La Asociación de Empresarios de la Construcción, Promoción y Afines de La Rioja ha puesto de vuelta y media al Decano del Colegio de Arquitectos de La Rioja, Domingo García-Pozuelo, llamándole cara dura, manipulador del COAR en beneficio propio y falto de rigor técnico. Todo eso y más en la página 34 del número 55 de su revista Construvida -página que reproduzco como ilustración de esta entrada hasta el límite de que pinchando sobre ella pueda ser leída sin dificultad.
Pero como la crítica se hace extensiva a los arquitectos que le apoyan (es decir, directamente a los miembros de sus tres Juntas de Gobierno: Vicente Peña, Araceli Barrio, Francisco Iturriaga, Pablo Larrañeta, Alfonso Samaniego, Jesús González Menorca, Yolanda Ibañez, Noemí Grijalba y Fernando García Pérez), y como en ella se recuerda el carácter “elegible” del Decano justo cuando este mes hay elecciones colegiales, más que una crítica parece todo un desafío para los arquitectos.
No voy a ser yo quien defienda a este Decano y a los arquitectos en que se apoya . Con todo el mal que me han hecho y todo lo que me han ignorado y ninguneado durante los últimos cuatro importantes años de mi quehacer teórico, no puedo sino solidarizarme con los empresarios en el deseo de que los arquitectos empiecen a regenerar el Colegio mediante el pacífico y efectivo ejercicio del mecanismo democrático.
Pero el desafío de echar a esta Junta sería tan sólo un lavado de cara (una limpieza de gente impresentable) comparado con el problema profesional mucho más profundo que en la página 10 de la misma revista enuncia con meridiana claridad el empresario de la Construcción y Promoción, Francisco Saénz-López. En una entrevista sin entrevistador concreto, a la pregunta de “¿En de qué consiste su trabajo de cara al cliente? éste contesta literalmente: “En la producción en vertical del sistema de negocio, desarrollamos el ciclo completo del proceso, desde la gestión urbanística del suelo, el diseño del producto, la promoción, su construcción, y comercialización, hasta entregar al cliente la vivienda totalmente terminada y lista para ser habitada”.
Como esas palabras me las sé muy bien (porque en una de mis primeras experiencias profesionales me topé precisamente con este empresario), y como mi respuesta profesional a ellas es más que conocida, creo que tengo la autoridad moral suficiente para decir que quienes asuman el desafío de echar a Domingo y a sus secuaces, tienen además planteado el reto de regenerar la profesión que van a representar, estudiando en profundidad este tipo de pensamiento sobre nuestro sector y buscando respuestas a él.
De lo contrario, lo que deberían hacer quienes echasen a Domingo de la dirección el COAR y quisieran seguir con cierta dignidad en el ejercicio de su empleo (que no profesión), es dar de baja al Colegio como institución oficial y pedir su ingreso en el epígrafe de “Afines” de la Asociación de Empresarios de Construcción, Promoción y… Afines”.
¡Ah! y de paso, y si no es mucho pedir, salvar los muebles del COAR en aquella Fundación creada al efecto, para que, por ejemplo, pudieran destinarse al estudio, conocimiento, investigación, crítica y divulgación de la buena arquitectura.