(Dividí el contenido de esta nota en dos entregas: en la primera (LHDn36) sólo puse las fotos y al día siguiente hice el comentario. El sistema funcionó porque antes de que yo enviara el mío, ya unos cuantos lectores me habían remitido algún comentario personal sobre tan entrañable lugar de Logroño).
Uno de los peores vicios del provincianismo es el “costumbrismo”, término que se aplica a relatos literarios asociados con el romanticismo decimonónico y a buena parte de la pintura de la misma época. En España pegó tan fuerte que hasta inventó un género musical propio: la “zarzuela”. Yo recuerdo muy bien el término porque en cierta ocasión envié un escrito mío a Félix de Azúa y al calificarlo éste como costumbrista me sonó a insulto (desde entonces, cada vez que escribo algo que me huele a costumbrista lo tiro directamente a la papelera, ¡líbreme el cielo!). El término ha caído en desuso, y eso que ahora está más vivo que nunca: no en la literatura, la música o en la pintura, sino en el periodismo. El puente que va de aquellos usos a los actuales seguramente haya que buscarlo en los “cronistas oficiales”, entre los que nuestro desaparecido Jerónimo Jiménez era todo un campeón. La antorcha local la ha recogido con fuerza el periodista Eduardo Gómez, a quien La Rioja viene utilizando desde hace unos pocos años para contar los domingos en “estilo costumbrista” unos cuantos datos de los edificios y rincones de la ciudad próximos a desaparecer. Nostalgia barata.
Me ha venido a la memoria el término porque al empezar a comentar las tres fotos de la calle Mercaderes, tomadas desde el lugar conocido como Cuatro Cantones (LHDn36), me estaba saliendo un relato “costumbrista” por lo que, directamente, ha ido a la papelera (del ordenador en este caso). En realidad sólo quería poner un texto a las tres imágenes y explayarme un poco, ya que en la página de la Guía de Arquitectura que le he dedicado hace unos días a este lugar no me cabían mas que los datos básicos de cada una de las piezas que lo componen.
En realidad las tres fotos no ilustran el lugar “Cuatro Cantones” sino el tramo de la calle Mercaderes que va desde Cuatro Cantones hasta la Rúa Vieja. No es fácil que una fotografía cuente un lugar compuesto por cuatro esquinas tan próximas. Los que tengan buena memoria recordarán que la mejor interpretación arquitectónica que se ha hecho en Logroño sobre un lugar formado por cuatro esquinas, es la que escribió Javier Dulín acerca del cruce entre la calle Marqués de la Ensenada y la calle Milicias (elhAll67 p3). Y tuvo que hacer cuatro fotos y un par de croquis para explicarlo. En el mismo artículo lo intentó con el cruce entre Portales y Capitán Gallarza, pero no le salió tan bien porque el juego de las cuatro esquinas no parece funcionar más que de dos a dos.
La primera de las tres fotos del LHD de ayer es de 1894, y en ella puede verse con cierta claridad, a la izquierda de la Reja Dorada, el portalón de la casa que fue sustituida por el edificio de Fermín Alamo/Agapito del Valle que vimos en el LHDn33, es decir, Rua Vieja 17.
La segunda foto la he obtenido de un ejemplar de la Rioja Industrial de los años cincuenta, y en ella se ve ya el edificio mencionado de Alamo/Agapito y todas las casas (ahora desaparecidas) de los números pares de este tramo de la calle Mercaderes. Entre ellas se llega a ver el mirador ochavado que hizo el arquitecto Sixto Cámara Niño en el año 1939 para el número 12 (poco después por tanto de la casa de Rua Vieja 17) y cuyo plano de fachada puede verse en la pag 75 del libro de María Teresa Alvarez Clavijo y Maria Pilar Salas (ed IER) que recoge los estudios históricos de los Planes Especiales de Reforma Interior de Mercaderes, Barriocepo y Casa de la Virgen.
En la tercera foto, hecha este mismo año, aparece en escena el “bloque” de viviendas que sustituyó a las tres primeras casas de la derecha. Es una dura pero noble intervención que trata de adaptar al solar un bloque moderno de dos viviendas por rellano. Su autor es José María Carreras en 1961. No resulta por lo tanto tan “refrescante” como la casa de Rúa Vieja 17, pero ante la asfixia del “estilo disimulo” que se percibe en las edificaciones del Casco Antiguo hechas en los últimos treinta años, casi merecería la condición de “edificio protegible”. No creo que los redactores del Plan Especial de Mercaderes lo hayan estimado así, pero en fin, es una idea.
A la postre, lo que tienen en común las tres fotos y su montaje en secuencia, es que a pesar de tan variadas sustituciones y derribos hay más sensación de permanencia urbana que la que proporcionan los tramos que se vienen reconstruyendo últimamente (véanse al respecto las imágenes del LHDn20).
Pero para poderse compartir, las sensaciones hay que pasarlas a razones, así que a modo de apunte, propongo dos. La primera, claro está, es la poderosa presencia en los tres momentos de un edificio que por sí mismo concita todas las miradas: la casa llamada de la Reja Dorada, Rúa Vieja n19.
Haciendo fotos para la Guía de Arquitectura me he dado cuenta de la enorme importancia que tienen muchos edificios como fondo de escena de tantas y tantas calles de Logroño, y a su vez, ¡ay! lo poco que se han dado cuenta de ello muchos arquitectos que les ha tocado proyectarlos. Con ciertos edificios pasa como con aquellos hombres justos de un famoso pasaje del Antiguo Testamento: que gracias a ellos se evita que la ciudad sea arrasada. Esos edificios deberían gozar, si lo hubiera, del nivel de protección diez sobre diez. Por lo que he podido saber, en la casa de la Reja Dorada sólo hay una intervención de arquitecto en los últimos cincuenta años: Julio Sabrás arregla la cubierta en 1991.
La otra razón que explica la sensación de permanencia urbana es que la esencia de la ciudad histórica es la pluralidad de una arquitectura abierta al tiempo. Es por ello por lo que cada vez empiezo a ver más clara la tesis de que lo peor que le ha podido ocurrir al Casco Histórico de Logroño en los últimos años es la plana homogeneidad del “estilo disimulo”, fundado aquí por Moneo y sus seguidores y aplicado a rajatabla por la Comisión del Patrimonio y la Oficina de Rehabilitación del Ayuntamiento de Logroño. La arquitectura del estilo disimulo no sólo niega la apertura al tiempo sino que con sus simplonas imitaciones parece como que quisiera congelarlo. O aún peor, negarlo.