miércoles, mayo 02, 2007

DOS ESCALERAS





No parece que aquella exposición titulada “Réquiem por una escalera”que preparó Oscar Tusquets en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en el año 2001 haya producido otro fruto que la pieza editorial del propio “réquiem”, vuelta a publicar por Ediciones “r que r ” en el 2005. Mientras se muere el arte, algunos sacan provecho con su agonía (y será por eso que no se muere nunca). Como el tabaco, el vino o los toros, las escaleras pertenecen al pasado y están mal vistas. Qué digo mal vistas; prohibidas. Pero yo en mi programación todavía incluyo una clase sobre las escaleras. Y como no estoy muy al tanto de la normativa, quiero pensar que ya que en arquitectura son imposibles, en el terreno de la decoración y el interiorismo aún se podrá hacer alguna escalera bonita.
Con lo publicado en el réquiem citado y con las que he recopilado en mis viajes por todo lo largo y ancho de este mundo (…como decía el capitán Tan), mi catálogo es amplísimo, y buena parte de ellas son también estupendos ejemplos para los patrones teóricos de Alexander con que las fundamento: la escalera como etapa, asientos escalera, escaleras exteriores, etc.

Pero las dos que he seleccionado hoy para este post se escapan de cualquier catalogación teórica y responden más bien a lo que podríamos llamar emociones arquitectónicas.

La primera de ellas la descubrí en otoño del 2003 gracias a las indicaciones de mi compañera de claustro la profesora de historia Mariví Sotés, así que vaya de entrada para ella mi agradecimiento. Aquel año fuimos de viaje de estudios a Santiago de Compostela y como era obligado llevar a los alumnos al Museo de Arte Contemporáneo de Siza (¡bluff!) me dijo que no dejara de visitar la escalera de caracol del Convento de Santo Domingo que está justo enfrente (foto 1). ¡Vaya buen consejo!¡qué virguería de escalera! Es casi imposible fotografiarla porque se trata de una ¡triple! escalera de caracol cuyos tramos arrancan en el mismo piso y se superponen una a la otra (en la foto 2 se muestran los tres arranques y en la foto 3 el final de dos de los tramos y la continuidad del tercero). Es toda una pieza de virtuosismo arquitectónico, una exquisita extravagancia.

Lo único que suele empañar las visitas de arquitectura española es lo poco que se sabe de los autores y lo mal contada que está. Cuando descubrí esta escalera no sabía nada de su autoría, así que no paré hasta dar con algún dato. Ello me obligó a interesarme por el ambiente arquitectónico que se creó en torno al gran programa edificatorio de la catedral en el siglo XVII que cuenta George Kubler en su obra y a las pequeñas monografías de aquellos canteros arquitectos que recopiló el catedrático José Manuel Cruz Valdovinos en las suyas. No me extiendo sobre estas fuentes porque no es el caso, y dejo aquí sin más el nombre del virtuoso de la triple escalera de caracol del convento de Santo Domingo: el coruñés Domingo de Andrade (1639-1712). Y en cuanto a fechas sólo decir que las obras de Andrade en el convento son de 1695 en adelante.

La otra escalera la descubrí hace tan solo unas pocas semanas y lo único que tiene que ver con la anterior es que es del mismo siglo (unos cincuenta años después). El sacrificio de ver la actual exposición de la Rioja Tierra Abierta tiene como compensación el poder subir a una de las torres de nuestra catedral (o concatedral) de la Redonda, así que cuando hice mi visita de “inspección escolar” tuve la oportunidad de gozar en solitario de la dureza y sobriedad de su escalera. Se trata de una simple pieza de cuatro tramos que recorre todo el interior de la torre (foto 4, abajo) y que ni siquiera pensé en fotografiar porque espacialmente no difiere de la más simple y sórdida escalera de torre que uno pudiera construir. Así que la gracia está en su escala inhumana y en lo áspera que resulta. Detalles que, obviamente, no se aprecian en una primera y agotadora subida. Es después, cuando consigues ya bajar sus empinados peldaños sin caerte y sales a la calle, que te das cuenta del contacto tan íntimo que has experimentado con los canteros arquitectos que la construyeron: si los datos de nuestros historiadores son ciertos, Martín de Beratúa y Francisco Gorbea sobre las trazas o la obra anterior de Juan Bautista Arbaiza y José Raón, entre 1742 y 1762.

La experiencia vale la pena, quiero decir, los cinco euros de la entrada a toda la exposición. Y de todos modos, si no os llena como a mí la árida experiencia de la escalera, siempre os queda la contemplación del virtuosismo de nuestros canteros cuando al llegar arriba nos situamos en posición de contemplar el interior del incensario en piedra que constituye el remate superior de la torre o el exterior de esa misma obra de orfebrería en arenisca en la torre gemela de enfrente (foto 5). Aunque esto se sale ya del tema de la escalera.