Han pasado tantos años que recuerdo muy poco de las novelas de Pereda. Recuerdo, eso sí, el orden en que las leí y la sensación de júbilo que me produjo aquella narrativa mitad costumbrista y mitad juicio moral de la primera de ellas, Don Gonzalo González de la Gonzalera. De la siguiente en pasar por mis manos, Peñas Arriba, tengo el recuerdo de que era como una bellísima descripción de la montaña santanderina hecha a la misma escala del modelo. Los ambientes urbanos y la historia de Sotileza, que leí a continuación, me entusiasmaron menos, y El Buey Suelto me pareció ya, incluso en aquellos juveniles años, cargada en exceso de moralina.
Tuve la suerte de disfrutar de Pereda antes de haber leído las descalificaciones literarias de los libros y los profesores más progres de entonces. Descalificaciones tan tópicas casi siempre que, vistas con cierta perspectiva, le reafirman a uno en la convicción de que nada hay tan rancio como la progresía.
Seguramente toda lectura tiene su tiempo, su momento u oportunidad, y es más que probable que ahora sería incapaz de acabar una sola de las cuatro obras mencionadas. Entre otras cosas porque estoy bastante de acuerdo con Alberto Adsuara en que ya no es tiempo de novelas (ver Necrofilia en www.albertoadsuara.blogspot.com, 10oct06). Aunque no sé, quizás no sea tiempo para nosotros, pero sí para otros.
El sábado pasado, sin embargo, al pasar (pasear) en moto por la estrecha carretera que va desde La Hermida hasta Puentemansa, y contemplar los pueblecitos situados en el lado de la solana (ver foto) me encontré con la agradable sorpresa de captar en un sólo golpe de vista toda la belleza y evocación de aquella lectura juvenil de Peñas Arriba. Tuve en ese momento la sensación de vivir un momento mágico -un minuto de cielo-, que pudiera expresarse como el deseo de quedarme allí para siempre por el hecho de que aquel lugar (o alguno muy semejante) había sido previamente para mí un lugar literario.
Suelo citar aquella frase de Borges en que decía aquello de “qué lindo habitar en una ciudad que ha sido cantada por un gran verso”; pero con ocasión de la contemplación de este lugar perdido entre las montañas, aquella cita se me quedó pequeña. He pensado a raíz de ello que el arte de la narración (o todo gran arte en general) no es más que una guía de cielos que tenemos por descubrir.
(Nótese que no es lo mismo un cielo que un lugar de peregrinación. Lo digo para los que ya acuden en masa a la Cafetería Bar Iberia Salón Comedor de Madrid tras la obra de arte de Félix de Azúa en su blog del 20oct06, www.elboomeran.com).