Ayer cuando fui a buscar alguna de las fotos que hice de los Proyectos Finales de Carrera de la Escuela de Harvard con la intención de ilustrar los retorcimientos que los ordenadores le están haciendo a la arquitectura (es decir, para demostrar lo fácil que es manejar los ordenadores y lo difícil que es entender la arquitectura), me encontré, justo al lado de la que puse (v LHDn134), esta otra con la que abro el LHD de hoy, que es igual de extraterrestre, es decir, que podría perfectamente estar también en ARCO, pero que está hecha sin ordenador. Ello me llevó a pensar (recordar) de inmediato, que no sólo son los ordenadores los que están haciendo daño irremisiblemente a la arquitectura, sino que es la “así llamada” pintura, o el “así llamado” arte, el que desde hace mucho tiempo la está matando.
Yo voy a ARCO más o menos regularmente desde hace años, o más bien, desde que estoy en la Escuela de Arte, para ser precisos. Y si al principio pude ir con ese mismo espíritu con el que van todos los alumnos y profesores de arte de España, espíritu que tan acertada como divertidamente denuncia Alberto Adsuara (http://www.albertoadsuara.blogspot.com/) en el magnífico comentario de su blog “Por amor al arte” (escena propia de Un Mundo Exasperado de González Sáinz con estilo bernhardiano), enseguida cambié mi enfoque y empecé a ir como arquitecto, es decir, con el espíritu de un antropólogo que fuera a misa.
Ya en el Manual escribí mi postura sobre la relación entre arquitectura y pintura (v pag 171 y ss) así que no es cosa de repetirme aquí. Pero la cita de Félix de Azúa en la que me apoyaba, es impagable, y necesita repetirse cuantas veces haga falta: “tras una perfecta inversión de las jerarquías, fue la propia pintura la que pasó a dominar y determinar el espacio arquitectónico y a construirlo según sus propias leyes” (v Diccionario de las Artes, voz Cuadro).
En ARCO puede verse que la “pintura”, en tanto que fluido pigmentado aplicado sobre un soporte, va ocupando cada vez menos espacio en la “producción de nuevas imágenes”, siendo sustituida por una mezcolanza de otros procedimientos, a veces regresivos (materias, collages, efectos escultóricos, etc,) o las más de las veces, tecnológicos: fotografía, hologramas, computadores, videos etc.
Yo creo que, bien prevenido contra la religión del arte, es interesante echar de vez en cuando una ojeada al mercadeo de imágenes; sobre todo para un arquitecto, pues además de que la producción de formas es para él algo así como una gimnasia de su propio trabajo (Le Corbusier), también es normal que en el curso de su profesión se vea en la necesidad de incorporar algunas de ellas en sus espacios: para decorarlos, alterarlos, o significarlos.
Prueba de que aún es mejor el primer ejercicio que el segundo, lo pude ver este fin de semana pasado en Madrid.
1) en la exposición de la fundación COAM, descubrí que detrás de la siempre sorprendente arquitectura de Francisco Asís Cabrero (le hice una foto a su retrato para fijarle personalmente en la memoria), había un importante rastro pictórico.
2) en las obras de la ampliación del Museo de Prado, pude ver una vez más a mi “maestro” Moneo perdido ante el “arte”, incorporando en la puerta de su edificio (foto 3) a una “artista”, Cristina Iglesias, que como ya está por encima de Arco y de la Arquitectura, se exhibía en el Palacio de Cristal de el Retiro con textura similar a la de la puerta para Moneo pero en marrón (foto 4) a la que el folletito llamaba pomposa y estúpidamente “Espacio para Habitar”.
No es tan difícil desenmadejar el actual desorden jerárquico entre pintura, ordenadores y arquitectura. Con sólo sobornar a media docena de periodistas influyentes (descartando a Verdú, por supuesto, que ése es un converso al arte) está hecho. A ver si se enteran en los Colegios de Arquitectos y las Escuelas de Arquitectura.
(Dedicado a mi amigo Monchito, arquitecto, por las sonrisas de desdén que nos causó a algunos su sorprendente embeleso por el “arte”)