lunes, enero 15, 2007

109. BALCONES







Uno de los hC (cuadernillos centrales) que tenía casi preparado cuando Domingo García Pozuelo y toda su Junta de Gobierno tomaron elhAll al asalto, llevaba por título “Por sus balcones los conoceréis”, y consistía en una especie de juego de identificación o adivinanzas con el que se trataba de acertar a qué casa de Logroño y a qué arquitecto pertenecían las barandillas cuyas fotografías iban a llenar sus cuatro páginas.

Daba entonces yo clases de dibujo a los alumnos del último curso de decoración, y con el buen tiempo que hizo aquel otoño, habíamos salido varias veces a dibujar balcones en el casco antiguo, la Gran Vía y muchas otras calles de alrededor para hacer mano y despertar el interés por estas singulares piezas de diseño. Mientras ellos dibujaban, yo hacía fotos para aquel frustrado hC y de ahí que tenga una buena colección de imágenes de barandillas de esta ciudad.

En los meses siguientes he podido ver numerosos planos originales de muchas de aquellas casas del casco viejo cuyas barandillas me eran familiares, firmados en su mayoría por Francisco de Luis y Luis Barrón, en los que el balcón no era mas que un rectángulo cruzado por dos líneas diagonales como las que ponemos en los patios o huecos de escalera para señalar un vacío (ver por ejemplo la fachada de Francisco de Luis para Rodríguez Paterna 3 en las imágenes del LHDn106).

Parece deducirse de ello que la autoría en el diseño de los balcones de finales de siglo no era cosa de los arquitectos sino de los propios herreros que las ejecutaban, así que el estudio que hace unos meses inició el meritorio Fede Soldevilla (presidente de Amigos de la Rioja) sobre la catalogación de las fraguas de Logroño y sus posibles producciones, no sólo merece todo mi ánimo, sino que reclamo para él un apoyo más decidido de quien lo pudiera ofrecer.

La relación entre la Escuela de Artes y Oficios, por ejemplo, y los herreros de finales del siglo XIX, es un tema que puede dar para una exposición o una interesante monografía. Y en ese sentido cabe recordar que el propio Luis Barrón fue profesor de dibujo en esa Escuela.

Las influencias modernistas venidas a Logroño de la mano de Fermín Alamo (arquitecto al que de una manera sectaria se la ha hecho famoso por sus trabajos “modernos” de los treinta y no por los “modernistas” de las dos décadas anteriores) parecen ser el estímulo para que los arquitectos empiecen a dibujar las barandillas de los balcones en los planos en vez de confiar su diseño a los artesanos. Un repertorio de los dibujos de barandillas de Alamo da también para un buen artículo ilustrado.

Efectivamente, Alamo se pasó luego a las barandillas de trasatlántico en cuanto vio que la moda era esa, y los dibujos de sus fachadas se empobrecieron notablemente; mientras que el otro moderno local famoso, Agapito del Valle, parecía resistirse a ese tipo de simplificación brutal, y no tanto en sus planos, cuanto en sus edificios. Las barandillas y rejas de las casas de Agapito no suelen figurar en sus planos (volviendo así a la tradición de finales del XIX) pero son inconfundibles en sus casas, y yo diría que, excepto en aquellas en las que cedió al tubo marinero, tienen un aire más bien “decó”.
De Luis González, el prolífico arquitecto municipal de la postguerra, no hay gran cosa en el tema de las barandillas, pero Jaime Carceller y José Maria Carreras sí que hicieron pequeñas aportaciones alegres de cristal y chapas en algunos de sus balcones (también en obra, y no en planos) con los nuevos aires de modernidad de finales de los cincuenta. Y ya en los sesenta, Félix del Valle y, sobre todo, Fidel Ruiz, dieron en colorar algunos detalles “cubistas” en sus pretiles que no dejan de tener su gracia. Aurelio Ibarrondo, por último, también entendió que los balcones eran el tema con el que podía dar el toque personal a sus fachadas, y se aplicó a ello con desigual fortuna. De ahí en adelante también tengo un buen muestrario pero dejo el tema para no herir susceptibilidades, pues la pobreza de diseño es en general la norma.

El día en que presenté el Manual de Crítica de la Arquitectura en la librería Santos Ochoa una señora me preguntó por qué en las casas actuales los arquitectos no ponían balcones, y para salir del paso de tan embarazosa pregunta le contesté que seguramente porque ya no había procesiones o desfiles militares por las calles. Pero a la vista de este pequeño repaso, una mejor respuesta hubiera sido esta otra: “para no tener que esforzarse en diseñar sus barandillas”.