Un triste aparcamiento “provisional” que ya lleva ahí más de quince años ocupa el lugar donde estuvieron las escuelas de Doña Juanita Madroñero, que apenas ya nadie recuerda y cuyo derribo se llevó a cabo en su momento sin pena ni gloria. Es curioso ver cómo algunos edificios mueren o se resisten a morir con mucho jaleo público y otros, acaso más significativos para la ciudad, desaparecen en silencio y sin mayor alharaca.
Por la dificultad que me ha supuesto encontrar algunos datos sobre este edificio, y tal vez por su discreción en morir, le he cogido un cariño especial y le he hecho merecedor de un recordatorio especial en este LHD.
No hay planos originales de su construcción en el Archivo Municipal de Logroño, pero sí un grueso expediente manuscrito de las recepciones de obras de los diferentes gremios firmadas por Maximiano Hijón, que dicho sea de paso, le está resultado de mucha utilidad al amigo Fede Soldevilla para documentar a los herreros y carpinteros que trabajaban por entonces en Logroño. El expediente lleva fecha de 1867, es decir, apenas cinco años después del derribo de las murallas de la ciudad y justo cuando se estaba pensando cómo organizar los espacios extramuros. Al ubicar respetuosamente su fachada en línea con la puerta del Revellín dando origen a la también desaparecida calle Depósitos, no es aventurado decir que gracias a esa Escuela se salvó del derribo ese pequeño trozo de muralla, tan vulnerable entonces pero tan significativo ahora como salida del Camino de Santiago y punto central del ritual de las fiestas de San Bernabé.
A falta de los planos del proyecto original, existe un levantamiento del “estado actual” hecho por Fermín Alamo en 1930 cuando realizó el proyecto de una elevación de dos pisos para viviendas de los maestros sobre las propias aulas de la escuela, proyecto que no se construyó, seguramente por las penurias de los años republicanos.
Pasada ya la guerra civil, el arquitecto municipal Luis González realizó en 1944 otro proyecto de elevación sobre el edificio existente para nuevas aulas, pero tampoco se llevó a cabo su construcción. Una foto, realizada por Casado y recogida en el libro “Logroño, un siglo en imágenes” (preparado con fondos del Archivo Municipal y editado por el propio Ayuntamiento) muestra que en 1961 el edificio seguía igual que en 1930 y que en 1867.
Contemporáneo estricto de los dos grandes equipamientos urbanos proyectados por Jacinto Arregui en esa misma década, es decir, la Beneficencia de 1864 y el Hospital de 1866, las Escuelas Municipales de doña Juanita Madroñero, -como ya se denominaban en 1944 seguramente en honor de alguna maestra singular-, tuvieron el mismo carácter arquitectónico que aquellos, es decir, el de un edificio compuesto en pabellones y sin demasiado aparato decorativo, pero con el rigor y orden de un servicio público.
Fue demolido a finales de los años ochenta sin otro motivo que el de su probable obsolescencia y sin más razón que las ganas de acabar de abrir un vacío urbano que, ocupado desde entonces por un destartalado parking en superficie, sigue a la espera de los inciertos designios del desarrollo del concurso de Valbuena.
Alguien dirá que aquel edificio de las Escuelas no valía gran cosa, pero mirando la foto de 1961 puede verse que de un modo u otro, se ha llevado, o está en vías de llevarse tras de sí, prácticamente todo lo que tenía a su alrededor. Y es que hay arquitecturas o edificios que no sólo valen por lo que son, sino por la forma en que ocupan un lugar. Cuando desaparecen nadie los echa en falta, pero a los pocos años uno ve como si toda la ciudad que lo envolvía hubiera desaparecido también por el agujero que se abrió con su demolición.