martes, enero 23, 2007

115. UN ALAMO MUY ESPIGADO





Nunca he entendido porqué los arquitectos escriben tan poco, pues en el ejercicio de la profesión concurren dos circunstancias muy favorables a la escritura: la soledad en los despachos y el rico anecdotario de los clientes y las obras. Seguramente es por discreción comercial o por agotamiento profesional, pues bastante tiene uno con aguantar el trajín diario de captar encargos y resolver problemas como para encima deleitar a los curiosos con historias bien redactadas.

Las memorias de los proyectos parecen el lugar ideal para que el arquitecto se desfogue un poco explicando las penurias o ilusiones de su trabajo, pero lo habitual es encontrarse con áridos y sosos expedientes burocráticos, redactados seguramente por la propia maquinaria del despacho.
Muchas de las casas de la ciudad tienen más interés por sus anécdotas que por su composición arquitectónica o sus detalles decorativos, así que si me pongo a hablar hoy de una de ellas, no es por lo segundo sino por lo primero.

La casa de la calle/plaza Martínez Zaporta 12 me llamó la atención únicamente por ese mínimo movimiento expresivo de las barandillas, -esas líneas verticales alabeadas que parecen cifrados sobre un pentagrama-, así que supuse que podía ser de Fermín Alamo y me animé a pedir el expediente en el Archivo Municipal. En efecto, la casa era de Alamo y la fecha, 1932, es decir, cuando el “estilo moderno” ya empezaba a ser moda (la celebrada casa “moderna” de Alamo en Duquesa de la Victoria 32, por poner un ejemplo, es de 1930). Acaso por estar en el casco antiguo, el arquitecto aún se aferró a tics del pasado, y además de ese pequeño gesto de la barandilla, nos regala con dos ventanas en el ático con remate “popular” en arco rebajado.

Ahí podían acabar todas las singularidades arquitectónicas de esta casa si no fuera por la sorpresa que nos causan los dibujos de las plantas: uno no hubiera podido imaginar que detrás de esa fachada tan normalita se escondiera una planta tan minúscula, y encima con ciertos problemas de adaptación al solar y los medianiles –problema que ya se adivina en la fachada con esa dislocación del eje en la planta baja.

El edificio de, planta baja, entreplanta y cuatro pisos, alberga una sola casa en la que no hay más que una minúscula habitación por piso (!). El orden espacial o funcional al que llegaron el arquitecto Fermín Alamo y el propietario Juan Sáez es el siguiente: en planta baja, una tienda a doble altura y hasta con un palco en la escalera. En el primer piso una habitación vacía (dormitorio); en el segundo, la sala comedor; en el tercero, otro dormitorio; y en el cuarto, la cocina, el aseo y hasta una despensa.
Es de imaginar que Juan Sáez y familia tuvieron una vida sana y deportiva pues no pararon de subir y bajar escaleras.

La fachada exterior de la tienda tuvo en algún momento otro segundo impulso decorativo cuando se le hizo ese aplacado cerámico texturizado al que los biempensantes del estilo disimulo le tendrán unas ganas enormes de piqueta.

La casa parece cerrada y abandonada, pero la pequeñez de la planta es sin lugar a dudas su salvaguarda, porque a menos que se interese por ella un bombero o un montañero, va a costar mucho que alguien quiera vivir en ella.

Como decía al principio, da más para el anecdotario urbano que para la historia de la arquitectura, así que con esa mirada seguiremos su destino.

(Si se quieren ver un poco más grandes las fotos, clickar encima de ellas)

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La casa fue demolida junto con las vecinas en el 2007 (v Cascotes 86: PARTE DE GUERRA)