(Escribí este artículo para la página de Arquitectura del periódico La Rioja, y lo publicaron el 30 de diciembre de 2000. Sigue tan vigente que creo que puede ser publicado de nuevo en una revista que quieren hacer en mi Escuela. Y además, me sirve para abrir la última carpeta de artículos que prometía días atrás: ARTICULOS SUELTOS).
¿Cómo va la pelea entre Arquitectura y Decoración?. Mal, francamente mal. No se atisba arreglo ni componenda. Los arquitectos siguen atrincherados en sus revistas especializadas y la decoración continúa ganando terreno desordenadamente en los kioskos de prensa. No se sabe de mediadores ni de conversación alguna. En estos tiempos en que tanto se habla de diálogo, tolerancia, mestizaje, negociación y enriquecimiento mutuo, ninguna de las partes en litigio echa de menos a la otra ni da un paso hacia un arreglo amistoso. Una pena.
Como yo soy arquitecto y a la vez profesor de decoración vivo en tierra de nadie y lloro el exilio. La arquitectura sin decoración es desoladora y la decoración sin arquitectura es caótica, pero a nadie parece importarle mucho.
Hagamos un breve repaso histórico para situarnos con cierta perspectiva. La pelea empezó con aquellos excesos del siglo pasado en que a un edificio se le podía vestir de gótico o de mudejar con la misma frivolidad con que a un niño de primera comunión se le disfrazaba de marinerito o de fraile. En 1908 el arquitecto vienés Adolf Loos escribió un artículo cuyo título, “Ornamento y delito”, fue toda una declaración de guerra. Entre 1920 y 1921 aparecieron en la revista del Esprit Nouveau de París diez o doce artículos de un artista que firmaba como Le Corbusier, escritos en tono profético e iluminado en los que se proclamaba que la arquitectura no tenía nada que ver con los “estilos” (decorativos, se entiende), que tenía destinos más serios (¡espirituales!) y que su estética en el siglo XX era la del ingeniero.Tuvieron un éxito mundial. A Mies van der Rohe se le atribuyó luego la consigna definitiva de los arquitectos modernos del siglo XX, “Menos es más”, que hace pocas semanas ha sido reproducida en esta misma página a modo de titular para dar soporte teórico a la decisión de un jurado de arquitectos de premiar el Concurso del Palacio de Congresos de La Rioja en Logroño. (Dicho sea de paso, el propio Mies, muy escrupuloso siempre, negó haber inventado esta consigna y declaró que provenía de Peter Behrens / véase el prólogo de “Mies van der Rohe. Escritos, diálogos y discursos”, Colección de Arquilecturas).
El divorcio entre decoración y arquitectura no fue fácil, aunque en los primeros años, como suele ser normal, los dos se mostraban muy envalentonados y seguros de sí mismos. Como el mundo estaba por entonces escindido social y políticamente entre izquierdas y derechas, ambos escogieron bando (o amigos), y los decoradores cayeron a la derecha y los arquitectos a la izquierda. Hubo algunas excepciones escandalosas que dieron mucho que hablar, como la del moderno Terragni que trabajó para el fascio, la del falangista Aizpurua que diseñó para la modernidad, o la del rojo Stalin que dió al traste con la idea de que la revolución comunista rusa fuera territorio conquistado por los arquitectos antidecorativos.
A comienzo de los setenta, un arquitecto americano llamado Robert Venturi trató de poner fin a la pelea con otra consigna muy ocurrente que decía: “menos es aburrido”. Pero aunque la consigna estaba perfectamente razonada con una tesis doctoral detrás, no sirvió para acercar a las partes sino para que ambas tomaran poco en serio su relación y su ya largo enfrentamiento y se relajaran cada una en su territorio. La decoración ya no estaba mal vista y los colorines tampoco, pero desde el campo de la arquitectura se la tomaba a broma: cosa de bares, tiendas, marujas y escenografías de la movida postmoderna. La arquitectura por su parte, bien se rompía en dos, tres o mil pedazos, o bien se retorcía sobre sí misma en piruetas patéticas tratando de salir de la pobreza del “menos es más”, o buscando llenar con el desorden de sus fragmentos o los volatines de sus curvas, el vacío dejado en su día por la decoración.
En la última década de este siglo, sin embargo, se han producido ciertos esfuerzos teóricos por aclarar una terminología que pueda servir para entablar un nuevo diálogo. La confusión entre “decoración” y “ornamento” tan habitual entre unos y otros contendientes parece que empieza a despejarse. La decoración recupera su sentido originario, y así el “decoro” vuelve a ser considerado como la dignidad con que las cosas se presentan ante los demás. Se distingue entre una decoración “simbólica”, en la que cualquier elemento del edificio por muy simple que sea puede ser decoración porque es símbolo de algo; una decoración “analógica”, en la que la propia construcción o las formas más simples de sus volúmenes se expresan a sí mismos como los ecos de una forma (véase por ejemplo la hermosa ventana del minimalista Barragán utilizada como ilustración en este artículo); y una decoración “ornamental”, en la que el adorno puede ser, desde la textura de la propia construcción hasta la expresión artística más depurada asociada un edificio (¿que otra cosa no son la textura de la arenisca, acaso el reloj, y sobre todo la fuente de la dama de Julio López sino los únicos ornamentos de nuestro roto y desolado Ayuntamiento moderno?). No hace mucho que en la página de arquitectura de un diario nacional, la presentación de una entrevista a Oscar Niemeyer se acompañaba con una incisiva frase de este longevo arquitecto brasileño en la gran polémica del siglo: “la simplicidad es pura demagogia”. Espero que pronto vea la luz también mi modesta aportación a la cuestión: un artículo enviado a la revista Diseño Interior con el título de “Menos es menos”.
Desde el territorio de la Decoración también se detecta algún movimiento. El éxito editorial de la mencionada revista Diseño Interior, una revista de kiosko que conecta con los arquitectos, ha arrastrado a las tradicionales Nuevo Estilo o El Mueble a sacar también números especiales que se denominan de “Arquitectura y Diseño”, en los que parece que se tienden puentes entre uno y otro bando.
Con todo, el peso de las tradicionales revistas de Decoración, ajenas a la arquitectura y al mínimo pensamiento analítico o racional es tremendo. Permítanme hacer una pequeña lista a modo de recopilación para dar cuenta de sus fuerzas reales. A las tradicionales El Mueble (460 números editados), Hogares (378), Casa y Jardín (289), Nuevo Estilo (271), Cocinas y Baños (101), Casa & Campo (78), Mi Casa (72), Casa Viva (41) o Casa al Día (31), cuyo precio oscila entre las 275 y las 500 pesetas, hay que añadir las editadas por revistas femeninas que a veces se venden bajo el mismo plástico, La Casa de Marie Claire (129), Elle Deco (68), o Vogue (en español o en francés); las aparecidas el año pasado, Decoración Mía (13), Chalet Deco (12), Interiores (8), y las aparecidas este mismo año, Estilo Clásico (1), Habitania (1) y Utilísima (1), y por último, el sector más lumpen (175 ptas ejemplar) como Casa Diez, Cosas de la Casa, y Cosas de la Cocina. Seguro que me dejo más de una (por ejemplo la que edita el Readers Digest) pero ya nos hacemos una idea del enorme potencial del sector.
Por asociación, yo les llamo revistas “delcorazión”, ya que a semejanza de las conocidísimas publicaciones de cotilleo, su método es el picoteo aquí y allá, la yuxtaposición sin orden, el comentario tópico, los adjetivos lights, y la ausencia de crítica, –aunque la verdad me apena que se tome al corazón por un órgano tendente al desorden intelectual en vez de tenerlo como sede del valor moral.
Arquitectura y Decoración siguen escindidas como el mundo mismo de sus sexos. Me atrevería a decir que más del 95% de las revistas de Arquitectura están dirigidas por hombres y más del 95% de las revistas de Decoración están dirigidas por mujeres. Es una división ofensiva para los hombres y mujeres que componemos juntos la humanidad; es un dato irracional e inaceptable. Pero que en cualquier caso, siempre nos recuerda que cuando se supera, cuando ambas partes logran un acuerdo o entendimiento mutuo, surge la emoción y vuelve a nacer la vida.