martes, marzo 06, 2007

143. EL REVELLIN








La más aguda de las críticas a la reciente intervención de los arquitectos Ulargui y Pesquera en el Cubo del Revellín se la hicieron ellos mismos al querer quedar bien con todo el mundo. Nada menos que dijeron que “cuando los arqueólogos y los arquitectos hablamos el mismo idioma y el entendimiento es perfecto, el éxito está garantizado”. Qué bajo hemos caído los arquitectos, madre mía: ¡al subsuelo!

Y encima, ese tipo de frase para los periodistas publicistas no es verdad. No es cierto que hablen el mismo idioma profesional sino el mismo idioma comercial, el mismo idioma de entendimiento con quien les paga. Mientras que el entendimiento podría imaginarse como un territorio intermedio entre dos partes, los resultados de los arquitectos y los arqueólogos en todo este proceso demuestran que ambos han ido en direcciones completamente contrarias: los arquitectos hacia la más vacía modernidad, y los arqueólogos hacia la más turbia antigüedad.

Por las noticias de estos meses en la prensa, el mayor éxito de los arqueólogos fue encontrar unas pocas monedas sucias de hace un par de siglos. Y por la visita nocturna con un amigo (a la diurna no me atrevo todavía), lo único que me dejaron ver unos deslumbrantes focos fue un par de puertas de hotel pijo malmetidas, una, en el rincón de unas casas, y la otra, por entre medio de las aseadas piedras de una vieja y tosca arquitectura militar. Y entre lo uno y u otro, nada.

Y sin embargo, me consta que los arquitectos Ulargui y Pesquera, y los arqueólogos colaboradores, se documentaron bien de la historia del lugar, porque estando trabajando yo en el Archivo Municipal hubo bastante revuelo para atenderles con la prioridad que se merecían y estoy seguro de que obtuvieron mejor información de la que yo tengo. Supongo que algún día la podremos ver en la memoria del proyecto o que incluso preparen una publicación de esas de mucha foto, porque el lugar lo merece.

Mientras tanto, y para llenar ese enorme vacío intermedio entre la arquitectura y la arqueología compadreadas que se aprecia ahora en el Revellín, o para hablar de arquitectura que hace ciudad sin tanta pretenciosidad y de arqueología que hace historia sin tanto escarbar, voy a dejar puestos aquí algunos datos que tengo del lugar.

Paso del relato de la construcción de la muralla por estar suficientemente documentada. De lo que no puedo pasar es de la sonrisa irónica que me suscita la admiración que ahora provoca este tipo de sencilla y funcional construcción defensiva. Puestos a tener añoranzas militares, como las que mencionaba al final del LHDn133, había mucha más arquitectura en los cuarteles que en esta tosca máquina bélica. Y ello por no recordar lo que las murallas agobiaron a la ciudad durante la primera mitad del siglo XIX. Pero en fin, se ve que ahora las piedras se han vuelto todas venerables aunque sea para tirárnoslas a la cabeza, así que vamos a dejarlo.

En las fotografías aéreas de 1917 que, según se dice, consiguió rescatar Enrique Martínez Glera del saqueo de los almacenes de intendencia, y que pueden verse por aquí por allá gracias a su generosidad, se aprecia que junto al resto del cubo de la muralla ya se había construido un estupendo juego de pelota, o frontón. Mejores tiempos aquellos en que la ciudad fortificada daba paso a la ciudad deportiva. Y por si fuera poco este cambio de tendencia, hay que decir también que el frontón se hizo con proyecto de arquitecto: es de 1884, y nada más y nada menos que de Luis Barrón, el arquitecto recién presentado en el LHDn140, para el promotor Benigno Iturbe. Tienen su gracia los valores expuestos en la fachada: AGILIDAD, FUERZA, SALUD, VIRILIDAD, porque podían estar sacados de un programa de instrucción militar.

Tanto éxito tuvo el frontón como nuevo lugar de vida urbana que en 1921, Fermín Alamo (el “quinto” arquitecto logroñés,- al que llegaremos algún día en el LHD) proyectó su cubrición y cerramiento según la lustrosa fachada que puede verse arriba (2). El promotor no debió hacer mucho caso del lustre del proyecto, porque cuando le encargó a Alamo en 1930 la elevación de la cubierta, el plano de “estado actual” que éste mismo levantó muestra que la fachada se había construido a “estilo” pueblo (2b). Tres años antes de esta elevación, es decir, en 1927, Fermín Alamo construyó para el dueño del frontón, Ramón Narvaiza, una casa metida con calzador entre el frontis y el Cubo del Revellín. Primero en dos plantas, y luego con otra más y unos grandes huecos que daban a poniente (3).

Tras haber hecho la población auténticos alardes de “agilidad, fuerza, salud y virilidad” durante tres trágicos años, y no precisamente en el deporte, en 1939 el lugar cambió de vocación y se dedicó al cine. Al poco de acabar la guerra, el mismo Ramón Narvaiza encargó al arquitecto de Vitoria, JM Pellón, la reconversión de uso del edificio y así lo conocieron todos los logroñeses de la postguerra: viendo amoríos de pantalla, pero también mucho cine bélico, como el “¡Centinela, alerta!” o el “Beau Geste” que recordaba Bernardo Sánchez en Elhalln26.

No sé desde cuando, pero lo que está claro es que el Cubo de la Muralla ya era entonces propiedad del empresario frontonero y cineasta, porque Alamo construyó una bonita balaustrada como paseo exterior de la casa que le hizo en 1927, y le amplió en el 30.

No contento con el paseo, Narvaiza decidió tomar al asalto el Cubo y en 1952 le encargó al arquitecto José María Carreras una nueva casa ¡sobre el mismísimo Cubo de la Muralla. ¡Qué originalidad! Pongo arriba un plano de la casa y el estupendo fotomontaje que se publicó en la portada de Elhalln26 (4 a y b).

Todo aquel esplendor constructivo fue poco a poco decayendo y en las dos últimas décadas del XX el cine volvió a ser un frontón más o menos popular o marginal, y el Cubo volvió a ser una hermosa ruina con musgo y hierbajos entre sus piedras, puerta de chapa, farola imperial de compañía y coche mal aparcado de adorno (5).

Y luego, lo de ahora: el entendimiento perfecto entre arquitectos y arqueólogos.