Caen los Álamos a pares, o al menos eso se anuncia en esta primavera, sin que nada ni nadie lo remedie. A falta de Baronesa, bien nos vendría un Titín o una cantante (¿tenemos alguna cantante famosa en Logroño?) para oponerse a los nuevos proyectos subiéndose al tejado; no sé, quizás un Bernardo Sánchez o un Santiago Tabernero, pero éstos aún están haciendo carrera hacia la fama y no se la van a jugar en la calle.
Pero si la primavera ha sido cruel con la noticia de la tala del Servicio Doméstico y de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús (otro estupendo Alamo de 1925 menos conocido del que muestro la fachada del proyecto), los preparatorios de la salvaje poda que se fraguó en el pasado invierno de otros dos Alamos aún fueron más crueles pues contaron con la santa bendición de los Concursos de Arquitectura: las Escuelas Gonzalo de Berceo se quedarán en la ridícula mascarilla de un “escultórico edificio” con el que los jóvenes zaragozanos ganadores de ese concurso parecen querer ponerse a la cola del estrellato; y las Escuelas Trevijano perderán toda su simbología y encanto, para convertirse en algo así como un contenedor de feria.
Cada uno de los casos es merecedor de un comentario exclusivo, así que, si los agrupo no es para rasgarme las vestiduras con mayor desesperación, ni para lloriquear más fuerte de nostalgia, ni para pedir como los socialistas o como el Decano del COAR “¡más protección, más normativa de protección!” (LR 10 y 14 my06) sino para decir que lo que se va con ellos no son obras de arquitectura maravillosas y ni siquiera nuestra “memoria histórica” (expresión tonta donde las haya para uso de políticos y periodistas) sino una forma de entender y proyectar los equipamientos públicos o los edificios institucionales (y los de la iglesia lo eran siempre) como hitos o nodos significativos de la trama de la ciudad.
Sin poder saber aún qué será del edificio de los Misioneros a partir de la noticia que daban los periódicos de la permuta del edificio por suelo inmobiliario, sí puede decirse que el caso más notable de esta forma de destrucción de la ciudad es el del Servicio Doméstico por cuanto ya se conoce por un dibujillo de lo más rancio, que el edificio que sirvió para crear al propio Fermín Alamo la Avda de la Paz y la calle Doce Ligero en 1913 (véase la pag 50 del libro de Inmaculada Cerrillo, La Formación de la Ciudad Contemporánea, ed IER) se convertirá en un conjunto de bloques cuyo orden se correspondería más bien con la huerta del Seminario o con la “ordenación” (por decir algo) de Lobete.
El problema no es que se mueran los Alamos, porque alguna vez tendrán que morir. El gran problema de las nuevas plantaciones que se proponen desde la indigente arquitectura de nuestro tiempo, falta de teoría y crítica, y embobada con el espectáculo mediático, es que no llegan ni a matas de caparrón.