lunes, marzo 05, 2007

141. CARLOS HERNANDEZ PEZZI Y LA CORRUPCION UBANISTICA





Dos pruebas más del calamitoso estado de nuestra profesión durante el pasado mes de febrero del 2007 han sido: 1) el artículo que el Presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos, Carlos Hernández Pezzi, publicó en El País el viernes 2 de febrero; y 2) la nula respuesta del colectivo de arquitectos (que yo sepa).

Que un Presidente de una profesión liberal e ilustrada se alinee públicamente y de una forma tan burda con los adictos a la progresía que adulan a coro las cuatro poses propagandísticas de la política del actual gobierno, es como para salir corriendo de ese colectivo. (Menos mal que yo ya lo hice –v LHDn122-, aunque por otras causas).

La canción que entona ese coro a viva voz, -para que entre otras cosas no se oigan las barbaridades de la negociación con el terror o el descalabro de la justicia nacional-, repite una y otra vez un lastimero verso sobre la existencia de una tal “corrupción urbanística” maligna y terrible, a la que otras voces contestan “tolerancia cero, tolerancia cero” (lo que no se canta ni para el asesinato) mientras que en el contracanto se oye una nostálgica melodía sobre la recuperación de los “valores” de los tiempos de la república y el advenimiento del remedio: una asignatura que se enseñará a los niños, llamada Educación para la Ciudadanía. Tal cual el artículo de Hernández Pezzi. Madre mía. Arquitecto y Presidente de todos los arquitectos. Me imagino la escena de felicitaciones en el Consejo Superior: “enhorabuena Carlos por tan bonito artículo en El País”. Y sobre todo me imagino (casi veo) la felicitación del decano de La Rioja, pues desde que está en el cargo no ha hecho otra cosa que cantar la misma canción “corrupción urbanística, corrupción urbanística ay, ay, ay, ay” (bueno, sí, ha hecho otra cosa: cerrar la crítica libre de arquitectura que podía ejercerse dentro del Colegio, convirtiendo elhAll en un folleto de exposición).

Corrupción urbanística, corrupción urbanística, ¿qué es la corrupción urbanística? ¿Se ha parado alguien de nuestra profesión cinco minutos a pensarlo bien? ¿Ha escrito alguien de nuestra profesión algo acerca la responsabilidad de la arquitectura y el urbanismo en la así llamada “corrupción urbanística”? ¿No sería más razonable que el Presidente de los Arquitectos en vez de cantar salmos al poder hiciera un mínimo análisis de nuestra aportación a esa especie de demonio que quiere dejar enanos a todos los otros males del país? Que va, que va, corrupción, corrupción, qué grande corrupción, la la la, la la la. Más alto, más alto. Forte, fortíssimo.

Sin ánimo de echar mano al diccionario, y guiándome tan sólo por lo que las palabras nos dicen o sugieren desde su acerbo popular, ni siquiera me parece adecuado usar la palabra “corrupción” para nombrar la avaricia y el soborno de aquellas personas que para ganar de forma indigna unas buenas sumas de dineros hacen uso de sus habilidades y conocimientos acerca del intrincado entramado burocrático y legal en que está enfangado el urbanismo desde hace tiempo.

En el mejor y más claro de sus usos, yo entiendo la corrupción tal y como sucede en el deterioro de los alimentos, es decir, en su disgregación, su putrefacción, su caducidad. En el más sencillo de los sentidos: tornarse malo lo que era bueno. Por lo tanto, cuando oigo la expresión “corrupción urbanística”, en vez de mirar únicamente hacia la avaricia de los humanos, hacia los sobornos, los enredos legales, los concejales mafiosos, las comisiones de urbanismo y todo eso, pienso sobre todo en la descomposición de la ciudad, y en la disgregación de sus ciudadanos, es decir, en buena parte de esas cosas de las que vengo hablando continuamente en este LHD.

La gente metida todo el día en coches para recorrer la ciudad y asomada en sus casas a las pantallas de las televisiones y ordenadores; la arquitectura de la vivienda convertida en un problema de envoltorios, retorcimientos o colorines del almacenamiento masivo (¡ay San Chinarro, qué espectáculo; y las seiscientas, qué epígono provinciano!); la decadencia significativa de los equipamientos públicos, la desaparición de la escena urbana de los verdaderos poderes fácticos, etc. etc., todo eso es la corrupción urbanística auténtica y verdadera.

El urbanismo era el saber sobre la ciudad. Luego se convirtió en la legislación sobre la ciudad. Y finalmente, en un laberinto de trámites y gestiones tan intrincado que no es de extrañar que en todos sus rincones crezca la maleza, la suciedad y la podredumbre. Pero el remedio no es cantar a coro contra los vicios humanos que crecen en esa mugre sino arreglar el corazón del urbanismo, su saber, o incluso su “ciencia” como quiso denominársela en algún momento. Y si el presidente de los arquitectos y urbanistas da ejemplo de lo contrario, y nadie dice nada, es que la arquitectura y el urbanismo van mal. Muy mal.

(La fotografía es de Internet. Carlos Hernandez Pezzi es el tercero empezando por la izquierda, justo a la derecha de la ministra de nuestro sector.)