martes, noviembre 27, 2007

GRAVES, PHILADELPHIA



Estados Unidos está lleno de “chesnut hills” (colinas de castaños) pero la que nosotros buscábamos al norte de Philadelphia es muy renombrada porque en ella está aquella casa primeriza que Robert Venturi hizo para su madre y que había dado la vuelta al mundo miles de veces con su libro.

El desayuno en Germantown (¿cuántos germantowns no habrá también en américa?), un pequeño pueblo convertido en centro de suburbio poco antes de llegar a la chesnut hill que buscábamos, nos había levantado el ánimo, pero quien de verdad nos lo elevó fue el actual dueño de la casa Venturi que nos recibió como si fuéramos unos invitados de honor. Los Colegios de Arquitectos deberían hacer homenajes o socios honoríficos a estos personajes que a pesar de las molestias que les causamos con nuestra curiosidad, aún se alegran de compartir con el visitante el privilegio de habitar un lugar tan señalado. Esa gente te da ejemplo y te ensancha el corazón.



Estuvimos un rato charlando con él en el famoso salón de la chimenea-escalera, nos hizo firmar en su libro de visitas y nos despidió tan feliz dándonos indicaciones para encontrar una casa de Louis Kahn a cuatro pasos de allí. Yo no soy nada aficionado a este arquitecto (el día anterior habíamos estado en el centro de Philadelphia viendo los laboratorios Richard y ya me había decepcionado lo suficiente) pero aunque solo fuera por aceptar la invitación o por satisfacer la curiosidad, seguimos su consejo.

Todo salió bien: el paraje y la vegetación eran espléndidos, encontramos la casa y no tuve que cambiar mis desafectos (tengo fotos mucho más duras pero como no quiero estropear la mañana, pongo ésta y dejo las otras para algún “cascote”).


Sin embargo, lo mejor de aquel pequeño tour arquitectónico aún estaba por venir. En la preparación de mi viaje a Philadelphia yo tenía marcadas algunas de las estaciones de ferrocarril que Frank Furness había construido en las líneas norte de la ciudad y por allí cerca había una que respondía a la parada de Graves (vaya, otro nombre de arquitecto).



Por estar asociadas a la niñez, las estaciones de tren son para mí lugares mágicos: ya sea en Estambul o en Buenos Aires, en Orduña o en Alcanadre, en la visita a un pueblo o ciudad por donde pasa el ferrocarril nunca dejo de visitar esos lugares tan emotivos donde la evocación de los sueños y lágrimas de encuentros y despedidas me ponen siempre la carne de gallina. Una estación de tren es un lugar donde hacer arquitectura se convierte en una cuestión de mucha responsabilidad, y donde fracasar es un delito.

Bueno, la estación de Furness en Graves no es que acompañe o envuelva con dignidad a las emociones de los viajes sino que ella misma desata nuestras emociones. Qué lugar tan bonito, tan alegre y tan evocador. Qué cantidad de sueños y rincones de nuestra memoria parece contener. Porches, desniveles, escalinatas, arquitectura doméstica del guarda y arquitectura fantástica del viajero, todo mezclado y revuelto en un pequeño edificio como si se tratara del anticipo de las disneylandias de cien años después.

Oh, sí, seguramente han sido esas escenografías infantiles las que han denostado esta arquitectura tan extravagante que por no encontrar nombre para designarla los historiadores acabaron por llamarla “furnessca”; una arquitectura que en otros lugares de la ciudad como la Academia de Fines Arts o la Biblioteca de la Universidad pueden confundirnos con su profusión de detalles extraños, pero que en el lugar de paso de una estación de tren parece encontrar su sitio más genuino. En la larga espera de un tren o en el corto y emotivo abrazo de una llegada, las evocaciones históricas y las invenciones formales de los collages arquitectónicos de Furness consiguen transformar un lugar pasajero en un lugar inolvidable.

(Para que luego tengamos que oír la cantinelas que escriben los “críticos” de que los aeropuertos llevan implícitos el ser los no-lugares de nuestras vidas… ¿No será que son los lugares más insignes de la no-arquitectura que va desdibujando lo poco que ya nos queda con vida?)