Siendo yo decano del Colegio de Arquitectos de La Rioja, un buen día dejé escapar en una Junta de Gobierno mi indignación ante un dibujillo que la prensa había publicado del diseño final del gran solar central de Lobete: “pero quién coññ… habrá hecho esto?”, -dije más o menos. Mi inexperiencia e ignorancia en las relaciones públicas y humanas me privaron de cualquier argumentación posterior, pues uno de los miembros de mi propia Junta levantó el dedo y dijo: “lo he hecho yo”. El ridículo de mi planchazo era tan notorio que ya no pude decir ni una sola palabra más sobre aquella ocasión perdida para haber salvado el condenado barrio “diseñado” por Fernando de Terán. El posible crítico había metido la pata tan hondo (y desde tan alto) que se había quedado sin razón alguna.
Si no hubiera aprendido aquella lección, algo parecido me hubiera pasado en algún ámbito de convivencia diferente con el caso que traigo hoy a colación.
Resulta que el otro día pasé por la calle Trinidad y me quedé asombrado de la decoración en fachada de una tienda que hay en su planta baja (foto 1). Levanté la vista hacia arriba y pude comprobar que toda la fachada había sido recientemente rehabilitada con el dudoso criterio de integrar la planta baja en el resto del inmueble, y que había sido pintada con uno de los colores más subiditos de tono de la paleta que ofrece la Oficina de Rehabilitación del Ayuntamiento (foto 2). Hombre, me dije, ¿cómo es posible que se haya arreglado e integrado toda una fachada en el famoso estilo disimulo y se haya respetado esa horterada de la tienda?
Por documentar un poco esta nota os cuento que la humilde casa en cuestión es obra del arquitecto Julián Sáenz Iturralde en 1923 para Daniel Trevijano y Victor Etayo, y que el proyecto original, cuya planta y fachada también adjunto (fotos 3 y 4), comprendía esta casa y la siguiente. Las dos casas tienen exactamente la misma planta pero el arquitecto hizo variaciones en la decoración de las fachadas por aquello de que “en el variedad está el gusto” (?). Es curioso ver que las dos fachadas resultantes no se parecen en sus detalles a los dibujos de proyecto, pero lo que sí respetaron en su construcción es el criterio de la diferencia entre la una y la otra: la del 3 se hizo con balcones centrales, y la del 5 sólo con ventanas, y los esgrafiados decorativos también se hicieron de manera distinta.
Por suerte he encontrado en mi archivo documental una foto de los dos edificios hecha justo antes de la obra de reforma mencionada, o sea en el 2005, año en que empecé a recopilar material para la Guía. En ella puede verse que la decoración “rústica flamígera” del aplacado de piedras del bar Maracuyá ya existía antes de la reforma posterior, y lo que también puede verse perfectamente, ¡ay! es la decoración de esgrafiados que la reforma de fachada se ha llevado por delante (foto ampliable clickando en la imagen del blog).
Me parece tan lamentable que un arquitecto desprecie los pocos esgrafiados tradicionales que quedan en las fachadas de Logroño, que de no contar con aquella experiencia mía de Decano, hubiera soltado un improperio sobre el desconocido autor de esa reforma en cualquier tertulia o reunión que me hubiera salido al paso. Y con muchas probabilidades de haber vuelto a meter la pata…
El otro día me enteré quién había dirigido las obras y…, ¡ah!, es tan cercano a mí, profesionalmente hablando, que prefiero guardar silencio durante un tiempo. Es mejor criticar duramente su error, por ver si con ello se salva algún otro esgrafiado, que sacarle los colores una tarde. O aún peor: a arriesgarme a ser yo el que tenga que ponerme colorado por denunciar indignadamente al culpable en vez de pedir un juicio justo para su obra.