miércoles, septiembre 13, 2006

49. AACHEN







En el LHD 45 contaba uno de mis trucos para los preparativos de los viajes, el de los cuadernillos del Domus. Hoy contaré otro algo más viejo, si bien limitado a las visitas por centroeuropa, el del Braunfels. Se lo debo a Félix de Azúa, quien publicó de él una elogiosa reseña en El País hace... muchos, ay, muchos años. Desde 1991 en que lo compré, lo he consultado siempre que he viajado a alguna ciudad europea y de ese modo he tenido a mi disposición la clave explicativa sus orígenes y de sus momentos decisivos, que es como tener la llave de la ciudad sin que te la tenga que dar el alcaide. Este mismo año, por ejemplo, lo utilicé para preparar la vista a Aachen que ahora os cuento. Pero antes daré la reseña editorial del libro por si lo queréis comprar (creo que no está en la Biblioteca del COAR): Urbanismo Occidental, Wolfgang Braunfels, Alianza Forma. La reseña de Azúa también la conservo..., por si alguno no se fiara de mi.

La edición del Braunfels es tan elegante que aún traduce los nombres de las ciudades (según era costumbre en la “antigüedad”) así que, en sus páginas, Aachen es Aquisgrán, que es como nosotros la estudiamos de niños. Salía en los libros de historia poco después de la invasión musulmana a Hispania, y sumidos en nuestra penuria era como una especie de lucecita que se encendió allá lejos, entre Alemania y Francia, recordando los esplendores del imperio romano y anunciando los futuros triunfos de la cristiandad. Un reyezuelo germano se hizo investir emperador por el papa en el año 800, se puso por nombre Carlomagno y edificó una gran capilla octogonal de sabor bizantino muy muy al norte, en las proximidades del Rin: la famosa capilla palatina de la que los libros de historia siempre daban una oscura foto como de cripta o algo así.

Pues bien, el Braunfels da una pequeña planta y explicación de cómo Carlomagno edificó su gran palacio en forma de C pasando olímpicamente de la cuadrícula que en su día dejara señalado el campamento romano, y cómo, con posterioridad, surgió en torno al palacio un pequeño vicus y se dotó de un primer y un segundo recinto amurallado. Finalmente la ciudad medieval desgajó el palacio en dos: sobre la capilla palatina se fue construyendo la catedral (en la foto de arriba a la izquierda se pueden ver los añadidos góticos y barrocos) y sobre el palacio se construyó el formidable Ayuntamiento (foto de abajo en el centro).

Entrar en la capilla es, en verdad, emocionante. Es un lugar muy especial; en muchos sentidos, único. Eso sí, no está pensado para hacer fotos (como puede comprobarse por la de arriba a la derecha). Los añadidos posteriores no le han quitado el protagonismo, y la claridad de su eje vertical, el espacio que se dilata por los corredores circulares (como nos enseñó a ver Zevi) y el peso de mil doscientos años, impresionan.

Como es propio de gente culta, en el Ayuntamiento se han tomado en serio la historia de la ciudad y ofrecen al visitante una maqueta de la gran construcción que levantó Carlomagno. Y en la antigua plaza del Mercado avistamos finalmente la figura en bronce (seguramente decimonónica) de aquel rey-emperador de larga espada y corta pluma, pues, como dicen sus biografías, no logró aprender a escribir.