Una joven estudiante de arquitectura en Valencia, lectora del LHD, me remite una crónica apresurada de la conferencia que Jean Nouvel dió el lunes pasado en su Escuela. Eso es lo que Chomsky llamaba “tener buenos corresponsales”.
"Llevaban anunciándolo a bombo y platillo en mi facultad desde la semana pasada. ¡Viene Nouvel, viene Nouvel! Pues bien, bien, que venga, que venga... Los profesores de proyectos ya juzgaron como de sentido común que faltásemos ese día a su clase, porque... "aunque ahora mismo esté del lado de la publicidad y el marketing... no deja de ser Jean Nouvel... y entendemos que prefiráis ir a su conferencia en lugar de venir a ver nuestros caretos, como cualquier otro día". Si hay que ir, se irá. Lo mejor de todo fue la actitud con la que me presenté en su conferencia, sin, absolutamente, en un principio, idea alguna preconcebida de la misma o de él. Mira que conozco ya obras suyas como para poder empezar a tener una visión más crítica de su obra, pero no me puse a recordar aquellas sino cuando ya todo había pasado.
La conferencia se preveía para las 12 del mediodía de este pasado lunes. Con tanta expectación creada, y la fama, ya inseparable, de este arquitecto, me propuse aparecer por la sala en la que se impartiría la conferencia, al menos, con una hora de antelación, para poder conseguir un sitio, cuanto menos, decente. Llegué y no había un alma. El acto tendría lugar por la tarde, a las 6, me dijeron los guardas que custodiaban el salón de actos. Bien comenzamos...
No es que yo sea una maniática de las cosas en su sitio, que también lo puedo ser, pero el que me empiecen a cambiar los horarios me suele oler a chamusquina desde el principio, cuando no es por un deseo ajeno de favorecer a otros o a mí misma, lo que sería de lógica entender. ¿Se habrá quedado dormido?¿las musas no le han puesto in the mood para dar la conferencia esta mañana? Con las estrellas mediáticas suelen ocurrir cosas así. Como sufrida estudiante, volví, a la sala convenida, la tarde en cuestión. Los vigilantes se habían equivocado en media hora al darme la hora prevista para el gran acontecimiento, así que espere hora y media. En ese tiempo me pude enterar de que, hora y media antes de la conferencia, esa misma mañana, la sala ya estaba al completo, y de que los habían desalojado a todos, lógicamente, enfurruñados, por el cambio de hora. Eso debió de bajar los humos a unos cuantos, y debió quitarles las ganas de regresar por la tarde. Gracias a ello, tuve sitio.
Para empezar, blablabla del presentador, blablabla del director de la facultad, exaltando al arquitecto en exceso (le faltó besarle los pies), blablabla del representante del IVE (Instituto Valenciano de la Edificación), intentando explicar lo que era el IVE, sin éxito (cinco minutos en los que mi mente desconectó por completo, sin entender ni una sola palabra de lo que me estaban diciendo), dado que era el mismo IVE el que organizaba las jornadas, en razón de su vigésimo aniversario. Menos mal que no se alargaron demasiado, porque el asunto ya lo empezaba a ver negro.
Y de negro iba, porque Jean Nouvel vestía así para la ocasión, y, por lo que he podido ver de él en la red, es un modelito del que adolece. De primeras, la justificación del retraso (menos mal). Problemas en la circunvalación parisina, había perdido el avión. Eso de la falta de previsión respecto al tráfico ya no me supo tan bien. Comenzó la conferencia leyendo durante diez minutos partes de una reciente publicación suya, el "Manifiesto de Louisiana". A lo mejor, la lectura en voz alta, tiene su sentido en algún lugar y en un determinado momento, pero no era en aquel. De primeras, para conocer un texto, prefiero leerlo yo, en mi tiempo libre. De segundas, la traducción simultánea (con auriculares individuales para todos los asistentes), llevada a cabo por una señorita de agudo timbre, además de realizarse a extrema velocidad (supongo que porque el ritmo de la lectura de Nouvel no permitía otra cosa) no tenía modulación alguna. ¿Qué belleza o poética tiene entonces el escuchar esos fragmentos, sumándole que parecían carecer de hilo o sentido narrativo alguno? Sigamos esperando, ya vendrá algo interesante...
El resto de la conferencia lo dedicó a dar a conocer sus últimos proyectos. Y, puedo decir, ¡eso, sí que fue interesante! No habría podido imaginar que el nivel de locura, de las altas esferas arquitectónicas, anduviera ya por semejantes derroteros. ¿Proyectos? El primero, el más sensato. Era el realizado para el concurso sobre la zona del puerto de Valencia, para la 32nd America's Cup. A continuación, comenzamos a desvariar. Torre prismática junto a La Defence, París. Sencilla por abajo, barbaridad por arriba. Se culminaba con un trozo, de la misma torre, que giraba sobre un gigantesco cilindro de comunicaciones, a razón de una vuelta por hora. Sobre los lados más grandes de esa parte del prisma, dos pantallas de 70 x 70 metros, proyectando imágenes artísticas sobre París y su vida cultural. Altura, la de la torre Eiffel. Teníamos ante nuestros ojos el nuevo emblema de la ciudad de París. Una pantalla gigante, al estilo de las de Broadway o Japón (pero reducidas todas las de aquellos lugares a una sola, para resultar única), sobrevolando el skyline parisino. En tercer lugar, un bloque, o una serie de torres (es el nuevo invento de Nouvel) de cien metros de altura, a las orillas del río Neva. La ciudad de San Petersburgo no sobrepasa de media los 25 metros, por las imágenes que mostró, así que, el impacto sobre la ciudad, no puede ser más agresivo. Los de Gazprom, la empresa energética que había hecho el encargo, pedían una torre de trescientos... así que... perdió el concurso. Seguidamente, el teatro Guthrie, en Minneápolis, con un voladizo de 58 metros para volar sobre la carretera que da al río Mississippi. El voladizo terminaba en un escuálido mirador que disponía de un anfiteatro de tres escalones, que permitía, según Nouvel, que, de vez en cuando, se hicieran performances allí (¡pues como sea esa la excusa para hacer el voladizo... porque allí no cabían ocho personas sin molestarse!). La foto de éste, que traigo aquí, bromeaba sobre la posible reconversión del teatro en IKEA, por el color de su revestimiento, pero era en la que mejor se podían apreciar las dimensiones del voladizo. Por último, Nouvel mostró el Musée du Quai Branly, situado también en París, muy cerca de la torre Eiffel. Discreto, comparado con los anteriores, pero sin dejar de agrupar elementos tontos, tics innecesarios, además de la insensatez que supone un proyecto para reunir cuatro mil objetos de civilizaciones antiguas en un mismo edificio (Oceanía, África, América... todo mezclaíllo en un único inmueble, ¡que en la variedad está el gusto!) aunque, esa, sería idea de un importante artículo sobre el sentido de los museos, que no cabe ahora. De cada uno de estos proyectos, podría decir más, pero no sé si merece la pena y si ya así se ve la idea de conjunto.
A la exposición rápida, si se puede llamar así, de estos proyectos, le siguió una ronda de preguntas. La actitud de Nouvel era tan agresiva, tan por encima de la modestia con la que se formularon las cuestiones, que acabó fastidiándome del todo. Respecto a una pregunta que le cuestionaba la torre de La Defençe (de la que no es posible encontrar imágenes, sólo existen aquellas de otra de las opciones que debió de barajar para el concurso) él espetó que si preguntaba aquello era porque no había entendido para nada el proyecto, el ejercicio metafísico que suponía aquel proyecto. La desproporción del bloque de San Petersburgo, mencionada por otro, hizo a Nouvel repetir la explicación de que el bloque inferior se repetía tres veces por encima de éste, repitiendo el paseo de la ribera del río con un espacio de 18 metros entre cada una de las franjas transparentes de las torres. La última persona, atrevido él (por cierto, francés) le preguntó sobre las modas, y por si había que seguir alguna, en una época en la que todos tenemos los mismos referentes. Nouvel tenía bien clarito que él no seguía a nadie, desarrolla un arte, un estilo, independiente, el suyo (al que yo he llamado "art nouvel", ya con recochineo).
El que se parezca, según me han dicho, a un tal Dr. Evil, de una famosa película cómica, no debe de tener nada que ver con ésto de que, escudándose en lo que dice llamar arquitectura, pueda ser tan canalla con las ciudades en las que tiene la suerte o la desgracia de poder construir".