Fede Soldevilla recogió el guante que le eché en LUIS BARRON/2 (ver 008 del Nuevo LHD) y se ha animado a organizar un paseo matutino y dominical de los Amigos de la Rioja con la documentación que allí dejé puesta para el día 29 de abril (festividad de San Pedro Mártir de Verona, patrón de mi pueblo, Anguciana).
Claro que…, no contento con mi colaboración, me pidió que le acompañara y diera explicaciones a los posibles asistentes… Ah, ah, ah, eso ya no, eso ya no; a menos que…, bueno, a menos que el paseo colectivo sirva también para cambiar los hábitos y evitar el BORREGOTURISMO. Igual matamos dos (o tres) pájaros de un tiro.
Para ello me he visto obligado a redactar el texto que sigue. Un texto pensado para que los visitantes lo lean detenidamente antes de la visita, aunque como muchos de los paseantes no tendrán internet, está pensado también para repartirlo en fotocopias y que lo lean después.
Resumo lo de los tres pájaros a matar:
1) no hacer borregoturismo
2) evitar el coger a la arquitectura por los estilos (al rábano por las hojas)
3) conocer la obra de Luis Barrón
PARA UNA VALORACIÓN DE LA ARQUITECTURA DE LUIS BARRON EN LOGROÑO
La primera pregunta que toda persona inicialmente interesada por la arquitectura se suele hacer respecto a un edificio que contempla y desea valorar es “de qué estilo es”. La causa de que se haga esa pregunta, y no otra, estriba en que los historiadores les han enseñado la arquitectura (y el arte en general) como una colección de objetos catalogados u organizados por unos “estilos” que más o menos se corresponden con unas épocas y unas formas decorativas.
Pues bien, como arquitecto, es decir, como experto en arquitectura y no en historia, yo les invito a Vds en la visita de hoy a olvidarse para siempre de esa pregunta: porque Vds han venido a ver arquitectura, no a estudiar historia. Y además porque esa “catalogación histórica” esa clasificación por “estilos” suele hacerse por lo general atendiendo a detalles menores de la arquitectura, es decir, a elementos superficiales, a detalles ornamentales o decorativos.
Desde hace casi un siglo los estudios y las teorías de la arquitectura ya dejaron atrás esa visión tan superficial de la misma para interesarse por la totalidad orgánica del edificio, por su estructura tipológica, su organización espacial, la calidad de sus espacios, volúmenes y elementos de composición, o por su inserción urbanística. Y sin embargo, los historiadores no se enteran (llevan un siglo de retraso) y siguen enseñando la arquitectura como una sucesión de estilos más o menos decorativos. Y como el calado social de la historia del arte impartida en las enseñanzas medias es tan poderoso, la gente que quiere acercarse a contemplar un edificio sigue haciéndose la maldita pregunta de los estilos y se queda tan contenta.
Lo mejor que pudiera ocurrir en el recorrido arquitectónico y urbano de hoy es que Vds corrigieran esa forma de ver y valorar la arquitectura. Y si la obra de Luis Barrón nos pudiera ayudar en ello, no me cabe duda de que el día va a ser muy provechoso y le vamos a estar muy agradecidos.
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Bueno, lo primero que hay que decir sobre Luis Barrón es que en Logroño apenas nadie se ha interesado por su arquitectura, y que los pocos historiadores que lo han hecho han pasado de largo, porque Barrón vivió en una época de confusión y mezcolanza de estilos llamada por la historia, “eclecticismo”, que antecedió a esa otra época decorativa más novedosa que todos conocen como “modernismo” -la de Gaudí, para entendernos, o en buena parte, la de Fermín Alamo, para entendernos a nivel local. Los pocos historiadores que se han acercado a la arquitectura en nuestra ciudad han reparado mucho más en la arquitectura de Fermín Alamo que en la de Luis Barrón, y sin embargo, y a botepronto, yo no me atrevería a poner a uno por encima del otro. Pertenecen a dos generaciones diferentes: la obra de Barrón abarca tres décadas: desde 1880 a 1910, y la obra de Alamo las tres siguientes: desde 1910 a 1936 (año en que como todos Vds. saben, muere por accidente). Y sus problemas van a ser distintos.
Barrón se pone a trabajar en una ciudad que acaba de romper el cascarón - metafóricamente hablando: que acaba de salir de la muralla. Antes que Luis Barrón, otros dos arquitectos habían hecho ya sus aportaciones a ese proceso de transformación y modernización de la ciudad: Maximiano Hijón y Francisco de Luis y Tomás. (Espero que Fede Soldevilla les prepare también un par de paseos por su obra). Y entre Luis Barrón y Fermín Alamo, otros dos arquitectos trabajaron también en la ciudad dejando una huella importante: Agustín Cadarso y Quintín Bello.
En seis nombres se resume la importante pero tortuosa transformación de Logroño, de ciudad medieval a la ciudad burguesa, y la primera época de los arquitectos Se los pongo por orden, a fuer de ser pedagógico:
Maximiano Hijón
Francisco de Luis y Tomás
Luis Barrón
Agustín Cadarso
Quintín Bello y
Fermín Alamo.
En los años de esplendor de Fermín Alamo, es decir, en los años veinte, iniciarán su carrera otros dos importantes arquitectos logroñeses, Agapito del Valle y Gonzalo Cadarso, pero esa es otra historia que contaremos otro día, pues tiene continuidad después de la Guerra Civil.
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Situado Luis Barrón en el contexto y devenir de los arquitectos de la ciudad, lo primero que cabe hacer es ver el conjunto de su obra en el planito que se adjunta y en el listado que se ofrece (v 008 en Nuevo LHD). Impresionante ¿verdad? Podemos decir sin temor a equivocarnos que se trata de un gran legado. Un legado, que como es lógico y natural se va perdiendo y transformando, pero que aún tenemos la suerte de contemplar hoy; y con el que aún tenemos la oportunidad de aprender arquitectura a día de hoy.
Ya sé que una vez conocida y apreciada su obra, muchos de Vds van a clamar porque se conserve y se embalsame para que la puedan conocer y contemplar nuestros hijos y nuestros nietos; pero ya lo siento, ya siento mucho decepcionarles, pero yo no soy de esa cuerda. Mi posición ante la vida y la historia es otra: lo que hay que transmitir a nuestros hijos y nietos no son momias sino valores. Mientras gozamos de los restos que de esa obra nos ha llegado, aprendamos todo lo que podamos de ella e intentemos hacer nuestros esos valores y transmitirlos. No es momento de entrar en honduras pero me gustaría decirles que la gracia de la arquitectura es que es un arte más vivo que la pintura o la escultura, más íntimo y más humano. ¿Y saben por qué? pues porque también muere. Porque a pesar de que se haga con voluntad de perennidad no escapa a la muerte, o escapa a ella con más dificultad que la pintura y la escultura. Y porque siendo así, se tiene que enfrentar a la muerte igual que nos tenemos que enfrentar nosotros: con la mayor dignidad posible. Transmitiendo lo aprendido, y no dramatizando. No lloriqueando.
Bueno, pues disfrutemos de la obra de Luis Barrón que aún podemos ver hoy en esta agradable mañana y aprendamos de Barrón, que para eso estamos.
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Durante la segunda mitad del siglo XIX y mientras caen esos cinturones de piedra que defendían y encorsetaban los cascos antiguos, se producen dos fenómenos arquitectónicos y urbanísticos absolutamente relevantes:
1) la configuración de un tipo nuevo de casa, y
2) la aparición de los nuevos equipamientos urbanos.
Ese es el momento que vive Luis Barrón y así es como hay que situar su trabajo.
En las ciudades con mayor crecimiento demográfico esas dos nuevas piezas arquitectónicas toman todo el protagonismo en los así llamados “ensanches burgueses”, pero Logroño no tuvo en esa época un gran empuje industrial y demográfico que le permitiera crear esas mallas de calles ortogonales de la nueva ciudad burguesa en las afueras de las murallas, y se tuvo que conformar con hacer un proceso más lento y modesto, y hasta podríamos decir, en mayor simbiosis con el casco antiguo existente.
Al no ser capaz de generar un ensanche exterior a su casco antiguo los arquitectos de Logroño fueron metiendo las nuevas casas burguesas -con planta en alforjas y fachadas de miradores-, en la gran calle Portales, en los huecos que fue dejando el derribo de la muralla y en las salidas del casco antiguo. Y ahí es donde vamos a encontrar la obra de Luis Barrón.
Al no generarse un ensanche, digo, Luis Barrón pensó en transformar el propio Casco Antiguo en lo más parecido a un “ensanche”, es decir, “ensanchando” sus calles (valga la redundancia) y creando sobre su callejero una malla lo más regular y ortogonal posible. Y esa es la esencia de su obra urbanística más importante: el Plano de Alineaciones de 1893 -que durante estos meses puede verse en la Iglesia de Palacio dentro de la Exposición La Rioja Tierra Abierta. (También puede verse publicado, aunque con muy mala impresión en la p 54 de la guía “Arquitectura de Logroño” del COAR).
No es momento de hacer una valoración de ese plano y de sus consecuencias, sino de entenderlo a la luz de lo que vengo diciendo. Y de entenderlo también como continuación de la obra emprendida anteriormente por Francisco de Luis y Tomás, esto es, la reordenación de la calle Portales y la creación de la calle Sagasta.
En esas dos calles podemos ver unas cuantas de las casas de Luis Barrón, y por supuesto, en los “Muros”. Tienen sus números en el listado para ir viéndolas, datándolas y comparándolas. Y más allá de los muros, en la Avda de Portugal y en los inicios de Calvo Sotelo y de Vara de Rey, es decir, en lo que pudieran ser los comienzos de un ensanche de verdad que no llegaría a cuajar, podemos aún contemplar las últimas casas que edificó Luis Barrón. Siempre ordenadas: con sus balcones, sus miradores, sus cornisas y sus portales, dispuestos según una geometría que se aleja de la espontaneidad más o menos popular de las casas del casco antiguo y con unas plantas en profundidad.
Junto a esa parte importante de su trabajo (las casas) vemos también lo más notorio de su producción, los edificios públicos (los después llamados “equipamientos”): el Instituto, el Matadero, la Tabacalera, el Almacén de la Tabacalera, y los desaparecidos almacenes Municipales (Bomberos) -que construyó ya Quintín Bello copiando sus planos (v LHDn73).
Y otra vez el mismo orden, el mismo empaque, la misma arquitectura que obedece a un principio de sujeción geométrica, por encima del cual las ventanas pueden ser así o asá, las rejas de los balcones más o menos historiadas, las cornisas más finas o más toscas, los paramentos más o menos modulados con cornisas, pilastras o cornisas, pero todos esos detalles, insisto, que a veces dependen de la suerte y de la colaboración de los gremios o del interés del promotor, son menos importantes arquitectónicamente que ese orden, y ese rigor geométrico que subyace en toda su obra. Ese orden que va creando un nuevo escenario urbano mucho más moderno y racional que el tradicional, espontáneo y aleatorio del organismo medieval.
Las fotografías de comienzos de siglo dan buena cuenta del enorme cambio que experimentó Logroño en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX, y ofrecen una nueva imagen de Logroño increíblemente hermosa. Una ciudad pequeña, pero muy bonita. Mucha de esa belleza se debe a la alegría y profusión de variados detalles decorativos superficiales; pero por debajo de todos esos detalles hay siempre una geometría y un orden que los estructura y sitúa convenientemente. Y el encargado de ese orden es el arquitecto. Esa fue la tarea del arquitecto de finales del siglo XIX: poner orden en la arquitectura para: 1) situar en ella sus piezas decorativas y ornamentales; y 2) generar un nuevo escenario urbano, una nueva ciudad. Esa fue la tarea que llevó a cabo en Logroño, Luis Barrón.
Y es de esperar que con esta visita, algunos ciudadanos de Logroño, amantes de su ciudad y de su arquitectura, conozcan y reconozcan de una vez por todas, el trabajo y la importancia del arquitecto Luis Barrón.
Y si además eso les sirve para ensanchar su forma de ver la arquitectura en general más allá de la preguntita de los estilos, pues eso que ganan.