Cada vez que en estos últimos años he escuchado o interpretado música en directo y por una u otra razón el lugar no me encajaba con la música, he pensado en lo necesario que sería tratar por escrito acerca de esta interesante y delicada relación. Sobre todo, desde el lado de la arquitectura y la insensibilidad hacia ella, porque desde que hay música en lata y ésta se puede oír en cualquier lugar, la gente que luego la escucha en directo parece ajena a las condiciones espaciales, decorativas (¡e incluso auditivas!) en que se produce.
El tema es tan extenso que en los tiempos en que hacía elhAll pensé dedicarle cuando menos un cuadernillo central de aquellos que llamaba “hasta la Cocina”. Pero habiendo reducido el formato de mis escritos al de los folios del LHD, lo mejor será ir abordándolo por entregas y abrir así el debate a todos los colaboradores que quieran participar.
Empezaré por la última ocasión en que esa relación me ha chirriado: los conciertos de música antigua que se celebraron en Logroño los días 11 y 12 de septiembre de este año en la Sala de Cámara del Riojaforum.
No se puede decir que los organizadores de la Semana de Música Antigua de Logroño no se preocupen por dar con un lugar adecuado a unos conciertos que, en el plano musical, parecen superarse cada año en cuanto a calidad. He acudido a verlos a San Bartolomé, luego a La Redonda, y después al Auditorio del Ayuntamiento de Moneo, y según me informan, también se hicieron en la Iglesia de Palacio en sus primeras ediciones. No voy a hacer cábalas sobre las posibles razones que han provocado esa migración continua, pero sí decir que por unas u otras razones, en casi todos los casos había algún desajuste evidente entre ese tipo de música y el lugar y ambiente en que se producía.
Así las cosas, la asepsia de ese Riojaforum que Pablo Larrañeta aplaudió con el manoseado “menos es más” (La Rioja, 11 nov 2000) -que con el tiempo se ha acabado por convertir en un “menos es nada”-, podría haber sido una solución neutra y abstracta en el sentido de algo así como un museo para la música antigua.
Pero lejos de ello, ese paupérrimo escenario forrado de madera artificial por todas partes y sin tratamiento alguno de las juntas, me produjo la sensación de estar dentro de un féretro donde la arquitectura hubiera muerto para siempre y desde ultratumba nos llegaran las tristes y bellas canciones de la corte de los Austrias. Y encima, con una calidad auditiva bastante mala, pues bien porque los cantantes se pusieran a la par de los instrumentos, o bien por el eco del espacio que dejaban detrás de sí, el caso es que las condiciones acústicas estaban muy por debajo de la calidad de los interpretes.
Abundando en esto último he de decir, sin embargo, que en el tercero de los conciertos, el del día 13, se produjo un milagro acústico: la muy especial formación de una sola guitarra barroca y un exquisito percusionista hizo que la caja mortuoria del escenario funcionara como una perfecta caja de resonancia, y que el sonido no sólo fuera buenísimo, sino también inmejorable e impensable en cualquiera de los otros escenarios hasta ahora utilizados.
Pero aunque el sonido fuera bueno, la arquitectura seguía en el limbo, y si no me creéis, mirad la foto que hice. Por cierto, antes se veía a algún arquitecto en los conciertos de música antigua, pero en estos últimos no he visto a ninguno que pudiera testificar lo que cuento. ¡Ay! y si los arquitectos no vamos a los conciertos ¿quién se va a ocupar de mejorar esta difícil relación entre música y arquitectura?¿Sólo los músicos? ¿Sólo los organizadores? Pues mal asunto, porque por la cantidad de malas experiencias que recuerdo y que con el tiempo iré contando, poco o nada parecen entender de arquitectura.