martes, junio 12, 2007

ABRIRSE A LA CALLE



En Una ciudad dentro de una ciudad hice una introducción al maravilloso mundo de las tiendas urbanas y enlacé una idea de Charles Moore (el edículo) con dos patrones de Christopher Alexander, Tiendas de propiedad individual (87) y El colmado de la esquina (89). Pero me dejé en el tintero un tercer pattern sobre las tiendas titulado “Abrirse a la calle” sobre el que quisiera contar hoy algunas cosas.
Hace unos meses me enteré de que el dueño del taller de reparación de vehículos que está debajo de mi casa se va a jubilar y como para los defensores del tan cacareado patrimonio urbano esta noticia les trae sin cuidado, quisiera yo decir que el cierre del taller de Ricardo (que así se llama su dueño) es un palo para mi calle o para la ciudad en general, y de igual gravedad o superior que el derribo de un edificio de Fermín Alamo.
Recuerdo que hace años me indigné ante un reportaje de nuestro periódico en el que cierto vecindario y algunos políticos estetizantes hacían piña contra algunos pequeños talleres de reparación de vehículos por el hecho de que extendían su actividad a la calle, y proponían normativas sobre ello. Ignoro si consiguieron alguna ordenanza municipal contra esos pobres mecánicos que inspeccionan los coches en la calle antes de meterlos a sus talleres para la reparación, pero si lo consiguieron, también celebro que el dueño del taller de mi calle haya hecho caso omiso de esa norma. Me encanta salir de casa y verle con medio cuerpo metido dentro la bocaza abierta de los coches, o agachado en la acera mirando los problemas que se pudieran detectar por los bajos. Cuando está muy concentrado no le distraigo con mi saludo, pero si me lo cruzo en la acera llevando una pieza del coche al taller o viceversa siempre nos saludamos con media inclinación de cabeza hacia atrás y algún buenos días o un buenas tardes entre dientes. Ricardo arregla coches pero lo que en realidad arregla, o lo que a mi me interesa, es que regula la vida de la calle, la ve, la vive, la controla. Cuando dentro de unos pocos meses cierre su taller (se ve que con los avances de la electrónica de automoción y sus sofisticados aparatos de control este tipo de actividad está condenada a desaparecer) mi calle perderá uno de sus piezas más humanas.
En el caso de los bares, creo que los bienpensantes consiguieron lo que se proponían porque durante algún tiempo estuvo prohibido servir bebidas por las ventanas. Cuando llega el buen tiempo o cuando la barra está llena, aquellos bares que tienen la barra pegada a la fachada y perpendicular a ésta introdujeron la buena costumbre de utilizar el alfeizar de la ventana de la barra como un trozo más de mostrador. La gente se quedaba de pie en la acera bebiendo sus vinos y saludando a los que pasaban por allí, haciendo de la calle un lugar más sociable de lo habitual. Bueno, pues eso también se lo quisieron cargar. Últimamente, sin embargo, la normativa ha debido cambiar y en algunas de las calles del casco viejo no sólo dejan ya servir bebidas por las ventanas (el caso del estupendo jamonero de la esquina de la calle Laurel con la Travesía es el más celebrado/entre otras cosas porque otra normativa le impidió poner una barra más grande…) sino que he visto que permiten a los bares poner unos barriles junto a la puerta a modo de pequeñas mesas exteriores. Es también una idea estupenda que extiende temporalmente la actividad del interior a la calle haciendo más viva ésta.
Los mostradores de helados que también se colocan en las ventanas por estas fechas, las pequeñas tiendas de ultramarinos que aún ponen sus cajas de frutas y verduras en la parte exterior de sus fachadas, los talleres de reparación de bicis y motos que sacan cada mañana de su interior a la acera todas las motos y bicis que meten dentro a la hora del cierre, las tiendas de periódicos que convierten sus fachadas en auténticos dazibaos o tantos pequeños negocios que vuelcan a la calle su actividad para reclamo de los viandantes, no sólo no deberían ser perseguidos por los estetas urbanos y los prohibidores de todo, sino que deberían ser catalogados y protegidos como los verdaderos valedores de la calle.
El patrón “Abrirse a la calle” lo ilustraba Alexander con la foto de un viejo restaurante italiano en que se podía ver la cocina desde la calle. Como se me coló como ilustración del post anterior (Una ciudad dentro de la ciudad) y lo podemos ver allí, he escogido para ilustrar éste otra foto de su libro en el que se ve a dos niños mirando por la ventana la actividad de un zapatero. Ilustra un recuerdo que tengo yo de mi infancia respecto de una pequeña relojería que había en la calle Víctor Pradera, en la que el dueño trabajaba en la mismísima ventana que daba a la calle. Yo me solía parar también para verle trabajar con ese extraño trozo de prismático pegado al ojo con que trabajan los relojeros.
Los patterns nunca deben ser ordenanza, pero si no somos capaces de fijarnos en ellos y de relatarlos, es posible que se acaben perdiendo en el imparable avance de la ciudad gris de las normativas.