He aquí dos grandes palabras, dos conceptos prestigiosos, dos ocupaciones nobles donde las haya. Y por desgracia, dos polos de mi vida entre los que he oscilado (y me electrocutado) más de una vez. Con dieciocho años y la oquedad de la religión encima yo hubiera querido dedicarme a la metafísica, pero no sé muy bien cómo, me vi metido en arquitectura. Eso sí, gracias a que cursé arquitectura en años de mucha huelga, dediqué la mayor parte de la carrera a leer Aristóteles, Kant, Kierkegaard o Nietzsche. Quince años más tarde, cuando la arquitectura se me hizo banal, volví a la metafísica por la vía de la ontología, y me pasé unos años levitando. Pero el encanto como se vino se fue, y empecé a andar con un pie en cada lado o en ninguno de los dos.
El caso es que hace unos meses, en la librería de la Trienale de Milán vi un libro que se titulaba Ciudad Metafísica y el corazón me dio un vuelco. Su autora se llamaba Donata Pizzi y el contenido era un estudio sobre pueblos italianos de nueva fundación entre 1920 y 1945 en la propia Italia y en sus colonias, Libia y Eritrea (algo parecido a los poblados del Plan Nacional de Regiones Devastadas del franquismo de Del Amo y compañía). Estudio sí, pero como cualquier curioso bibliófilo de arquitectura se puede imaginar, la parte más sobresaliente del libro eran las fotografías. No recuerdo bien, pero creo que todas eran en blanco y negro, mostraban paisajes urbanos vacíos o desolados, ruinas de paredes blancas, ventanas negras y sin carpintería como las que dibujaban los rossianos, etc.
El uso de metafísica como adjetivo me llevó en otra librería más generalista (creo fue la del Museo de Brera) a consultar las monografías de Giorgio de Chirico, artista conocido por ser el inventor de la “pintura metafísica”. No me entusiasmaron gran cosa sus cuadros, pero en alguno de sus numerosísimos autorretratos le encontré cierto parecido con Oscar Tusquets. O al revés.
Finalmente, ya de vuelta de Milán, releí un artículo de Tomás Llorens sobre De Chirico (AViva5 p32) en el que se intentaba demostrar que el pintor metafísico no era uno de los grandes maestros del siglo XX y que en realidad su obra debería de situarse “en los márgenes”.
Ya es pena, me dije, que la metafísica se convierta en adjetivo, pero que encima se la ponga en los márgenes, es patético. Por si fuera poco, en su blog de 9oct06 y a raíz de un artículo de José Luis Pardo, Félix de Azúa describía con su habitual coña que al igual que otros antaño prestigiosos compartimentos de la filosofía, la metafísica está en horas bajas y que las disciplinas triunfantes son la política y la estética, bien a la par o fundidas en una sola.
Yo nunca me he atrevido a escribir públicamente de metafísica pero desde hace tiempo no paro de poner por escrito (aunque sea a escondidas en esta página de blog) que la arquitectura ha perdido el norte. Así que ahora me pregunto si no será porque no encuentra su metafísica. Como el libro de los poblados fascistas no era más que un álbum de fotos estetizantes, y de Chirico un tipo al margen, habrá que esperar a nuevas conjunciones entre la arquitectura y la metafísica.