Ya lo tengo: ya sé porqué escribo este blog, o mejor dicho, por qué escribirlo.
Tras dejar de enviar los LHDs como cartas a unos ochenta virtuales suscriptores y pasarme a un blog ignorado o ignoto, llevaba tiempo dándole vueltas a la pregunta pero no daba con una respuesta convincente. E incluso en estos últimos días había pensado dejarlo ante la idea de que los blogueros profesionales, es decir, los que cobran por escribir en los blogs, nos hacen una competencia desleal. Ponen el listón tan alto que le quitan a uno las ganas.
Pero mi hallazgo es más fuerte que esa idea de la competencia, y me da igual que les paguen, que reciban mil visitas, que les parasiten o que acaben por sustituir a los periódicos tradicionales.
Un blog es tan sólo un compromiso contigo mismo para tener una vida intelectual, es decir, para ejercitarte diaria y obligatoriamente en el pensamiento. O sea, en la escritura. Y si eliges un tema, como por ejemplo hago yo con la arquitectura, pues en el pensamiento sobre arquitectura.
La comunicación (eso que dicen los anuncios de Vocento que es tan importante, ja, ja, ja) es en el blog un asunto secundario o colateral. Para la comunicación están las cartas y el tu a tu. Desde luego no los periódicos ni la tele ¡y sobre todo si son los de Vocento! “¿Hay algo más importante que la comunicación? preguntan en sus anuncios; pues sí, hombre, sí, el pensamiento; y es que si te pones a comunicar sin pensar previamente, no eres más que un loro.
La gracia del blog está en que no sea comunicación sino pensamiento. No opinión, sino argumentación, relación, comparación, valoración, crítica, juicio. Es bueno que sea diario, pero no debe ser un diario, es decir, no una exhibición de lo íntimo, no un gran hermano colectivo.
Un buen blog es algo así como un gimnasio del pensamiento. Puede entrar cualquiera y ver cómo nos ejercitamos; pero como ese tipo de ejercicios gimnásticos tienen poco que ver con el espectáculo, con la obra de arte o con la comunicación, es de esperar que no fisgoneen mucho y que si toman ejemplo se pongan a trabajar ellos mismos en su propia musculatura cerebral. Ahora bien, como a ese gimnasio puede entrar cualquiera, tampoco es cuestión de hacer el tonto y de escribir cualquier cosa. No es un diario íntimo donde desahogarnos con nosotros mismos y con el futuro. No. No es eso. Es un gimnasio público, y aunque nadie nos haga caso hay que mantener las formas; por urbanidad y por respeto a la propia disciplina; por respeto al lugar.
Y hablando de lugares (que es lo mío), me he puesto a buscar uno que pudiera ilustrar esta forma de ver el blog, y rápidamente me ha venido a la mente el escritorio de San Jerónimo de Antonello da Messina que está en la Nacional Gallery de Londres pero que yo vi en una exposición en el Palacio Grassi de Venecia hace ya unos cuantos años. Lo usaron como portada del catálogo y como poster de la propia exposición así que lo compré y lo tuve puesto en clase durante un tiempo hasta que aguantaron las chinchetas. Me hacía gracia entonces como organización de un espacio semiprivado dentro de un templo público, pero desde ahora también lo asociaré a esa forma de ejercitarse en la escritura (o sea, en el pensamiento) en un lugar que es público y privado a la vez.