jueves, octubre 18, 2007



SHUFFLETON´S BARBER SHOP


Quienes me quieren me han dicho que, por favor, no escriba más sobre las heridas que me han hecho mis “compañeros” arquitectos en los últimos años. Quienes me leen como verdaderos amigos me han pedido que no haga escritura de la pus. Yo también me lo había propuesto a la vuelta de las montañas que me han consolado este verano, pero ya se ve que no he podido: el post “Pesadilla en Buenos Aires” y parte del anterior (Mujeres) traían no poca exhibición de cicatrices mal curadas. Solo me consuela haberlo titulado “pesadilla” porque si era eso de lo que trataba, mi voluntad estaba casi al margen. Pero aunque no seamos responsables de los tormentos que nos infligen las pesadillas, sí lo somos de contárselas a los demás.

Afortunadamente también tengo sueños buenos; o los he tenido. Y hace unas semanas mi buen amigo Emilio me recordó uno de ellos en su blog: la Shuffleton´s Barber Shop. Así que para compensar el mal rato de los posts mencionados y hacer todo lo posible por olvidarlo, voy a contaros hoy en qué consistía transcribiendo literalmente su divertida acta fundacional:


Shuffleton´s Barber Shop es un club formado por músicos que se reúnen una vez por semana al atardecer (cuando se acaba el trabajo cotidiano) para interpretar y compartir música en un ambiente de amistad.

Shuffleton´s Barber Shop nunca “actúa” ni toca para nadie, por lo que su música (por muy mala que sea) es auténticamente “auténtica”. Puede ser escuchada en medio del campo o en el cementerio, en la terraza de un bar o en el pórtico de una ermita, en la plaza o en la trastienda, pero no puede ser entendida más que como un regalo ocasional para los oídos. Quien tenga la suerte de oírla, que la oiga.

Shuffleton´s Barber Shop está directamente inspirado en una ilustración de Norman Rockwell para el Saturday Evening Post de abril de 1950, de la que toma su nombre.


Emilio y yo intentamos hacer realidad ese sueño durante unas semanas del otoño del 2001 para curarnos de las heridas que nos había causado nuestra huida de la Orquesta Sinfónica de La Rioja. Él con su viola y yo con el saxo tenor o la tuba tocamos algunas piezas melancólicas de Guillaume Dufay como Adie Ces Bons Vins de Lannoys, el Primer Dolor de R. Schumann (Album para la juventud Op 68, nº 16), un “pequeño tango”, el Minueto 1 “from a German manuscript (1721)”, el Largo (segundo movimiento) del Concierto para violin op 9 de Vivaldi, el Air XVI de la Beggar´s Opera de Gay, canciones populares inglesas como Highland Mary, el andante tranquilo On wines of song del op 34, n2 de Mendelsohn, o varios minuetos y cantatas de Bach. Y en la carpeta se quedaron otras muchas piezas que nunca tocamos (como la que Emilio cita en su blog) y todo el legado de un músico levantino de comienzos del siglo XX llamado José Lon que compré en una tienda de viejo en Valencia.

La trastienda que utilizamos para tocar fue el almacén donde tengo el archivo y los utensilios de mi antiguo estudio de arquitectura, y aunque no tenía el encanto de la imagen de Rockwell, no se estaba mal, si bien siempre tuvimos miedo de molestar a algún vecino.

Como todos los sueños gratificantes duró muy poco pero tuvo un gran efecto balsámico: cuando dejamos de juntarnos por descuido o por abandono de uno u otro, yo me olvidé durante unos años del ejercicio de la música para interesarme por la arquitectura de mi ciudad, y Emilio consiguió volver a la Orquesta Sinfónica.

Este blog podría haber sido para mí como la “safel”, un lugar donde curarme las heridas de las batallas que vinieron después, pero desgraciadamente no está siendo así. Dudo que hablar una y otra vez de la crisis de la arquitectura tenga el mismo efecto que la interpretación a la caída de la tarde de una pieza de Dufay.

Descartada la motivación arquitectónica de este blog como medicamento, sólo la amistad de quienes me leen me curará. Y para ello, nada mejor que seguir sus consejos.