miércoles, enero 30, 2008

PUNTO DE INFLEXION


Algunas veces lo he dicho de pasada pero no como tema central de un artículo: si hay razones para cambiar de opinión, si hay suficientes argumentos para que un prejuicio no se convierta en juicio, se cambia de parecer, se piden disculpas por todo lo dicho anteriormente, y vida nueva. En alusión a aquella aparición a San Pablo, algunos llaman a esto “caerse del caballo” pero yo prefiero llamarlo “renacimiento” porque se trata de un lento proceso racional o un cambio meditado de sensibilidad, y no un bandazo.
En cualquier caso, en ese proceso siempre hay un momento clave, un punto de inflexión, y creo que es bonito fijarlo, más que nada por hacer un ejercicio de memoria.

También he dicho algunas veces que uno de los cambios de opinión que más impacto me ha producido en mi vida fue el que experimenté respecto a la obra de Alvar Aalto. Ocurrió durante el viaje a Finlandia de 1998 y aunque fue un proceso meditado y paulatino, recuerdo bien que hubo un momento decisivo o un punto de inflexión.

La obra de Alvar Aalto, tal y como la había estudiado en libros de historia o revistas de arquitectura, no me había interesado especialmente. Los libros de historia o las revistas de arquitectura son siempre igual de aburridos: en el mejor de los casos sus textos son “justificaciones” de la decisión gremial de haber elevado a tal o cual autor a los altares de la historia; en el peor, mero incienso y beatería. En ningún caso son textos críticos y amenos en los que se mezclen con gracia el relato de las virtudes con las miserias. Además de ello, el personaje Aalto tampoco parecía ser un tipo simpático. Huraño y borrachón (a la manera finlandesa de emborracharse), cada vez que leía algún texto de la gente próxima a él llamándole “el Maestro” se me encendían las alarmas.

El caso es que en los cursos de doctorado que se impartieron en Logroño a mediados de los noventa, el catedrático navarro Manuel Iñiguez había hecho una lectura bastante original y novedosa de la obra de Aalto, una interpretación que posteriormente conseguí que escribiera para la revista Archipiélago: Tiempo y Lugar en la obra de Schinkel y Aalto (rev Archipiélago n 17). Decía Iñiguez que frente a la idea de unas arquitecturas nacidas como objetos cerrados y acabados, las obras de Schinkel y de Aalto parecían concebidas como abiertas a las variaciones del tiempo o a las vicisitudes de los lugares. Aunque se trataba de una interpretación original, enseguida desconfié de ella porque a poco que los miraras y analizaras, no es que los edificios de Schinkel y Aalto estuviesen abiertos al tiempo y a los lugares sino que “simulaban” estar abiertos al tiempo y a los lugares. En el mejor de los casos podían ser escenografías de esa apertura, pero no edificios libres de las ataduras de sus creadores. Especialmente cuando a esos creadores se les había subido a los altares.

Algo influyó esta nueva lectura de la obra de Aalto en mi cambio de opinión respecto a ella, pero no creo que fuera determinante. El proceso por el cual pasé de la indiferencia a la admiración creo tuvo que ver con el azar del propio viaje y con el orden en que se sucedieron las visitas, las observaciones y los descubrimientos (desdén en Helsinki, curiosidad en Otaniemi, indiferencia en Paimio, buenas sensaciones en Turku y Muuratsalo, punto de inflexión en Seinajoki, admiración plena en Jyvaskyla y Saynatsalo, tranquilidad en Lathi).

Como es bastante largo de contar y como creo que todavía me faltan muchas observaciones por hacer de las múltiples sorpresas y alegrías que la arquitectura de Aalto ofrece, quisiera dejar hoy constancia nada más de ese momento clave, ese punto de inflexión, en el que me descubrí ante su obra. Fue en la capilla pequeña de la Iglesia de Seinajoki, cuya foto pongo arriba. No es gran cosa, pero recuerdo que comparamos allí la gracia espacial de esta sala menor con la también menor “sala de usos múltiples” del Ayuntamiento de Logroño del también “Maestro” Rafael Moneo, y me entró la carcajada.
No sé si este tipo de experiencia puede ser objetiva, pero me atrevería a decir que un punto de inflexión puede que no sea mas que un punto de comparación.