miércoles, octubre 11, 2006

60. DON´T COME KNOCKING



Es verdad que ya vemos la realidad a través de los ojos de la pintura, o por decirlo de un modo más general, a través del arte. Hasta yo mismo, que soy bastante “arteo”, cuando veo un urinario digo, “un Duchamp”, o ante cierto verde con rojo digo, “un Rothko”. Lo nuevo para mí es usar el cine para interpretar la realidad: por ejemplo, cada vez más ciudades las veo ya como Blade Runner. El año pasado, cuando empezamos a relamernos de gusto tras la visita a los fantásticos interiores de la Biblioteca de Berlin, acabé preguntándome si nuestro entusiasmo era debido a la maestría espacial de Scharoum o a aquel blanco y negro de Wenders en Cielo sobre Berlín. Me parece muy peligroso ver la realidad con los ojos de un cinéfilo: te puedes volver tan pesado como los artículos de Bernardo Sánchez.

El caso es que el otro día fui a ver Don´t Come Knocking (que nuestros distribuidores españoles nos han traducido como “Llamando a las puertas del cielo” para ver si aprendemos inglés de una vez), y salí deshecho de pasión arquitectónica. Los paisajes urbanos de la América profunda en Nevada y Montana son duros (yo no había vuelto a Montana desde aquellos relatos de Rock Springs y Great Falls de Richard Ford), pero la cámara de Wenders los convierte continuamente en cuadros de Edward Hopper. El truco consiste en quitar los coches de las calles (eso le gustaría a Milán Kundera): hasta los paisajes más desolados son maravillosos cuando no hay coches por medio; o mejor dicho, cuando sólo hay un bellísimo coche que los recorre.

En materia espacial la película de Wenders es completamente falsa. En las carreteras americanas, por muy remotas que sean y aunque crucen los espacios más abiertos, no hay forma de parar en las cunetas. Los norteamericanos son en eso fieles herederos de la tacañería inglesa, que jamás regala un metro cuadrado entre las carreteras y las propiedades valladas. Para un fotógrafo digital (o sea, compulsivo) es insufrible viajar en coche por América porque cada vez que ves un paisaje y quieres fotografiarlo, te has de aguantar las ganas porque es imposible parar. Quizás sea ese el truco de Wenders: que con el permiso correspondiente para rodar, obtiene lo que el viajero enamorado de los paisajes americanos quisiera fotografiar; con coches y sin coches.

Por lo demás, la película es estupenda. Hay tema, actores (qué grande Sam Shepard), música excelente y ese tipo de narración pausado que me trae recuerdos de mi entusiasmo juvenil por el cine de Antonioni. Y hay también un detalle sonoro que me provoca una especie de profunda nostalgia. En casi todas las pequeñas ciudades de la América profunda siempre se escuchan los silbatos del ferrocarril. En este punto, la película de Wenders es absolutamente fiel a la realidad. Pero como en Don´t Come Knocking se oyen los trenes pero no se ven, para que esta crónica quede más bonita le pongo la foto de unas locomotoras que hice en un paso a nivel situado en el mismísimo centro de Reno, Nevada.