigantes, como la arriba mencionada (¡150 metros entre los puntos de entrada a ella! medidos en el google Herat/v foto arriba ), no sólo dejan de ser rotondas para convertirse en cuatro cruces peligrosos, sino que provocan que se le haga trampa al principio básico de todo cruce: ante los coches que entran decididamente por un lado y que aumentan su velocidad en la propia rotonda dada su gran magnitud, no hay quien entre por el otro. Y lo peor es que no sólo se incumple el buen principio, sino que, encima, se organizan unos atascos formidables, con sus consiguientes nervios, frenazos, pitos, sustos y…, ¡ay!, accidentes. Si a ello le añadimos la complejidad de movimientos que provoca el hecho de que las vías que llegan a la rotonda no son simples sino dobles, y que la rotonda misma está diseñada con dos carriles, de lo único que hemos de felicitarnos –como decía Xumini en alguno de sus post-, es del excelente trabajo de nuestros angelitos de la guarda.
Por lo general, una rotonda funciona bien cuando es pequeña y no permite correr en su interior. Es decir, todo lo contrario de la rotonda de la que hablamos y de la mayoría de las rotondas que se han construido en Logroño en los últimos años. Pues bien, la solución que estos días proponen algunos políticos locales con ganas de votos es… ¡ampliar la rotonda!
¡Cómo no se le van a quitar a uno las ganas de dar su voto…!
Y eso sin entrar a hablar de los millones gastados sucesivamente en su “decoración” interior…
EL PRINCIPIO. Hace tiempo que hablé muy bien de las rotondas porque su diseño ayuda mucho a resolver el principio lógico y natural de un cruce entre vehículos, a saber: que pasa primero el que primero llega a él (“Lugar, ciudad y transporte. El caso de Logroño”. Rev Archipiélago n 18-19).
LA NORMA. Para concretar la vaguedad de ese principio se redactó una norma bastante más precisa: que el que está ya en la rotonda es quien tiene prioridad de paso frente al que todavía no ha entrado en ella (pues se supone que el que ya está en la rotonda es el que ha llegado primero al cruce). Esta norma sustituyó (contradiciéndola incluso) a una norma anterior, ¡que aún llegué sufrir en alguna rotonda de Bilbao en mis primeros tiempos de conductor!, según la cual en todo cruce se obligaba a dar prioridad a quien venía por tu derecha, por lo que el que circulaba por la rotonda debía de ceder el paso al que entraba en ella (!!!). Bueno, algo se ha avanzado. Pero no del todo.
LA CONTRADICCION. La diferencia en la velocidad con la que los conductores se acercan a la rotonda a entablar su juego de preferencias hace que los prudentes siempre pierdan la partida, porque los rapidillos (listillos, etc.) no sólo se meten en la rotonda a toda prisa para ganar la posición sino que se llevan tras de si a todos los coches que circulan por detrás suyo echando por tierra el principio básico de todo cruce.
¿DONDE ESTA LA TRAMPA? Las rotondas gigantes, como la arriba mencionada (¡150 metros entre los puntos de entrada a ella! medidos en el google Herat/v foto arriba ), no sólo dejan de ser rotondas para convertirse en cuatro cruces peligrosos, sino que provocan que se le haga trampa al principio básico de todo cruce: ante los coches que entran decididamente por un lado y que aumentan su velocidad en la propia rotonda dada su gran magnitud, no hay quien entre por el otro. Y lo peor es que no sólo se incumple el buen principio, sino que, encima, se organizan unos atascos formidables, con sus consiguientes nervios, frenazos, pitos, sustos y…, ¡ay!, accidentes. Si a ello le añadimos la complejidad de movimientos que provoca el hecho de que las vías que llegan a la rotonda no son simples sino dobles, y que la rotonda misma está diseñada con dos carriles, de lo único que hemos de felicitarnos –como decía Xumini en alguno de sus post-, es del excelente trabajo de nuestros angelitos de la guarda.
Por lo general, una rotonda funciona bien cuando es pequeña y no permite correr en su interior. Es decir, todo lo contrario de la rotonda de la que hablamos y de la mayoría de las rotondas que se han construido en Logroño en los últimos años. Pues bien, la solución que estos días proponen algunos políticos locales con ganas de votos es… ¡ampliar la rotonda!
¡Cómo no se le van a quitar a uno las ganas de dar su voto…!
Y eso sin entrar a hablar de los millones gastados sucesivamente en su “decoración” interior…