Entre estas dos borrosas, pero alegres fotografías, hay una gran historia que contar. La de la izquierda fue tomada en el Estadio Olímpico de Berlín por alguien que no recuerdo un 21 de septiembre de 1995 en el curso del primer viaje internacional de arquitectura que organicé para el COAR. La segunda es un cariñoso y apresurado fotomontaje que Enrique Aranzubía consiguió a duras penas que le hicieran en las cataratas de Iguazú otro 21 de septiembre, esta vez del 2006, en el curso del último viaje de arquitectura, y que por carecer esta vez del apoyo del COAR, acabó por llamarse de un modo espontáneo Grupo CORRAL.
Por medio hay otras muchas, muchísimas fotos y experiencias de felices visitas de arquitectura en viajes que organicé para el COAR: a Suecia (junio de 1996), Finlandia (junio de 1998), Marruecos (junio de 1999), Turín (junio del 2000, en colaboración con Jesús López Araquistain), Hamburgo y Copenhague (Semana Santa del 2001), Cuba (Semana Santa del 2002), Suiza (septiembre del 2002), Nápoles (septiembre del 2003), California (Semana Santa del 2004) y Egipto (Semana Santa del 2005); y también en algunos otros viajes menores en los que colaboré con los medios del COAR, a las Bastidas Francesas (mayo del 95), al Guggenheim en obras (abril del 96) o a Pamplona (abril del 2004).
Antes de cada uno de estos viajes he llevado a cabo una exhaustiva preparación realizando extensos dossieres para los viajeros (algunos de los cuales, no todos, están depositados en la biblioteca del COAR) y después de los viajes se han hecho puestas en común de las fotografías (en casi todos) y hasta exposiciones colectivas, como la de Ver Berlín, o la del viaje Suecia, amén de puntuales comentarios en Elhall.
Además del enriquecimiento cultural y arquitectónico que han podido suponer para cada viajero, todos estos viajes nos han servido para establecer lazos de convivencia entre compañeros de un orden muy superior al que se establece, por ejemplo, con las cenas colegiales, y con un coste muy inferior para el COAR. Y han permitido también que familiares y amigos se unieran a nuestro colectivo ensanchándolo con su presencia y sus diferentes puntos de vista.
He de decir, sin embargo, que no es fácil viajar con arquitectos. Todos nosotros, por formación (o deformación) profesional somos gente creativa y con iniciativa propia, y muy dados a organizar y dirigir, así que en todas y cada una de estas singladuras he tenido que encauzar diferentes y a veces contrapuestas iniciativas o proposiciones surgidas en el incierto devenir de los propios días de viaje. No es cómodo conducir a un grupo de generales, pues acostumbrados a ser los primeros en nuestros pequeños ejércitos, no gustamos de ir en pelotón. Y tampoco es fácil lidiar con guías locales pelmas, chamarileros o graciosillos que acostumbrados a grupos de turistas heterogéneos y aborregados, no aciertan a ver las singulares características de nuestro grupo. Entre unos y otros no siempre me ha sido sencillo llevar a buen puerto los viajes, y dado mi carácter pasional no pocas veces he perdido los nervios o la más elemental cortesía con los compañeros de viaje.
Pero los viajes no los hace el organizador, sino los viajeros. Como ya sabéis, mi único cobro por organizar los Viajes Colectivos de Arquitectura ha sido la gratuidad que las agencias, hoteles y compañías aéreas dan (y no siempre, o no sin tasas) al guía de los grupos. Así que yo también estoy agradecido a todos y cada uno de los viajeros de todos y cada uno de todos los viajes mencionados.
Por todo lo bueno que los viajes han podido traer a nuestro colectivo de arquitectos y por todas las dificultades que conlleva organizar y dirigir los viajes, en el de este año a Brasil me he sentido especialmente dolido por la falta de apoyo de la Junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos. Aunque a cambio, tengo que decirlo también, me he sentido doblemente agradecido a los compañeros y amigos que han participado en él. Ha sido un viaje muy especial y muy difícil, con gente que se apuntaba y desapuntaba, cambios de planes y hasta la quiebra de la compañía aérea que nos iba a llevar. Si felizmente ha salido bien, ha sido en buena parte por el cariño que tiene para nuestro grupo la habitual agente de viajes con la que trabajamos, Isabel Tobalina, que ha luchado más que yo porque hiciéramos este viaje a Brasil, fuera como fuese.
Todo ello, como decía al empezar es una gran historia. Una historia en la que, en estos momentos, me es muy difícil decir si ya se ha acabado o si tendrá más capítulos. Por si acaso, yo ya la dejo medio esbozada en este pequeño LHD, el 53.