Uno de los mejores alicientes de los primeros días del otoño es encontrarte en la calle con gente que te cuenta sus viajes de verano. Lo mejor es dar con los viajeros según llegan pues te sueltan sus impresiones tal cual las sienten, sin mayor elaboración. Normalmente se nota si ya llevan varios días en casa después del viaje, pues a fuerza de contárselo a unos y a otros, las impresiones empiezan a cobrar consistencia por sí mismas: se hacen más literarias y tópicas y van perdiendo su frescura inicial. Cuando eso pasa lo mejor es no dejar que te cuenten el viaje, sino hacer preguntas. A poco que camines por esta ciudad, y con las buenas tardes que está haciendo en estos primeros días de octubre, te puedes pasar horas escuchando las más variadas noticias de todos los rincones del mundo y sacar un buen partido de ello.
Carlos Muntión me ha contado que ha estado en La Alhambra y que a pesar de las miles de personas que había dentro, le gustó. Se enteró de que dentro de poco la van a cerrar por obras durante varios años y quiso anticiparse al lifting. Tan contento estaba de su viaje que no le importó mucho que le dijera que la Alhambra que hemos llegado a ver no era ni la nazarí, ni la de Washington Irving, sino la que interpretó el arquitecto Leopoldo Torres Balbás (de quien, por cierto, se ha editado recientemente una monografía laudatoria y acrítica, es decir, de mero interés documental: Alfonso Muñoz Cosme, ed Junta de Andalucía). Los edificios museificados son como viejas partituras que varían según quien las interprete y según como se organice el concierto. Las próximas obras nos depararán una nueva Alhambra. No es mala técnica comercial: habrá que volver a oírla. De todos modos, lo que más le gustó a Muntión de su viaje fueron las casas-cuevas de Guadix. Las encontró muy arregladitas y acogedoras.
Mónica Yoldi, que ha estado en Japón, me ha contado que allí odian las cosas de segunda mano; así que cuando un edificio histórico envejece, lo derriban completamente y lo reconstruyen con la máxima fidelidad. Más que una interpretación, lo que hacen los japoneses con la arquitectura es como una remasterización. También me ha dicho que los equipos que trabajan en limpieza se emplean tan a fondo que parece que les vaya en ello la vida. Y además van perfectamente protegidos (guantes, botas, mascarillas, etc) para no contagiarse de lo que limpian ni para contaminar nada con su limpieza.
El que más tiempo me ha tenido en la calle contándome su viaje ha sido Javier Solozábal y es que venía nada menos que de recorrer toda la China por la ruta de la seda. Me ha contado que es cierto que los chinos son muy hacendosos y que sus ciudades crecen a un ritmo incluso superior a Logroño, pero que la gente no se desplaza masivamente en bici como yo me imaginaba. Ni tampoco en coche: cuando los chinos tengan coches -me ha asegurado-, sus ciudades se colapsarán. La solución momentánea a la movilidad es el telefonino. Todo chino, desde el pastor de ovejas hasta el vendedor ambulante, tiene un móvil para -eso es lo curioso- que no se mueva mucho. Se ve que el Estado, medio se los regala y que debe ser tirado llamar. Le pregunté por los restos urbanos del pasado, pero me dijo que excepto la Ciudad Prohibida y la Gran Muralla, allí no hay pasado (lo arrasó la revolución cultural), sólo hay futuro. Así que no hay problemas de interpretación ni de remasterización. Es por ello que Foster y Koolhaas están encantados construyendo en Pekín (esto no me lo contó Javier, sino que es de mi reciente cosecha de titulares y entrevistas en periódicos; la foto que ameniza hoy el blog es del aeropuerto que Foster construye para los Juegos del 2008).
Creo que este otoño no tocan las Jornadas de Intervención en el Patrimonio bianuales organizadas por el COAR (tampoco iba a ir), pero yo ya me he hecho unas jornadas particulares con tres o cuatro encuentros en la calle. Y más baratas, más amenas, y tanto o más interesantes.